Cuando Tess alcanzó la intersección de Stagg Road y la Ruta 47, contempló algo hermoso: un Gas & Dash con dos teléfonos públicos en la pared de ladrillos de hormigón entre los servicios.
Usó primero el aseo de mujeres, y cuando la orina empezó a fluir, se tuvo que tapar la boca con la mano para sofocar un grito; era como si alguien le hubiera encendido un librillo de cerillas allí dentro. Lágrimas frescas rodaron por sus mejillas al levantarse del retrete. El agua en la taza tenía un color rosa pastel. Se limpió, muy cuidadosamente, con una hoja de papel higiénico, y luego tiró de la cadena. Habría doblado varias hojas más para ponérselas en la entrepierna de sus braguitas, pero por supuesto no pudo hacerlo. El gigante se las había quedado como recuerdo.
—So cabrón —dijo.
Con la mano en el pomo, hizo una pausa para observar a la mujer magullada y de ojos conmocionados en el espejo metálico salpicado de agua sobre el lavabo. Después salió.