18

Picó el poste de la escalera con el martillo para ablandar carne, tan cansada para entonces que se sentía como si viviera un sueño en la cabeza de otra mujer. Examinó la muesca, decidió que parecía demasiado deliberada, y dio varios martillazos más suaves alrededor de los bordes del desperfecto. Cuando creyó que se parecía a algo que podría haber causado al golpearse la cara (con la parte donde tenía la peor contusión), subió las escaleras despacio y recorrió el pasillo, sosteniendo la pistola en una mano.

Durante un momento vaciló frente a la puerta de su dormitorio, que estaba entornada. ¿Y si él estuviera dentro? Si tenía su bolso, tenía su dirección. No había activado la alarma antirrobo hasta que regresó (menudo descuido). Él podría haber aparcado su vieja F-150 a la vuelta de la esquina. Podría haber forzado la cerradura de la puerta de la cocina. Probablemente no habría requerido mucho más que un cincel.

Si estuviera aquí, notaría su olor. El olor a sudor. Y le pegaría un tiro. Nada de «Túmbate en el suelo» ni «Levanta las manos, voy a llamar al 911», ninguna de esas tonterías de película de miedo. Le pegaría un tiro sin más. Pero ¿sabes qué le diría primero?

—Te gusta, le gustas —dijo con voz grave, áspera como una lima. Sí. Exactamente eso. Él no lo entendería, pero ella sí.

Descubrió que en cierta forma deseaba encontrárselo en su habitación. Eso significaba probablemente que la Nueva Mujer estaba más que un poco chiflada, pero ¿y qué? Si todo saliera a relucir entonces, merecería la pena. Dispararle haría que la humillación pública fuera más soportable. ¡Y míralo por el lado bueno! ¡Seguro que le daría un empujón a las ventas!

Me gustaría ver el terror en sus ojos cuando se diera cuenta de que de verdad lo haría. Puede que compensara al menos una parte de esto.

Tuvo la impresión de que su mano ciega tardaba una eternidad en encontrar el interruptor del dormitorio; por supuesto, esperaba el momento en que le apresara los dedos mientras buscaba a tientas. Se quitó la ropa despacio, y profirió un sollozo acuoso y miserable cuando se desabrochó los pantalones y vio la sangre seca en su vello púbico.

Se duchó con el agua tan caliente como pudo soportar, lavándose las partes del cuerpo que toleraban ser lavadas, dejando que el agua aclarara el resto. Agua caliente y limpia. Quería desprenderse del olor de él, y también del olor a moho del retazo de alfombra. Después, se sentó en el inodoro. Esta vez no sufrió tanto al orinar, pero la saeta de dolor que le atravesó la cabeza cuando intentó, muy cautelosamente, enderezarse la nariz hizo que se le escapara un grito. Bueno, ¿y qué? Nell Gwyn, la célebre actriz isabelina, había tenido la nariz torcida. Tess estaba segura de haberlo leído en algún sitio.

Se puso el pijama de franela y arrastró los pies hasta la cama, donde se acostó dejando todas las luces encendidas y el Exprimelimones calibre 38 en la mesilla de noche, creyendo que nunca se dormiría, que su inflamada imaginación convertiría cada ruido de la calle en el advenimiento del gigante. Pero entonces Fritzy saltó a la cama, se enroscó a su lado, y empezó a ronronear. Eso estaba mejor.

Estoy en casa, pensó. Estoy en casa, estoy en casa, estoy en casa.