Esa noche, tumbada en la cama, con el viento de octubre arreciando como mil demonios alrededor de la casa, y Fritzy a su lado, enroscado de la nariz a la cola, Tess llegó a un acuerdo consigo misma: si a la mañana siguiente se despertaba con la misma sensación que la embargaba ahora, iría a ver a Ramona Norville, y tal vez después, dependiendo de cómo resultaran las cosas en Lacemaker Lane, debería rendir una visita a Alvin Strehlke, el Camionero Grande. Lo más probable era que se levantara con cierta apariencia de cordura restaurada y llamara a la policía. Nada de llamadas anónimas; aceptaría la música y bailaría. Demostrar la violación cuarenta horas y Dios sabía cuántas duchas después del acto podría ser difícil, pero las señales de la agresión sexual estaban escritas por todo su cuerpo.
Y las mujeres en la tubería: ella era su defensora, le gustara o no.
Mañana todas estas ideas de venganza me parecerán tontas. Como la clase de delirios que sufre la gente cuando tiene fiebre alta.
Pero cuando se despertó el domingo, aún permanecía en modalidad Nueva Tess. Miró el revólver encima de la mesilla de noche y pensó: Quiero usarlo. Quiero ocuparme yo misma de esto, y teniendo en cuenta por lo que he pasado, me merezco ocuparme yo misma de esto.
—Pero es necesario que me asegure, y no quiero que me atrapen —le dijo a Fritzy, que ahora estaba a sus pies y estirándose, preparándose para otro agotador día que pasaría tumbándose en cualquier sitio y comiendo de su bol.
Tess se duchó, se vistió, y luego sacó un bloc amarillo de tamaño legal a la solana. Se quedó contemplando el césped del patio trasero durante casi quince minutos, de vez en cuando bebiendo sorbos de una refrescante taza de té. Por fin escribió PARA NO SER ATRAPADA en la parte superior de la primera hoja. Lo consideró con sobriedad, y después empezó a tomar notas. Como con el trabajo diario cuando escribía un libro, comenzó despacio, pero fue adquiriendo velocidad.