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El viejo detective recorrió el camino de entrada despacio y con prudencia, cuidándose del hielo. El andar de un anciano. Realmente debería utilizar bastón, pensó Darcy. Pasaba por delante del morro del coche, aún con la vista baja, pendiente de las placas de hielo, cuando ella pronunció su nombre. Ramsey se volvió, enarcando las tupidas cejas.

—Cuando mi marido era un muchacho, tenía un amigo que murió en un accidente.

—¿De veras? —Las palabras brotaron en una bocanada de blanco invernal.

—Sí —dijo Darcy—. Podría buscar lo que ocurrió. Fue muy trágico, a pesar de que no era un muy buen chaval, según mi marido.

—¿No?

—No. Era de los que albergan fantasías peligrosas. Se llamaba Brian Delahanty, pero de niños Bob le llamaba BD.

Ramsey permaneció parado junto a su coche durante varios segundos, procesando la información. Entonces asintió con la cabeza.

—Muy interesante. A lo mejor echo un vistazo al suceso en mi ordenador. O a lo mejor no; fue hace mucho tiempo. Gracias por el café.

—Gracias por la conversación.

Se quedó observando mientras se alejaba calle abajo (conducía con la confianza de un hombre mucho más joven, notó, probablemente porque sus ojos seguían siendo agudos) y a continuación entró en casa. Se sentía más joven, más ligera. Se acercó al espejo del vestíbulo. No vio nada salvo su propio reflejo, y eso era bueno.