Pero ya en su despacho, con el ordenador encendido, se quedó contemplando la pantalla de bienvenida de Apple durante los primeros cinco minutos, preguntándose si de verdad estaba pensando en localizar al gigante y utilizar la pistola, o si se trataba solo de la clase de fantasía a la que eran propensos los profesionales de la mentira como ella misma. Una fantasía de venganza, en este caso. También evitaba esa clase de películas, pero sabía que estaban ahí fuera; uno no podía escapar a las vibraciones de su cultura a menos que fueras un absoluto ermitaño, y Tess no lo era. En las películas de venganza, hombres de músculos admirables como Charles Bronson y Sylvester Stallone no se tomaban la molestia de acudir a la policía, se cargaban a los malos por su cuenta. Justicia fronteriza. Pregúntate si te sientes afortunado, vago. Por lo que sabía, hasta Jodie Foster, una de las licenciadas más famosas de Yale, tenía una película de ese tipo. Tess no llegaba a recordar el título. ¿La mujer coraje, quizá? Algo así, en cualquier caso.
El salvapantallas con «la palabra del día» se activó en su ordenador. La de hoy resultó ser «cormorán», que daba la casualidad de tratarse de un ave.
—Si envía sus bienes con Transportes Cormorán, usted creerá que vuela —dijo Tess con la grave voz que fingía ser Tom. Luego pulsó una tecla y el salvapantallas desapareció. Se conectó a internet, pero no a ninguno de los motores de búsqueda, al menos no para empezar. Entró primero en YouTube y tecleó RICHARD WIDMARK, sin la menor idea de por qué. No deliberada, en cualquier caso.
Quizá quiero averiguar si el tipo es realmente digno de un club de fans, pensó. Ramona ciertamente así lo cree.
Había un montón de vídeos. El mejor valorado consistía en una compilación de seis minutos titulada MALVADO, MALVADO DE VERDAD. Varios cientos de miles de personas lo habían visto. Reunía escenas de tres películas, y la primera la dejó petrificada. Era en blanco y negro, con aspecto de serie B… pero era definitivamente una de aquellas películas. Incluso el título así lo indicaba: El beso de la muerte.
Tess reprodujo el vídeo íntegro, luego regresó por dos veces al segmento correspondiente a El beso de la muerte. Widmark interpretaba a un matón de risa nerviosa que amenazaba a una anciana en una silla de ruedas. Quería información: «¿Dónde está el chivato de tu hijo?». Y como la anciana no soltaba prenda: «¿Sabes lo que hago a los chivatos? Les pego un tiro en el estómago, así tienen tiempo para reflexionar mientras se retuercen».
No disparaba a la andana en el vientre, sin embargo. La ataba a la silla de ruedas con el cable de una lámpara y la empujaba escaleras abajo.
Tess salió de YouTube, abrió Bing y buscó Richard Widmark; encontró lo que esperaba, dada la fuerza de aquel breve clip. Aunque posteriormente hubiera actuado en muchas más películas, cada vez más a menudo en el papel del héroe, se le recordaba por El beso de la muerte, por el psicótico Tommy Udo y su risa nerviosa.
—Pues qué bien —dijo Tess—. A veces un cigarro es un cigarro.
—¿Lo que significa? —preguntó Fritzy desde el alféizar donde tomaba el sol.
—Significa que probablemente Ramona se enamoró de él después de verle en el papel de un heroico sheriff, o en el de un valiente comandante de acorazado, o algo por el estilo.
—Debió de ser eso —convino Fritzy—, porque si tienes razón respecto a su orientación sexual, probablemente no idolatre a los hombres que asesinan ancianas en sillas de ruedas.
Naturalmente. Bien pensado, Fritzy.
El gato contempló a Tess con un ojo escéptico y dijo:
—Pero quizá te equivocas.
—Y aunque así sea —dijo Tess—, nadie anima a los psicópatas malvados.
Reconoció eso último como la estupidez que era en cuanto brotó de su boca. Si la gente no animara a los psicópatas, no seguirían produciéndose películas sobre el lunático de la máscara de hockey ni sobre el quemado de las cuchillas por dedos. Pero Fritzy tuvo la cortesía de no reírse.
—Más te vale —le advirtió Tess—. Y si te sientes tentado, recuerda quién llena tu plato de comida.
A continuación googleó «Ramona Norville», obtuvo cuarenta y cuatro mil resultados, añadió «Chicopee», y los redujo a unos más manejables mil doscientos (aunque sabía que una gran mayoría serían coincidencias absurdas). El primer resultado relevante correspondía al Weekly Reminder de Chicopee, y concernía a la misma Tess: LA BIBLIOTECARIA RAMONA NORVILLE ANUNCIA «EL VIERNES DE WILLOW GROVE».
—Heme aquí, la atracción protagonista —murmuró Tess—. Un hurra por Tessa Jean. Ahora veamos a la actriz secundaria.
Pero cuando accedió al recorte de prensa, la única imagen que Tess encontró fue la suya propia. Se trataba de una fotografía promocional con los hombros desnudos que su ayudante a tiempo parcial enviaba rutinariamente. Arrugó la nariz y retornó a Google, no muy segura de por qué quería echar otro vistazo a Ramona, solo sabiendo que quería hacerlo. Cuando finalmente encontró una foto de la bibliotecaria, descubrió lo que su subconsciente ya debía de sospechar, a juzgar por los comentarios de Tom durante el trayecto de regreso a casa.
Aparecía en un artículo del número del 3 de agosto del Weekly Reminder. BROWN BAGGERS ANUNCIA EL CALENDARIO DE CHARLAS PARA EL OTOÑO, rezaba el titular. Debajo, Ramona Norville estaba de pie en la escalera de la biblioteca, sonriendo y con los ojos entrecerrados por el sol. Una pésima fotografía, tomada por un becario sin mucho talento, y una pésima (pero probablemente típica) elección de vestuario por parte de Norville. El blazer de corte masculino le otorgaba la amplitud de pecho de un placador de fútbol profesional. Su calzado consistía en unas feas botas marrones sin tacón. Un par de pantalones grises demasiado apretados exhibían lo que Tess y sus amigas habían llamado «muslos de trueno» en los días de la escuela secundaria.
—Hostia puta, Fritzy —le dijo. Su voz se ahogaba en la consternación—. Mira esto. —Fritzy ni se acercó a mirar ni respondió; ¿cómo habría podido, si ella estaba demasiado alterada para fingir la voz del gato?
Cerciórate de lo que estás viendo, se dijo a sí misma. Sufriste un shock tremendo, Tessa Jean, quizá el peor shock que una mujer pueda sufrir, quitando un diagnóstico mortal en la consulta de un médico. Así que cerciórate.
Cerró los ojos y evocó la imagen del hombre de la vieja pickup Ford que tenía un emplaste de Bondo alrededor de los faros.
Al principio le había causado una agradable impresión. «No creyó que fuera a toparse con el Alegre Gigante Verde aquí en mitad de ninguna parte, ¿eh?».
Solo que él no había sido verde, había sido un gigantón bronceado que no montaba en su camioneta sino que la llevaba puesta.
Ramona Norville, no era una Camionera Grande pero ciertamente sí una Bibliotecaria Grande, era demasiado vieja para ser su hermana. Y si ahora era lesbiana, no siempre había sido así, porque el parecido era inequívoco.
A no ser que cometa un terrible error, estoy viendo una foto de la madre de mi violador.