Cuando Tess regresó a su coche y arrancó el motor, Tom dijo:
—No tenías forma de saberlo, Tess. Y todo pasó muy rápido.
Eso era cierto, pero omitía un amenazante hecho fundamental: al ir tras su violador igual que un justiciero en una película, se había condenado a sí misma al infierno.
Se llevó la pistola a la sien, luego volvió a bajarla. No podía, no ahora. Aún tenía una obligación para con las mujeres de la tubería y cualquier otra que pudiera unirse a ellas si Lester Strehlke escapaba. Y después de lo que acababa de hacer, era más importante que nunca que no escapara.
Tenía una parada más que hacer. Pero no en su Expedition.