En 2006, Gracie, la hija de Tom, cayó víctima de una piorrea y perdió todos los dientes. También perdió el sentido del olfato. Una noche, poco después, durante la cena semanal de los Goodhugh y los Streeter (solo asistieron los dos hombres; la enfermera de Carl había sacado al hijo a una «excursión»), Tom Goodhugh rompió en lágrimas. Había renunciado a la cerveza artesanal en favor de la ginebra (Bombay Sapphire), y estaba muy borracho.
—¡No entiendo lo que me está pasando! —Admitió entre sollozos—. Me siento…, no sé…, ¡como el puto Job!
Streeter le rodeó con sus brazos y le consoló. Le dijo a su viejo amigo que las nubes siempre llegaban, pero que tarde o temprano se iban.
—¡Bueno, pues estas nubes ya llevan aquí la hostia de tiempo, joder! —lloró Goodhugh, y aporreó la espalda de Streeter con un puño cerrado. Streeter no le dio importancia. Su viejo amigo no era tan fuerte como había sido en otra época.
Charlie Sheen, Tori Spelling y David Hasselhoff se divorciaron, pero en Derry, David y Janet Streeter celebraron su treinta aniversario de boda. Hubo una fiesta. Hacia el final, Streeter escoltó a su esposa afuera. Tenía preparado fuegos artificiales. Todo el mundo aplaudió a excepción de Carl Goodhugh. El muchacho lo intentó, pero no acertaba a chocar las manos. Finalmente el antiguo estudiante de Emerson desistió de esa cosa de las palmadas y apuntó al cielo, ululando.
En 2007, Kiefer Sutherland ingresó en prisión (no por primera vez) por conducir en estado de embriaguez, y el marido de Gracie Goodhugh Dickerson murió en un accidente de tráfico. Un conductor borracho invadió el carril de Andy Dickerson cuando este volvía a casa del trabajo. La buena noticia fue que el borracho no era Kiefer Sutherland. La mala fue que Gracie Dickerson estaba embarazada de cuatro meses y arruinada. Su marido había dejado vencer el seguro de vida para ahorrar gastos. Gracie se mudó con su padre y su hermano Carl.
—Con la suerte que tiene, ese bebé nacerá deforme —comentó Streeter una noche en la cama, después de hacer el amor con su mujer.
—¡Calla! —gritó Janet, sobresaltada.
—Si lo dices en voz alta, no se hace realidad —explicó Streeter, y pronto los dos conejitos hociquitos estuvieron dormidos uno en brazos del otro.
Aquel año donó al Fondo Infantil un cheque por valor de treinta mil dólares. Streeter lo firmó sin el menor reparo.
El bebé de Gracie vino al mundo en febrero de 2008, en plena tormenta de nieve. La buena noticia fue que no nació deforme. La mala fue que nació muerto. Aquel condenado defecto cardíaco de la familia. Gracie —sin dientes, sin marido, e incapaz de oler nada— cayó en una profunda depresión. Streeter opinaba que eso demostraba su cordura. Si se hubiera paseado por ahí silbando «Don’t Worry, Be Happy», habría aconsejado a Tom que guardara bajo llave todos los objetos afilados de la casa.
Un avión que transportaba a dos miembros de la banda de rock Blink-182 se estrelló. Mala noticia, cuatro personas murieron. Buena noticia, los rockeros lograron sobrevivir, para variar…, aunque uno de ellos moriría no mucho más tarde.
—He ofendido a Dios —dijo Tom durante una de las cenas que los dos hombres ahora llamaban sus «noches de soltero». Streeter había traído espaguetis de Cara Mama, y dejó su plato limpio. Tom Goodhugh apenas si tocó el suyo. En la otra habitación, Gracie y Carl estaban viendo American Idol, Gracie en silencio, el antiguo estudiante de Emerson ululando y farfullando—. No sé cómo, pero lo he hecho.
—No digas eso, porque no es cierto.
—Tú eso no lo sabes.
—Sí que lo sé —contestó Streeter con rotundidad—. Es una estupidez.
—Si tú lo dices, compadre. —Los ojos de Tom se llenaron de lágrimas, que rodaron por sus mejillas. Una se aferró a la línea de su mandíbula sin afeitar, osciló allí durante un instante, y luego cayó con un plink en sus espaguetis sin comer—. Gracias a Dios por Jacob. Él está bien. Ahora trabaja para una cadena de televisión, y su mujer se encarga de la contabilidad del Brigham & Women’s. Ven a May de vez en cuando.
—Una noticia estupenda —dijo Streeter calurosamente, pero esperando que Jake no contaminara a su hija con su compañía.
—Y todavía vienes a verme. Entiendo por qué no viene Jan, y no le guardo rencor, pero… espero con ansia estas noches. Son como un enlace a los viejos tiempos.
Sí, pensó Streeter, los viejos tiempos, cuando tú lo tenías todo y yo tenía cáncer.
—Siempre podrás contar conmigo —contestó, y apresó una de las ligeramente temblorosas manos de Goodhugh entre las suyas—. Amigos hasta el final.
¡2008, qué año! ¡Hostia bendita! ¡China albergó los Juegos Olímpicos! ¡Chris Brown y Rihanna se convirtieron en conejitos hociquitos! ¡Los bancos quebraron! ¡La bolsa se vino abajo! Y en noviembre, la Agencia de Protección Medioambiental clausuró el Monte Trashmore, la última fuente de ingresos de Tom Goodhugh. El gobierno manifestó su intención de intervenir judicialmente en asuntos relacionados con la contaminación de los acuíferos subterráneos y los vertidos ilegales de residuos sanitarios. El Derry News insinuó que se podrían emprender incluso acciones penales.
Streeter a menudo conducía por la Extensión de Harris Avenue a última hora de la tarde, en busca de cierta sombrilla amarilla. No quería negociar; solo quería darle a la lengua. Sin embargo, nunca divisó la sombrilla ni a su dueño. Se mostró decepcionado, pero no sorprendido. Los mercaderes eran como tiburones; debían moverse continuamente o morirían.
Extendió un cheque y lo envió al banco de las Caimán.
En 2009, Chris Brown le pegó una paliza a su Conejito Hociquitos Número Uno tras la fiesta de los Premios Grammy, y unas semanas más tarde, Jacob Goodhugh, el exfutbolista, le pegó una paliza a su chispeante mujercita después de que Cammy encontrara cierta prenda íntima femenina y medio gramo de cocaína en el bolsillo de una chaqueta de Jacob. Desde el suelo, llorando, lo llamó hijo de puta. Jacob respondió apuñalándola en el abdomen con un tenedor de carne. Se arrepintió inmediatamente y telefoneó al 911, pero el daño ya estaba hecho; le había perforado el estómago en dos sitios. Más tarde le contó a la policía que no recordaba nada de lo sucedido. Tenía una laguna, dijo.
El abogado de oficio era demasiado inepto para conseguir una reducción de la fianza. Jake Goodhugh apeló a su padre, quien apenas era capaz de pagar las facturas de la calefacción, y mucho menos de proporcionar a su hijo maltratador el caro talento legal de Boston. Goodhugh acudió a Streeter, quien ni siquiera dejó que su viejo amigo pronunciara una docena de palabras de su discurso dolorosamente ensayado antes de decir «faltaría más». Aún recordaba con qué naturalidad había besado Jacob a su padre en la mejilla. Además, pagar la minuta legal le permitió interrogar al abogado sobre el estado mental de Jake, el cual no era bueno; estaba atormentado por la culpa y profundamente deprimido. El abogado le dijo a Streeter que al muchacho probablemente le caerían cinco años, pero con suerte tres de ellos quedarían en suspenso.
Podrá volver a casa cuando salga, pensó Streeter. Y ver American Idol con Grade y Carl, si todavía sigue emitiéndose. Que seguro que sí.
—Tengo mi seguro —dijo Tom Goodhugh una noche. Había perdido una gran cantidad de peso, y la ropa le hacía bolsas. Tenía los ojos nublados. Había desarrollado psoriasis, y se rascaba incesantemente los brazos, dejando largas marcas rojas en la piel blanca—. Me mataría si tuviera la seguridad de poder conseguir que pareciera un accidente.
—No quiero oír hablar de eso —dijo Streeter—. Las cosas cambiarán.
En junio, Michael Jackson estiró la pata. En agosto, Carl Goodhugh fue e hizo lo propio, al atragantarse con un trozo de manzana. La enfermera podría haberle practicado la maniobra Heimlich y salvarlo, pero la enfermera había dejado de cuidarle dieciséis meses antes, debido a la falta de fondos. Gracie oyó que Carl gorjeaba, pero dijo que pensó que «era su parloteo habitual». La buena noticia fue que Carl también poseía un seguro de vida. Una póliza pequeña, pero suficiente para pagar el entierro.
Después del funeral (Tom Goodhugh lo pasó sollozando de principio a fin, agarrado a su viejo amigo para sostenerse), Streeter tuvo un generoso impulso. Encontró la dirección del estudio de Kiefer Sutherland y le envió un ejemplar del Libro Azul de Alcohólicos Anónimos. Probablemente iría directo a la papelera (al igual que los innumerables ejemplares que los fans le habrían enviado a lo largo de los años), pero nunca se sabía. A veces los milagros ocurrían.
A principios de septiembre de 2009, una calurosa tarde de verano, Streeter y Janet circulaban por la carretera que corre a lo largo de la parte trasera del aeropuerto de Derry. Nadie estaba haciendo negocios en el cuadrado de grava a este lado de la malla ciclónica, de modo que aparcó su magnífico Pathfinder azul y le pasó un brazo por los hombros a su mujer, a quien amaba más profunda y absolutamente que nunca. El sol descendía en una bola roja.
Se volvió hacia Janet y vio que lloraba. Le inclinó la barbilla hacia él y besó sus lágrimas con solemnidad. Eso la hizo sonreír.
—¿Qué ocurre, cariño?
—Estaba pensando en los Goodhugh. Nunca he conocido a una familia que tuviera semejante racha de mala suerte. ¿Mala suerte? —Soltó una risita—. Negra suerte, más bien.
—Yo tampoco —dijo él— pero sucede constantemente. Una de las mujeres asesinadas en los ataques de Mumbai estaba embarazada, ¿lo sabías? Su hijo de dos años sobrevivió, pero el chiquillo quedó a las puertas de la muerte. Y…
Ella posó dos dedos sobre sus labios.
—Calla. Ya basta. La vida no es justa. Eso lo sabemos.
—¡Pero sí que lo es! —Streeter hablaba de todo corazón. Bajo la luz del atardecer, su rostro lucía rubicundo y sano—. Mírame. En otro tiempo jamás pensaste que viviría para ver el 2009, ¿no es cierto?
—Sí, pero…
—Y nuestro matrimonio, aún tan sólido como una puerta de roble. ¿O me equivoco?
Ella meneó la cabeza. No se equivocaba.
—Has empezado a vender artículos por cuenta propia al Derry News, May navega viento en popa en el Globe, y nuestro hijo el friki es un magnate de los medios a la edad de veinticinco.
Su mujer empezó a sonreír otra vez. Streeter se alegró. Detestaba verla triste.
—La vida es justa. Todos recibimos el mismo batido de nueve meses en el bombo, y después los dados echan a rodar. Algunas personas sacan una racha de sietes. Por desgracia, otras personas sacan los ojos de serpiente. Así es como funciona el mundo.
Ella le rodeó con los brazos.
—Te quiero, cielo. Siempre miras el lado bueno de las cosas.
Streeter se encogió de hombros con modestia.
—La ley de promedios favorece a los optimistas, cualquier banquero te lo dirá. Las cosas suelen equilibrarse por sí solas al final.
Venus se hizo visible por encima del aeropuerto, brillando con luz trémula contra el azul cada vez más oscuro.
—¡Pide un deseo! —ordenó Streeter.
Janet se rio y meneó la cabeza.
—¿Qué podría desear? Ya tengo todo lo que quiero.
—Yo también —dijo Streeter, y luego, con los ojos firmemente clavados en Venus, deseó más.