«Lo ha dicho la tele». Y si lo decía la tele, iba a misa. La tele, que era en blanco y negro. La carta de ajuste y el himno de España que cada noche ponía fin a la programación… Y a la diversión. Como cuando aparecían aquellos dos rombos. El programa era para mayores de dieciocho. O uno. A partir de catorce. La mejor excusa para mandarnos a la cama.
Había poca variedad, tan solo dos canales. Y sabíamos que pasaríamos las Navidades con Ivanhoe y Robin Hood, la Semana Santa con Espartaco y Ben-Hur, los sábados y domingos con los hermanos Marx, Jerry Lewis, John Wayne y Tarzán, y las noches muertos de miedo por culpa de Christopher Lee, que para nosotros siempre será el mejor Drácula. Y que los partidos de fútbol los comentaría José Ángel de la Casa, y que nunca volvería a emocionarnos como con el gol de Señor en aquel increíble España-Malta. Nunca.
Después llegaron nuevos canales y nos aprendimos la palabra «descodificador», y aunque no lo tuviéramos no importaba, podíamos ver el partido de los domingos. Y entonces nos cambiaron a Torrebruno por Xuxa, y no nos quejamos, es cierto. Pero como decían nuestros padres, cualquier tiempo pasado fue mejor. Vaya. Creo que esto nos vuelve carrozas.
Le debemos mucho a Los Chiripitifláuticos, pero de las aventuras del Capitán Tan y Valentina recordamos poco. Cumplieron su ciclo a principios de los setenta y su lugar lo ocuparon Los payasos de la Tele, que esos sí que nos marcaron. Pero si los niños de la EGB hemos salido así es, sobre todo, por culpa de Lolo Rico, una señora a la que conocíamos porque de vez en cuando salía en nuestra Telefunken y nos molaban sus peinados locos. Fue la primera persona mayor de la tele que nos cayó bien. Si alguien podía haber creado a los electroduendes, era ella, nuestra madre catódica. Porque también somos unos pequeños seres catódicos paridos por esta buena mujer. Y tan orgullosos.
La cometa blanca, un programa de sketchs, culturilla general y actuaciones, fue el primero que dirigió Lolo Rico. Eran principios de los ochenta y hasta que los electroduendes no se instalaron en nuestras vidas los sábados por la mañana nos quedábamos con Pista libre, dirigido a los de séptimo y octavo. Un tostón para los más pequeños: echaban una película y después debatían sobre ella. Al final lo pasaron a los lunes y lo sustituyeron por Sabadabadá. Gracias a Dios, porque para un día que no teníamos cole… Lo presentaba Torrebruno, que ya lo conocíamos de La guagua, El recreo, 003 y medio, La locomotora… Ya hemos dicho que, además, compartió las Navidades con Teresa Rabal en Mazapán, un espacio de variedades infantiles en el que pudimos ver algunas de nuestras primeras películas manga, como la inolvidable Mujercitas.
Por las tardes nos metíamos un chute de imaginación en Planeta imaginario. Allí vivía la presentadora, Flip, una niña de dieciséis añitos algo lisérgica con un amigo también imaginario, Muc, que recibía la visita de personajes de cuentos, músicos, mimos… El caso es que nos hablaban de La metamorfosis, de Kafka, y no podíamos despegarnos del televisor.
Después llegaron Barrio Sésamo y La bola de cristal, que a finales de los ochenta dejó su espacio a Cajón desastre. Al poco Espinete nos abandona, y en su franja horaria aterriza un marciano regordete con pintas de haberse limpiado las manos en la camiseta después de haberse comido la fábrica de Cheetos. Procedía de Takatón, un planeta lejano, y había llegado a un barrio como Carabanchel. Le acompañaba Astrako, el piloto de la nave y en el que se inspiró Disney años después para crear a Buzz Lightyear, su héroe de Toy Story. Dentro de aquel disfraz en realidad estaba Don Pimpón, nos dimos cuenta por la voz. Éramos muy avispados.
Aquello fue una copia descarada de Barrio Sésamo que con el tiempo se fue haciendo cada vez más aburrido, y Televisión Española cerró el programa. Yupi siguió en solitario con la serie Los cuentos de Yupi, pero acabó arrastrándose por los platós: lo único que pudo rascar fue que le entrevistase Andrés Aberasturi en Por la tarde y una aparición en VIP Guay. Según cuentan, volvió a su planeta, y ahora debe de estar… en Los mundos de Yupi.
También nos llegaron las travesuras de un niñito huérfano de extraño acento con la manía de esconderse en un barril de madera cada vez que don Ramón, un vecino con bigote, le daba un mamporro en la cabeza a lo Bud Spencer: El Chavo del 8. Tenía un amigo, Quico, y una amiga, la Chilindrina, locamente enamorada de él. Todos hablaban raro y decían cosas como: «Es que no me tienes passsiennssiaaa» o «No me simpatizas» o «¡Cállate, cállate, cállate que me desespeeeras!». Claro, tardamos poco en incorporarlas al vocabulario colegial.
Nuestro catódico mundo iba a cambiar radicalmente el día en que una tal Leticia Sabater nos despertó a gritos:
—¡Desayuna con alegría!
Camino del cole llevábamos un mosqueo que pa qué. ¡Esas no eran maneras! Cuando llegábamos a casa ya se nos había olvidado aquello, pero encendíamos la tele… y allí estaba otra vez.
—Al mediodía, ¡¡alegría!!
Y así durante unos años.
LOS QUE NOS LLEVABAN A LA CAMA
La familia Telerín llevaba desde los años sesenta cortándonos el rollo. A las ocho y media en invierno, a las nueve en verano, todos los días, lo mismo. A la cama a descansar, que hay que madrugar. A partir de los ochenta le pasaron el marrón a Casimiro, que al menos lo hacía a ritmo de rock. «Fuera calcetines, me pongo el pijama…».
LOS PROGRAMAS DE LOS PADRES
Con estos programas sí que nos mandaban a la cama… de aburrimiento. Los viernes por la noche nuestros padres nos mandaban cambiar al UHF para ver La clave, un programa de señores con corbata que se sentaban en círculo para hablar de cosas serias. Nosotros poníamos un ojo en el Súper Humor y otro en la pantalla desde que vimos en La noche, de Sánchez Dragó, a un Fernando Arrabal algo pasado de copas avisar al mundo entero de la cercanía del Apocalipsis: «El mileniarissssmo va a llegaaaarrrr». Qué risa.
También veían 300 millones, un programa de variedades al que un día fue Curro Jiménez con su caballo y todo, a lo Jesús Gil. Se referían a los telespectadores como «amigos iberoamericanos», y como no sabíamos qué era eso, desconectábamos. Solo nos llamaba la atención el bueno de Alfredo Amestoy, que aspiraba a ser el flequillo más famoso de España. Pero no tenía nada que hacer frente a Jesús Hermida, que tenía engatusadas a nuestras madres con Por la mañana. Después de ponerse a punto con Eva Nasarre y mientras hacían las cosas de casa no le quitaban ojo a la pantalla: Nieves Herrero, Irma Soriano, Consuelo Berlanga… y aquel entrañable y gruñón Don Basilio con su bote.
Si hablamos de temas más peliagudos no podemos olvidarnos del bigote de la EGB —sin menospreciar los de Burt Reynolds, Charles Bronson y Joaquín Arozarena—: José María Íñigo, que vivió sus mejores años en Estudio abierto, aunque no le gustase nada que le tiraran de aquel envidiable mostacho delante de las cámaras para demostrar que no era postizo.
Y antes de Arguiñano vino Con las manos en la masa. Hacíamos los deberes al calor de los fogones de Elena Santonja, que siempre contaba con pinches famosos. ¡Una vez hasta fue Alaska! No olvidamos su sintonía, cantada por Sabina, «embadurnada de harina, con las manos en la masa…». También eran muy fans de Más vale prevenir, del doctor Sánchez-Ocaña, que siempre empezaba con el Chiquitita de ABBA.
LOS CONCURSOS DE LA TELE
A la caza del tesoro fue una yincana por medio mundo de la que Miguel de la Quadra-Salcedo salió con crisis de ansiedad. Los concursantes le daban instrucciones desde el plató y él se pasaba el programa subiendo y bajando del helicóptero en busca de pistas. Después de eso se dedicó a realizar viajes culturales con adolescentes en Aventura 92 y Ruta Quetzal.
A mediados de los ochenta, los domingos por la tarde eran de Jordi Hurtado y su concurso Si lo sé no vengo. Lo mejor era la intervención de los gemelos González y González: «Concursante, al estrado». Y ellos, obedientes, cargaban con él como si fuera un cordero. Fue un programa muy familiar, pero no tanto como Todo se queda en casa. Lo presentaba el actor Pedro Osinaga y dos familias se enfrentaban en un innovador duelo de preguntas por un premio: un cochazo de los de la época. Para ir a Torrevieja de camping.
El 3×4 lo veíamos a la hora de comer, nada más llegar del cole. Lo presentaba una rubia de flequillos imposibles. Julia Otero, uno de nuestros primeros mitos sexuales. Sí, Julia. Cuando volvíamos por la tarde a clase el tema de conversación era Susana Egea, la chica en cueros que se ocultaba detrás de unas cartas gigantes, los comodines del concursante. Cada vez que perdía uno Susana tiraba una carta. Siempre le deseábamos lo peor… Al concursante.
Otro programa de culturilla fue El tiempo es oro, que marcó un antes y un después en nuestras vidas. Por fin, después de tanto tiempo, conocíamos el verdadero rostro de Harry el Sucio. Y el de Darth Vader. Y el de Ulises 31. Y el de Terminator. Constantino Romero. Un club de fans para este hombre, por favor. ¡Y un gallifante! ¡Cómo nos gustaba Cosas de niños!
El precio justo llegó para llenar el vacío dejado por la Ruperta a finales de los ochenta, y lo hizo con dignidad. Joaquín Prats nos dejó un legado: «a jugaaarrr». Eso, y a Beatriz Rico, Yvonne Reyes y Arancha del Sol, algunas de sus azafatas. Por cierto, la versión del concurso en Hispanoamérica fue Atínale al precio. ¿No hubiera sido mejor este nombre?
En los comienzos de los noventa ya había más canales que «la uno» y el UHF y con Telecinco llegó él, Jesús Puente, para sacar «al jardín» los trapos sucios más divertidos de los matrimonios de nuestra España en Su media naranja. También recordamos el concurso VIP, primero conducido por José Luis Moreno y después por Emilio Aragón que ya se había destapado como humorista en Ni en vivo ni en directo y que creó tendencia con su frac y sus zapatillas. Junto a él, Belén Rueda, Benavides… y las Cacao Maravillao, cuatro brasileñas que anunciaban un «colacao» que no existía. «Tengo miedooo, Emiiiliooo».
LOS PROGRAMAS QUE NOS HACÍAN REÍR
Sufrimos a Pedro Ruiz, que en esto del humor estaba en su salsa. En Como Pedro por su casa nos dejó a Pedrete, un Monchito de carne y hueso con babi escolar que salía de un libro gordo al grito de «¡Qué buena estás, Carolina!» para soltarnos un monólogo en verso con moralina incluida.
A finales de los ochenta, los viernes por la noche nos enchufábamos a Pero ¿esto qué es?, que llegó a presentarlo el galán de Cristal. A nosotros nos hacían gracia las torpezas de Pepe Viyuela y la sección habitual de Eloy Arenas. ¡Qué «horroróscopo», Dios mío! Aquí conocimos a un par de humoristas: Cruz y Raya, que tenían una emisora «que aunque debe nunca calla» en el programa de Telecinco Tutti Frutti la noche de los viernes, justo después de Sensación de vivir. Aquellas imitaciones de Andrés Aberasturi y el añorado Luis Mariñas nos hicieron desternillarnos, pero el programa nos gustaba por las Mama Chicho. Que si Chicho me toca, que si me defiendas…
Había nacido la tele-teta, pero lo mejor estaba aún por llegar. ¿Quién no se acuerda de las chicas Chin Chin de ¡Hay qué calor!? ¿Y de Jesús Gil conduciendo Las noches de tal y tal desde un yacusi rodeado de un harén de bellezas en biquini? Para colmo, colaboraban ¡Benny Hill! y Santiago-Rambo-Urrialde: «¡No siento las piernas, coronel Trautman!».
Nos partíamos la caja con Al ataque, de Alfonso Arús, los martes antes de Compañeros. De ahí salió una buena recua de friquis: el niño del mechero —«¿Quién ha siooo?, Sole, ¿a que te meto con el mechero?»—, la Pantoja de Puerto Rico, Carlos Jesús —¿O Christopher?—, el cazafantasmas Tristranbraker… Pero para tío raro, el señor Barragán, aquel viejo verde que nos hacía atragantarnos de risa a la hora de comer en No te rías que es peor. No tardamos mucho en comprarnos los culos de botella que usaba por gafas. En un año vendió más que Tchin Tchin Afflelou en toda su historia. Compartía chistes con Chiquito de la Calzada, el finstro pecador era el hombre del momento, y hasta le salió un hijo no reconocido, Crispín Klander. Este personaje fue el debut en la tele de Florentino Fernández en Esta noche cruzamos el Mississippi, presentado por Pepe Navarro y su retoño, Pepelu, Paspas.
LOS PRIMEROS REALITIES
«El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra…». Nos encantaba la cabecera del programa de seguridad vial La segunda oportunidad, aquella en la que un coche circula a toda pastilla por una carretera desierta y se estampaba contra un pedrusco enorme en mitad de la calzada… Hoy no te la crees.
Nuestros padres eran muy fans de Vivir cada día, que venía a ser el resultado de mezclar Callejeros, 21 días y un dramón más gordo que Los puentes de Madison. La verdad es que a veces nos atrapaba la historia, como los culebrones. Porque sí, vimos Los ricos también lloran, qué pasa.
Pero el reality que causó furor fue Quién sabe dónde. Primero Ernesto Sáenz de Buruaga —tengo que hablar con él de esto— y después Paco Lobatón buscaron a gente desaparecida. El caso que todos recordamos es el de Francisco Tojeiro, el señor gallego que contrataba a menudo los servicios de dos mujeres para hacer la «prespitación» y acababan por echarle «droja en el Cola Cao». Lo que no supimos era quién se había perdido…
Al mismo tiempo, en Telecinco, Julián Lago ponía de moda el polígrafo en televisión, al que se sometieron famosos como Antonia Dell’Atte, el Dioni, Ruiz-Mateos, Jesús Gil… Julián, que en gloria estés, no salía de los tribunales. Tampoco Ana Rosa Quintana, presentando el programa de juicios populares Veredicto, mientras José Luis Coll inauguraba los talk-shows con Hablando se entiende la gente.
Uno de los más vistos fue Código uno, con la periodista detective Margarita Landi, con pipa, y el poli de la tele, Manuel Giménez, con pelo blanco. Lo presentaba Arturo Pérez-Reverte:
—Hoy van a ver un programa realmente sangriento, con todo el horror que puedan imaginar y más. Es tan asqueroso que me niego a verlo. Adiós.
Y el tío se levantaba y se iba del plató. Quizá no le gustaba mucho lo que hacía.
LOS DE MÚSICA
El germen de Operación Triunfo, Gente Joven parió artistas como Francisco, María del Monte y Mecano. Pero nosotros éramos más de Aplauso. A finales de los setenta fue nuestra revista musical de los sábados por la mañana. Además de Teresa Rabal, Regaliz, Parchís, Enrique y Ana… por su plató pasaron todos los grupos de la movida: Pecos, ¡ABBA!, ¡los Jackson Five! ¡The Police! ¡AC/DC!… Ah, y en la sección «La juventud baila» conocimos a Miriam Díaz-Aroca.
El relevo lo tomaron Tocata, con el que descubrimos cuál era la música que les gustaba a los de octavo… ¡y en el que vimos a los Europe! Más adelante Rockopop; y cuando nos peinábamos como Brandon, el mellizo de Sensación de vivir, llegaron cuatro chavales con La quinta marcha. Solo nos acordamos de dos: Jesús Vázquez y Penélope Cruz. Después nos ponían Humor amarillo y Pressing catch, así que después de aquella sesión nos íbamos a comer ¡con mucha marcha!
LOS PROGRAMAS EDUCATIVOS
Somos la generación que arrasaba en el Trivial Pursuit, y buena parte de culpa la tienen unos bichos como Petete o MIM, un muñeco de trapo «virtual» de color chicle de sandía que copresentaba con Isabel Gemio el concurso Los sabios. Los equipos, padre e hijo, respondían a preguntas de ciencia y realizaban experimentos científicos en el plató. En 3, 2, 1… contacto, Sonia Martínez se subía a una buhardilla para jugar también con el Cheminova y nos contaba cómo funcionaba la ciencia. Y ahora, con recortes. Ah, de enseñarnos inglés se encargó un monstruo peludo de color verde: Muzzy. Bueno, o al menos lo intentó. De lo que siempre nos acordaremos es de Hi, I’m Muzzy, big Muzzy.
LOS QUE NOS HICIERON PASAR MIEDO
Ya hemos dicho que el doctor Jiménez del Oso nos hablaba de ovnis y de fantasmas en sus programas Más Allá y La puerta del misterio, y Chicho Ibáñez Serrador nos mandaba a la cama después de traumatizarnos con las películas de Mis terrores favoritos. ¿Cómo pudo este señor ser el padre de la Ruperta? Otras historias que nos daban mucho miedo eran las que nos contaban en La huella del crimen, porque además eran casos auténticos.
EL PRIMER PROGRAMA DE SEXO
Las primeras charlas subidas de tono las tuvimos con ella, qué se le va a hacer. En Hablemos de sexo, la doctora Ochoa —Anchoa para Martes y Trece— apareció en Televisión Española para eso, y ese mismo año Ángel Casas cerraba sus programas semanales con uno de los primeros estriptis que se recuerdan en la cadena pública: Un día es un día…
LA BOLA DE CRISTAL
¿Te imaginas cómo habría sido la EGB sin Maese Sonoro, la Bruja Truca, Maese Cámara o el Hada Vídeo luchando contra la pobreza, la guerra y el capitalismo? ¿Cómo sería nuestro mundo ahora sin la Bruja Avería? Es preferible no pensarlo. Ellos nos enseñaron que solos no podemos, con amigos sí, y nos recordaron que hay que desenseñar a desaprender cómo se deshacen las cosas. Todo lo demás nos importa un vatio.
BARRIO SÉSAMO
La gallina Caponata y el caracol Perejil le compraban también las chuches a Julián, pero no tardaron en marcharse a otro barrio —seguro que no mejor—. Entonces apareció un puercoespín gordo y rosado con cara de despistado que ocupó un pequeño chiscón abandonado… y ahí se quedó unos cuantos añitos, lo que duró buena parte de nuestra EGB.
Enseguida se hizo amigo del panadero, de sus vecinos, los hermanos Ruth y Roberto, de una tal Ana que un día pasaba por allí… y de Don Pimpón. ¿Qué demonios era Don Pimpón? El caso es que se lo pasaban en grande, todo el día pintando sin parar, «brochazo hacia arriba, brochazo hacia abajo» y «vuelta a empezar». Sin necesidad de tirahuevos ni otros juguetes similares. Aquel erizo es hoy un must de nuestra generación.
UN GLOBO, DOS GLOBOS, TRES GLOBOS
La bola de cristal salió de la imaginación de Lolo Rico, pero antes había sido la guionista de Un globo, dos globos, tres globos. Cada tarde llegábamos a casa con la lengua fuera para subirnos a ellos y dejarnos llevar muy alto, lejos de las clases, como si fuera el helicóptero de Tulipán. Entre cuentos, poesías de Gloria Fuertes, dibujos y concursos en blanco y negro María Luisa Seco nos presentaba, en la sección «Ábrete Sésamo», a unos tipos de trapo que se nos pegarían como a un velcro el resto de nuestra infancia. Ah, y también aprendimos a decir «Cantidubi dubi dubi, cantidubi dubi da» con el monstruo de Sanzchezstein.
EL GRAN CIRCO DE TVE
Nos abrieron las puertas de su loco mundo desde principios de los setenta hasta 1983, saludándonos al ya eterno grito de «¿Cómo están ustedes?»… «¡Bieeennnnnnn!», respondía España con entusiasmo desde el sofá, dispuesta a disfrutar con los disparatados sketchs de cuatro tipos medio divinos y totalmente chiflados: Miliki, Gabi, que era el que ponía el contrapunto de cordura, Fofito y Fofó, que se nos quedó en el camino y fue la primera vez que no lloramos de risa con ellos.
A Miliki, que también nos dejó hace poco, pudimos volver a verle a principios de los noventa con su hija Rita Irasema en La merienda, La guardería y Superguay, en Telecinco, y después, en una nueva edición de El gran circo de TVE.
UN, DOS, TRES
Los viernes no hacía falta ni que nos gritaran nuestras madres desde el balcón para que subiéramos a cenar. La Ruperta, la Botilde, el Chollo y el Antichollo, el Boom y el Crack. Kiko Ledgard y Mayra, según la época, fueron los conductores del programa, y don Cicuta y las Tacañonas, el lado oscuro.
A un lado, la azafatas y Kim, siempre Kim. Al otro, los concursantes, amigos y residentes en… Las preguntas y, «por veinticinco pesetas», las respuestas, la eliminatoria, el juego de consolación, la subasta… Ah, y los sufridores. Para entretenernos, Bigote Arrocet —«piticlín, piticlín»—, el Dúo Sacapuntas —«¿que cómo estaba la plaza? Abarrotá»—, la Bombi —«y eso duele»… «¿por qué será?»—, Beatriz Carvajal —alias la Pelos y Gafancia—, Eugenio… ¡Ozores! —«¡no, hijo, no!»—. Y hasta aquí puedo leer.
CAJÓN DESASTRE
Se acabó La bola de cristal. ¡No sin mis electroduendes! Eran lentejas, así que nos tuvimos que enganchar a los dibujos de Duckula, a la serie Alf y al humor absurdo de dos tarados que nos recordaban a Tip y Coll con hombreras: Faemino y Cansado, que ya habían debutado en el Un, dos, tres con un memorable chiste sobre un saltador de trampolín, un águila y unas uñas de los pies. Las pruebas de habilidad sobre patines las presentaba Miriam Díaz-Aroca embutida en ceñidas mallas o trajes de fiesta, a lo chica Martini. Aquello terminó por convencernos.
SABADABADÁ
A alguien se le pasaron las ganas de amargarnos el fin de semana con Pista libre y llegó Sabadabadá con Mayra Gómez-Kemp, Torrebruno y sus tigres y leones, la tía Josefina, que comía los filetes con cuchara, la marioneta Horacio Pinchadiscos… Después lo pasaron a los jueves por la tarde y se llamó Dabadabadá, y más tarde El Kiosko. Lo presentaba Verónica Mengod y Paco Micro, antes Horacio. Se pasaba el programa intentando ligar con la «pelipequirroja» presentadora.
EUROVISIÓN
A través de la caja tonta hemos vivido la boda de lady Di, la explosión del Challenger, el debut de Paquirrín sobre las tablas junto a la Pantoja, el «Yo te pego, leche» de Ruiz-Mateos… Pero si había un acontecimiento que reunía a toda la familia en torno a la Telefunken, ese era Eurovisión. No el festival de la OTI, no, ese era como de segunda división. Nos referimos al de José Luis Uribarri.
Sí, solo existía Televisión Española, no nos quedaba otra, pero aquel talent show se convirtió en casi una cuestión de Estado. Que no nos votara Francia era previsible después de volcar nuestros camiones de tomates en la frontera, pero que no lo hiciera Portugal era una afrenta, y nuestros padres cancelaban los planes de veranear en el Algarve. Para una vez que íbamos a salir de España…
LAS NOCHEVIEJAS
Después de asistir al estreno de la última superproducción publicitaria de Freixenet, antes de las campanadas, y después de resolver la incógnita de cuál sería el primer anuncio del nuevo año, que también era un acontecimiento, daba comienzo una bacanal de matasuegras, confeti y lentejuelas. Nosotros, que aún no estábamos para cotillones, arrampábamos con la bandeja de turrón y nos pegábamos a la pantalla, porque en los programas especiales de Nochevieja siempre pasaba algo de lo que todo el mundo hablaría el resto del año. Como cuando una tal Sabrina debutó en nuestras vidas con aquel «desbordante» tema: Boys, boys, boys. Nuestras madres nos miraron de reojo, confiando en que no nos hubiéramos dado cuenta del pequeño descuido de aquella señorita. Ingenuas… ¡Si hasta se nos había atragantado el mazapán!
Esas noches nos dejaban quedarnos hasta las mil. Aquella fiesta tenía muchos invitados, la mayoría fijos: Raphael, Francisco, Mecano, Miguel Bosé, Juan Pardo, José Luis Perales, La Década Prodigiosa, Mari Carmen y sus muñecos, José Luis Moreno y los suyos, Eloy Arenas, Gila, Arévalo, Juanito Navarro, Tip y Coll… Durante unas cuantas Nocheviejas los anfitriones fueron dos señores con unos tics raros que eran divertidísimos, y tontería que decían, tontería que después repetíamos hasta la saciedad. Martes y Trece nos hacían entrar en el nuevo calendario con el pie derecho y la sonrisa en todo lo alto.
PRESSING CATCH
Aprendimos a hacer un piquete de ojos y vimos el mítico combate entre Hulk Hogan y el Último Guerrero. Solo por eso no puede faltar en esta lista. El hombre del millón de dólares, los Sacamantecas, el Enterrador, André el Gigante, Terremoto Earthquake… ¿Con cuál ibas?
LAS DE NUESTROS PADRES
Siempre ha habido malos, pero estos se pasaban. Dallas nos tuvo en vilo con las intrigas de la familia Ewing. JR era el hijo mayor, y su maldad y avaricia no conocía límites. Todo por el puñetero petróleo. ¿Recuerdas quién le disparó a bocajarro? ¿Y al pánfilo de Bobby, que resucitó de entre los muertos? Fue la primera de una serie de culebrones estadounidenses de giros argumentales imprevisibles, lujo y luchas de poder. En Dinastía, que tuvo una escuela, Los Colby, también había negocios petrolíferos por medio. Krystle Carrington contra Alexis Carrington. Linda Evans contra Joan Collins. Rubia contra morena. Buena contra mala.
Y cuando no se mataban por el petróleo lo hacían por el vino. Falcon Crest es el nombre de la finca de la familia Channing, enfrentada a los Gioberti por un asunto de lindes de sus viñedos californianos. La mala malísima aquí era Ángela Channing, de la que no se fiaba ni Chu-Li, su criado chino. Y eso que sabía karate.
¿Y Falconetti? Con aquel parche en el ojo que le daba un aspecto aún más siniestro, el sicario de Hombre rico, hombre pobre se convirtió en el hombre del saco de la EGB, y nuestras madres nos amenazaban:
—Como no te lo comas viene Falconetti y te lleva.
O nos comparaban con él:
—Ese niño es más malo que Falconetti.
Otras miniseries que engancharon a nuestras madres fueron El pájaro espino y Norte y sur. La primera es la historia de un sacerdote dividido entre su vocación y una jovencita llamada Meggie Carson, aunque lo que realmente las cautivó fue Richard Chamberlain, el que hacía de pájaro. La segunda, la historia de dos amigos que se conocen en la mili y después se ven divididos por la guerra de Secesión norteamericana. Uno de ellos fue Patrick. Sí, Swayze.
Y por supuesto, los otros culebrones. El primero fue Los ricos también lloran, la historia de una cenicienta que da con sus huesos de sirvienta en la familia Salvatierra y acaba enamorándose del primogénito, Luis Alberto, del que su madre no conseguía hacer carrera. Pero el bum llegó con Cristal y, por supuesto, Luis Alfredo, que para nuestras madres estaba cañón. Contaba la historia de una pobre huerfanita que comienza a hacer sus pinitos en la agencia de modelos de Victoria Ascanio, a la sazón madrastra del tal Luis Alfredo, del que nuestra prota se enamorara, pero él está prometido con una tal Marion… Así empezaba. Les siguieron otros como Gabriela, Doña Beija, Caballo viejo, Topacio, Rubí, Abigail… Pero como las primeras, ninguna.
Todas estas series nos parecían divertidas e incluso las seguíamos, aunque no lo reconociéramos. Pero había otras con las que nos entraban hasta ganas de irnos a nuestra habitación a estudiar, como Crónicas de un pueblo, Los gozos y las sombras, Fortunata y Jacinta, La Barraca y Anillos de oro, que trataba de un bufete de abogados que llevaban casos de divorcio. Se acababa de legalizar en España y aquello fue toda una revolución, pero para nosotros era un auténtico rollo. Porque para abogado divertido, Juan Echanove en Turno de oficio, que se estrenó tres años después. Nos daba la risa tonta con el mote de su personaje: Pedete Lúcido.
LAS QUE VEÍAMOS EN FAMILIA
Los Roper, spin off de Un hombre en casa, aquellos vecinos entrometidos y gorrones —«¿Has visto a Thomas?», «¿Qué Thomas?» «Un whisky, gracias… jejé»—, su remake americano Apartamento para tres… En los setenta las sitcoms hogareñas también funcionaban. Enredos contaba la historia de dos familias, los Campbell, humildes, y los Tate, forrados, en una ácida parodia de los culebrones americanos de la época tan gamberra como La que se avecina. Con ocho basta fue un poco más ñoña, con la típica moralina final de cada episodio que tanto gusta a los yanquis.
El clan de los Ingalls echó a los Cartwright —Bonanza— de su rancho catódico, aunque no perderíamos de vista a Michael Landon, el cabeza de familia de La casa de la pradera. Regresaría con Autopista hacia el cielo convertido en un querubín de pantalón vaquero de cuello alto que se hacía más kilómetros que Willy Fog para recorrer el país de costa a costa obrando milagros. No importaba la edad o el sexo, la lágrima estaba asegurada.
Ya en los ochenta, La hora de Bill Cosby inauguró la moda de series de familias afroamericanas a la que se sumaron dos inquietantes pequeñajos como Webster y Arnold, El príncipe de Bel-Air… y Cosas de casa. Y así es como Urkel entró en nuestras vidas.
Con las cadenas privadas surgieron las primeras sitcoms nacionales modernas: Los ladrones van a la oficina, Canguros, Hermanos de leche, Ay, Señor, Señor, con Pajares y el debut de Javier Cámara, y por supuesto, Farmacia de guardia.
Sin salir del gremio, Emilio Aragón se puso la bata de Médico de familia y durante cuatro años el clan de los Martín fue el tema de conversación en ambulatorios, mercados y patios de colegio. Ninguna ganaría un Emmy, pero nos lo hicieron pasar pipa.
LAS DE POLICÍAS, DETECTIVES Y AGENTES SECRETOS
Éramos fans de esos personajes de gabardina gris y sombrero de ala ladeado, como Colombo, y bigote, como Mike Hammer, y de esos hombres que velan por la justicia en las calles, como los de Canción triste de Hill Street y Brigada central, o de polis como el teniente Teo Kojak, el de los chupa-chups rojos con chicle dentro. Pepe Carvalho, Starsky y Hutch y Los ángeles de Charlie eran las preferidas de nuestros padres, pero tenían dos rombos y nos mandaban a la cama a la voz de ¡Ar!
Solo nos dejaban ver Remington Steele. Nuestras madres fundaron un club de fans de Pierce Brosnan, aquel falso detective que resolvía casos a las órdenes de Laura Holt, que era la que de verdad sabía. Después se convirtieron en groupies quinceañeras de Don Johnson, Sonny Crokett, aquel chulazo con trajes de lino que luchaba contra la Corrupción en Miami con su inseparable compañero Ricardo Tubbs.
Y es que los dúos siempre han funcionado. En la agencia de detectives Luz de luna uno de los ingredientes era la tensión sexual entre los dos protagonistas, Cybill Shepherd y un actor idéntico a Bruce Willis pero con pelo. A nosotros nos hacía gracia su secretaria, la señorita Topisto. Era igualita a Cañizares, de Cámara café. Y luego estaban los que iban a su aire, como la parodia de James Bond, el Superagente 86, o Jessica Fletcher en Se ha escrito un crimen. Sería la abuela perfecta que todos hubiéramos querido tener de no ser gafe. Allá donde iba, asesinato al canto. ¿No te parecía bastante sospechoso?
LAS DE AVENTURAS Y LAS DE CIENCIA FICCIÓN
Nos imaginábamos en selvas impenetrables con Sandokán, o perdidos en la sabana con Orzowei, la versión perroflauta de Tarzán. Lo mejor era la música: «Or-zo-wei, laralalaralalá…». Alucinábamos con los paisajes futuristas de La fuga de Logan, Star Trek, Galáctica, Enano rojo… En aquellas series todo el presupuesto se iba en licra y papel de aluminio.
Otra que nos encantaba era el Planeta de los simios. ¿Un futuro apocalíptico en el que los monos dominan el mundo? ¡Eso era genial! En la categoría de bichos peludos también está Alf, un marciano comegatos y narizotas que a diferencia de ET no demostraba demasiado interés por volver a su casa, y Bigfoot y los Henderson, otro que se instaló en la de los susodichos y no se marchaba ni con agua caliente. Y nuestras madres que nos decían que no querían un perro en casa…
Pero si hubo una disparatadamente fantástica esa fue Un médico precoz, que narra la vida de Doogie Howser, un médico ¡de solo catorce años de edad!, que tenía tiempo para estudiar, hacer guardias, aguantar al cansino de su amigo Vinnie Delpino, obsesionado con las chicas y las camisas estampadas, y escribir un diario antes de irse a la cama en un Word de los antiguos. Aquello sí que no había quién se lo creyese.
LAS DE ACCIÓN Y LAS DE SUPERHÉROES
En la calle jugábamos a ser los hombres de Harrelson, el equipo A o MacGyver. También queríamos ser como David Hasselhoff. De mayorcitos envidiábamos su papel de Mitch Buchannon —el nombre mola, ¿eh?—, por eso de estar todo el día en la playa con Pamela Anderson y Carmen Electra. De canijos porque soñábamos que nuestra bicicleta fuera KITT. El coche fantástico inició una saga de vehículos con superpoderes. El halcón callejero era la historia de un llanero solitario sobre dos ruedas que se quedó en gorrión. Duró una temporada. ¿Y aquel helicóptero, El trueno azul, que no llegó a pedorreta? Era mucho mejor el artefacto de la serie El profesor Poopsnagle y el autobús volador, ese «que todos decían que nunca volaría… Bum-bum, chaca-chaca, bim-bam bing, esta es la canción que cantamos para ti». Qué recuerdos.
Para superpoderes los de La Superabuela, El gran héroe americano y El increíble Hulk. Lo único malo de esta serie era cuando el doctor Bruce Banner se transformaba en aquel mostrenco de color verde sofá de escay: daba grima mirarle a los ojos. Los Power Rangers no calaron mucho, pero les perdonamos porque nos recuerdan a Parchís.
Pero para héroe de infancia, el Robin Hood de la serranía de Ronda, Curro Jiménez. Nos pilló bien pequeños, y eso nos marcó, sobre todo a más de uno que se quedó con el mote de Algarrobo —el fiel escudero de maneras algo primitivas— para toda la vida.
LAS NUESTRAS
La bola de cristal nos trajo dos de las series que recordamos con más cariño, quizá porque éramos más tiernos que el Bimbo: Los Monsters y La pandilla. También nos parecía muy entrañable el profesor Shorofsky, que enseñaba música a Leroy y Danny Amatullo en Fama. Su muerte nos dolió, aunque no tanto como la de Chanquete. Ya teníamos callo.
Punky Brewster fue una versión pija de Pippi Langstrumpf. Una pijipi, vamos, pero muy mona. Ahora más. Algo parecido nos pasaba con Blossom, menos agraciada pero de esas que te ganan por simpatía. Todos esperamos que la siga conservando, porque le dio por estudiar y la vemos ahora en Big Bang Theory algo descuidada. Según cuenta Internet no siguió el método de Laly Ruiz, aquella señora de edad madura y aspecto apacible que sustituyó a Eva Nasarre en las clases de aeróbic matutinas de nuestras madres.
También las hubo que nos iban preparando para convertirnos en personas. «Crecer sucede en un latido. Un día estás en pañales, al siguiente ya no estás aquí». Era del último capítulo de Aquellos maravillosos años, que fue el Cuéntame de los americanos. Después nos dejaron fisgonear en El diario secreto de Adrian Mole, un adolescente inglés clavadito a Harry Potter que tenía por costumbre comprobar cada día el tamaño de su miembro viril y anotar la evolución en una gráfica.
Y no podemos olvidar, aunque quisiéramos, las series de nosotros, los chicos, llegamos a odiar con toda nuestra alma. Eh, chicas, estamos aquí… Y ellas a su rollo, babeando por Mike Seaver —Los problemas crecen—, Zack Morris y Slater —Salvados por la campana—, Dylan y Brandon Walsh —Sensación de vivir—… ¿Y nosotros qué hacíamos? Imitar aquellos flequillos, apuntarnos al gimnasio, dejarnos patillas… Ahora revisamos aquellos looks noventeros y pensamos: ¿estaba loco o qué?
La cosa no se detuvo ahí. Melrose Place, la secuela aburrida de Sensación de vivir, no les fue suficiente. Aún tenían huecos libres en sus carpetas para los chicos del instituto Siete Robles, de Al salir de clase, y para el rebelde-porque-el-mundo-me-ha-hecho-así de Compañeros, un tal Quimi. Claro que a nosotros quien nos gustaba era Valle, y todas se dejaron aquel peinado hachazo-en-mitad-de-la-cabeza con dos mechas rubias a ambos lados. Fue nuestra venganza, porque las únicas aventuras de instituto que nos gustaban eran las de Parker Lewis nunca pierde. ¡Sincronicemos relojes! Y tirábamos del flamante Casio con emisora de radio.
VERANO AZUL
Junto a Tito, Bea, Javi, Pancho, Piraña, Quique, Desi y Julia lloramos a lágrima viva con la mítica frase «¡Chanquete ha muerto!». Y cuando la repusieron poco después, otra llorera. ¡Y lo que nos costó comprender que era el personaje y no el actor el que había fallecido! Más momentos emotivos: cuando impidieron el desahucio de su hogar con aquel «¡Del Barco de Chanquete, no nos moverán!». De total actualidad, como los bañadores turbo de la época.
PIPI LANGSTRUMPF
Una niña con una fuerza sobrehumana, que vive sola en su casa sin tener que dar explicaciones a nada ni a nadie, con un caballo y ¡un mono! como mascotas, con un padre pirata que aparece entre aventura y aventura en alta mar. En resumen, aquella pelirroja pecosa vivía la infancia que todos queríamos tener.
V
Extraterrestres reptilianos ocultos bajo una apariencia humana que llegan a la Tierra en son de paz, ofreciendo su tecnología a cambio de determinados productos químicos. Hasta aquí, todo correcto. Hasta que el reportero Michael Donovan descubre sus verdaderas intenciones: acabar con toda el agua de la Tierra y utilizar a los humanos como fuente de alimento. Hasta que eso ocurriese les bastaba con comer tarántulas, palomas y, sobre todo, los ratones que engullían sin masticar. Hasta hicieron chucherías con forma de roedor y nos gustaba imitar a la comandante Diana. Pero por muy malvados que fuesen, ¿quién no forraba su carpeta con fotos de la líder alienígena? Bueno, ellas lo hacían con Donovan y, sobre todo, con el guaperas de la chupa de cuero, Kyle.
EL COCHE FANTÁSTICO
David Hasselhoff saltó a la fama con esta «trepidante aventura de un hombre que no existe en un mundo lleno de peligros» en la que interpretaba a Michael Knight. El caso es que el tal Michael es traicionado por un antiguo socio y está a punto de morir. Se despierta en una cama de hospital y no solo le han cambiado la cara sino que además tiene que trabajar para la Fundación para la Ley y el Orden. Al final le convencen porque le daban coche de empresa, KITT, que encima hablaba, y a partir de entonces se convierte en «un joven solitario embarcado en una humilde cruzada para salvar la causa de los inocentes, los indefensos, los débiles, en un mundo de criminales que operan al margen de la ley». Su jefe directo es un tal Devon Miles, que viaja a bordo de un tráiler taller donde cada vez que KITT sufría un pinchazo o le daban un golpe por detrás había una guapa mecánica enfundada en un mono de trabajo ajustado que lo reparaba.
EL EQUIPO A
Era escuchar aquella voz en off que abría cada capítulo y saborear la adrenalina en nuestra boca: «En 1972, un comando compuesto por cuatro de los mejores hombres del ejército americano…». La mente fría de Hannibal y su puro, M. A. Barracus y su miedo a volar, Murdock y sus locuras y el guaperas de Fénix. Estos soldados de fortuna eran en realidad un grupo de mercenarios de la justicia por cuenta propia al tiempo que eran perseguidos por medio país. Y el argumento funcionó. Solo nos defraudaron las últimas temporadas, cuando aceptaron una amnistía a cambio de hacer unos trabajitos para el Gobierno y cambiaron los actores que doblaban a nuestros personajes. ¡Ese no era Hannibal!
MACGYVER
Era lo que se llama un «manitas». Con un chicle, una cuerda, un mechero y un tubo te construía la máquina de matar perfecta. Lo que nos preguntábamos era por qué los malos siempre le recluían en un almacén de herramientas: ¡aquello era cavar su propia tumba! Le envidiábamos. Y además, era resultón, con lo cual ellas le veían como el marido perfecto. Ya no haría falta nunca más llamar al fontanero.
VACACIONES EN EL MAR
Historias de amor entrelazadas y pasadas por agua que siempre tenían un final feliz. Duró tanto que nos dio tiempo a ver crecer a la hija del capitán Stubing, a la que su padre enchufó después como relaciones públicas del barco. El médico era el ligón del grupo, y el papel del gracioso corría a cargo del camarero, Isaac Washington, que se hizo tan popular que grabó el anuncio de Trina piña colada: «Del Caribe la traigo yo».
EL GRAN HÉROE AMERICANO
Ralph Hinkley fue un superhéroe atípico. Torpe por naturaleza, le costaba Dios y ayuda controlar el traje de superpoderes que le regalaron unos extraterrestres. Era el Pepe Viyuela del catálogo de estos semidioses. Había perdido el manual de instrucciones, así que era lo que se podía llamar un superhéroe en prácticas al servicio del agente del FBI Bill Maxwell, que por cierto se daba un aire a George Bush. La Lois Lane era aquí la guapa Pam Davidson, a la que daba vida Connie Selleca. Nos sonaba su cara de verla en Hotel, una serie que veían nuestros padres. El caso es que muchos no recuerdan esta serie… hasta que les tarareas la canción: «Güilibinona aaaahh guoquinoné…».
TWIN PEAKS
A los pipiolos de la generación EGB nos mandaban a la cama cuando empezaba la sintonía —por lo de las pesadillas—. La emitían los jueves por la noche y la promocionaban a todas horas. Laura Palmer aparecía muerta en un pueblo de montaña y había un montón de sospechosos, a cual más raro. Todos nos preguntábamos quién la mató, pero no estamos seguros de que al final nos enteráramos. Aquello era como un Cluedo en el que todas las pistas eran falsas.
KUNG FU
¿Quién no recuerda al Pequeño saltamontes? Sus andanzas por Estados Unidos, a lo largo de tres temporadas, nos mostraron las claves del taoísmo a golpe de frase profunda. El argumento, un monje shaolín que huye de China tras matar al sobrino del emperador y es perseguido en su refugio de Estados Unidos por unos cazarrecompensas, era lo de menos. Lo de más: las enseñanzas del maestro Po, el ciego, y la cara de sieso de David Carradine, que luego sería el Bill de Kill Bill y moriría en extrañas circunstancias en un motel de Bangkok en un juego erótico seguramente muy poco taoísta.
Sí, aún nos siguen gustando, nos da igual que nuestros padres piensen que continuamos siendo unos inmaduros. Ellos no lo entienden. Hemos visto y vemos Los Simpsons, Futurama, Padre de familia, Bob Esponja y uno de nuestros últimos descubrimientos, el surrealista mundo de Hora de aventuras que habitan Jake el perro y Finn el humano. ¿Que por qué nos gusta? Porque están muy locos y porque la química entre los dos coleguis funciona como un tiro.
Es la misma fórmula con la que han triunfado cantidad de personajes de animación de la EGB: Scooby Doo y Shaggy, los Sherlock y Watson caninos, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol, Leoncio el León y Tristón, Pepe Pótamo y Soso, Capitán Cavernícola e hijo, Yogi y Bubu, Pierre Nodoyuna y Risitas en su auto loco… También funcionaban los que tenían su antihéroe, pero ahora preferimos a Tom, el Coyote y Silvestre antes que a Jerry, el Correcaminos y Piolín. Y antes que con Pixie y Dixie nos quedamos con el gato Jinks, que además era andalú —«¡Marditos roedore!»—. Y por supuesto, nos declaramos fanáticos del Pato Lucas, uno de los personajes animados más ácidos, malhumorados y divertidos que hemos visto y al que, por supuesto, también todo le salía al revés. Malditos productos Acme…
Otros que se dejaban querer a esas horas eran Calimero, la Gata loca —enamorada perdidamente del ratón Ignacio, que la correspondía a ladrillazos—, Pepe L’Amour, el Pájaro loco, el pingüino friolero Chilly Willy, la Hormiga atómica, don Gato, súper Ratón, las urracas parlanchinas, Speedy González… O los clásicos Disney: Mickey Mouse, el Pato Donald, Pluto, Goofy. Son los dibujos que devorábamos al mismo ritmo que la merienda nada más regresar del colegio en aquella época en que la televisión, a partir de las cinco de la tarde, era solo para nosotros.
Con las nuevas cadenas desembarcaron en nuestras pantallas unos cuantos héroes japoneses: los caballeros del Zodíaco, Son Goku y sus siete bolas de dragón… y Chicho Terremoto, aquel gamberro de medio metro enamorado de Rosita, obsesionado con las braguitas blancas y muy fan de pareados como «Aquí te espero, comiendo huevos, patatas fritas y un pomelo».
Las sobremesas de los sábados y los domingos eran citas a las que no podíamos faltar. Comando G, Mazinger Z, El osito Misha, Naranjito, Sport Billy, Ulises 31, Ruy, el pequeño Cid, Don Quijote de la Mancha, Heidi, Marco, Jackie y Nuca, Willy Fog, La pequeña Lulú, D’Artacan y los tres mosqueperros, Los Ewoks, David el Gnomo, El inspector Gadget, Los Diminutos, Los Snorkles… Otras como Los Trotamúsicos o La hormiga Fredy no eran precisamente dibujos de la Disney, pero ¿quién no se acuerda de Pincho, Gazpacho o Mochilo, aquellas frutas y hortalizas con patas de Los Fruitis? ¿Y de «ñam-ñam» Poti Poti y Gallofa, aquellas marionetas feístas de Los Aurones?
Por las tardes seguía la diversión con Los pitufos, La aldea del Arce, Banner y Flappy, Mi pequeño pony, Los osos amorosos, Los osos Gummi, Los Wuzzles, Vickie el vikingo, Pumuky, He-Man, Las Tortugas Ninja, La Pantera Rosa… O las marionetas que vivían en las cavernas de Fraggle Rock, unos extraños seres con mucha vida interior y una irresistible adicción a zamparse las construcciones de unos diminutos albañiles de color verde, los curris.
O algunas de las favoritas de las niñas, como Candy Candy o Dos fueras de serie, la de Juana Hazuki y Sergio, dos enamorados unidos por el voleibol y una técnica ultrasecreta: el ¡superataque! A nosotros nos impactó Campeones. ¿A que alguna vez intentaste hacer la catapulta infernal de los hermanos Derrick? Vale, no te saldría, pero tampoco necesitabas una semana para cruzarte el patio del recreo y llegar a la portería contraria.
MARCO
El padre de Marco atiende a los más pobres en un hospital de beneficencia en Italia y el sueldo no da para mucho, por lo que su madre decide emigrar a Argentina un tiempo para trabajar. Ante la falta de noticias, el pequeño, ni corto ni perezoso, hace el hatillo y con su mejor amigo, el mono Amedio, decide cruzar el Atlántico para encontrarla. Al final lo consigue, recurriendo en cada episodio a la consabida pero efectiva estrategia de provocar lástima combinada con la técnica del primate en el hombro para ligar. Una serie que nos dejó más traumados que Bambi, que ya es decir.
HEIDI
Heidi es una huerfanita al cuidado de su tía hasta que esta tuvo que marcharse a trabajar a la ciudad, por lo que la pequeña se queda incomunicada entre aquellas montañas con su severo y poco hablador abuelo. Y si aún nos quedaba alguna lágrima sin derramar, aparecía Clara, una niña en silla de ruedas que lleva una vida de encierro bajo la tutela de la inflexible señorita Rottenmeyer. Lo curioso es que en nuestra memoria siempre aparece la imagen de aquella niña de mejillas sonrosadas saltando feliz por el campo con su perro Niebla en plenos Alpes suizos. La procesión iría por dentro.
ÉRASE UNA VEZ…
Tuvo multitud de secuencias dado su éxito: Érase una vez… el hombre, el espacio, la vida, las Américas, los inventores y los exploradores. Conocimos la historia, el cuerpo humano o el espacio a través siempre de los mismos personajes: el viejo maestro barbudo, Pedrito, Flor, el gordo, Kira… y los malos, que ya podían ser un glóbulo, un indio centroamericano o la Edad Media en su conjunto que siempre estaban ahí para fastidiar como único leitmotiv. Tenían la nariz como un pimiento, lo que suele indicar problemas de salud.
DAVID EL GNOMO
Durante las excursiones al campo, mientras muchos niños buscaban gamusinos, algunos de nosotros nos escondíamos detrás de un árbol, muy quietos y callados por si les veíamos aparecer. O quizá a Lisa o incluso a Swiff, el zorro que nuestro barbudo héroe utilizaba como transporte. Aprendimos a cuidar el medio ambiente, a odiar a los trolls y a besarnos restregando las narices, pero nunca entendimos cómo podían ser siete veces más fuertes y ¡más veloces! que nosotros.
DRAGONES Y MAZMORRAS
Hank, Presto, Diana, Eric, Sheila y Bobby montan en la atracción que daba el nombre a la serie y aparecen por arte de magia en un reino de fantasía del que solo podrán volver con la ayuda del amo del calabozo, que les otorga unos poderes muy especiales. «A ver, tú el bárbaro, tú el arquero…; tú, acróbata… el mago… y venga, para ti el caballero». Aun así, lo tienen más difícil que ET para regresar a casa, sobre todo por el empeño del señor del Mal en aguarles la fiesta. Era más malo que todas las brujas malas juntas.
LA PANTERA ROSA
Como su propio nombre indica era una pantera de género masculino a pesar de su color rosa Barbie. Inteligente pero algo patosa, no hablaba por no pecar, pero siempre desquiciaba al abnegado inspector Clouseau. Se daba cierto aire a Bugs Bunny, solo que en lugar de zanahorias se llevaba a la boca un cigarrillo con boquilla francesa. Era un dibujo animado con mucho glam.
LA ABEJA MAYA
Otra de animales. Willy es un zángano con todas las de la ley que no se baña porque el agua está mojada. Flip, un grillo con frac y sombrero de copa que, como a su célebre colega Pepito, le encanta ir dando lecciones de moralidad. Tecla, una araña que nos recordaba a doña Rogelia. Y qué decir de Maya: una encantadora abeja que vive en un país multicolor incitando a todos sus habitantes a vivir mil y una aventuras.
FÚTBOL EN ACCIÓN
La caja tonta, que en aquellos años la verdad es que era superdotada, calentaba motores de cara al Mundial del 82. La sobremesa de los sábados nos enganchamos a esta serie protagonizada por nuestra mascota más universal, Naranjito, que mientras desgranaba la historia de los mundiales se corría unas buenas aventuras con su novia Clementina y sus amigos Citronio e Imarchi, un robot con una televisión en la barriga. Zruspa, el malo, tenía cara de Fu Manchú y era peor que un virus de Érase una vez la vida, aunque, a la hora de la verdad, daba menos miedo que la selección de Malta.
MAZINGER Z
Sigue suscitando acalorados debates entre los que ahora rondan los cuarenta años. Por ejemplo, en un hipotético duelo, ¿quién ganaría, Mazinger Z o Godzilla? Y otra cuestión de alcance. ¿Es cierto que Afrodita, su amiga robot, dijo alguna vez aquello de «Pechos fuera»? No hay una respuesta concluyente, pero al parecer se trata de una leyenda urbana. Lo que está claro es que a Mazinger le faltaba tiempo para sacar a pasear sus puños. Y cualquiera le tosía, con sus casi veinte metros de altura y sus ojos con rayos láser.
BOLA DE DRAGÓN
Como Dinastía, pero en dibus: infinita. Son Goku, en su búsqueda de las siete bolas de dragón, se enfrenta a todos los megamonstruos posibles por ser el más fuerte. Lo curioso es que los villanos más terribles, cuyas peleas duraban más que un partido de Campeones, poco después eran ninguneados por cualquiera, como Vegeta y Piccolo. Si tratábamos de evitar que el abusón del cole nos robara el bocadillo con la técnica de la onda vital, acabábamos perdiendo también los gusanitos y los cromos, y nos íbamos a casa con un nuevo mote: el friqui.
El hombre de la tónica Schweppes, el mayordomo de Tenn… Vinieron para quedarse, como todos los anuncios que permanecerán para siempre en nuestra memoria más profunda. Apenas rascamos un poco, aparece un señor con traje que aseguraba ser director general de Camp y estar muy orgulloso de Colón fórmula extra, y hasta se permitía el lujo de darnos un consejo para movernos en la vida. Sí, ese de «Busque, compare, y si encuentra algo mejor…».
Y es que aprendimos mucho durante los intermedios. Por ejemplo, a compartir: «tú el Pronto y yo el paño». También que «en las distancias cortas es donde un hombre se la juega», y que para enamorar a la chica del cole que nos gustaba lo mejor era un diamante, que es para siempre. Pero no nos llegaba la paga y como mucho podíamos ofrecerle una Chiquilín, que era nuestro particular estudias o trabajas. O regalarle su primera colonia, Chispas. O sorprenderla con ese juego de manos que no dejábamos de practicar frente al espejo: «¿Qué-es-eso? Eso-es-queso».
En las distancias cortas es donde un hombre se la juega, pero no eras precisamente el primo de Zumosol, y si nos rechazaba corríamos el riesgo de quedar como unos payasos de Micolor. No importaba. Si la chica nos daba calabazas, nuestra autoestima no se vería lastimada, porque alguna vez habíamos escuchado eso de que «el hombre y el oso…».
Nos íbamos haciendo mayores, y cambiaban los gustos. En la carta de los Reyes ya no cabía el Scalextric: queríamos ser Jacks, el más buscado. Y cuando soñábamos con una chica siempre era rubia, montaba a caballo y olía a limones del Caribe, como el desodorante Fa que se usaba en casa. La chispa de la vida, que no había hecho más que comenzar…