Volvió en sí en una amplia habitación umbría que olía a madera húmeda, café rancio, y pepinillos prehistóricos. Un viejo ventilador de palas colgaba torcido del techo sobre su cabeza. Se parecía al tiovivo estropeado en aquella película de Hitchcock, Extraños en un tren. Se hallaba tendida en el suelo, desnuda de cintura para abajo, y la estaba violando. En comparación con el peso, la violación se antojaba secundaria: también la estaba aplastando. Apenas podía respirar. Debía de ser un sueño. Pero tenía la nariz hinchada, un chichón que daba la impresión de ser del tamaño de una colina le había crecido en la base del cráneo, y se le clavaban astillas en las nalgas. Uno no sentía esa clase de detalles en sueños. Uno no sentía verdadero dolor en sueños; siempre te despertabas antes de que comenzara el dolor real. Esto estaba sucediendo. La estaba violando. La había trasladado al interior de la vieja tienda y la estaba violando mientras motas de polvo doradas se arremolinaban perezosamente bajo los oblicuos rayos de sol vespertinos. En algún sitio la gente estaría escuchando música y comprando cosas por internet y echando una siesta y hablando por teléfono, pero aquí dentro una mujer estaba siendo violada, y esa mujer era ella. Le había quitado las braguitas; podía verlas como un espumarajo asomando de su peto. Esto le hizo pensar en Defensa, que habían proyectado en una retrospectiva de cine en la universidad, en aquellos días cuando ella se mostraba ligeramente más aventurera a la hora de ir a ver películas. «Fuera los calzoncillos», decía uno de los paletos antes de empezar a violar al gordinflón de ciudad. Era curioso lo que te cruzaba la mente cuando yacías bajo ciento cincuenta kilos de carne del país y tenías dentro de ti la polla de un violador que chirriaba adelante y atrás como un gozne sin engrasar.
—Por favor —suplicó—. Oh, por favor, más no.
—Oh, sí, mucho más —dijo él, y aquí vino el puño otra vez, llenando todo su campo visual. Sintió un estallido de calor en el costado de la cara, sonó un clic en el interior de su cabeza, y perdió el conocimiento.