Las veces que mi madre me apoyó

Han pasado tres años desde que mi padre se marchó. Me despierto en mitad de la noche al oír a mi hermana que pasa ruidosamente por el pasillo. Siempre va corriendo a la habitación de mi madre. Hundo la cabeza en la almohada y vuelvo a dejarme llevar por el sueño.

—¡Charley! —de pronto mi madre está en la habitación, hablándome con un fuerte susurro—. ¡Charley! ¿Dónde tienes el bate de béisbol?

—¿Qué? —gruño yo, que me incorporo y me acodo.

—¡Chsss! —dice mi hermana.

—Un bate —dice mi madre.

—¿Para qué quieres un bate?

—¡Chsss! —dice mi hermana.

—Ha oído algo.

—¿Hay un ladrón en la casa?

—¡Chsss! —dice mi hermana.

Se me acelera el corazón. Somos unos críos y como tales hemos oído hablar de los balconeros (aunque nosotros creemos que roban lo que hay en los balcones) y hemos oído hablar de ladrones que entran en las casas y atan a sus habitantes. De inmediato me imagino algo peor, un intruso cuyo único propósito es matarnos a todos.

—¿Charley? ¿Y el bate?

Señalo el armario. Mi respiración es agitada. Mi madre encuentra mi Louisville Slugger de color negro y mi hermana le suelta la mano y se mete en mi cama de un salto. Yo aprieto las palmas contra el colchón, sin estar seguro de cuál es mi papel.

Mi madre sale poco a poco por la puerta.

—Quedaos aquí —susurra. Yo quiero decirle que coge mal el bate. Pero ya se ha ido.

Mi hermana está temblando a mi lado. Me da vergüenza estar allí metido con ella, de manera que me deslizo fuera de la cama y me dirijo al marco de la puerta a pesar de que ella me tira de los pantalones del pijama con tanta fuerza que casi se rompen.

En el pasillo oigo todos los crujidos que hace la casa al asentarse y con cada uno de ellos me imagino a un ladrón con un cuchillo. Oigo lo que parecen unos leves golpes sordos. Oigo pasos. Me imagino a un bestia grandote y rubicundo subiendo las escaleras, viniendo a por mi hermana y a por mí. Entonces oigo un sonido real, un estrépito. Luego oigo… ¿voces? ¿Son voces? Sí. No. Espera, ésa es la voz de mi madre, ¿no? Quiero bajar las escaleras corriendo. Quiero volver corriendo a la cama. Me llega otro sonido más profundo…, ¿es otra voz? ¿La voz de un hombre?

Trago saliva.

Al cabo de unos momentos oigo cerrarse una puerta. Un portazo.

Entonces oigo unos pasos que se acercan.

La voz de mi madre la precede.

—No pasa nada, no pasa nada —dice, ya sin susurrar, y entra rápidamente en la habitación, me frota la cabeza al pasar y se acerca a mi hermana. Suelta el bate, que golpea contra el suelo. Mi hermana está llorando—. Ya está. No era nada —dice mi madre.

Me dejo caer contra la pared. Mi madre abraza a mi hermana y suelta el aire con la espiración más prolongada que he oído en mi vida.

—¿Quién era? —pregunto.

—Nada, nadie —responde ella. Pero yo sé que miente. Sé quién era.

—Ven aquí, Charley —extiende una mano. Me acerco poco a poco, con los brazos en los costados. Ella me atrae hacia sí, pero yo me resisto. Estoy enfadado con ella. Seguiré enfadado con ella hasta el día que abandone esta casa para siempre. Sé quién era. Y estoy furioso porque no ha dejado que mi padre se quedara.