Acudía todos los días a mi trabajo, como una buena mujer de negocios, apreciada por mis amigos, bien considerada por mis superiores. A las cinco en punto de la tarde, ordenaba mi escritorio, intercambiaba amabilidades con mis colegas bajando en el ascensor, y me iba a casa… a su apartamento. Sólo iba al mío a coger ropa y, más tarde, una vez por semana, a recoger el correo. Por las mañanas, tomábamos la misma línea de metro para ir al trabajo, compartiendo el Times: él, un hombre bien afeitado, con su traje de negocios a rayas, y su cartera… bonitos dientes, sonrisa encantadora; yo, con mi propia cartera, mi bolso de verano, tacones, los labios pintados y el pelo recién lavado. Una pareja atractiva, bien educada, de la ciudad de Nueva York, normal, clase media, civilizada.