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Con la orientación de Tom, Tess se encontró cerca de su destino no mucho después de las nueve. La luna gibosa seguía baja en el cielo. El viento soplaba con mayor fuerza que nunca.

La Ruta 47 se bifurcaba en Township Road, a unos once kilómetros del Stagger Inn, y a mayor distancia aún del centro de Colewich. Transport Plaza se hallaba en la intersección de dos carreteras. Según la señalización, tres empresas de transporte y una de mudanzas tenían su base aquí. Los edificios que las albergaban eran feos y de aspecto prefabricado. El más pequeño pertenecía a Transportes Halcón Rojo. Todos estaban a oscuras en la noche de este domingo. Más allá se extendían hectáreas de aparcamiento rodeado por una cerca ciclónica e iluminado con luces de arco de alta intensidad. Tráilers y cabinas atestaban el almacén de vehículos. Al menos uno de los camiones tenía las palabras TRANSPORTES HALCÓN ROJO en el costado, pero Tess creía que no se trataba de la cabina de la foto colgada en el sitio web, la del Papá Orgulloso tras el volante.

Había una parada de camiones adyacente al área de almacenamiento. Los surtidores, más de una docena, estaban iluminados por los mismos arcos de alta intensidad. Unos brillantes fluorescentes blancos derramaban luz desde el lateral derecho del edificio principal; el izquierdo estaba a oscuras. Había otro edificio, este en forma de U, en la parte trasera. Unos cuantos coches y camiones dispersos estaban aparcados allí. El rótulo junto a la carretera era un enorme chisme digital, repleto de información en rojo brillante:

PARADA DE CAMIONES DE TOWNSHIP ROAD RICHIE’S

«TÚ LOS CONDUCES, NOSOTROS LOS LLENAMOS».

GASOLINA 2,99$ / GALÓN

DIÉSEL 2,69$ / GALÓN

BOLETOS DE LOTERÍA SIEMPRE DISPONIBLES

RESTAURANTE CERRADO DOMINGOS NOCHE

LO SENTIMOS: DUCHAS CERRADAS

DOMINGOS NOCHE

TIENDA & MOTEL «SIEMPRE ABIERTOS».

AUTOCARAVANAS «SIEMPRE BIENVENIDAS».

Y la última línea, mal escrita pero fervorosa:

¡APOYA A NUESTRAS TROPAS! ¡A GANAR EN AFGANDISTÁN!

Con todos los camioneros que iban y venían, que reabastecían de combustible a sus carros y a sí mismos (aun con las luces apagadas, Tess podía afirmar que, abierto, el restaurante era de la clase donde el menú siempre incluiría pollo frito, hamburguesas y pudin de pan), el lugar probablemente sería una colmena de actividad durante la semana, pero los domingos por la noche era una tumba, porque no había nada, ni siquiera un bar de carretera como el Stagger.

Había un solo vehículo estacionado donde los surtidores, de cara a la carretera, con un inyector asomando de la boca del depósito de gasolina. Era una vieja pick-up Ford F-150 con Bondo alrededor de los faros. Resultaba imposible discernir el color bajo aquella luz cruda, pero no hacía falta. Tess había visto esa camioneta de cerca, y conocía el color. La cabina se hallaba vacía.

—No pareces sorprendida, Tess —dijo Tom mientras ella reducía la marcha hasta detenerse en el arcén de la carretera y escudriñaba la tienda con los ojos entornados. A pesar del resplandor de la cruda iluminación exterior, pudo distinguir a un par de personas dentro. Pudo ver el tamaño de una de ellas. «¿Era un hombre grande, o muy grande?», había preguntado Betsy Neal.

—No estoy para nada sorprendida —contestó—. Vive por aquí. ¿Adónde si no iría a echar gasolina?

—Quizá se esté preparando para emprender un viaje.

—¿A estas horas de un domingo por la noche? No lo creo. Supongo que estaba en casa viendo Sonrisas y lágrimas. Se terminó la cerveza y vino a por más. Y, ya que estaba, decidió llenar el depósito.

—Pero puede que te equivoques. ¿No sería mejor que aparcaras detrás de la tienda y que le siguieras cuando se marche?

Sin embargo, Tess no quería hacer eso. Toda la fachada de la tienda era de cristal. Podría verla si mirara hacia fuera cuando entrase en el aparcamiento. Aun si la brillante iluminación sobre las isletas de los surtidores le dificultaba la visión y no distinguiera su cara, podría reconocer el vehículo. Por las carreteras circulaban muchos todoterrenos Ford, pero después del viernes por la noche, Al Strehlke debería mostrar una particular sensibilidad respecto a los Ford Expeditions negros. Y estaba la matrícula; el viernes pasado, cuando se detuvo a su lado en el aparcamiento asilvestrado de la tienda abandonada, seguramente se habría fijado en su matrícula de Connecticut.

Había algo más. Algo aún más importante. Tess se puso otra vez en movimiento, y la parada de camiones de Richie quedó confinada en el espejo retrovisor.

—No quiero estar detrás de él —dijo ella—. Quiero estar por delante de él. Quiero esperarle.

—Tess, ¿y si está casado? —preguntó Tom—. ¿Y si tiene una mujer esperándole?

La idea la asustó por un instante. Entonces sonrió, y no solo porque el único anillo que llevaba puesto fuera demasiado grande para ser un rubí.

—Los tipos como él no tienen mujeres —respondió—. No de las que se quedan, en todo caso. Solo había una mujer en la vida de Al, y está muerta.