Nuestro fondo de armario tuvo un pasado y, por mucho que nos empeñemos, algún día, en el momento menos oportuno, asomarán de cualquier cajón aquellos calentadores multicolores que sin rubor nos poníamos encima de los pantalones. Estos fueron los imprescindibles, los must de nuestra generación.
CUANDO VIVIMOS LA MOVIDA
Todo, salvo pasar desapercibido. Era el lema. El resultado, un look extravagante, loco y estrafalario pero eso sí, con mucho glam: pelos cardados a base de kilos de laca, minifaldas con medias de colores, prints de leopardo, chalecos, estéticas militares, neoclásicas… ¿El resto del mundo? Unos horteras. De golpe y porrazo nos habíamos vuelto modernos en este país.
FUIMOS HEAVIES
Sí, antes o después, en algún momento, todos quisimos ser Bon Jovi. Reconozcámoslo. Tuvimos un uniforme oficial de heavy. Pelo largo, chupa de cuero con tachuelas, chaleco vaquero, camiseta con las mangas cortadas, parches de AC-DC y Metallica, chapas de Leño y Barón Rojo, pulseras de pinchos, pantalones de pitillo o mallas ajustadas… y las Yumas Galaxia o las Paredes edición Juegos Olímpicos de Moscú 80. Después se impusieron las J’hayber Olimpo, que pese a su nombre llegaban de Elche. Estaban fabricadas en un material de color blanco y baja capacidad de transpiración, algo que aprovechó el señor de Devor Olor para hacer su agosto. Lo cierto es que marcaron tendencia durante una larga temporada. Más que nada porque no había manera de destrozarlas.
LOS VAQUEROS NEVADOS
Si los llevaste, la pregunta es: ¿necesitaste terapia o has superado el trauma tú solito?
LOS «PLUMAS» BICOLOR
Con aquellos anoraks con relleno de pluma parecíamos el muñeco de Michelín, y cuando comenzaban a perder las plumas, la gallina Caponata.
LAS CAMISETAS DAMART CON THERMOLACTYL
Aquel tejido con nombre de medicamento contra el dolor de cabeza era el Gore-Tex de los ochenta. Ya podíamos ir a Moscú en pleno invierno en mangas de camisa, como el del anuncio, que… «Frío yo, ¡nunca!». Lo inventó la marca Damart, y todavía sigue empleándolo para confeccionar sus conjuntos de ropa interior. Nuestras madres nos las compraban por catálogo, pero seguían dejándonos el pijama debajo, por lo que acababas cogiendo un sarampión.
LA MARICONERA
Aquel bolso de mano masculino marcó tendencia entre nuestros padres, tíos y cuñados. Iba a juego con el corte de pelo mullet, corto delante y a los lados, y largo por detrás.
LA RIÑONERA
Fue el sustituto natural de la mariconera, solo que aún más hortera.
LAS GAFAS DE SOL RAY-BAN
Primero las lució Tom Cruise en Risky Business, pero fue Don Johnson quien creó tendencia gracias a Miami Vice —Corrupción en Miami—. No contento con eso, vistió a media España con trajes de lino blanco y camisas hawaianas de estampados complicados en los que se inspiraron los creadores de El ojo mágico.
CUANDO NOS VOLVIMOS PIJOS
Pantalones pesqueros, náuticos o bambas sin calcetines, tejanos con rotos por los que asoma un trozo de tela de lunares, un pañuelo de colores en el bolsillo trasero y un suéter rosa Lacoste a la espalda. En el armario, nuestros tenis y las camisetas con capucha de Fido Dido, aquella mascota del 7 Up de la que hoy nadie se acuerda. En el suelo, nuestra carpeta con las pegatinas de Snoopy. Una mañana nos mirábamos al espejo y ya no éramos nosotros. ¿Dónde están nuestras Yumas… o sea?
LOS BERMUDAS
Aunque al final picamos, aquellos bañadores estampados o de colores imposibles, que como mínimo llegaban hasta las rodillas nos parecieron, a primera vista, lo más ridículo que jamás habíamos visto. Al fin y al cabo, habíamos nacido con los turbo puestos, como el Piraña.
EL PELO A TAZÓN O PELO CAZO
En los noventa los peluqueros no se complicaban demasiado: nos ponían un orinal en la cabeza, cortaban el pelo sobrante, hachazo para la raya al medio y listo. Que pase el siguiente…
LOS CHINITOS DE LA SUERTE
Los solíamos colgar de nuestras pulseras o relojes, lo cual resultaba incomodísimo a la hora de tomar apuntes en el colegio. Estaban hechos de madera, por lo que al ducharnos se hinchaban y terminaban por agrietarse, al tiempo que se iban decolorando hasta perder la ropa y las facciones. En teoría daban buena suerte: los que llevaban un hilo rojo atraían el amor; el amarillo, el dinero; el verde, la salud…
LOS CHUPETES DE LA SUERTE
Cuando pasó la fiebre de los chinitos, que duró un par de veranos, llenamos nuestro vacío existencial con unos chupetes de plástico duro translúcido. ¿Por qué chupetes? Para qué preguntárselo. Los había de todos los colores y en varios tamaños para colgárnoslos de las pulseras, en la mochila, en el llavero, en los cordones de las zapatillas, de pendientes… Daban la misma suerte que los chinitos y duraron otro tanto.
LOS TROLES DE LA SUERTE
Aquel engendro de piel cetrina, pupilas dilatadas y pelo de colores era un híbrido entre ET y Son Goku en modo superguerrero del espacio. No cayeron muy bien.
LAS PULSERAS DE HILO DE PLÁSTICO
Los puestos y tiendas de chuches vendían los hilos a granel y nuestras amigas perdían las tardes fabricando aquellas aparatosas pulseras que todos, como ya hemos dicho, hemos llevado alguna vez. Todavía en Youtube podemos encontrar vídeos para aprender a hacerlas.
LOS TOIS
Por si al señor del Bollycao se le ocurre resucitarlos, una vez más, ahí van unas cuantas ideas: «toi parao», «toi recortao», «toi en crisis», «toi indignao»… Éxito asegurado.
LOS ACIDS
Con el final de los ochenta sufrimos la invasión amarilla: en camisetas, gorros, chapas, pegatinas… Aquella cara sonriente de color limón fue el símbolo de la música acid house y el primer emoticono de la historia.
LOS CLIPS… ¿DE LA SUERTE?
Clips de colores repartidos por las cazadoras, abrigos, pantalones, mochilas y demás apéndices. Sin comentarios.
LOS TAMAGOTCHIS
A muchos de nosotros la primera mascota virtual de la historia nos pilló ya talluditos. Fueron nuestros hermanos pequeños los que crecieron con aquel dispositivo electrónico con forma de huevo que encerraba a un bicho pixelado que crecía, se alimentaba, hacía sus necesidades, se ponía enfermo… Lo divertido era atiborrarle a caramelos hasta la muerte.
LAS NIKE JORDAN
No le iban muy bien las cosas a la firma de la ola hasta que en 1985 sacaron este modelo. Lo que tocaba el 23 de los Chicago Bulls se hacía de oro.
… Y LAS REEBOK THE PUMP
Al principio de los noventa llegaron aquellas zapatillas que incorporaban una cámara de aire alrededor del tobillo que se inflaba si presionábamos repetidamente una pera con forma de balón de baloncesto, situada en la lengüeta. Incluían un equipo para reparar pinchazos. No, es mentira.
EL VELCRO
Vivió su época dorada en la que se utilizaban hasta para cerrar los paquetes del arroz SOS. Alucinamos cuando vimos las primeras deportivas que en lugar de cordones llevaban dos tiras de velcro. Fue un fiasco: a los dos meses aquello ya no pegaba.
Ya podíamos llorar, patalear o dejar de respirar. Ese día tocaba pantalón de chándal con camisa de cuadros, y eran lentejas. Aquí las únicas que marcaban tendencia, muy arriesgada, todo hay que decirlo, eran nuestras madres. Ellas eran nuestras personal shopper, aunque lo que se dice ir de compras… Como mucho, cuando llegaba el invierno nos caían un par de suéteres de pico con rombos, un pantalón y tres pares de calcetines blancos con dos raquetas de tenis entrecruzadas. Nuestro nuevo vestuario de estación lo completaba la abuela, que cambiaba las agujas de ganchillo por las de punto y se sacaba de la manga una chaqueta de lana que picaba como si fuera de pelo de llama y un pasamontañas. Otro más. Era el único momento del año en que detenía su producción de tapetes.
El esquijama y los calzoncillos nos lo traían los Reyes Magos, y el resto de nuestro fondo de armario procedía de los descartes de hermanos, primos y vecinos. En cada pantalón cabían tres como nosotros, así que nuestras madres tenían que dedicar una tarde entera a marcar y coger bajos.
—Te los dejo crecederos, que todavía no has dado el estirón.
Y salíamos a la calle con look retro incluso para la época. Si nos quejábamos, nos desarmaba con un argumento irrebatible:
—Hijo, no nos llega pa’más.
Y no nos engañaba. No había pa’más, pero ella siempre tenía un parche para cualquier roto o descosido. O coderas para aquellos codos desgastados, o rodilleras para aquellas rodillas maltrechas. Encontraba remiendos para todo.
LOS BAÑADORES TURBO
También conocidos como «fardapaquetes». Pese a sus escasas dimensiones poseen un sorprendente espacio interior en el que nuestros padres guardaban el Ducados, el mechero y un peine.
LAS BAMBAS VICTORIA
Aquellas espartanas zapatillas de lona y suela baja de la marca Victoria costaban unas trescientas pesetas en el mercadillo, lo que explica por qué las calzamos todos los niños de los ochenta. Después cayeron en el olvido, y hace cinco años regresaron para vestir los pies de los más fashion. Paradojas de la vida.
LOS LEGGINS
Son los leotardos de toda la vida, aquellos que nuestras madres nos subían hasta los sobacos.
LOS PANTALONES DE PITILLO Y LOS ELÁSTICOS
Juramos que nunca más y…, ya lo ves, hemos vuelto a caer.
LAS CONVERSE CHUCK TAYLOR
Lo que molaba era llevar una de cada color. Si la economía familiar no soportaba el gasto, siempre podíamos recurrir a sus imitadoras de mercadillo. Las más logradas eran las 412 de John Smith, que durante unos cuantos años se convirtió en la marca de los que no teníamos para marcas. Peor suerte corríamos si nos compraban las horrendas Happy Luck o las Tortola Sport, que fueron las causantes de no pocos traumas aún sin solucionar.
CAZADORAS DE AVIADOR
Aquí de nuevo tuvo parte de culpa el bueno de Tom (Cruise) interpretando al piloto Pete Maverick Mitchell. Para forrarlas hubo que sacrificar a Norit junto con todos sus familiares y amigos. Volvieron en 2011, pero por suerte no hicieron demasiado ruido.
LAS PULSERAS ELECTROMAGNÉTICAS
Las de entonces eran de cobre y abiertas, con unas bolitas en cada extremo. En lo que sí coinciden con las de ahora es en que tienen los mismos poderes que los chinitos de la suerte.
¿Te acuerdas de aquel vaquero que rompiste y deshilachaste hilo a hilo como una descosida para sacarle flecos? ¿Y de esa foto de fotomatón que demuestra que tu cardado fue el culpable del agujero de la capa de ozono? La guardas en ese cajón con doble fondo de tu armario. No te avergüences… o sí. Bueno, piensa que podía haber sido peor. Piensa que aquellas modas podrían haber vuelto… Da escalofríos, ¿verdad?
La culpa fue de las nubes que quemábamos con un mechero. No hemos podido averiguar finalmente si eran o no cancerígenas, pero desde luego que reblandecieron las meninges. Es lo único que puede explicar nuestra pasado rapero en el que llegamos a dejarnos una cresta que ya hubiera querido para sí el mismísimo MC Hammer. O que Paco Pil nos pusiera los pelos de punta: en concreto, los del flequillo con aquel estilismo tipo rastrillo que causó furor en la pasarela bakalaera de entonces.
Hoy no se nos ocurriría cargar al hombro por la calle con el «loro» de doble pletina, dos bafles y subwoofer para quedar con la peña en el parque, o ponernos las mismas camisas que llevaban Los Manolos cantando en Barcelona 92 aquel inolvidable Amigos para siempre. Y tampoco humillaríamos a nuestro hijo disfrazándole con unos «rockys», aquellos conjuntos de pantalón corto con forro de rejilla y camiseta de tirantes de licra brillante de colores flúor, ahora tan de moda. Pero si algo hemos jurado en esta vida es nunca, jamás, volver a llevar hombreras. Lamento recordarte que dijimos lo mismo de los pitillo. Asúmelo. Algún día, tal vez no ahora, tal vez ni hoy ni mañana, pero más tarde… o más temprano, las hombreras volverán.