Había explorado el vecindario de Ramona en el Google Earth, y cuando alcanzó el lugar parecía igual. Bien por el momento. Brewster era una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra, Lacemaker Lane se hallaba a las afueras, y las casas estaban distanciadas. Tess pasó por delante del número 75 circulando a unos treinta kilómetros tranquilos por hora, y comprobó que las luces estaban encendidas y que había un solo coche (un Subaru último modelo que casi gritaba bibliotecario) en el camino de entrada. No se veía rastro del tráiler ni de cualquier otro camión. Ni tampoco de una vieja pick-up con parches.
La calle terminaba en una rotonda. Tess dio la vuelta, y giró hacia el camino de entrada de Norville sin concederse la posibilidad de vacilar. Apagó las luces y el motor; respiró largo y hondo.
—Vuelve sana y salva, Tess —dijo Tom desde su posición en el salpicadero—. Vuelve sana y salva y te llevaré a tu próximo destino.
—Haré lo que pueda. —Agarró su bloc de papel amarillo (no había ahora nada escrito) y bajó del coche. Sostuvo el bloc contra la chaqueta mientras caminaba hacia la puerta de Ramona Norville. A la luz de la luna, su sombra (quizá todo cuanto quedaba de la Vieja Tess) caminaba a su vera.