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Amary, considera Tarsis, ya sólo puede hacer lo que hace, recurrir al pataleo o salir pitando con la esperanza de que su fuga se tome por un ataque a galope. Juega 18… Cb8-d7 controlando los dos escaques negros de su centro (e5 y f6). Ha agarrotado la contraofensiva de las blancas. Pero Amary confía en su posición, en su ataque y en las posibilidades tácticas que crea la movilidad de su ala Rey. Puede ganar, e incluso rápidamente; a la menor imprecisión de su rival toda su construcción en equilibrio inestable se vendrá abajo. «Al juego de las negras le falta suelo.»

El título del artículo le interesó a Tarsis, «Melodía en las catacumbas». Jean Michel Sanders contaba en él su odisea subterránea:

«Levanto la tapa de la alcantarilla, sin llamar la atención de nadie, y sin embargo estoy a unos metros de la Asamblea Nacional. Bajo cinco escaleras hasta llegar a una plataforma que conduce a los colectores pero que también da acceso a una escalera de caracol y de piedra que me lleva a las galerías subterráneas… El subsuelo de París está tapizado por una red de 300 kilómetros de catacumbas o túneles en los que se puede deambular, si no se teme el silencio opresor, con el único socorro de una linterna… Muchas están tapiadas por la Inspección General de Canteras. Pero es muy sencillo desmoronar las barreras que fueron construidas, sin duda, precipitadamente… Un decreto municipal de 1955 prohíbe entrar en ellas… puesto que comunican con los sótanos o bodegas de la mayoría de las casas antiguas de París…»

Tarsis Comprende, al fin, el secuestro de Isvoschikov e imagina a Amary y sus secuaces introduciéndose en el Palacio Marigny (residencia de los invitados extranjeros de la Presidencia de la República) a través de una galería subterránea que les conduce a los sótanos. Le sorprende no haber adivinado antes la treta. Pero un artículo de France Soir tres días después le muestra su error. Durante la noche del rapto ocho policías soviéticos se relevaron a la puerta misma del ministro y, además, las habitaciones del piso contiguas a las del jerarca estaban ocupadas por sus médicos, enfermeros, secretarios y su servicio de seguridad. El periódico concluía: «Es el nuevo misterio de la habitación amarilla. ¿Cómo se ha podido raptar al ministro sin que los policías de guardia a la puerta de su habitación hayan visto pasar a los secuestradores?».

La presencia de «los demás» es un obstáculo para el reposo nocturno de Amary, pero contrariamente a lo que imagina es muy estimulante para su trabajo de investigador. Especialmente la de «Mickey» y «el Niño».

Amary, en su caserón de Ginebra o en su habitación de la residencia universitaria, durante años, antes de abrazar la política, se entregó a la Ciencia con la esperanza de encontrar el secreto del Universo o por lo menos el de la energía que posee una partícula libre de fuerzas exteriores cuando se desplaza en el espacio.

[Él mismo se consideraba también como una partícula libre… sin atadura ni familiar ni nacional… «Doña Rosita» siempre tan deslenguada y con su veneno de serpiente le dijo un día:

—«No eres una partícula libre, estás unido a nosotros, a “Teresa”, a “el Niño”, a “Mickey”… y sobre todo a “Él”».

Era una trampa de vieja reaccionaria en la que no podía caer. Quería que se ensimismara meditando en lo que ella llamaba «Dios». Si se dejaba comer el terreno aparecería «Mickey» con sus rezos ridículos.

—Soy un hombre de Ciencia —dijo procurando no perder su calma— y sólo especulo sobre lo que se puede conocer O medir.

«Teresa» se rió tan fuertemente que a pesar de estar encerrada en la alacena se oyó su carcajada a través de la puerta. «El niño» sonrió bajo capa.]

Cuando Amary recibió la revelación marxista comprendió lo que hasta entonces únicamente intuía. A los cuatro militantes de su comité, les facturó el soplo:

—En la teoría relativista de la gravedad ideada por Einstein se tienen presentes el espacio, el tiempo y la materia, pero tan sólo como objetos matemáticos y físicos de nuestro sistema de energías. Como consecuencia la unificación de las fuerzas electromagnéticas y de las interacciones, tanto débiles como fuertes, en este sistema, es simplista y superficial. Como la social-democracia o el radical socialismo de nuestros abuelos. La Física tiene sentido si se discurre con escalas de energía mucho mayores. Como la Política, sólo merece consideración que repasada a través de esa energía infinitamente superior que es el marxismo. En Política, como en Física, estamos ante «la gran unificación».

Para «el maestro», calcular en escalas de energías «insospechadas» (acrobacia mental que provocaba a los colegas de Marc Amary un sentimiento de desequilibrio como si se les obligara a hacer juegos malabares andando al mismo tiempo en la cuerda floja) era un ejercicio sencillo que calificaba de familiar. ¿A quién podía extrañar su dexteridad para pasar de una escala a otra e imaginar sus relaciones… lo que llamaba «la gran unificación»?

[¿No vivía con «el loco» sin que «Teresa», por ejemplo, estuviera al tanto de su existencia? ¿No estaba situado «Él» en otro mundo de valores? ¿No comprendía perfectamente la relación entre «Doña Rosita», una serpiente, y «Mickey» un muñeco de goma de seis centímetros?… ¡Sin contar a «los tres cóndores» que se pasaban la noche fuera, en la ventana, jugando al póker y organizando tal guirigay con sus graznidos de tahúres que muchas noches el propio «maestro» tenía que recordarles que eran únicamente un trío de «invitados»!]

—El marxismo ha conseguido lo que en Física yo llamaría «la gran unificación», es decir, la unificación asociada a la gravitación universal, al relacionar la Moral, la Política, la Economía, la Historia y la Ciencia.

De Kerguelen le escuchó embelesado:

—Y entre las dos escalas de energías, las socialdemócratas (las que hoy conocemos) y las marxistas, ¿qué existe?

—«El desierto».

Hablar de «el desierto» era una de las mayores fruiciones que conocía Amary. Se expresaba con lucidez… pero también con el máximo de entusiasmo de que era capaz.

—Se supone que durante la transición entre las energías actuales y las mayores, nada importante sucederá. Ésa es la versión pequeño-burguesa de los físicos de «vanguardia». Yo digo que «el desierto» es el terrorismo. No se puede llegar al equilibrio marxista… a la gran unificación… sin pasar por él.

Para alcanzar en su día la ansiada y mirífica gran unificación, el Comité de Amary pasó al asalto. Se proponían amedrentar al adversario burgués e impresionar a la clase obrera «haciendo explotar bombas en su conciencia proletaria». Para esta causa altruista, se sirvieron de diversas armas, desde obuses hasta cohetes de guerra, sin olvidar las bombas de relojería, los sacos de plástico explosivo, los bazookas antitanques e incluso los modestos cócteles molotov. Con este arsenal, lograron explosionar las oficinas de Rolls-Royce en París, el Consulado de los Estados Unidos en Lyon, un edificio de la central nuclear de Creys-Malville un garaje de la policía en Marsella, la consigna del aeropuerto Charles de Gaulle, un parque de automóviles de Renault en Flins… Bajo los cráteres, Amary adivinaba «el desierto».

La presentación que hacía la prensa de lo que llamaba sus «acciones de resistencia armada», le parecía propia de la incapacidad y de la sandez de esa correa de transmisión del Gran Capital:

—Hablan de «terrorismo ciego». Sabemos por qué matamos. Nada mejor preparado que nuestros atentados. No hacemos un terrorismo ciego, sino por el momento mudo e invisible. Nuestro silencio acompaña el de las víctimas. Pero comenzaremos a hablar, a enviar comunicados, cuando iniciemos la última etapa.

[«Los tres cóndores» llegaban a menudo con retraso. «Él maestro» les tenía miedo; sabía que durante el día anidaban con «Él» en la punta del Universo. «Mickey», a veces, se pasaba horas con su hocico pegado al cristal de la ventana, viéndoles jugar al poker. A «el maestro» le mortificaba este interés del muñeco.

—Estoy harto de verte pasar todas las noches mirándoles. ¿Qué tienen de particular?

—Que pasan el día con «Él».

—¡Eres absurdo!

—Cuando sepa cómo juegan al póker, podré entendí cómo piensa y razona «Él».

Que un ratón de goma le diera lecciones, era para «el maestro» insoportable.]

Amary convocó a De Kerguelen. Era una noche que había concluido de forma feliz. Una bomba de cinco kilos había hecho saltar los locales parisienses de CII-Honeywell-Bull. El planteamiento de Amary había sido perfecto así como la ejecución de la misión por parte de De Kerguelen. Éste esperaba que su mentor le felicitara, pero Amary le declaró:

—Voy a abandonar el estudio de las partículas elementales. A partir de mañana me dedicaré al código genético.

¡El ser humano es tan particular! De Kerguelen, que era capaz de realizar, arriesgando su vida, las acciones más suicidas concebidas por Amary y que por «Dimitrov» había dimitido «definitivamente» del CNRS, consideró el proyecto de Amary como un atraco. Y una humillación inaceptable. Después de su vuelta a la investigación, el código genético era su especialidad. Amary no podía pisotear su jardín por las buenas, como el caballo de Atila. Intentando dominar su desazón esgrimió una contra:

—La gran unificación de las partículas elementales es el problema número uno de la Física de hoy. Creía que estabas a punto de resolverlo.

—Di con la respuesta. Pero la confirmación experimental la realizará el proyecto de Emilio Picasso, el LEP, el túnel anular de 27 km que se construirá en su día… no se puede razonablemente prever que funcione antes de 1990.

De Kerguelen sentía que una estocada de puño le atravesaba. Temía el talento de Amary, ¿no era capaz de vapulear en unas semanas todo su trabajo de investigador de años? ¿De realizar el descubrimiento que le ridiculizaría? Amagó una finta:

—El código genético no puede interesarte… Dime, ¿qué opinas del modelo de unificación de Glashow y Salam?

—Primero que como la mayoría de los Premios Nobel de Física, estos dos sujetos trabajan para el ejército antisocialista. Y segundo que el modelo lleva sus nombres… porque lo inventó Weinberg.

Amary le revelaba su punto flaco: el odio irracional que sentía por los laureados del año 1979. De Kerguelen abrió la brecha:

—Estoy seguro de que podrías «demoler» la teoría. Sería un gran paso científico.

—El modelo fue expuesto de forma precipitada, basándose en «evidencias» indirectas y no confirmadas… nunca ha gozado de la más mínima sombra de confirmación experimental.

De Kerguelen cobró ánimo. Intentó el pase:

—Alguien como tú, que investiga sobre la gran unificación, no puede apasionarse por algo tan microscópico como el código genético.

Amary estaba en guardia:

—A pesar de lo que opinan nuestros colegas «progresistas», el código genético es el otro polo del marxismo, gracias al cual encontraremos el origen de la vida, del hombre. El marxismo creará al hombre nuevo. ¿Cómo puede escapar a un hombre de ciencia marxista la biofísica molecular?

Tras este tajo diagonal, De Kerguelen tenía la impresión de haber perdido el asalto.

[Cuando «el maestro» llegó a su casa se encontró a «Teresa» amarrada con una soga a la cama. «El niño» y «Mickey» le ataban los últimos nudos. Los tres reían a mandíbula batiente.

—Os prohíbo que hagáis cochinadas. Tú, «Teresa» a tu alacena y que no te vuelva a ver nunca más aquí. Sólo tienes derecho a entrar en mi cuarto una vez que me he dormido… para acostarte en la alfombra.

«Teresa» se fue llorando. O haciendo como si llorara. «El niño» dijo:

—Era un juego. Le estábamos haciendo «la esclavitud infraverde» en «technicolor», pero no te preocupes, luego la hubiéramos dado la «libertad asintetas».

—¿Qué es ese galimatías?

«Mickey» le explicó:

—Lo confunde todo. Se refiere a la «esclavitud infrarroja» y a la «libertad asintótica».

Y volviéndose hacia «el Niño», le explicó con voz de falsete:

—En Física se llama la «esclavitud infrarroja» (y no infraverde) al hecho de que los quarkes encerrados en el protón están confinados en bajas frecuencias, mientras que la «libertad asintótica» (y no, asintetas) señala la propiedad que tienen en altas frecuencias de actuar como partículas libres. El «technicolor» es el color, es decir, la carga eléctrica de los gluones de los tecnigluones y de los tecniquarkes.

«El maestro» estaba furioso.

—Has dicho todo esto como un papagayo, para reírte de mí y de mi trabajo de investigador. ¿Quién te ha enseñado todo lo que sabes?

«El niño» le explicó:

—«Los tres cóndores». Se lo han explicado con las cartas mientras juegan al póker a la dobladilla. Ellos lo saben todo: «Él» les habla con más frecuencia que a nosotros: se pasan el día juntos en lo más alto del firmamento.

«El maestro» se fue a dormir con «el loco», desesperado. Por culpa de «los tres cóndores» y de «Mickey» su autoridad, tan necesaria para conservar el equilibrio de «los demás», estaba por los suelos.]

Al día siguiente los dos miembros del Comité continuaron el asalto. De Kerguelen le odiaba por primera vez en su vida. Amary, más tranquilamente que nunca, le anunció:

—Estuve con el patrón de tu laboratorio… Esta mañana.

¡Qué desplante! De Kerguelen, uñas arriba, intentó arrancarle los botones:

—¿Te presentaste de parte mía?

¡Era muy capaz!

—No.

—¿De qué habéis hablado?

—Hemos intercambiado ideas.

—¿No sabe que eres mi amigo?

—No hablamos de ti. Me puso al corriente de la investigación sobre la estructura, la dinámica y la organización del ADN.

De Kerguelen estaba a punto de explotar. Se tiró a fondo:

—Podías habérmelo preguntado a mí.

—Tu patrón tiene el don de explicar con claridad.

Es decir, que se compenetraron. Asentó la espada para el quite:

—Es un reaccionario trotskista de primer orden. No para de firmar cartas en favor de los disidentes soviéticos.

—Es ideal. En su laboratorio pasaré desapercibido. Hemos llegado a un acuerdo: iré tan sólo por las mañanas de diez a una. Como ya hacía en el Laboratorio de Altas Energías. Para el Comité, todo sigue igual: por las tardes nos reuniremos y continuaremos, naturalmente, las acciones de resistencia armada.

—¿Cuál va a ser tu tema de trabajo?

—Quiero encontrar lo que tu patrón llama «la palabra mágica».

Era el colmo del descaro. De Kerguelen se quitó la careta y el peto:

—Llevo años sobre ello.

—Lo sé. Podrás ayudarme.

¡Nada menos!… quería convertirle en su asistente de laboratorio o en su mozo de espuela. Tras años de fraternidad revolucionaria, De Kerguelen demostraba que quedaban incrustados en su subconsciente los vicios de la pequeña burguesía: la envidia, los celos, el amor propio y el peor de todos, el individualismo.

Amary no conocía el corazón del hombre, ni lo peligroso que puede resultar humillar a un vencido. Por culpa de su jefe, el Comité fabricaba una olla de cohetes.

Tarsis está pescando al candil, piensa Amary, cuando ha llegado el momento de arponear con tridente y fisga. Cala la posición avanzando su caballo, 19. Cd2-e4. Su rival no dispondrá del tiempo necesario para conducir la Dama a su puerto cuando los arpones lluevan sobre su Rey. Es el típico error de concepto de un jugador temperamental que confunde la pesca de altura con una de bajura. Ha mordido en el anzuelo y es capaz de devorar la carnaza envenenada que le he dejado en a2.

Tarsis considera la red que le tiende su adversario como un arte que descubre la hilaza, le da carrete y toma el peón 19 …Db2xa2. «Va a quedarse en cuadro» opina, por eso ni siquiera se ha molestado en un momento tan crítico, en pensar demasiado su jugada.

Amary había compuesto un problema, publicado en la revista Diagrammes que para Tarsis es más que una declaración de intenciones. Tras su última jugada lo considera una vez más. El secuestro de Isvoschikov, en sustancia, está compendiado en él. «La originalidad» de las exigencias de los terroristas (como dicen algunos periodistas) trasunta el cálculo de Amary.

Durante las primeras semanas del rapto, el chantaje de los secuestradores pareció una utopía propia del espíritu quimérico habitual de los terroristas. Exigían, y exigen, nada menos como condición única y exclusiva para la liberación de Isvoschikov, que la Unión Soviética bombardee los pozos de petróleo de Arabia Saudita. «Con lo cual, —añadían— se provocará el colapso económico del Occidente capitalista y paralelamente la caída del régimen más esclavista y feudal del universo.» A medida que pasan los días y las semanas, el nerviosismo de las autoridades de Moscú no ha cesado de crecer. Para los miembros del Politburó, la lectura de las cartas que su camarada escribe bajo la tortura es un martirio que sufren en su propio cuerpo. Y no están dispuestos a poner sus barbas a remojo. En este momento, no son pocos los que opinan que, palmo a palmo, la «maquiavélica» exigencia de los terroristas empieza a tenérsela en cuenta el Kremlin. Moscú está convencido, además, de que las autoridades francesas y su policía «burguesa», deliberadamente, protegen a los secuestradores. No es posible que al cabo de dos meses, no hayan descubierto la menor pista. Mientras tanto, ellos tienen que taparse las orejas para no oír los gritos de su camarada bajo el suplicio. ¿Hasta cuándo? Mañana les puede tocar el turno a cualquiera de ellos. ¿Tendrán que verse obligados a destruir uno de los sectores vitales de Occidente, arriesgando con ello la guerra mundial, para liberar a su compañero? A tragos el chantaje de los terroristas empieza a ser considerado con respeto, comienza a dejar de ser una utopía de chalados para aparecer como el terrorífico proyecto de unos fanáticos.

Tarsis está convencido de que Amary desea la guerra mundial, la tábula rasa que permitiría construir la nueva sociedad. Lo cierto es que a su adversario le complace el conocido diálogo entre Kruschev y Mao. El soviético, tras describir al chino el cataclismo de una guerra atómica, concluyó apocalíptico: «Los vivos envidiarán a los muertos». Mao volviéndose hacia sus ministros comentó: «Estos rusos, ¡qué gallinas son!».

En el problema de Amary el que juega pierde:

La única jugada posible es mover el caballo. La réplica sería entonces 2.Cd6 o CxC mate.

Los ajedrecistas llaman a este género de posición zugzwang, que significa la obligación que tiene el jugador a quien le corresponde mover de hacer una mala jugada, ya que si no tuviera que realizarla, salvaría la partida.

El secuestro de Isvoschikov, cree Tarsis, ha sido planeado para obligar a jugar y a desencadenar con ello el desastre «liberador», «el desierto».