Salíamos del cole, aparcábamos los libros y arrancábamos en un pispás el coche fantástico de los cómics y las novelas de aventuras. Todavía creíamos que el de superhéroe era un oficio como otro cualquiera, y, claro, había que familiarizarse con sus hazañas para aprobar con nota la oposición a Superman.
Ahora los coleccionamos como piezas de museo —«no nos los cambies de sitio que luego no los encontramos»—, pero antaño fueron objeto de tantos sobes y manoseos que los colores acabaron por amarillear y por demacrarse sus portadas. Daba igual. Don Miki, Copito, Pulgarcito, Mortadelo Especial, Súper Zipi y Zape, Pumby, Tío Vivo, Guay o Súper Humor —aquellas recopilaciones de tapa dura que sacó Bruguera y recuperó más tarde Ediciones B—. Con ellos nos pasaba lo mismo que con los muñecos, que cuando más viejos y mutilados estaban más los queríamos. ¿Cómo no, si nuestros amigos de dos dimensiones nunca nos fallaban?
Los devorábamos en cuanto caían en nuestro poder y, como la paga no llegaba para más, los cambiábamos por otros en las tiendas de chuches… ¡y voto a bríos que nos engañaban! O, por lo menos, siempre salíamos de allí con cara de «gato por liebre». ¡Cuántos de nuestros cómics favoritos no se perderían en esos trueques!
LOS CÓMICS DE TERROR
Los especímenes que se asomaban a las portadas de Creepy —el tebeo de terror favorito— eran al hombre del saco lo que Drácula a la Cenicienta. Todos los meses esperábamos nuestra ración de sustos de la mano del sello Toutain, un pionero de las historietas de horror patrio. Había algo prohibido en el ritual de asomarse a aquellas páginas repletas de vampiros, asesinatos y casas encantadas. ¡Menudo morbo! ¡Y qué decir cuando aparecía Vampirella! Lo mejor era leerlos por la noche, cuando aullaban los muebles de la cocina y tras una sesión doble de La profecía y Al final de la escalera.
Hubo otras experiencias con el más allá gracias a revistas como 1984 y Zona 84 —más centradas en la ciencia ficción— o Ilustración + Comix Internacional, donde leímos The Spirit. Todavía hoy se nos pone la carne de gallina cuando recordamos aquellas pesadillas de nuestra infancia…
El botones Sacarino, Sir Tim O’Theo, la abuelita Paz, el profesor Tragacanto, Agamenón, Carpanta, doña Urraca, las hermanas Gilda, el tío Vázquez, Tete Cohete… Podríamos hablar de todos ellos, pero entonces tendríamos que dejar la radio para escribir otro libro.
MORTADELO Y FILEMÓN
Hijos de Francisco Ibáñez, en sus viñetas había más detalles y escorzos que en un cuadro barroco. Eran al espionaje lo que Pajares y Esteso al fino humor británico, y apuesto a que los disfraces de Mortadelo no se les ocurrirían ni a una reina del carnaval bajo los efectos del ácido lisérgico. En 2013 cumplen cincuenta y cinco tacos y, sin bótox ni nada, están hechos unos chavales. Ni el Súper ni el Bacterio han conseguido aún darles caza en la última viñeta.
ZIPI Y ZAPE
Aunque vieron la luz a finales de los años cuarenta de los lápices de Escobar, seguían siendo igual de capullos y traviesos cuando los conocimos. De alguna manera eran el espejo en que nos mirábamos, si bien ellos siempre nos superaban y las liaban mucho más gordas, y sí, nuestros padres eran clavaditos a don Pantuflo Zapatilla y a doña Jaimita Llobregat, y nos daban un trozo de pan con cuatro onzas de chocolate para merendar. ¡Si hasta el profesor de Lengua tenía la panza de don Minervo! Lo que es difícil de entender es por qué tenían cuatro dedos en cada mano.
ROMPETECHOS
No era precisamente un jugador de la NBA. En realidad, debía de ser más o menos de nuestra altura, y quizá por eso, y por su exacerbada miopía, nos parecía tan entrañable.
PEPE GOTERA Y OTILIO
«Chapuzas a domicilio» era su eslogan. Los bocadillos favoritos de Otilio eran los de garbanzos con nata. Muchos ven en ellos la precuela de Manos a la obra.
ANACLETO, AGENTE SECRETO
Este superagente 86 ibérico actuaba en solitario y sabía más de gadgets que el inspector homónimo y MacGyver juntos.
SUPERLÓPEZ
Mientras Clark Kent salvaba a la humanidad de su probable extinción por las fuerzas del mal, este personaje, nacido en los años setenta, hacía méritos para impresionar a su particular Lois Lane, que no era otra que… Luisa Lana. ¡Jan, qué grande eres!
TODOS LOS SUPERHÉROES
De la Patrulla X a Spiderman, del increíble Hulk a Superman, consiguieron que nos hiciéramos medio vigoréxicos. Con profecías mayas o sin ellas, el mundo no ha dejado de estar en peligro y ellos siempre lo han conjurado. Otros que no fallan.
ESTHER Y SU MUNDO
Esta muchacha de ojos azules y cabello castaño atrapó a miles de chicas adictas a sus andanzas escolares y al buen rollo que transmitía su gran amiga Rita. Seguro que a muchas no les hubiera importado perder de vista a la «odiosa» Doreen. Si hubo un príncipe azul para la generación femenina de la EGB, no fue el de la Cenicienta, ni Felipe de Borbón: fue Juanito.
CANDY CANDY
Las chicas no querían ser como ella. Querían ser ella. Estaban enamoradas de su pelo y de su ropa y de su todo. Pero ¡ozú!, que su historia de abandono, orfanato y adopciones no era precisamente para envidiarla…
CELIA
De buena familia, ni sus vestidos impecables ni las riñas de las monjas hacían mella en su carácter revolucionario. Cuando Elena Fortún le dio vida en los años veinte del pasado siglo no podían imaginar que llegaría tan lozana hasta los ojos de la generación EGB. Celia, ¡hoy más que nunca necesitamos tu desparpajo!
MAFALDA
Es fácil que todo lo que aprendiera nuestra generación EGB fuera mérito de esta niña tan ácida como políticamente incorrecta y que odiaba la sopa.
Algunos ya empiezan a olvidarlo, porque a los e-readers solo se les gasta la batería, pero hubo un tiempo no tan lejano en que gastábamos las hojas de los libros hasta el punto que se notaba a la legua cuáles eran nuestros preferido y cuáles habían nacido solo para carne de estantería y polvo de cajón.
EL BARCO DE VAPOR
Nos enseñaron lo emocionante que puede llegar a ser la lectura y quizá por eso son los libros más entrañables de la infancia. Hoy se siguen publicando con gran éxito, y es posible que los chicos y las chicas de ahora sientan lo mismo que nosotros a medida que van evolucionando del blanco al azul, más tarde al naranja y finalmente al casi inalcanzable rojo, esto es, los colores de sus cuatro colecciones.
Muchos han sucumbido en trasiegos y mudanzas, pero donde aún sobreviven es en la memoria. Uno de los primeros que cayó en nuestras manos fue El Pampinoplas, un extraño ser aficionado a los pequeños hurtos. Cuando subimos de nivel conocimos a fray Perico y al pirata Garrapata. El primero, un fraile bonachón que a lomos de su borrico Calcetín trastocaba el día a día de una comunidad de frailes salmantinos. El segundo, con pata de palo, garfio de acero y el hígado como una sandía por culpa del ron, era un pirata inofensivo que si de algo nos mataba era de risa.
LOS CINCO
Eran aventureros y grandes amigos. Vamos, como los de El equipo A, pero con chucho de por medio. Se llamaban Julián, Dick, Ana, Jorgina, o Jorge, y Tim. Había quien se identificaba con la audacia del primero, otros con la simpatía del segundo, mientras que las niñas se inclinaban por la feminidad de la tercera o el coraje de la cuarta. Algunos quisimos ser como Tim, por supuesto. Guau, guau.
LOS HOLLISTER
En realidad eran Los Felices Hollister, así, con adjetivo. Cinco chavales, los padres —¡él, dueño de una tienda de artículos deportivos y juguetes!: ven-ga-ya— y las mascotas. Sus aventuras los llevaban a recorrer mundo y en todas partes dejaban muestra de su sagacidad a la hora de resolver los misterios más increíbles, ya fueran en un centro comercial o en una cueva.
BIBLIOTECA DE LOS JÓVENES CASTORES
Frente a la generación Harry Potter, la de la EGB se curtió con estos manuales que ponían todos los saberes al alcance de la mano. Veinte tomos, veinte, en los que los sobrinos del Pato Donald —Juanito, Jaimito y Jorgito— nos prepararon para la vida moderna con sus famosos manuales: desde la importancia de atender a las señales de tráfico hasta la prestación de los primeros auxilios, pasando por temas no menos trascendentes como aprender a montar una tienda de campaña o la mejor manera de asar unas castañas… además de en el brasero de la mesa camilla.
ELIGE TU PROPIA AVENTURA
Fueron los primeros libros interactivos. Nos enseñaron a tomar las primeras decisiones, y más valía acertar, porque el destino del protagonista, ¡o de la Mona Lisa del Louvre!, dependía de nuestra prudencia o nuestra temeridad. El expreso de los vampiros, Las joyas perdidas de Nabuti, La cueva del tiempo, Tu nombre en clave es Jonás, El reino subterráneo, El misterio de Chimney Rock… Y cada uno, con varios finales.
DRAGONES Y MAZMORRAS
Cuando aún no sabíamos muy bien lo que eran los juegos de rol, desembarcó este ciclo medieval, fantástico, con toda su batería de merchandising —que tampoco sabíamos muy bien lo que era—. Dragones y mazmorras era «un mundo infernal», que ocultaba «entre las sombras la fuerza del mal». Nosotros, rezaba la franja inferior de los libros que publicó Timun Mas, éramos los héroes. Debíamos crear nuestro propio personaje, y el resto dependía de los dados y la suerte.
CÓMO HACER
De la mano de Ediciones Plesa aprendimos a ser marionetistas, espías y detectives, a hacer baterías e imanes, bromas y trucos, grabados y pinturas… Si no llegamos a ser un Goya o un Velázquez fue porque lo dejamos demasiado pronto.
Hay libros que no pertenecen a ninguna generación, porque, en realidad, y aunque parezca cosa de magia potagia, son de todas: La isla del tesoro, Cinco semanas en globo, Sandokán, Robinson Crusoe… Todos cabían en las páginas de las míticas Historias Selección Bruguera. Estos y otros muchos clásicos también nos llegaron a través de su versión en cómic, las llamadas novelas ilustradas: El rayo verde, Los viajes de Marco Polo, Nuestra Señora de París, Las aventuras de Tom Sawyer… Cuando en una librería de segunda mano nos topamos con algunas de estas ediciones se nos cae la lagrimilla… Sniff.
Además de los jerséis de rombos y pelotillas, muchos de estos títulos los heredamos de nuestros hermanos —no todo iba a ser malo—. El Principito nos enseñó que lo esencial es invisible a los ojos, y Momo, a no fiarnos de los hombres grises que querían robarnos el tiempo. Cuidado, ahora van de negro…
Envidiábamos al Barón de Münchhausen porque echaba las trolas más grandes que podríamos imaginar y siempre le creían, y soñábamos con encontrar ese lugar en el que sentirnos tan grandes como Gulliver. Ahora, cuando nos reprochan seguir siendo unos eternos adolescentes, como Peter Pan, solo se puede decir que… «¡la vida pirata es la mejor, con la botella de ron!».
No había biblioteca familiar sin un buen manual de urbanidad, aquel tocho dedicado a la correcta disposición de los cubiertos sobre la mesa —¡los tenedores a la izquierda y el filo del cuchillo para dentro, Romerales!— o a la presentación en un acto de sociedad de postín. Tampoco podían faltar los manuales de educación sexual que nuestros padres escondían en la balda más alta, no fuera a ser que nos enteráramos de todos los secretos habidos y por haber. Una vez que desenmascaramos a la cigüeña, muchos descubrimos los enigmas de la procreación con el intrigante Cómo se hacen los niños, de Ana Westley, publicado a finales de los años setenta.
Siempre había una Biblia y un Quijote, faltaría más, y aunque todos nuestros males se pasaban con una aspirina, mejor tener siempre a mano una enciclopedia de la salud; y esta, de verdad, sí que daba miedo tocarla y abrirla… Nos repugnaban aquellas fotos de malformaciones genéticas o tumores extraños, pero a la vez ejercían en nosotros una atracción irrefrenable. Éramos incapaces de dejar de mirarlas. También leíamos los síntomas de todas las enfermedades que acababan en -itis, y jugábamos con nuestro hermano a ver quién tenía más. Esto explica por qué hemos salido tan hipocondríacos.
¿Y cuáles eran los best sellers que tentaban a nuestros padres? Los renglones torcidos de Dios, Los gozos y las sombras, La barraca, Simplemente María… Todos, del Círculo de Lectores. Y por supuesto, y se ha dejado a propósito para el final, las novelas de bolsillo Estefanía de Marcial Lafuente, que escribió decenas, no, cientos, no, miles de novelas populares del oeste.