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Fue a la cocina y bebió un trago de agua, pero el agua no iba a servir de nada. Una antigua botella de tequila medio vacía llevaba siglos anidando en un armario de la cocina. La sacó, consideró la idea de usar un vaso, y luego lo cató directamente de la botella. Le provocó un ardor en la boca y en la garganta, pero por lo demás tuvo un efecto positivo. Tomó un poco más (un sorbo; lo anterior apenas si fue un dedal) y seguidamente devolvió la botella a su sitio. No tenía intención de emborracharse. Si alguna vez había necesitado de todas sus neuronas, era entonces.

La furia, la mayor y más auténtica furia de su vida adulta, la había invadido como una fiebre, pero en nada semejante a ninguna fiebre que hubiera sentido con anterioridad. Circulaba por su cuerpo como un extraño suero, frío en el costado derecho, caliente en el izquierdo, donde se hallaba el corazón. Parecía terminar cerca de la cabeza, que permanecía despejada. Más despejada desde que se había tomado el tequila, en realidad.

Dio vueltas a la cocina en una serie de rápidos círculos, con la cabeza gacha, masajeándose con una mano el anillo de contusiones en torno a la garganta. No se le ocurrió que andaba en círculos por la cocina igual que había andado en círculos alrededor de la tienda abandonada después de salir arrastrándose de la tubería que Camionero Grande había elegido como tumba para ella. ¿De verdad creía que Ramona Norville la había guiado a ella, a Tess, hacia su hijo psicótico como una suerte de sacrificio? ¿Era eso probable? No lo parecía. ¿Podría siquiera estar segura de que los dos eran madre e hijo, basándose en una mala fotografía y en su propia memoria?

Pero tengo buena memoria. Sobre todo para las caras.

Bueno, eso pensaba ella, posiblemente igual que todo el mundo. ¿No es así?

Sí, y la idea es un disparate de cabo a rabo. Tienes que admitirlo.

Lo admitía, pero había visto cosas más disparatadas en los programas de crímenes reales (los cuales sí miraba). Las propietarias del edificio de apartamentos en San Francisco que se pasaron años matando a los inquilinos más viejos y enterrándolos en el patio trasero, todo para cobrar sus pensiones de la Seguridad Social. El piloto de aerolíneas que asesinó a su esposa y que luego la congeló para pasarla por el triturador de madera de detrás del garaje. El hombre que roció con gasolina a sus propios hijos y los cocinó como gallinetas para asegurarse de que su mujer nunca obtendría la custodia que los tribunales le habían concedido. Que una mujer enviara víctimas a su propio hijo era algo espeluznante y poco probable… pero no imposible. En lo concerniente a la oscura inmundicia del corazón humano no parecía existir límite.

—Ay cielos —se oyó decir a sí misma con una voz que combinaba ira y consternación—. Ay cielos, ay cielos, ay cielos.

Averígualo. Averígualo a ciencia cierta. Si puedes.

Regresó a su fiel ordenador. Las manos le temblaban fieramente, y necesitó tres intentos para introducir EMPRESAS TRANSPORTE COLEWICH en el cuadro de búsqueda de la página de Google. Cuando por fin lo escribió correctamente, pulsó INTRO, y ahí estaba, encabezando la lista: TRANSPORTES HALCÓN ROJO. La entrada la llevó a su sitio web, que mostraba una animación horrible de un gran camión con lo que suponía que era un halcón rojo en el lateral y un estrafalario hombre con una sonrisa por cabeza tras el volante. El camión cruzaba la pantalla de derecha a izquierda, giraba ciento ochenta grados, regresaba de izquierda a derecha, y luego otra vez. Un interminable viaje de ida y vuelta. El lema de la compañía aparecía intermitente en rojo, blanco y azul sobre el camión animado: ¡LAS SONRISAS ESTÁN INCLUIDAS EN EL SERVICIO!

Aquellos deseosos de adentrarse más allá de la pantalla de bienvenida disponían de cuatro o cinco opciones, que incluían números de teléfonos, tarifas, y testimonios de clientes satisfechos. Tess se las saltó e hizo clic en la última, que decía: ¡VEA LAS INCORPORACIONES MÁS RECIENTES A NUESTRA FLOTA! Y cuando se cargó la imagen, la pieza final encajó en su sitio.

Era una fotografía mucho mejor que la de Ramona Norville de pie en la escalera de la biblioteca. En la imagen, el violador de Tess estaba sentado tras el volante de la cabina de un brillante Peterbilt donde se veían las palabras TRANSPORTES HALCÓN ROJO COLEWICH, MASSACHUSETTS escritas en la puerta con letras estilizadas. El hombre no llevaba puesta su gorra marrón salpicada de lejía, y el hirsuto pelo rubio cortado al rape que revelaba su ausencia le confería un parecido aún mayor casi inquietante con su madre. Su alegre sonrisa de «puede confiar en mí» era la que Tess había visto la tarde anterior. La que aún lucía cuando dijo «En lugar de cambiarte la rueda, ¿y si te follo? ¿Qué te parece eso?».

Mirar la foto aceleró los ciclos del extraño suero de furia a través de su organismo. Tenía en las sienes una palpitación que no era exactamente un dolor de cabeza; de hecho, casi resultaba agradable.

El hombre llevaba el anillo de cristal rojo.

En el pie de foto se leía: «Al Strehlke, Presidente de Transportes Halcón Rojo, aquí tras el volante de la adquisición más reciente de la compañía, un Peterbilt 389 del 2008. Este caballo de carga ya está disponible para nuestros clientes, que son LOS MEJORES DE TODO EL PAÍS. ¡Eh! ¿No parece Al un Papá Orgulloso?».

Oyó su voz llamándola zorra, puta zorra llorona, y apretó los puños. Sintió las uñas hundiéndose en las palmas y apretó con mayor fuerza aún, deleitándose con el dolor.

«Un Papá Orgulloso». Palabras a las que sus ojos retornaban una y otra vez. «Un Papá Orgulloso». La furia se movió más y más rápido, daba vueltas por su cuerpo de la misma manera como ella había dado vueltas en la cocina. De la misma manera que ella había dado vueltas alrededor de la tienda la noche anterior, entrando y saliendo de la consciencia como una actriz recorriendo una sucesión de focos de luz.

Lo vas apagar, Al. Y no te preocupes por la poli, soy yo la que voy a ir a cobrar.

Y luego Ramona Norville. La mamá orgullosa del papá orgulloso. Sin embargo, Tess aún no estaba completamente segura respecto a ella. En parte porque no quería creer que una mujer pudiera permitir que le pasara algo tan horrible a otra mujer, pero además porque imaginaba una explicación inocente. Chicopee no se encontraba lejos de Colewich, y Ramona usaría el atajo de Stagg Road siempre que fuera allí.

—A visitar a su hijo —dijo Tess, asintiendo con la cabeza—. A visitar al papá orgulloso con el nuevo tráiler Pete. Por lo que sé, pudo ser ella quien le sacó la foto sentado al volante. —¿Y por qué no iba ella a recomendar su ruta favorita a la oradora de aquel día?

¿Y por qué no dijo: «Sigo ese camino cada vez que voy a visitar a mi hijo»? ¿No habría sido lo natural?

—Quizá no le guste hablar con extraños acerca de la fase Strehlke de su vida —dijo Tess—. La fase anterior a descubrir el pelo corto y el calzado cómodo. —Era posible, pero había que sumar los tablones con clavos desparramados. La trampa. Norville la envió por aquel camino, y la trampa fue tendida con antelación. ¿Porque le avisó? ¿Lo llamó y le dijo «Te mando a una jugosita, no la dejes escapar»?

Nada prueba que estuviera involucrada… o involucrada aun sin saberlo. El papá orgulloso podría hacer un seguimiento de los oradores invitados, ¿qué dificultad tendría eso?

—Ninguna en absoluto —le respondió Fritzy tras subirse de un salto a su archivador. El gato empezó a lamerse una zarpa.

—Y si vio una foto de alguien que le gustó…, alguien razonablemente atractiva…, supongo que sabría que su madre la mandaría por… —Se detuvo—. No, eso no cuadra. Sin ningún aporte de mamaíta, ¿cómo sabría que yo no volvería en coche a mi casa de Boston? ¿O que no volaría de regreso a mi casa en Nueva York?

—Lo has buscado en Google —señaló Fritzy—. Quizá él también te buscó a ti. Igual que hizo ella. Todo está en internet en estos tiempos; tú misma lo dijiste.

Eso concordaba, aunque prendido con alfileres.

Pensó que existía una forma de averiguarlo a ciencia cierta, y consistía en rendir una visita sorpresa a la señora Norville. Escrutar sus ojos cuando viera a Tess. Si no percibiera nada en ellos salvo sorpresa y curiosidad ante el Retorno de la Escriba de Willow Grove… un retorno a la casa de Ramona, más que a su biblioteca… eso significaría algo. Pero si además descubría miedo en ellos, la clase de miedo que podría ser inducida por el pensamiento «por qué estás aquí y no en una alcantarilla oxidada de Stagg Road»…, bueno…

—Eso sería diferente, Fritzy. ¿Verdad?

Fritzy la miró con sus astutos ojos verdes, sin cesar de lamerse la zarpa. Parecía inofensiva, aquella zarpa, pero contaba con uñas ocultas. Tess las había visto, y en más de una ocasión las había sufrido.

Ella averiguó dónde vivía yo; veamos si puedo devolverle el favor.

Tess regresó a su ordenador, ahora a buscar un sitio web de Books & Brown Baggers. Estaba bastante segura de que encontraría uno (todo el mundo tenía página web en estos tiempos, incluso presos que cumplían cadena perpetua por asesinato), y así fue. La asociación publicaba novedades sobre sus miembros, reseñas de libros, y resúmenes informales (no exactamente actas) de sus reuniones. Tess seleccionó esto último y se desplazó por la página. No necesitó mucho tiempo para descubrir que la reunión del 10 de junio se celebró en la casa de Ramona Norville en Brewster. Tess nunca había ido a esa ciudad, pero sabía dónde estaba, de camino a la función del día anterior había pasado una señalización verde que lo indicaba. Eran solo dos o tres salidas más al sur de Chicopee.

A continuación fue al registro tributario del Municipio de Brewster, y bajó por la página hasta que encontró el nombre de Ramona. Había pagado 913,06 dólares en impuestos sobre la propiedad; propiedad sita en el número 75 de Lacemaker Lane.

—Te pillé, querida —murmuró Tess.

—Necesitas pensar en cómo vas a manejar esto —dijo Fritzy—. Y cuán lejos estás dispuesta a llegar.

—Si tengo razón —dijo Tess—, puede que bastante lejos.

Empezó a apagar el ordenador, pero entonces se le ocurrió una cosa más que valía la pena comprobar, aunque sabía que podría no conducir a nada. Entró en la página de inicio del Weekly Reminder e hizo clic en OBITUARIO. Había un espacio para introducir el nombre en el que uno estuviera interesado, y Tess tecleó STREHLKE. Produjo una sola coincidencia, un hombre llamado Roscoe Strehlke. Según la necrológica de 1999, murió repentinamente en su casa, a la edad de cuarenta y ocho años. Le sobrevivieron su esposa, Ramona, y dos hijos: Alvin (23) y Lester (17). Para cualquier escritor de misterio, incluso los del subgénero incruento conocido como «de salón», la expresión «murió repentinamente» enarbolaba una bandera roja. Buscó en la base de datos general del Reminder y no encontró nada más.

Permaneció allí sentada durante un momento, tamborileando con los dedos nerviosamente sobre el reposabrazos de la silla, como hacía cuando trabajaba y se quedaba atascada en una palabra, una frase, o una manera de describir algo. Entonces buscó una lista de periódicos del oeste y el sur de Massachusetts, y encontró el Republican de Springfield. Cuando tecleó el nombre del marido de Ramona Norville, el titular que apareció era crudo y conciso: HOMBRE DE NEGOCIOS DE CHICOPEE SE SUICIDA.

Strehlke fue hallado en su garaje, colgado de una viga. No se encontró ninguna nota y no se citaba a Ramona, pero un vecino declaró que el señor Strehlke estaba destrozado porque «su chico mayor se había metido en un embrollo».

—¿En qué tipo de embrollo se metió Al que te disgustó tanto? —preguntó Tess a la pantalla del ordenador—. ¿Algo que ver con una chica? ¿Un asalto, quizá? ¿Agresión sexual? ¿Ya en aquel entonces estaba abonando el terreno para cosas mayores? Si esa es la razón de que te colgaras, fuiste un cagón.

—Quizá Roscoe tuvo ayuda —dijo Fritzy—. De Ramona. Una mujer grandota y fuerte, ya sabes. Deberías saberlo; la has visto.

De nuevo, eso no sonó como la voz que ponía cuando hablaba esencialmente consigo misma. Miró a Fritzy, asustada. Fritzy le devolvió la mirada: ojos verdes que preguntaban «¿Quién, yo?».

Lo que Tess deseaba hacer era conducir directamente a Lacemaker Lane con la pistola en el bolso. Lo que debería hacer era dejar de jugar a los detectives y llamar a la policía. Dejar que ellos se encargaran. Era lo que la Vieja Tess hubiera hecho, pero ella ya no era aquella mujer. Aquella mujer ahora le parecía una pariente lejana, como esos familiares a los que envías una tarjeta por Navidad y luego te olvidas de ellos durante el resto del año.

Incapaz de decidirse, y como le dolía todo el cuerpo, subió a acostarse. Durmió cuatro horas y cuando se levantó se encontraba casi demasiado agarrotada para andar. Se tomó dos paracetamoles extra fuertes, esperó hasta que hicieron efecto, y luego fue en coche hasta el videoclub. Llevaba el Exprimelimones en el bolso. Ahora pensaba llevarlo siempre que viajara sola.

Llegó al Blockbuster momentos antes de que cerraran y pidió una película de Jodie Foster titulada La mujer coraje. El dependiente (que tenía el pelo verde, un imperdible en una oreja, y toda la pinta de un chaval de dieciocho años) sonrió con indulgencia y le indicó que el título de la película en realidad era La extraña que hay en ti. Míster Retro Punk apuntó que por cincuenta centavos más podría acompañarla con una bolsa de palomitas para microondas. Tess casi rehusó, luego recapacitó.

—Claro, joder, ¿por qué no? —le dijo a Míster Retro Punk—. Solo se vive una vez, ¿no?

El chaval le dirigió una sobresaltada mirada de reconsideración, después sonrió y convino en que era una oportunidad única en la vida para los clientes.

Ya en casa, preparó las palomitas, insertó el DVD, y se dejó caer en el sofá con una almohada en el hueco de la espalda para amortiguar el roce en esa parte. Fritzy se le unió y ambos vieron a Jodie Foster ir tras los individuos (los vagos, como en «pregúntate si te sientes afortunado, vago») que habían matado a su novio. Foster iba haciendo colección de vagos por el camino, a punta de pistola. La extraña que hay en ti era de esa clase de películas, pero igualmente Tess la disfrutó. Creía que tenía perfecto sentido. Además, se le ocurrió que durante todos estos años se había estado perdiendo algo: la exigua pero auténtica catarsis que las cintas como La extraña que hay en ti ofrecían. Cuando terminó, se volvió hacia Fritzy y dijo:

—Ojalá Richard Widmark se hubiera encontrado con Jodie Foster y no con la anciana en la silla de ruedas, ¿no crees? Fritzy coincidió al mil por ciento.