Llega a casa irritado. Uno de sus compañeros de tenis le ha dicho que Tender Vittles es una basura, que pudre a los gatos por dentro como se pudriría un ser humano si no comiera más que Rice Crispies y bombones de merengue.
Pelo reluciente, dice Andy, el experto. En su vida ha tenido un gato, todo lo que sabe lo ha aprendido de esa mujer de la que lleva cinco años separándose, porque una vez tuvo un birmano. Comprendo que se note que a un gato negro deje de brillarle el pelo repentinamente. ¿Pero éstos? Crecen, engordan, están menos destartalados, pero su pelo, por el amor de Dios, su pelo tiene el mismo aspecto que siempre ha tenido. Me pregunta si mis gatos tienen el pelo reluciente. ¿Cómo demonios voy a saberlo?
Esta noche vacía tres latas de atún en los cuencos de los gatos. A la mañana siguiente, ya vestido para ir al trabajo, prepara y dispone tres combinaciones a base de cinco huevos batidos: una tercera parte derramada sobre un montón de atún, otra tercera parte sola en un cuenco, una tercera parte revuelta con leche, en otro cuenco. A las seis y media de la tarde, va directamente a la cocina, desenvuelve medio kilo de carne picada y la pone en un plato. Tiene pocas fuentes y se le han acabado los cuencos.
Los gatos han decidido ayunar. Ni uno solo de ellos ha probado un bocado del nuevo alimento. Ninguno se ha dignado olfatear los diversos cacharros que obstruyen el suelo de la cocina, o al menos no les han prestado más atención que la que otorgan a un paquete de cigarrillos vacío que se interpone en su camino. A las nueve en punto, entra de nuevo en la cocina. Le sigo. Me muestra la exposición: tres cuencos de gatos, tres cuencos de ensalada y un plato de porcelana blanca con un desgastado borde dorado en torno a una franja de espigas y flores rosadas y malvas… resto de un servicio que, en sus buenos tiempos, perteneció a la tía que le regaló el grueso mantel de damasco que cubre permanentemente la mesa del comedor, una tela que me recuerda los trabajos manuales del Ejército de Salvación.
—¿Ves? —dice—. Si eso fuera bueno para ellos, ya se lo habrían comido. Si pueden, los animales comen lo que sus cuerpos necesitan, no como las personas, me lo ha dicho ese tipo gordo del mercado. —Y, al abrir tres sobres de Tender Vittles uno con sabor a pescado y otro con sabor a pollo (mientras tres gatos ronronean al unísono al oír el ruido), dice en voz baja: —Vamos, chicos, ya pasó la moda de la comida sana.