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Les affaires du livre consistían habitualmente en cuatro actos bien definidos, y la aparición de Tess en la asamblea mensual de Books & Brown Baggers podría servir de plantilla para el caso general. La única desviación de la norma fue la introducción de Ramona Norville, escueta hasta el punto del laconismo. No subió al estrado con un desalentador taco de notas, ni sintió la necesidad de hacer un refrito de la infancia de Tess en una granja de Nebraska, ni se molestó en aportar ramilletes de críticas elogiosas de los libros de la Sociedad de la Calceta de Willow Grove. (Eso era bueno, porque en raras ocasiones se reseñaban, y cuando lo hacían, se solía invocar el nombre de la señorita Marple, y no siempre para bien). La señora Norville se limitó a decir que los libros eran enormemente populares (una exageración perdonable), y que su autora había sido sumamente generosa al donar su tiempo tras avisarla con tan poca antelación (aunque, por mil quinientos dólares, difícilmente se trataba de una donación). Después cedió la palabra, ante el aplauso entusiasta de las aproximadamente cuatrocientas personas en el pequeño pero idóneo auditorio de la biblioteca. La mayoría eran señoras que no asisten a acontecimientos públicos sin ponerse sombrero.

Pero la introducción no era más que un entr’acte. El Acto Uno fue la recepción de las once, donde los más derrochadores pudieron conocer a Tess en persona mientras tomaban queso, galletitas y un pésimo café (en los eventos nocturnos se ofrecía un pésimo vino en copas de plástico). Algunos le pidieron autógrafos; otros muchos le pidieron fotos, tomadas por lo general con sus teléfonos móviles. Le preguntaron de dónde sacaba las ideas, y recitaba su cantinela habitual, cortés y humorística, en respuesta. Media docena de personas quisieron saber cómo conseguir un agente, y el destello de sus ojos sugería que habían pagado los veintes dólares adicionales solo para hacerle esa pregunta. Tess les dijo que no había que cansarse de escribir cartas hasta que alguno de los más hambrientos accediera a leer tu material. No era la verdad completa (en lo relativo a los agentes, no existía una verdad completa), pero se acercaba.

El Acto Dos era la disertación en sí misma, que duraba unos cuarenta y cinco minutos. Consistía fundamentalmente en anécdotas (ninguna demasiada personal) y una descripción de cómo elaboraba sus historias (hacia atrás). Era importante incluir al menos tres menciones del título más reciente, que ese otoño daba la casualidad de ser La Sociedad de la Calceta de Willow Grove se va de espeleología (explicó qué era eso para quienes no lo supieran).

El Acto Tres era el Turno de Preguntas, durante el cual le preguntaban de dónde sacaba las ideas (respuesta vaga y humorística), si extraía sus personajes de la vida real («mis tías»), y cómo conseguir que un agente le echara un vistazo a tu trabajo. Hoy también le preguntaron dónde había comprado la cinta elástica que le recogía el pelo (en JCPenney, una respuesta que provocó inexplicables aplausos).

El último acto era la Hora de los Autógrafos, durante la cual diligentemente satisfacía las peticiones de dedicatorias, felicitaciones de cumpleaños, felicitaciones de aniversario, «Para Janet, una fan de todos mis libros», y «Para Leah, ¡espero volver a verte en el Lago Toxaway este verano!». (Una petición un poco rara, pues Tess nunca había estado allí, pero probablemente el cazaautógrafos sí).

Después de firmar todos los libros, y satisfacer a los últimos rezagados con más fotos de teléfono, Ramona Norville escoltó a Tess hasta su despacho para invitarla a una taza de café auténtico. La señora Norville lo tomó solo, lo cual no sorprendió en absoluto a Tess. Su anfitriona era la arquetípica mujer de café solo si es que alguna vez una ha pisado la faz de la tierra (y probablemente calzada con Doc Martens en su día libre). Lo único sorprendente en el despacho era la foto firmada y enmarcada que colgaba en la pared. El rostro le era familiar y, tras un instante, Tess fue capaz de recuperar el nombre del trastero de recuerdos que es el activo más preciado de todo escritor.

—¿Richard Widmark?

La señora Norville se rio, avergonzada pero en cierto sentido ufana.

—Mi actor favorito. Si quiere que le diga la verdad, estaba encaprichada de él cuando era niña. Conseguí que me la firmara diez años antes de su muerte. Incluso entonces, ya estaba muy viejo, pero es su firma real, no un sello. Esto es para usted.

Por un delirante momento, Tess creyó que la señora Norville se refería a la foto firmada. Entonces vio el sobre en sus dedos romos. La clase de sobre con una ventanilla para que pudieras echar una ojeada al cheque en su interior.

—Gracias —dijo Tess.

—No hay por qué darlas. Se ganó cada centavo.

Tess no puso objeciones.

—Bien, ahora sobre ese atajo.

Tess se inclinó hacia delante con atención. En un libro de la Sociedad de la Calceta, Doreen Marquis hubiera dicho: «Las dos mejores cosas en la vida son un cruasán caliente y un camino rápido a casa». Este era un ejemplo del escritor que utiliza sus propias convicciones para darle vida a su ficción.

—¿Puede usted programar intersecciones en su GPS?

—Sí, Tom es muy astuto.

La señora Norville sonrió.

—Introduzca Stagg Road y US-47, entonces. Stagg Road es una carretera muy poco transitada en esta época moderna, casi olvidada desde que se construyó esa maldita 84, pero es pintoresca. Es un paseo de unos, eh…, veinticinco kilómetros, más o menos. El asfalto está parcheado, pero no hay demasiados baches, o no los había la última vez que la tomé, y eso fue en primavera, que es cuando aparecen los peores. Por lo menos según mi experiencia.

—Según la mía, también —dijo Tess.

—Cuando llegue a la 47, verá una señal hacia la I-84, pero solo tendrá que seguir la autopista unos diecinueve kilómetros, esa es la parte hermosa. Y se ahorrará un montón de tiempo y fastidios.

—Esa también es la parte hermosa —dijo Tess, y rieron juntas, dos mujeres con la misma mentalidad bajo la mirada de un sonriente Richard Widmark. La tienda abandonada con el letrero del tic-tic-tic aún se hallaba a noventa minutos, arropada cómodamente en el futuro como una serpiente en su agujero. Y la alcantarilla, por supuesto.