14

Un día inusitadamente cálido para la época, dos semanas antes de Navidad, Bob se presentó en casa a media tarde, voceando el nombre de Darcy. Ella estaba en el piso de arriba, leyendo un libro. Lo soltó en la mesilla de noche (junto al espejo de mano que ahora residía permanentemente allí) y se precipitó por el pasillo hasta el rellano. Su primer pensamiento (mezcla de terror y alivio) fue que por fin se había acabado. Bob había sido descubierto. Pronto aparecería la policía. Se lo llevarían, y después regresarían para formularle las dos antiguas preguntas: ¿qué sabía, y desde cuándo lo sabía? Las furgonetas de las noticias aparcarían en la calle. Hombres y mujeres jóvenes con el pelo perfecto informarían en directo desde delante de su casa.

Excepto que no percibió miedo en su voz; reconoció lo que era antes incluso de que alcanzara el pie de la escalera y levantara su rostro hacia ella. Era entusiasmo. Quizá incluso júbilo.

—¿Bob? ¿Qué…?

—¡No te lo vas a creer! —El abrigo le caía abierto de los hombros, tenía la cara completamente enrojecida, desde las mejillas hasta la frente, y su escaso pelo volaba en todas direcciones. Como si hubiera conducido a casa con todas las ventanillas del coche bajadas. Habida cuenta de la cualidad primaveral del aire, Darcy lo suponía posible.

Descendió las escaleras cautelosamente y se detuvo en el primer escalón, que los dejaba ojo con ojo.

—Cuéntame.

—¡Una suerte de lo más asombrosa! ¡De veras! Si necesitaba una señal de que volvía a estar en el buen camino, de que los dos lo estábamos, oh, chica, ¡es esta! —Le tendió las manos. Cerraba los puños con los nudillos apuntando hacia arriba. Sus ojos centelleaban. Casi danzaban—. ¿Qué mano? ¡Elige una!

—Bob, no quiero jugar a…

—¡Elige una!

Ella señaló su mano derecha, únicamente para terminar cuanto antes. Bob se echó a reír.

—Me lees la mente…, pero siempre has poseído esa capacidad, ¿verdad?

Giró el puño y lo abrió. En la palma descansaba una única moneda, con el reverso hacia arriba, de modo que pudo distinguir que era un penique de trigo. No cabía duda de que había estado en circulación, pero aún se hallaba en un magnífico estado. Suponiendo que no presentara arañazos en la cara de Lincoln, creía que podría calificarla como BC+ o MBC. Hizo ademán de cogerla, pero se detuvo. Bob le indicó con la cabeza que adelante. Le dio la vuelta, bastante segura de lo que encontraría. Nada más podía explicar su emoción de forma aceptable. Vio lo que esperaba: una fecha duplicada de 1955. Una doble acuñación, en términos numismáticos.

—¡Dios Santo, Bobby! ¿Dónde…? ¿La has comprado? —Una doble acuñación del 55 no puesta en circulación se había subastado recientemente en Miami por más de ocho mil dólares, estableciendo un nuevo récord. Esta no se hallaba en tan buen estado, pero ningún tratante de monedas con medio cerebro se habría desprendido de ella por menos de cuatro.

—¡Dios, no! Varios compañeros me invitaron a comer en ese tailandés, Promesas del Este, y me faltó poco para acompañarles, pero estaba trabajando en la puñetera cuenta de Vision Associates, ya sabes, ¿recuerdas que te lo comenté? Así que le di a Monica diez pavos para que fuera a buscarme un bocadillo y un Fruitopia al Subway. Me lo trajo con el cambio metido en la bolsa. Y al vaciarla… ¡allí estaba! —Le arrancó el penique de la mano y lo sostuvo sobre la cabeza, alzando el rostro y riéndose.

Darcy se unió a sus risas, y entonces pensó (como hacía a menudo esos días): ¡NO «SUFRIÓ»!

—¿No es genial, cariño?

—Sí —respondió ella—. Me alegro por ti.

Y, raro o no (perverso o no), era cierto. Bob había tramitado la venta de varias en el transcurso de los años y podría haberse comprado una en tiempos pasados, pero eso no era lo mismo que encontrarse una. Incluso le había prohibido a Darcy que se la regalara por Navidad o por su cumpleaños. El gran hallazgo accidental constituía uno de los momentos de mayor júbilo de un coleccionista, así se lo había asegurado durante su primera conversación real, y ahora poseía lo que había estado buscando toda su vida entre puñados de cambio. El anhelo de su corazón había caído de una bolsa de papel blanco junto con un bocadillo de pavo y beicon.

Bob la envolvió en un abrazo. Ella le devolvió el gesto; luego lo apartó con delicadeza.

—¿Qué vas a hacer con ella, Bobby? ¿Guardarla en un cubo de lucita?

Se trataba de una broma, y él lo sabía. Amartilló una pistola de dedos y le disparó a la cabeza. Lo cual estaba bien, porque uno no «sufría» cuando le pegaban un tiro con una pistola imaginaria.

Darcy continuó sonriéndole, pero ahora le veía otra vez (después de aquel breve y afectuoso lapso) como lo que era: el Marido Oscuro. Gollum, con su tesoro.

—Ya lo sabes. Voy a hacer una foto, a colgarla en la pared, y después guardaré el penique en la caja fuerte. ¿Qué opinas, BC+ o MBC?

Ella lo volvió a examinar, luego le dirigió una sonrisa compungida.

—Me encantaría decir MBC, pero…

—Sí, lo sé, lo sé… y no debería importarme. Se supone que uno no le mira los dientes a un caballo regalado, pero es difícil resistirse. Aunque mejor que BC, ¿correcto? Tu opinión sincera, Darce.

—Mi opinión sincera es que volverás a hacerlo.

—Mejor que BC, definitivamente.

La sonrisa de Bob se desvaneció. Por un instante estuvo segura de que había adivinado sus pensamientos, pero debería haber sabido mejor; a este lado del espejo ella también podía guardar secretos.

—No es una cuestión de calidad, de todas formas. Se trata del hallazgo. De no haberla conseguido en una tienda de compra-venta ni seleccionado de un catálogo, sino de haberla encontrado cuando menos lo esperaba.

—Lo sé. —Ella sonrió—. Si mi padre estuviera aquí ahora mismo, ya habría descorchado una botella de champán.

—Me ocuparé de ese pequeño detalle esta noche durante la cena —contestó él—. Y no en Yarmouth. Nos vamos a Portland. A la Perla de la Orilla. ¿Qué dices?

—Oh, cariño, no sé…

La asió ligeramente por los hombros como acostumbraba cuando quería que ella entendiera que hablaba realmente en serio sobre algo.

—Venga, va a ser una noche templada, lo bastante para lucir tu vestido de verano más bonito. Oí el pronóstico cuando venía hacia aquí. Y te pagaré todo el champán que seas capaz de beber. ¿Cómo puedes decir que no a un trato así?

—Bueno… —Lo meditó. Entonces sonrió—. Supongo que no puedo negarme.