La invitación de Books & Brown Baggers cumplía sus requisitos a la perfección. Chicopee se encontraba apenas a noventa kilómetros de Stoke Village, el compromiso iba a ser asunto de un día, y las Tres Bes le ofrecían unos honorarios no de mil doscientos, sino de mil quinientos dólares. Más gastos, por supuesto, pero estos serían mínimos, ni siquiera una estancia en un Courtyard Suites o en un Hampton Inn. La carta de petición provenía de una tal Ramona Norville, quien explicaba que, aunque fuera la bibliotecaria principal de la Biblioteca Pública de Chicopee, escribía en calidad de Presidenta de Books & Brown Baggers, que todos los meses celebraba una comida-conferencia. Se animaba a la gente a traer sus almuerzos, y tales eventos eran muy populares. Estaba programada la presencia de Janet Evanovich para el 12 de octubre, pero se había visto obligada a cancelarla por un asunto familiar, una boda o un funeral, Ramona Norville no estaba segura de cuál de las dos cosas.
«Sé que es muy precipitado», escribía la señora Norville en su párrafo final, ligeramente adulador, «pero la Wikipedia dice que usted vive en el vecino Connecticut, y nuestros lectores aquí en Chicopee son tan admiradores de las chicas de la Sociedad de la Calceta… Usted recibiría nuestra eterna gratitud, así como los honorarios arriba mencionados».
Tess dudaba que la gratitud perdurara mucho más que un día o dos, y ya tenía un compromiso para octubre (la Semana de la Cabalgata Literaria en los Hamptons), pero desde la Interestatal 84 podría tomar la 1-90, y desde allí el camino era directo. Fácil para entrar, fácil para salir; Fritzy ni se enteraría de que se había ido.
Ramona Norville había incluido por supuesto su dirección de correo electrónico, y Tess le escribió inmediatamente, aceptando la fecha y la minuta. Especificó también (como era su costumbre) que solo firmaría autógrafos durante no más de una hora. «Mi gato es un abusón y me castiga si no estoy en casa para darle la cena personalmente», escribió. Solicitó varios detalles más, aunque ya conocía casi todo lo que se esperaba de ella; llevaba acudiendo a eventos similares desde los treinta. Aun así, las personas organizativas como Ramona Norville esperaban que se los pidieran, de lo contrario, se ponían nerviosos y empezaban a preguntarse si la escritora contratada ese día se presentaría achispada y sin sujetador.
A Tess le cruzó por la cabeza la idea de sugerir que quizá dos mil dólares sería una cantidad más apropiada para lo que era, en realidad, una misión de «triaje», pero la desechó. Sería aprovecharse. Además, dudaba que todos los libros juntos de la Sociedad de la Calceta (había una docena) hubieran vendido tantos ejemplares como una sola de las aventuras de Stephanie Plum. Le gustara o no (y a decir verdad, a Tess no le importaba mucho ni una cosa ni otra), ella era el Plan B de Ramona Norville. Un recargo estaría cerca del chantaje. Mil quinientos era más que justo. Por supuesto, cuando estuvo tendida en una alcantarilla, tosiendo sangre por la boca y la nariz, no le pareció para nada justo. Pero ¿habrían sido más justos dos mil dólares? ¿O dos millones?
Si podías o no poner precio al dolor, la violación y el terror era una cuestión que las damas de la Sociedad de la Calceta nunca habían abordado. Los crímenes que ellas resolvían en realidad no eran mucho más que ideas de crímenes. Pero cuando Tess se vio obligada a planteárselo, dedujo que la respuesta era no. Le parecía que posiblemente solo existía una cosa que pudiera constituir una retribución por semejante crimen. Tanto Tom como Fritzy coincidieron.