No tomaron una botella del carísimo Moët et Chandon sino dos, y Bob se bebió la mayor parte. En consecuencia, fue Darcy quien condujo de vuelta a casa en su pequeño Prius, que emitía un casi inaudible runrún; Bob ocupaba el asiento del pasajero, cantando «Pennies from Heaven» con voz afinada pero no especialmente melódica. Estaba borracho, notó Darcy. No solo achispado, sino verdaderamente borracho. Era la primera vez que lo veía así en diez años. Normalmente vigilaba su ingesta de alcohol como un halcón, y a veces, cuando en una fiesta alguien le preguntaba por qué no bebía, citaba una frase de Valor de Ley: «No pondría en mi boca un ladrón para que me robase el intelecto». Sin embargo, esta noche, exaltado por el descubrimiento de la moneda con doble acuñación, había permitido que el intelecto le fuese robado, y la mujer comprendió lo que tenía intención de hacer en cuanto su marido pidió aquella segunda botella de champán. En el restaurante no había estado segura de poder llevarlo a cabo, pero al escucharle cantar en el camino de regreso a casa, lo supo. Claro que podría hacerlo. Darcy era ahora la Esposa Oscura, y la Esposa Oscura sabía que lo que Bob consideraba un golpe de buena suerte para él, en realidad había sido para ella.