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Con la espantada de Tarsis, el cisma de la Compañía de Jesús quedó en la estacada. ¿No hubiera soportado la orden la «lucha fraccional»? Existe una Falange «auténtica» y otra «a secas», una ETA «M» y otra «PM», socialistas «históricos» y deshistoriados, comunistas «renovados» y no renovados, incluso un gobierno «en pleno» y otro mondo y lirondo. La Compañía hubiera tenido todas las de ganar si se hubiera dividido en «S.J.» y «S J. (de N.)», por ejemplo. Los fieles hubieran tomado parte por los «nazarenos» o por los «ortodoxos» dando así a la orden una actualidad inesperada.

Para Amary, orientarse en el laberinto de las formaciones políticas revolucionarias de entonces (PTI, PCMLF, CCJD, CCD, PGC, PCF (ML), PCMLF, HN, HR, FR, LCR, CSFM, etc., etc…) era la mar de sencillo; sabía distinguir los afluentes de los subafluentes, los troncos de las ramas, los atajos de las bifurcaciones, los submúltiplos de las subdivisiones, las fracciones de las fisiones y las secciones de los comités. [En su casa, de puertas adentro, sus relaciones con «los demás» o «los otros» (así los llamaba) le habían acostumbrado a hilar muy fino.]

Quizás, se decía Amary, la plétora de elementos intelectuales y la inexistencia de proletarios en aquellas organizaciones obreras y revolucionarias eran debidas para comenzar a la perplejidad del común de los mortales ante el jeroglífico de letras sin cabo ni cuerda… aparente.

Amary se las fue pasando por la piedra a las que pudo, o por lo menos dezumándolas de sus militantes de buen pelo. Pero siempre a través de uno de sus acólitos.

Los tres primeros elementos del grupo que formó fueron tres disidentes de Dimitrov: Christophe de Kerguelen, John Hermés, Jacques Delpy. Mucho más tarde, se unió a ellos Claude Delacour.

De Kerguelen, aristócrata de buenas maneras, incapaz de poner los codos sobre la mesa o de hablar con la boca llena, había sido el verdugo más implacable de Jacqueline Riboud. Implacable pero elegante. Era investigador del Laboratorio de Biología Molecular del CNRS, cuando al fin entendió lo que toda la vida había oído sin querer escucharla, la voz de la aventura aquella vez por boca de Corneille:

—Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y sigúeme.

Y lo hizo. Se fue tras Corneille, ingresando en el Grupo Dimitrov, no sin antes dimitir «definitivamente» del CNRS, perdiendo su Doctorado de Estado y su sueldo. Se lo dio todo, bíblicamente, a los pobres, es decir, a la revolución… por intermedio de Corneille. Cuando éste a la postre se puso a hacer meditación trascendental como un ministro rumano, se encontró tan desolado que decidió suicidarse masturbándose. Por segunda vez en su vida. Seguramente le había tomado gusto al método. Él pretendía que como había estado tuberculoso, era el mejor harakiri, dada la fragilidad de su salud. En realidad, intentaba matar dos pájaros de un tiro; puesto que Corneille, tras su conversión a las doctrinas del sobrino de Buda, Ananda Marga, sólo concebía la salvación a través de la castidad, él moriría sacando la lengua al santo mocarro. Pecó de presumido; poca lengua sacó, y sin tripa ni cuajar. A su edad, ya era una forma de morir que no se podía pagar ni haciendo horas extraordinarias.

A los dieciocho años, estando en el Sanatorio de Bouffémont, el relato de su primera tentativa fue publicado por André Breton en uno de los primeros números de La Brèche (action surréaliste) con dos dibujos a la pluma de René Magritte (que por aquella época aún era un don nadie). El cuento tenía suspense y desenlace: su intentona de morir masturbándose iba por buen camino: se hacía añicos y hasta rajas, en la refriega, en ocasiones, por falta de municiones, sólo podía emitir unas gotas de sangre… hasta que, en el artículo de la muerte y cuando estaba administrándose, exhausto, los últimos estertores, apareció deslumbradora, en el marco de la puerta, la nueva enfermera. El flechazo… que calmó sus ardores. A André Breton, el cortocircuito poético «le fascinó»; lo comparó a Baudelaire y a Vaché.

Al salir del Sanatorio, se alojó en el centro de postcure de Sceaux, pero fue admitido a las reuniones del grupo surrealista, que tenían lugar de seis a siete y media de la tarde —hubiera sido de la peor falta de tacto o de gusto presentarse con un minuto de retraso— en un café que llevaba como título «El paseo de Venus» (La Promenade de Venus). A André Breton le entretenían los juegos de sociedad; los llamaba charadas poéticas, cadáveres exquisitos o «el uno en el otro». Era un francés muy fino, pero sus diversiones no tenían la leche en los labios: en Ciudad Rodrigo se las conocía más llanamente por «el Antón pirulero», «la pájara pinta» o «el pánfilo». Un día pidió que se designara a cada personaje propuesto, por el animal que poéticamente lo simbolizara (Rimbaud: «El ave Fénix», Victor Hugo: «El león de Judea», Van Gogh: «la estrella de mar», etc…). A De Kerguelen, le tocó figurar alegóricamente a Saint-Just. Como no estaba muy versado aún en el santoral surrealista, creyendo hacer una gracia jugando al abejón, propuso:

—«La rata».

La excomunión del grupo se firmaba por menos. Breton le echó una reprimenda rabiosa como si buscara el pelo al huevo; De Kerguelen se protegió tras una sonrisita de liebre. Breton, tras la catilinaria, creyó intuir la causa del desmán:

—¡Usted viene al grupo para espiar!

Y sin la menor mala intención, como una evidencia (no sabía que el grupo la escondía celosamente), dijo:

—Espiar… pero ¿el qué?

El grupo surrealista, como los movimientos literarios o artísticos más pujantes de la época, tenía muchos puntos en común con los políticos y proletarios. Y no tan sólo el fanatismo. El surrealismo fue una ruda escuela (pero necesaria) para De Kerguelen y su futura militancia revolucionaria. Sin embargo, maduradora y formativa. Al término de la cual estaba en condiciones de pronunciar el voto de obediencia… por la primera causa que se presentara.

Amary, para aceptarle en su grupo, exigió como condición indispensable que De Kerguelen volviera al Laboratorio de Biología Molecular. Amary, como André Bretón, temía que los profanos metieran sus sucias y vulgares narices en su redondel. Amary además, cortando con todo un pasado de izquierdismo militante vistoso y bullanguero, pedía a los miembros de su cofradía que aparecieran normales: ni obesos, ni ociosos.

Menos exigente que el grupo surrealista, el CNRS, tras la sonada abdicación de De Kerguelen y los tres años de novillos que siguieron, le enroló de nuevo. Con lo que de carambola pudo entrar en el comité clandestino.

Amary era consciente de que la época de los grupos revolucionarios, luengos en sus discursos y cortos en sus acciones, había pasado a la historia: a las letrinas de la Historia, como enfermedades infantiles del comunismo. La aurora de una nueva era despuntaba: ellos se encargarían de acelerarla; las capitales del mundo capitalista disponían de centenares de kilómetros que podrían transformarse en frentes donde se haría la guerra a la burguesía por medio del terrorismo urbano. Amary ante sus militantes hacía gala de una entereza implacable […compensando así el momento en que, llegado a casa, tenía que afrontar los sarcasmos de «el Niño» y de «los otros»].

Aquellos grupos izquierdistas a los que tanto despreciaba Amary, habían venido al mundo de la mano de un carnicero. De Albacete para más señas, si se cree la historia tal y como la cuenta el PCF (Partido Comunista Francés): Marty, para adoctrinar a sus jueces, creó el Movimiento Comunista Francés Marxista Leninista, (el «MCF [ML]»). Que tan sólo los incapaces de sacramentos podían confundir con la Unión de Estudiantes Comunistas Marxista Leninista («UEC [ML]»). Los primeros eran prochinos y los segundos amigos de Althusser. Para despistar a la policía y a los grupos rivales, aquéllos, a su vez, también eran amigos de Althusser (aunque menos) y éstos tan prochinos o más que sus rivales. La pasión que inspiraba Althusser no podía sorprender; era un filósofo que, por ejemplo, escribía: «las banderas de la revolución se despliegan y revolotean en el vacío» (por lo general, el bajo pueblo no consigue esta hazaña en el vacío). Cuando las dos formaciones estaban a punto de llegar a las manos, por un problema de interpretación de la Nueva Economía Política, decidieron que sería más revolucionario fusionarse. El consorcio se estableció bajo el nombre de «PCF (ML)» y como estaban en estado, parieron L’Humanité Nouvelle. Lo cual, claro está, enfadó a Althusser y a De Gaulle. El primero les abandonó a su suerte, aunque a veces pelaba con ellos la pava en secreto, y el segundo los puso fuera de la ley, «disolviéndolos por decreto». Entretanto, habían dado el braguetazo: los chinos les suministraron dos mil dólares como bienes dotales. En plena luna de miel, el golpe bajo que les infligió De Gaulle les traumatizó. Decidieron escindirse en dos: la Gauche Prolétaire y el «PC (ML) F». La astucia de este segundo grupo consistía en resbalar la F de «francés» del centro a la extrema derecha. Los «proletarios» consiguieron la memorable proeza de ser maoístas… ¡pero antimarxistas! Para difundir la buena nueva crearon La Cause du Peuple. Naturalmente, «Causa» no significaba, en este caso, como señala la Academia, «proceso criminal». Los «PC (ML) F», para no criar moho, acto seguido, se subdividieron por gala en dos. Pero con gran sentido del humor, los dos grupos neonatos y rivales siguieron llevando la misma etiqueta «PC (ML) F». Era tal la confusión creada, que en los medios progresistas se les distinguía bajo las apelaciones poco edificantes de «los viejos» y «los jóvenes». En vista de ello, cada una de las organizaciones antagónicas, con gran sentido de la responsabilidad, fundó una publicación en la que, cada una por su lado, daba su cuarto al pregonero: el Front Rouge y L’Humanité Rouge. El que concordaran en «rojo» no engañaba a los expertos que calibraban el abismo que existía entre «frente» y «humanidad», no menor que el que separaba políticamente a ambos partidos. Los chinos, rumbosos, echando la casa por la ventana, dieron a los segundos otro pellizco de dos mil dólares. Sin embargo, no todo iba a ser, para ellos, camino de rosas, en el horizonte se alzó amenazador Le Prolétaire Ligne Rouge, lo de «rojo» iba con muy mala uva, en realidad sólo se aproximaban a ellos, o por lo menos a sus apelaciones, para apuñalarlos con más saña; el propósito de esta sección era desenmascarar a los «revisionistas», o lo que era lo mismo, darles higa y mate. En un principio, con el mismo taimado propósito, se alzaron el CCJS (El Comité Communiste Joseph Staline) y el CCJD (El Comité Communiste Jorge Dimitrov). Estos dos comités no sólo declararon la guerra a las demás organizaciones, sino que entre sí se combatieron como güelfos y gibelinos. Hay que reconocer que ambos querían volver las nueces al cántaro creando el primer Petit groupe compact. La fertilidad de la imaginación revolucionaria no paró ahí y sólo un voluminoso gotha podría encerrar el sinfín de grupos y grupúsculos que con mayor o menor fortuna se crearon en aquella tierra de promisión. Capítulo aparte merecen los trotskistas, que ayudaban la causa de los trabajadores con sus innumerables formaciones que iban de la LCR (Ligue Communiste Révolutionnaire) a la AJS (Alliance des Jeunes pour le Socialisme), pasando por los «posadistas» y Socialisme et Barbarie, sin olvidar a los espontaneístas, los anarquistas, los edonicistas y los estructuralistas. A estos últimos, Amary los aborrecía como a perros, sin respetar ni a Lenin ni a su padre, se habían permitido la frivolidad de llamar a uno de sus engendros «los niños».

Precisamente Lenin había dicho a sus colaboradores: «Cuidad vuestro sistema nervioso». Todos estos grupos le parecían pandillas de tarados y de exhibicionistas que no habían comprendido con Mao que «la Historia hay que verla a gran escala y no a pequeña escala».

Cuando Amary hablaba a sus militantes, construía fórmulas con rigor matemático. Decía por ejemplo: «Primero: la gente que gobierna no puede hacerlo como antes de Marx. Segundo: los gobernados no pueden seguir viviendo como en el pasado. Conclusión: la revolución sólo la provocarán realidades históricas, sociales y económicas a gran escala». O bien: «a). En la URSS actualmente sólo funciona el armamento. b). Cuando la URSS conquiste el mundo, superados los problemas de defensa, resolverá los de abastecimiento. Por ello, cualquiera que sea nuestro parecer sobre el revisionismo existente en el Kremlin, tenemos que ayudar a la Unión Soviética a que barra los últimos vestigios del pasado feudal: las sociedades capitalistas».

De Kerguelen le escuchaba con la boca abierta:

—Seremos Quijotes.

Amary le corrigió:

—Don Quijote combate molinos de viento creyendo que son gigantes. El revolucionario ataca objetivos precisos. No somos altruistas sino realistas.

[Y se fue a dormir con «los demás».]

Amary no juega Td1-d2, consolidando su defensa (pero dando con ello la iniciativa a Tarsis), sino la jugada más agresiva: 15. Cf3-d2. «Lance indispensable» se dice, que le conducirá a la victoria. Tarsis puede entretenerse comiéndole los peones del ala Dama: cuando se despierte de su quimera se encontrará ante una encerrona que conducirá al mate de su Rey. «Ahora sí que voy a ganar —piensa—. Mi ataque es imparable.»