Parchís, of course, Parchís y sus coreografías de arcoíris. ¿Quién no ha discutido alguna vez por ser la ficha roja? Tino era el líder, y el Templeton Peck del grupo, y estábamos convencidos de que Yolanda, la amarilla, la que nos gustaba a todos, era su novia secreta. Se hincharon a vender discos y a grabar películas. Siete. El título de la primera, La guerra de los niños, fue toda una premonición, porque no tardó en salirles competencia. Se llamaba Regaliz y eran cuatro chavales, dos niños y dos niñas, con un estilo musical y una estética similar a la de las fichas de colores. Se dieron a conocer en Sabadabadá con la pegadiza El disc jockey campeón, dedicada a su presentador de trapo Horacio Pinchadiscos. A diferencia de Parchís, sus canciones tenían influencias más roqueras. Para bailar el Vaya mentira había que mover las caderas pero bien.

También teníamos que sudar de lo lindo girando el Súper disco chino filipino, aquel juguete que se puso de moda gracias a la promoción que Enrique y Ana le dieron con su canción. Era un dueto algo atípico: una niña de ocho años y un veinteañero. Pero arrasaron, y no había programa infantil si no estaban ellos. La temática de sus temas era muy variada. Igual nos saturaban los lagrimales con Amigo Félix y La gallina co-co-ua que se marcaban una oda a nuestras necesidades fisiológicas con Caca, culo, pedo, pis. Si triunfaron es porque supieron darnos lo que nos gustaba.

A quien también teníamos hasta en la sopa, por suerte, era a Torrebruno, el otro amigo de los niños de la EGB, además de Espinete, quizá por el extraño acento que tanto nos gustaba imitar y porque al ser bajito le veíamos mucho más cercano. En Sabadabadá desplegó todo su repertorio: Don Pelanas, Mi tía Josefina… Unas Navidades compartió programa, Mazapán, con Teresa Rabal. Con ella la vida se convertía en un juego: De oca a oca; Veo, veo… Y en una clase de Gimnasia: «Me pongo de pie, me vuelvo a sentar…». Acabábamos con agujetas.

Y Chispita, ¿cómo olvidar uno de nuestros primeros amores? Soñábamos con ser el único gorila de su película, y como Donkey Kong secuestrarla para vivir nuestro amor encaramados a la antena del Pirulí. También nos conformábamos con llevarla a dar La vuelta al mundo en góndola, pero se nos adelantaron Piraña y Tito y les cogimos algo de tirria. Después Piraña nos hizo mucha gracia cantando Comer, comer —le pegaba más que «estudiar, estudiar»— y cuando repusieron Verano azul ya les habíamos perdonado.

DAÑOS COLATERALES (1): LA MÚSICA DE LOS PADRES

Nuestros gustos musicales se veían complementados con las discografías de nuestros padres, que tuvieron el detalle de compartirlas con nosotros los fines de semana, fiestas y Navidades o en el coche camino de Torrevieja. Recurriendo al viejo método de «la letra con sangre entra» lograron que hoy nos sepamos de cabo a rabo esa eterna pregunta de José Luis Perales, ¿Y cómo es él?; Un sorbito de champán; de Juan Pardo, La Puerta de Alcalá de Ana Belén y Víctor Manuel; Vivir así es morir de amor, de Camilo Sesto; Soy un truhán, soy un señor, de Julio Iglesias; el eurovisivo Eres tú, de Mocedades; el Resistiré del Dúo Dinámico; el Torito guapo, del Fary… Y por supuesto, estas peleas interminables e inolvidables, que incluso escenificábamos, de los hermanos Pimpinela: «Por eso vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa… ¡y pega la vuelta!».

DAÑOS COLATERALES (2): LA MÚSICA DE LOS HERMANOS MAYORES

Por si con todo lo anterior no teníamos bastante, para rematarnos ahí estaban los discos y artistas que escuchaban los hermanos mayores y que, por jerarquía o por no sufrir un capón, tenían prioridad sobre los nuestros. Sufríamos los desamores quinceañeros de nuestra hermana, que suspiraba agarrada a la carátula del disco de Los Pecos. Si se trataba de nuestro hermano la cosa era más rumbera, y tarareábamos Para que tú lo bailes de Los Chichos, pedíamos a gritos Dame veneno, de Los Chunguitos, o mirábamos al cielo para ver Una paloma blanca, de Los Calis.

LA MÚSICA DEL WALKMAN

Crecíamos como si nos echaran abono «Plantavit, enano, Plantavit», muy rápido. La música que viajaba en el walkman ya no era la de aquellos grupos de la infancia. Esos vinilos se quedaron criando polvo en casa. ¿Y qué escuchábamos? Pues lo que grabábamos de la radio, sobre todo la de los 40 Principales. Era la que mejor se adaptaba a nuestro bolsillo. Aquello requería paciencia y reflejos para detener la grabación antes de que el locutor abriera la bocaza y pisara la canción, porque si no nos tocaba darle al rew, luego otra vez al play… ¿Y te acuerdas de cuando rebobinábamos las cintas con un boli para ahorrar pilas? Había que hacerlo, porque cuando se agotaban las canciones se volvían lastimeras hasta que al final se paraba la cinta. El autorreverse fue ya el invento del siglo. ¿Y la pantalla con radio digital? ¡Menuda caña! Los walkmans eran el futuro, aunque mantuvieran un pie en el pasado, como cuando se perdía la tapa de las pilas —siempre se perdía— y había que recurrir al rústico celofán para que el espectáculo siguiera adelante. Show must go oooon

Las discográficas copiaron aquellos mix caseros sin darnos siquiera nuestro porcentaje por derechos de autor. Así nació un recopilatorio mítico, ¡Boom! El disco de los éxitos, que resumiendo era como nuestras cintas TDK pero en bonito, sin locutores coñazo… y con muy poco criterio musical: eran capaces de juntar a Bertín Osborne, Rocío Jurado, Parrita, Los Chunguitos y Dyango con Hombres G, Tina Turner, David Bowie, Tennessee, Los Toreros Muertos… El caso es que la idea funcionó, porque el negocio duró bastantes años y salieron otros muchos más, sobre todo de música dance, acid y bakalao: Max Mix —«el megamix español»—, Bolero Mix, Máquina Total, Rambo Total, Lo + Duro

CUANDO FUIMOS ROQUEROS

Mi rollo es el rock fue un tema de Barón Rojo que dejó muy claro el espíritu que todos invocábamos en aquel momento. Cambiamos los pantalones vaqueros rotos por los de pitillo, luciendo canillas y pasándolas canutas para poder entrar y salir de ellos, y las J’hayber por las Yumas. Nos desgañitamos con Prepárate, va a estallar el obús, de los ídem, y demostramos que habíamos aprendido de Leño nuestras Maneras de vivir. Y conocimos a una entrañable anciana de pelo blanca y chupa de cuero, la abuela Ángeles, la Pasionaria del rock, que llegó a ser portada de uno de los vinilos de Panzer. Con todos ellos, además de Ángeles del Infierno y Ñu, la lengua castellana se volvió contundente.

LA MÚSICA DE LA MOVIDA

En el plano internacional dos artistas reinaban sobre el resto: Michael Jackson, con Thriller, y Madonna, que rebosaba sensualidad y picardía en Like a virgin. Las rivalidades musicales eran el pan de cada día, como si lo menos importante fuera la música: los pelirrojos de Simply Red y The Communards por su color del pelo, Spandau Ballet, Duran Duran y Bros por el corazón de las féminas, Sabrina y Samantha Fox por su capacidad torácica y si hablábamos de maquillajes y pelos cardados, ahí estaban Boy George y The Cure.

Las pistas de baile se llenaban cuando sonaban Pet Shop Boys, George Michael, Rick Astley o Prince con su empalagoso hasta decir basta Purple rain. En lo más alto del Olimpo de los románticos seductores, Glenn Medeiros y su Nohting’s gonna change my love for you y el irresistible bambino Eros Ramazzoti con su Si bastasen un par de canciones. Escuchamos hasta querer suicidarnos el The never ending story, de Limahl, y vivimos el fraude de Milli Vanilli, pura fachada, pues resulta que no eran ellos quienes cantaban. Tan falsos como su mirada de lentillas de colores.

En España teníamos estilos para dar y tomar. Así era la Movida, y nosotros pudimos ver a través de La bola de cristal, de Alaska, un adelanto de qué iba todo aquello. Los Toreros Muertos alborotaban el gallinero con su carácter desvergonzado mientras Loquillo viajaba con los Trogloditas en un Cadillac solitario. Gabinete Caligari les esperaba Al calor del amor en un bar mientras Mecano se colaba en todas nuestras fiestas, donde las chicas suspiraban con Hombres G y su Sufre mamón. Por si acaso, Los Inhumanos nos avisaban de lo difícil que era hacer el amor en un Simca 1000. Nos volvimos negros con Azul y Negro y aquella sintonía de la Vuelta Ciclista a España y caímos, con Radio Futura, Enamorados de la moda juvenil. Como esos chicos de ropa estrafalaria y enormes abanicos a juego llamados Loco Mía.

Los Secretos, La Frontera, Cómplices, Revólver… Nacha Pop, con el inolvidable Antonio Vega, nos contó la historia de la Chica de ayer, y Olé Olé, con la sex symbol Marta Sánchez al micro, la de Lilí Marlén. La Década Prodigiosa participaba en Eurovisión ¡con un tema inédito!, Made in Spain, y cantamos Sabor de amor hasta llegar a odiarla. Modestia Aparte nos dijo que eso Eran cosas de la edad.

FUIMOS RAPEROS

Las modas se sucedían. Un día entramos a la peluquería y salimos con un cepillo en la cabeza que ni Grace Jones. No nos quedaba más remedio que plantarnos una gorra, unas gafas de sol y unos pantalones tres tallas más grande… y ya teníamos nuestro kit de rimador de acera, por supuesto, con el inseparable radiocasete de doble pletina y subwoofer al hombro. El ritmo lo marcaban Public Enemy, Ice-T, las chicas de Salt-n-Pepa, Afrika Bambaataa… pero, sobre todo, MC Hammer con el pegadizo Can’t touch this. Tuvo una réplica, Vanilla Ice, ¡un blanco rapero!, que nos dejó a todos helados con Ice, ice baby. Y como Parchís y Regaliz, Backstreet Boys y New Kids On The Block se tomaron la música como una batalla —comercial— por ver cuál de los dos era el grupo de adolescentes más guapetón y marchoso.

CUANDO NOS GUSTABA EL BAKALAO

«Esta sí… Esta no… Esta me gusta, me la como yo». No trataba precisamente de deshojar una margarita, pero el tema de Chimo Bayo consiguió ser «tres, dos o uno», que diría Fernandisco. Era la época de la ruta del bakalao, aquellas peregrinaciones rocieras en coche, autobús, tren o jamelgo a los principales templos del sonido de entonces. Además del mencionado, se hicieron famosos unos cuantos DJ valencianos, como Paco Pil —¡Viva la fiesta!—. La música acid, precursora del bakalao, también nos hizo a muchos botar como locos. Igual que C & C Music Factory, representante del sonido dance más comercial. ¡Everybody dance now!

NUESTRAS DIEZ CANCIONES

ABRACADABRA

«¿Qué tiene esta bola que a todo el mundo le mola?». Sencillo. Era como un ordenador personal, podíamos ver cualquier videocasete, nos ponía música divina y todo «sin pilas ni enchufes a la red». Ah, y en ella vivía la Bruja Avería. «Zoom, zoom, culombio, culombio», la sintonía de La bola de cristal es el himno de la EGB por aclamación popular.

THRILLER

La canción molaba, pero lo que partió con la pana fue el vídeo. Un Michael Jackson con mejor color que en sus últimos años se transforma en zombi y monta una terrorífica rave con sus colegas. Pero lo más inquietante es el final, cuando todo parece quedar en un sueño de su novia… hasta que Michael se gira a la cámara y…

BARRIO SÉSAMO

«Na, na na, nananá, naaaa na na…». En el apartado de canciones sin letra, solo las sintonías de Barrio Sésamo, Verano azul y el himno de España han conseguido triunfar más que Sabrina en una gala de Nochevieja.

THE FINAL COUNTDOWN

Ahhhh, ¡qué himno! Con los acordes iniciales de «el tema» de Europe muchos aprendimos los primeros movimientos heavies: cabeza p’alante-cabeza para atrás. Todos corrimos a comprar el casete para luego descubrir que el resto de canciones se las podían haber dejado en Suecia.

AMIGO FÉLIX

Cada vez que oímos hablar del lobo, no del de Caperucita, nos acordamos de él. A Félix Rodríguez de la Fuente le perdimos en un accidente de helicóptero y Enrique y Ana le realizaron un merecido homenaje en nombre de todos los que hicimos la EGB.

HABÍA UNA VEZ UN CIRCO

«Que alegraba siempre el corazón, lleno de color, un mundo de ilusión, pleno de alegría y emoción…». Sí, así era el loco mundo de los payasos. Cuánto os echamos de menos.

COMANDO G

Los cinco preadolescentes con pintas de ser la precuela de los Power Rangers nos dejaron un tema imprescindible en los karaokes nostálgicos de las reuniones de antiguos compañeros de clase. Basta con que uno se arranque… «¡Siempre alerta estáaaaa!».

VERANO AZUL

Ya lo hemos dicho, otra canción sin letra que todos sabemos silbar de memoria. Es subirnos a una bici y aquello brota solo. Eso sí, ¿cuántos dientes de leche se perderían en el intento incrustados en el asfalto?

TIGRES, LEONES

Torrebruno era un auténtico showman y por su culpa poníamos la casa patas arriba, saltando, animando, vitoreando a los dos equipos, empeñados ambos en «ser los campeones». La cosa no estaba fácil. Los tigres eran «los más fuertes, los más duros de pelar». Los leones, «fardones, los más duros y los más melenudos». Al final los dos eran los mejores, mientras que nosotros nos quedábamos sin postre.

SUFRE MAMÓN

Quien no la haya cantado acordándose del que le levantó a su chica es que no ha tenido infancia… o chica. Luego nos parábamos a pensar: ¿hacer que se revuelva en polvos picapica? ¿Qué venganza es esa? Donde esté una buena bomba fétida… O mucho mejor, llamar a su telefonillo y salir corriendo. Que sufra.