No le cuento que he visto a mi padre, Él vuelve a aparecer en mi próximo partido, y vuelve a asentir con la cabeza cuando llego al plato. En esta ocasión le devuelvo el gesto, un mínimo movimiento, pero lo hago.
Y consigo un promedio de tres sobre tres en ese partido, con otro home run y dos dobles.
Seguimos así varias semanas, Él se sienta. Observa.
Y yo golpeo la pelota como si ésta tuviera sesenta centímetros de ancho. Finalmente, después de un partido fuera de casa en el que logré otros dos home runs, me lo encuentro esperándome junto al autobús del equipo. Lleva una cazadora de color azul sobre un jersey blanco de cuello alto. Me fijo en las canas de sus patillas, Él alza el mentón al verme, como si luchara contra el hecho de que ahora soy más alto que él, Éstas son las primeras palabras que me dice:
—Pregúntale a tu entrenador si puedo llevarte en coche hasta el campus.
En este momento podría hacer cualquier cosa. Podría escupir. Podría decirle que se fuera al infierno. Podría no hacerle ni caso, ignorarle como él hacía con nosotros.
Podría decir algo sobre mi madre.
En cambio, hago lo que me pide. Pido permiso para saltarme el viaje de vuelta en autobús, Él respeta la autoridad de mi entrenador, yo respeto la autoridad de mi padre, y así es como todo tiene sentido, cuando todos nos comportamos como hombres.