20

De pie en la cocina, una hora y media más tarde. Su tazón de cereales a remojo en el fregadero. Su segunda taza de café enfriándose en la encimera. Hablando por teléfono.

—¡Ay, Dios! —exclamaba Patsy—. ¡Voy enseguida!

—No, no, estoy bien, Pats. Y llegarás tarde al trabajo.

—Las mañanas de los sábados son estrictamente opcionales, ¡y deberías ir al médico! ¿Qué pasa si tienes una conmoción cerebral o algo así?

—No tengo ninguna conmoción, solo más colores. Y me daría vergüenza ir al médico, porque bebí tres copas de más. Tres por lo menos. La única cosa sensata que hice en toda la noche fue llamar a una limusina para que me trajera a casa.

—¿Estás segura de que no tienes la nariz rota?

—Al cien por cien. —Bueno…, casi al cien por cien.

—¿Fritzy está bien?

Tess prorrumpió en carcajadas totalmente genuinas.

—Bajo las escaleras medio borracha en mitad de la noche porque el detector de humo está pitando, me tropiezo con el gato y casi me mato, y tus simpatías son para el gato. Muy bonito.

—Cielo, no…

—Estoy bromeando —dijo Tess—. Vete a trabajar y no te preocupes. Es solo que no quiero que te pongas a gritar en cuanto me veas. Tengo un par de ojos morados que son toda una preciosidad. Si tuviera un exmarido, seguro que pensarías que me hizo una visita.

—Nadie se atrevería a ponerte la mano encima —dijo Patsy—. Eres batalladora, muchacha.

—Así es —convino Tess—. No hago prisioneros.

—Parece que estás ronca.

—Además de todo esto, estoy pillando un resfriado.

—Bueno…, si necesitas algo esta noche…, sopa de pollo…, un par de Percocets…, un DVD de Johnny Depp…

—Te llamaré. Márchate ya. Las mujeres a la última moda en busca de una esquiva talla seis de Ann Taylor dependen de ti.

—A la mierda, mujer —replicó Patsy, y colgó entre risas.

Tess se llevó el café a la mesa de la cocina. La pistola descansaba encima, al lado del azucarero: una imagen no del todo daliniana, pero casi. Entonces estalló en lágrimas y la imagen se duplicó. Fue el recuerdo de su propia voz risueña y optimista lo que motivó el llanto. El sonido de la mentira que viviría hasta que se sintiera con fuerzas para contar la verdad.

—¡Cabrón! —gritó—. ¡Cabrón de mierda! ¡Te odio!

Se había duchado dos veces en menos de siete horas y aún se sentía sucia. Se había lavado la vagina, pero aún le parecía sentirle dentro, sentir su…

—Su lechada.

Se puso en pie de un salto, con el rabillo del ojo vislumbró a su alarmado gato lanzándose a la carrera por el pasillo, y alcanzó el fregadero justo a tiempo para evitar que el suelo quedara hecho un asco. El café y los Cheerios surgieron con una única y violenta contracción. Cuando estuvo segura de haber acabado, recogió la pistola y subió al piso de arriba a darse otra ducha.