Estamos sentados a la mesa. Mi madre está sirviendo la cena. Berenjenas gratinadas con salsa de carne.
—Siguen sin estar bien —afirma mi padre.
—No empieces otra vez —contesta mi madre.
—No empieces otra vez —la imita mi hermana. Le da vueltas al tenedor que tiene metido en la boca.
—Ten cuidado, que te lo vas a clavar —le dice mi madre, y le aparta la mano a mi hermana.
—Es por el queso, o el aceite —insiste mi padre, mirando su comida como si le diera asco.
—Las he hecho de diez maneras distintas —dice mi madre.
—No exageres, Posey. ¿Tan difícil es hacer algo que pueda comerme?
—¿No puedes comértelo? ¿Ahora resulta que es incomible?
—¡Por Dios! —refunfuña mi padre—. ¿Me hace falta todo esto?
Mi madre deja de mirarlo.
—No, no te hace falta —dice poniéndome una ración en mi plato con enojo—. Pero a mí sí, ¿verdad? Yo necesito discutir. Come, Charley.
—No me pongas tanto —digo.
—Come lo que te doy —me espeta ella.
—¡Hay demasiado!
—Mamá —dice mi hermana.
—Lo único que estoy diciendo, Posey, es que si yo te pido que lo hagas, puedes hacerlo. Nada más. Te he explicado un millón de veces por qué no saben como es debido. Si no están bien, no están bien, ¿quieres que mienta para hacerte feliz?
—Mamá —repite mi hermana. Está agitando el tenedor en el aire.
—¡Arrgghh! —mi madre suelta un grito ahogado—. No hagas eso, Roberta, ¿sabes qué, Len? La próxima vez los haces tú mismo, ¡tú y tu dichosa cocina italiana! ¡Come, Charley!
Mi padre adopta un aire despectivo y menea la cabeza.
—Siempre la misma historia —se queja. Yo lo estoy mirando, Él me ve. Rápidamente me llevo la comida a la boca con el tenedor, Él hace un movimiento con la barbilla.
—¿A ti qué te parecen las berenjenas que ha hecho tu madre? —me pregunta.
Yo mastico. Trago. Lo miro. Miro a mi madre. Ella hunde los hombros, exasperada. Están los dos esperando.
—No están bien —digo entre dientes, mirando a mi padre.
Él da un resoplido y le lanza una mirada a mi madre.
—Hasta el chico lo sabe —dice.