Las veces que mi madre me apoyó

Tengo ocho años. He de hacer una tarea para el colegio. Debo explicar delante de toda la clase: «¿Qué es lo que provoca el eco?»

Al salir del colegio se lo pregunto a mi padre en la licorería. ¿Qué es lo que provoca el eco? Él está inclinado en el pasillo, comprobando el inventario con una tablilla con sujetapapeles y un lápiz.

—No lo sé, Chick. Es como un rebote.

—¿No ocurre en las montañas?

—¿Mmm? —dice él, que está contando botellas.

—¿En la guerra no estuviste en las montañas?

Me lanza una mirada.

—¿Por qué me preguntas eso?

Vuelve nuevamente la vista a su tablilla.

Aquella noche se lo pregunto a mi madre. ¿Qué es lo que provoca el eco? Ella coge el diccionario y nos sentamos en la sala de estar.

—Deja que lo haga él solo —le espeta mi padre.

—Len —replica ella—, me está permitido ayudarle.

Mi madre trabaja conmigo durante una hora. Yo memorizo las líneas. Practico de pie frente a ella.

—¿Qué es lo que provoca el eco? —empieza.

—La persistencia de un sonido después de que haya cesado su fuente —digo yo.

—¿Cuál es uno de los requisitos para que haya eco?

—El sonido tiene que rebotar en algún sitio.

—¿Cuándo podemos oír el eco?

—Cuando hay silencio y se absorben los demás sonidos.

Ella sonríe.

—Bien —dice. Luego añade—: Eco —se tapa la boca y masculla—: Eco, eco, eco.

Mi hermana, que ha estado observando nuestra actuación, señala con el dedo y grita:

—¡Es mamá la que habla! ¡La estoy viendo!

Mi padre enciende el televisor.

—¡Menuda pérdida de tiempo! —suelta.