Al salir de casa de Rose el sol brillaba más que antes. Rose nos acompañó hasta el porche y se quedó allí, con el marco de aluminio de la puerta apoyado contra el andador.
—Bueno, hasta la vista, Rose, cariño —dijo mi madre.
—Gracias, querida —respondió ella—. Te veré pronto.
—Pues claro que sí.
Mi madre le dio un beso en la mejilla. Tuve que admitir que había hecho un buen trabajo. Con el cabello peinado y moldeado, Rose parecía mucho más joven que cuando habíamos llegado.
—Estás muy guapa —le dije.
—Gracias, Charley. Es una celebración.
Cambió la forma en que agarraba las asas del andador.
—¿Y qué celebras?
—Que voy a ver a mi marido.
No quise preguntarle adónde, ya sabes, por si acaso el hombre estaba en una residencia o en el hospital, de modo que le solté:
—¿Ah, sí? Estupendo.
—Sí —repuso ella en voz baja.
Mi madre tiró de un hilo suelto que tenía en el abrigo. Luego me miró y sonrió. Rose retrocedió y dejó que se cerrara la puerta.
Mi madre me agarró del brazo y bajamos con cuidado. Al llegar a la acera señaló hacia la izquierda y nos dimos la vuelta. El sol casi estaba justo encima de nosotros.
—¿Qué te parece si vamos a comer algo, Charley? —me preguntó.
Estuve a punto de echarme a reír.
—¿Qué pasa? —dijo mi madre.
—Nada. En serio. Vamos a comer. —Tenía el mismo sentido que cualquier otra cosa.
—¿Ya te encuentras mejor… después de haberte echado un sueñecito?
Me encogí de hombros.
—Supongo que sí.
Ella me dio unas palmaditas afectuosas en la mano.
—Se está muriendo, ¿sabes?
—¿Quién? ¿Rose?
—Ajá.
—No lo entiendo. Parecía estar bien.
Mi madre miró hacia el sol entrecerrando los ojos.
—Va a morir esta noche.
—¿Esta noche?
—Sí.
—Por eso dijo que iba a ver a su marido.
—Así es.
Detuve mis pasos.
—Mamá —dije—, ¿cómo lo sabes?
Mi madre sonrió.
—La estoy ayudando a prepararse.