Un gato le acariciaba la mejilla con una zarpa aterciopelada. Muy suavemente, pero con insistencia.
Darcy intentó quitárselo de encima, pero parecía que la mano pesara mil kilos. Y se trataba de un sueño, al fin y al cabo. Seguro. No tenían ningún gato. Aunque si hay suficientes pelos de gato en una casa, debe de haber uno en alguna parte, le dijo con razón su mente, que luchaba por despertar.
Ahora la pata le acariciaba el flequillo y la frente, y no podía ser un gato porque los gatos no hablaban.
—Despierta, Darce. Despierta, cariño. Tenemos que hablar.
La voz, tan suave y balsámica como la caricia. La voz de Bob.
Y no una zarpa de gato sino una mano. La mano de Bob. Solo que no podía ser él, porque había ido a Montp…
Abrió los ojos de golpe y allí estaba él, de acuerdo, sentado en la cama a su lado, acariciándole el rostro y el pelo como a veces hacía cuando se sentía un poco pachucha. Llevaba puesto un traje de tres piezas de Jos. A. Bank (compraba todos sus trajes allí, aunque la llamaba, en otra de sus semigraciosas expresiones, «Joss-Bank»), pero tenía el chaleco desabotonado y el cuello de la camisa abierto. Vio el extremo de la corbata asomando del bolsillo de la chaqueta como una lengua roja. El vientre le sobresalía por encima del cinturón, y su primer pensamiento coherente fue: Bobby, de verdad que tienes que hacer algo con tu peso, no es bueno para el corazón.
—¿Qué…? —Brotó casi como el incomprensible graznido de un cuervo.
Su marido sonrió y continuó acariciándole el pelo, la mejilla, la nuca. Se aclaró la garganta y probó otra vez.
—¿Qué haces aquí, Bobby? Deben ser… —Levantó la cabeza para mirar el despertador, lo cual no le sirvió de nada, por supuesto. Lo había girado de cara a la pared.
Bajó la vista a su reloj. Había estado sonriendo mientras la acariciaba para despertarla, y seguía sonriendo ahora.
—Las tres menos cuarto. Después de hablar contigo estuve sentado en mi estúpida habitación de motel casi dos horas, intentaba convencerme de que lo que estaba pensando no podía ser verdad. Solo que no he llegado a donde estoy eludiendo la verdad. Así que brinqué al Burban y me eché a la carretera. No había absolutamente nada de tráfico. No sé por qué no hago más viajes de madrugada. A lo mejor empezaré a hacerlo. Si no me encierran en Shawshank, claro. O en la Prisión Estatal de New Hampshire en Concord. Pero eso en cierta forma depende de ti. ¿No?
Su mano acariciándole el rostro. La sensación resultaba familiar, incluso su aroma resultaba familiar, y siempre le había encantado. Pero ya no, y no se debía únicamente a los espantosos descubrimientos de esa noche. ¿Cómo nunca había notado cuán posesivo, de un modo autocomplaciente, era su tacto? Eres una perra vieja, pero eres mi perra, parecía decir esa caricia. Solo que esta vez te has meado en el suelo, y eso es una cosa mala. De hecho, es una cosa Malota.
Le apartó la mano y se incorporó.
—Por el amor de Dios, ¿de qué estás hablando? Llegas a hurtadillas, me despiertas…
—Sí, dormías con la luz encendida; me fijé en cuanto doblé hacia la casa. —No existía culpabilidad alguna en su sonrisa. Nada siniestro, tampoco. Era la misma sonrisa dulce de Bob Anderson que ella había amado casi desde el primer momento. Por un instante su memoria evocó un destello de su noche de bodas, la ternura que había mostrado no apremiándola. Concediéndole tiempo para acostumbrarse a la novedad.
Lo mismo que va a hacer ahora, pensó.
—Nunca duermes con la luz encendida, Darce. Y aunque te has puesto el camisón, llevas el sujetador debajo, y eso tampoco lo haces nunca. Se te olvidó quitártelo, ¿no? Pobrecita. Pobre niñita cansada.
Le acarició brevemente los pechos; luego, gracias a Dios, alejó la mano.
—Además, has girado el despertador para no tener que ver la hora. Estabas alterada, y yo soy la causa. Lo siento, Darce. Desde lo más profundo de mi corazón.
—Comí algo que me sentó mal. —Fue lo único que se le ocurrió.
Bob sonrió pacientemente.
—Encontraste mi escondite especial en el garaje.
—No sé de qué estás hablando.
—Oh, hiciste un buen trabajo al volver a situar las cosas donde las encontraste, pero soy muy cuidadoso con estos temas, y la cinta adhesiva que coloqué sobre el pivote en el zócalo estaba rota. No te diste cuenta, ¿verdad? Normal. Es de esas que cuando se pegan son casi invisibles. Además, la caja estaba a tres o cuatro centímetros a la izquierda de donde la pongo; de donde siempre la pongo.
Hizo ademán de acariciarle de nuevo la mejilla, pero retiró la mano (aparentemente sin rencor) cuando ella volvió el rostro.
—Bobby, veo que algo te trae de cabeza, pero sinceramente, no sé lo que es. A lo mejor has estado trabajando mucho.
Su marido torció la boca hacia abajo en una mueca de tristeza, y se le humedecieron los ojos de lágrimas. Increíble. Darcy tuvo que reprimirse verdaderamente para no sentir lástima por él. Daba la impresión de que las emociones no constituían sino un hábito humano más, tan condicionado como cualquier otro.
—Supongo que siempre supe que este día llegaría.
—No tengo ni la más remota idea de lo que estás hablando.
Bob lanzó un suspiro.
—He tenido mucho tiempo para reflexionar sobre esto, cariño. Y cuanto más lo meditaba, cuanto más concienzudamente meditaba, más me convencía de que solo existía una pregunta que necesitara respuesta: QHD.
—Yo no…
—Silencio —ordenó, y le posó un suave dedo sobre los labios. Percibió olor a jabón. Debía de haberse duchado antes de abandonar el motel, algo muy del estilo de Bob—. Te lo contaré. Lo confesaré todo. Creo que, en el fondo, siempre he querido que lo supieras.
¿Que siempre había querido que ella lo supiera? Cielo Santo.
Quizá aún le aguardaran cosas peores, pero esta era con mucho la más horrible hasta el momento.
—No quiero saberlo. Sea lo que sea lo que se te ha metido en la cabeza, no quiero saberlo.
—Noto algo distinto en tus ojos, cariño, y he llegado a ser muy bueno leyendo los ojos de las mujeres. Me he convertido casi en un experto. QHD significa Qué Haría Darcy. En este caso, Qué Haría Darcy si encontrara mi escondite especial, y lo que hay dentro de mi caja especial. Siempre me ha encantado esa caja, por cierto, porque me la regalaste tú.
Se inclinó hacia delante y le plantó un rápido beso entre las cejas. Tenía los labios húmedos, y por primera vez en su vida le repugnó sentir su contacto sobre la piel. Se le ocurrió que podría estar muerta antes de que saliera el sol. Porque las mujeres muertas no contaban historias.
Aunque, pensó, procuraría asegurarse de que no «sufriera».
—Primero, me pregunté si el nombre de Marjorie Duvall significaría algo para ti. Me habría gustado contestar a esa pregunta con un gran no, pero a veces uno tiene que ser realista. No eres la adicta a las noticias número uno del mundo, pero he vivido contigo lo suficiente para saber que sigues los sucesos importantes en la tele y en los periódicos. Pensé que te sonaría el nombre, y aunque no fuera así, pensé que reconocerías la foto del carnet de conducir. Además, me dije, ¿no sentiría curiosidad por saber por qué guardaba esos documentos? Las mujeres siempre son unas curiosas. Fíjate en Pandora.
O en la esposa de Barba Azul, pensó ella. La mujer que echó una ojeada al cuarto cerrado con llave y encontró las cabezas cortadas de todas sus predecesoras en el matrimonio.
—Bob, te juro que no tengo ni idea de lo que…
—Por tanto, lo primero que hice al llegar fue arrancar tu ordenador, abrir Firefox, ese es el navegador que utilizas siempre, y comprobar el historial.
—¿El qué?
Se rio entre dientes como si ella se hubiera regodeado con una expresión excepcionalmente ingeniosa.
—Ni siquiera sabes lo que es. Me lo figuraba, porque cada vez que lo reviso está todo allí. ¡Nunca lo limpias! —Y volvió a reírse, como haría un hombre cuando una esposa exhibiera un rasgo de su personalidad que le resultara particularmente simpático.
Darcy empezó a sentir una débil convulsión de ira. Algo probablemente absurdo, considerando las circunstancias, pero innegable.
—¿Revisas mi ordenador? ¡Eres un fisgón! ¡Un sucio fisgón!
—Claro que lo reviso. Tengo un amigo muy malo que hace cosas muy malas. Un hombre en una situación así ha de mantenerse al corriente de las actividades de los más próximos a él. Y desde que los niños se fueron de casa, esos son tú y solo tú.
¿Amigo malo? ¿Un amigo malo que hace cosas malas? Su cabeza flotaba, pero una cosa parecía demasiado clara: no serviría de nada seguir negándolo. Darcy lo sabía, y Bob sabía que ella lo sabía.
—No solo has estado indagando sobre Marjorie Duvall. —No percibió ninguna vergüenza en su voz, ni que se hubiera puesto a la defensiva, solo un horrible pesar por haber llegado a esto—. Has indagado sobre todas las demás. —Entonces se echó a reír y exclamó—: ¡Ups!
Darcy se sentó contra el cabecero de la cama, lo cual la alejaba ligeramente de él. Eso estaba bien. La distancia era buena. Tras todos esos años acostada a su lado, cadera con cadera y muslo con muslo, y ahora la distancia era buena.
—¿Qué amigo malo? ¿De qué estás hablando?
Ladeó la cabeza, la expresión corporal de Bob que significaba «Te noto un poco espesa, pero de un modo gracioso».
—Brian.
Al principio no supo a quién se refería, y creyó que debía tratarse de alguien del trabajo. ¿Posiblemente un cómplice? A primera vista no parecía probable, habría asegurado que Bob era un desastre para hacer amigos, tanto como ella misma, pero los hombres que cometían actos de ese tipo a veces tenían cómplices. Los lobos cazaban en manada, después de todo.
—Brian Delahanty —dijo—. No me digas que te has olvidado de Brian. Te hablé sobre él después de que me contaras lo que le pasó a Brandolyn.
Se quedó boquiabierta.
—¿Tu amigo del instituto? ¡Bob, está muerto! Le atropello un camión mientras jugaba al béisbol y está muerto.
—Bueno… —La sonrisa de Bob derivó en una mueca contrita—. Sí… y no. Contigo casi siempre me refería a él como Brian, pero no es así como le llamaba en el instituto, porque odiaba ese nombre. Le llamaba por sus iniciales. Le llamaba BD.
Empezó a preguntarle qué tenía que ver eso con el precio del té en China, pero entonces lo entendió. Por supuesto que sí. BD.
Beadie.