12

Su marido había entrenado en la Liga Infantil (también junto a Vinnie Eschler, aquel maestro de los chistes de polacos y los envolventes abrazos de hombre) en la época en que Donnie jugaba de paracorto en el equipo de la Ferretería Cavendish, y Darcy aún recordaba lo que Bob dijo a los chicos —muchos de los cuales lloraban— después de perder la final del campeonato del Distrito 19. Debía de haber sido en 1997, en torno a un mes antes de que Bob asesinara a Stacey Moore y la introdujera en el depósito de maíz. La charla que le dio a aquel grupo de abatidos y gimoteantes muchachos había sido breve, sabia, y (Darcy así lo había creído entonces, y continuaba pensándolo tres años más tarde) increíblemente amable.

«Sé lo mal que os sentís, chicos, pero el sol seguirá saliendo mañana. Y entonces os sentiréis mejor. Y cuando salga el sol pasado mañana, un poco mejor todavía. Esto no es más que una parte de vuestras vidas, y ya ha pasado. Habría sido mejor ganar, pero de una forma u otra, ya ha pasado. La vida continúa».

Igual que había continuado la vida de Darcy, tras su malhadada visita al garaje en busca de pilas. Cuando Bob regresó del trabajo después de su primer día en casa (ella no podía soportar la idea de salir, temerosa de que su rostro proclamara en letras mayúsculas todo cuanto sabía), dijo:

—Cariño, respecto a la noche pasada…

—Anoche no pasó nada. Viniste a casa antes de tiempo, eso es todo.

Bob agachó la cabeza de aquella forma tan infantil que tenía, y cuando volvió a alzarla, una gran sonrisa de agradecimiento le iluminaba la cara.

—Está bien, entonces —dijo—. ¿Caso cerrado?

—Libro cerrado.

—Danos un beso, preciosa —pidió, abriendo los brazos.

Así lo hizo, preguntándose si su marido las habría besado a ellas.

Hazlo bien, usa de verdad esa instruida lengua tuya, y no te rajaré, lo imaginaba diciendo. Pon todo tu corazoncito arrogante en ello.

La alejó de sí, con las manos aún en sus hombros.

—¿Seguimos siendo amigos?

—Amigos.

—¿Segura?

—Sí. No he preparado cena, y no me apetece salir. ¿Por qué no te pones una ropa más cómoda y vas a buscar una pizza?

—Vale.

—Y no olvides tomarte el Omeprazol.

Le brindó una sonrisa radiante.

—Descuida.

Le observó mientras subía las escaleras dando saltos, y pensó en decir: «No hagas eso, Bobby, no pongas a prueba tu corazón de esa manera».

Pero no.

No.

Que lo pusiera a prueba cuanto quisiera.