16

LA ÚLTIMA HUIDA

Sobre la una y cuarto de la noche del 2 de diciembre de 1957 comunicó el capitán [Jurado] a la citada compañía de Castro Urdiales que entre el Pontarrón [Guriezo] y la langostera de Islares, en el kilómetro 158 de la carretera general Santander–Bilbao, a las doce y media de la noche, cuando la moto antes reseñada, conducida por el «Fuguista» y llevando en la parte posterior a Bedoya, circulaba en dirección a Bilbao, fue alcanzada por un coche negro ocupado por agentes de la Policía Gubernativa de Santander, y al llegar a su lado hicieron, al parecer, fuego desde dicho coche con un subfusil ametrallador sobre ambos, resultando muerto en el acto el «Fuguista» y huyendo el «Bedoya», ignorando si pudiera este haber sido alcanzado por alguno de los disparos.

Así continúa el informe de la Guardia Civil y de la Policía.

Paco Bedoya no había sido alcanzado por uno de los disparos, sino por varios. Mientras le sorprendieron en la moto o intentando subir por una roca escarpada de unos cuatrocientos metros, con decenas de policías detrás, por los riñones le entraron tres disparos que le llegaron al vientre, más otros tres balazos que le penetraron por los glúteos. Además, de atrás adelante también presentaba un tiro más en el hombro izquierdo, dos más en la pierna derecha y dos más en el brazo izquierdo.

Con tres balazos como mínimo en el vientre, desangrándose, aquel muchachón de veintisiete años, enorme y gordo, pudo trepar y dar esquinazo a todo un ejército que tenía detrás, porque decidieron no perseguirle por lo peligroso que era. Por eso, porque técnicamente es imposible que un tipo, por muy hercúleo que sea, trepe con dos tiros en la pierna derecha y tres en los glúteos con trayectoria descendente uno de ellos. Por los detalles de la autopsia que luego se verían, el último capítulo que Francisco Bedoya Gutiérrez escribió aquella noche como fin de su triste historia quizá fue el más siniestro y humillante para todos aquellos que intentaron capturarle.

Se requirió el auxilio del cuerpo de los denominados «sabuesos» de Torrelavega, a cargo del cabo primero Fidel Fernández Iñíguez, iniciándose la batida con el sabueso Gemo en cabeza. Gemo estaba especialmente entrenado para seguir pistas.

Solo que la citada batida se inició no por la noche, sino al alba, o para la Guardia Civil, a las nueve de la mañana. Mientras se escondía herido en el monte, mientras se desangraba, mientras se congelaba de frío, un dispositivo enorme de policías y de guardias civiles pensaban sesudamente en cómo actuar. Porque a Paco Bedoya, un bandolero, un ratero, un vulgar asesino, como le habían llamado durante esos años en la propaganda oficial, le cupo el honor de convocar al festín de su captura, en aquella trágica madrugada del 1 de diciembre, ni más ni menos que al mismísimo Jacobo Roldan Losada, gobernador civil y militar de Santander, amigo del Caudillo, hombre querido del régimen.

También acudieron a la fiesta de la curva de las Hadas, nombre con que se conoce a la curva entre el Pontarrón e Islares donde fueron ametrallados Bedoya y su cuñado San Miguel,

el primer jefe de la 142 Comandancia, el capitán de la compañía de Castro Urdiales, el señor comisario jefe de la provincia y agentes y subordinados, más fuerzas del cuerpo que se iban concentrando en dicho punto.

Tantos estrategas juntos debieron de decidir que no merecía la pena arriesgar a ningún hombre para seguir a un tipo que se había internado en el monte a la una de la madrugada, puesto que

por lo abrupto del terreno y la considerable maleza que lo cubre totalmente se estimaba sumamente peligroso e inconveniente la búsqueda de noche.

Al amanecer, se inició el reconocimiento del monte, y sobre las nueve de la mañana, el cabo Fidel Fernández Iñíguez, del puesto de Torrelavega y encargado de los perros policías, que conducía al sabueso de su propiedad (Gemo) y formaba parte de la fuerza que manda el teniente Juan Barrientos Labrador, jefe de la línea de Castro Urdiales, descubrió el rastro del bandolero, para lo cual se le había dado previamente unos calcetines usados de aquel que dejó abandonados al huir.

Llegó un punto donde el perro se paró dando muestras de impaciencia que dejaban entrever la proximidad del forajido, por lo que el cabo escudriñó entre la maleza, que alcanzaba una altura aproximada de dos metros, para tratar de localizar a aquel, apercibiéndose en ese instante que el bandolero se hallaba tumbado en una prominencia rocosa, a unos veinte metros de distancia, apuntándole con una pistola, que disparó contra el cabo antes de que este pudiera hacerlo, ocasionándole una herida en pecho y cayendo a tierra, no teniendo tiempo de repeler la agresión, sin que el bandolero volviera a disparar.

El teniente Juan Barrientos Labrador, jefe del grupo y el guardia Anastasio Peralta, que se hallaban en las proximidades, dispararon a su vez apoyando al cabo herido facilitando a su vez con sus fuegos la ascensión del resto de la fuerza, con que este oficial realizó rápidamente una envolvente para cercar al bandolero, y una vez efectuado este se entabló un tiroteo entre el Bedoya y la fuerza…

Los agentes del cuerpo general de Policía de la plantilla que habían intervenido en la persecución del bandolero por carretera permanecieron en esta, cubriéndola, mientras la fuerza del cuerpo se internaba en la espesura del monte para evitar el acceso del bandolero mismo, caso de que este lograra infiltrarse en aquella dirección.

Una descripción de los hechos digna de las «hazañas bélicas». Eso sí, en un alarde de diplomacia militar, el informe intenta dejar bien a todas las fuerzas que participaron en la captura del maquis de Serdio, destacando la envolvente del teniente de Castro Urdiales, Juan Barrientos. Para justificar las catorce balas que el guerrillero llevaba en el cuerpo y buscar los posteriores ascensos, medallas e incluso las quinientas mil pesetas ofrecidas por su captura, se inventaron un tiroteo imposible en el estado físico del herido después de nueve horas desangrándose durante la noche.

Aquel tipo, desde luego, debía de ser de otro planeta, porque pese a la noche brutal que había pasado, cuando sabía ya que había llegado su última hora, según el informe oficial tuvo fuerzas para disparar contra un cabo que subía con un sabueso. Después, con el vientre lleno de plomo, pudo establecer un tiroteo con las fuerzas de la Guardia Civil, «valientemente» comandadas por el teniente Barrientos Labrador.

Tras las investigaciones de Antonio Brevers[35] sobre las contradicciones en la versión de la Guardia Civil y de la Policía gubernativa durante aquellos días de noviembre más el 1 y 2 de diciembre, con las declaraciones de algunos de los miembros de la Policía y de la Guardia Civil que participaron en hechos, hoy se sabe que pese a que conocían el momento de la fuga, el trayecto y pese a que contaban con la colaboración de San Miguel —aunque no las tenían todas consigo—, la captura fue una chapuza. Y que un tipo herido gravemente en el vientre, aunque luego lo remataran arriba, como se puede deducir de un examen pormenorizado de la autopsia, tuviera en jaque a varios cuerpos de las fuerzas del orden, es una muestra también del miedo, la rivalidad entre los oficiales y números implicados, al tiempo que deja en entredicho el «enorme valor» de los mandos que participaron esa madrugada en los hechos. Con la salvedad del cabo Fidel Fernández, al que estuvo a punto de servirle para poco la herida recibida y los elogios de sus jefes superiores. Y, desde luego, se le negaron las quinientas mil pesetas por la captura de Francisco Bedoya.

El 3 de diciembre de 1957, los periódicos recogían en su página de sucesos la «Muerte de dos bandoleros cerca de Castro Urdiales. Pertenecían a la banda de “Juanín”, que durante años realizó numerosos asesinatos y robos en la provincia de Santander». Como el texto de la noticia era el oficial, basta con recoger algunos de los párrafos que, por ejemplo, se publicaron en La Vanguardia sobre los hechos:

Los bandoleros Francisco Bedoya Gutiérrez, «el Paco» y «el Bedoya», y su cuñado, José San Miguel Álvarez, pertenecientes a la banda del tristemente célebre «Juanín», que iban en una motocicleta con dirección a Bilbao, sin matricular, fueron sorprendidos por agentes de la brigada de investigación social de Santander, quienes les seguían de cerca desde su salida de la capital. Los agentes dieron el alto a los bandoleros, quienes inmediatamente se lanzaron al suelo y comenzaron a disparar sus metralletas y sus pistolas. En el breve combate resultó muerto en el acto José San Miguel Álvarez, de cuarenta y cuatro años, que era el que conducía el vehículo. «El Bedoya», indudablemente herido por varios disparos, logró internarse en el Monte Cerrado, que fue cercado por fuerzas de la Guardia Civil de la Comandancia de Santander y puestos de Torrelavega y Castro Urdiales.

La noticia seguía relatando los hechos ya conocidos, destacando el «fuerte tiroteo con las fuerzas de la Guardia Civil a consecuencia del cual resultó muerto el Bedoya sobre las diez de la mañana».

El artículo dedica los últimos párrafos a enumerar, uno tras otro, todos los cuerpos de la Guardia Civil y de la Policía que participaron en la hazaña, sin olvidar ni un nombre, incluido el gobernador civil de la provincia y el teniente coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil, «con evidente riesgo de sus vidas».

Al día siguiente, cuando a Paco Bedoya le bajaron muerto sobre unas parihuelas hasta el pie de la carretera, le fueron registrados una Astra de 9 milímetros de largo, número 2380 «en buen estado de conservación», un cargador para la misma con cinco cartuchos y una vaina de pistola de 9 milímetros especial; una funda sobaquera para el arma; una cartera de piel perteneciente a José San Miguel, con documento nacional de identidad, un permiso de conducir de tercera y un documento de identidad de tributos fiscales, carné de corresponsal de Industria y Comercio, todo a nombre de San Miguel y varias fotografías; una cartera de cuero con las iniciales F. B. conteniendo cuatro mil pesetas en billetes. Un peine, un reloj de pulsera marca Certina con correa de cuero, una linterna, unas gafas ahumadas, una cadena con llavero, dos navajas, un cortaúñas, un bolígrafo, un tabardo de cuero negro forrado, unos guantes de piel forrados, dos boinas y unas gafas de motorista del casco.

LEVANTAMIENTO Y AUTOPSIA

El testimonio del juez y la autopsia del cuerpo de Bedoya tampoco tienen desperdicio si se compara con el relato de las hazañas de la Guardia Civil esa noche.

En la ciudad de Castro Urdiales, a 2 de diciembre de 1957.

DILIGENCIAS DEL LEVANTAMIENTO DE CADÁVERES:

En el lugar conocido como «Arenillas» del pueblo de Islares, de este Partido Judicial, a las 7,45 horas del día 2 de diciembre de 1957.

El Sr. juez de este partido, asistido de mí, el secretario, del médico forense de este juzgado y del agente judicial, se constituyó en dicho lugar, kilómetro 158 de la carretera general Irún–La Coruña, haciéndose observar por su señoría lo siguiente:

Que junto al borde izquierdo de la carretera, en dirección Bilbao–Santander, se encuentra un hombre en el suelo, en posición de cubito ventral, con los brazos hacia arriba, vestido con impermeable de plexiglás, traje oscuro, y encima de todo ello una gabardina muy usada, zapatos negros, calcetines blancos, de lana, y guantes de cuero. Junto a él, una cartera de cuero, conteniendo una pistola, digo, sin marca ni inscripción alguna, de nueve milímetros de largo, con un cargador completo, una copia duplicada de contrato de alquiler entre A. del Castillo, garaje Sancho Auto, Cañadió 1, Santander, y José San Miguel Álvarez, referente a la motocicleta marca Derbi, matricula S–1553, entregada dicha motocicleta el 27 de Noviembre de 1957, un carné de identidad de la revista Ahumada de la Asociación Antiguos Alumnos de los Colegios de la Guardia Civil, de fecha 23 de septiembre de 1957, a nombre de José San Miguel Álvarez, en el que aparece una fotografía sellada con el de dicha asociación, una pluma estilográfica marca Lamy, un reloj de marca Certina, en marcha, una alianza de oro, y en su interior, la inscripción «Tere, 10–11–55», 530 pesetas en un billete de 500, y de 25 y uno de 5, más 4,50 pesetas en calderilla, un peine, una navaja, un lapicero y objetos de aseo, así como algunos talonarios de la revista Ahumada. Asimismo, junto a él, se encuentra una motocicleta marca Derbi, matrícula provisional S–1553, con un orificio de bala en el faro delantero, en su parte izquierda. Examinado el cuerpo del hombre y llamado por tres veces por su señoría, no se obtiene contestación alguna, ordenándose al Sr. médico forense que fuera reconocido y emitiese informe sobre su estado, y bajo juramento que prestó en legal forma, manifiesta: que el sujeto que acaba de reconocer era cadáver, el cual presenta heridas de arma de fuego al nivel del quinto espacio intercostal izquierdo, con entrada y salida de nivel de región escapular izquierda, con posible perforación de pulmón izquierdo, siendo estas la causa de su fallecimiento, el que ocurrió probablemente sobre la una de la noche del día de hoy.

Por manifestación de la Policía que en el lugar se encuentra se identifica el cadáver como el de José San Miguel Álvarez, muerto al pretender huir juntamente con Francisco Bedoya, alias «el Bedoya», por disparos hechos por la misma Policía. Los objetos que se han reseñado anteriormente, parte de ellos encontrados en los bolsillos del cadáver, por orden de su señoría, quedan depositados en poder del señor secretario que refrenda, a disposición de este juzgado.

Seguidamente, por su señoría se ordena que el cadáver sea trasladado al depósito judicial del cementerio de Castro Urdiales, lo que se lleva a efecto inmediatamente por funcionarios del ayuntamiento de esta ciudad, y que la moto quede depositada en poder del industrial de la misma ciudad, don Juan José Dirube Diez, quien hallándose presente, se constituyó como tal depositario, bajo juramento que prestó en legal forma, haciéndole saber la obligación que tiene de conservarla en el estado en que se encuentra y tenerla a disposición de este juzgado.

Hasta aquí la versión de cómo se encontró el cuerpo de San Miguel, según el relato oficial. Más enrevesado y extraño resulta el del cuerpo de Francisco Bedoya.

Sobre las 11 horas de este mismo día [es decir, once horas después de que escalara un ladera escarpada de cuatrocientos metros de alto con varios tiros en el vientre], y por la Guardia Civil de esta ciudad, es entregado al juzgado el cuerpo de un hombre con pantalón azul mahón, zapatos negros y calcetines marrones. Camisa a cuadros negros pequeñitos, de media manga, jersey de color marrón, sin mangas, y ropa interior blanca, nueva. Registrados los bolsillos, no se le encuentra objeto alguno, y llamado por tres veces por su señoría, no se obtiene respuesta, por lo que se ordena al señor médico forense sea reconocido, y bajo juramento prestado manifiesta:

Que el sujeto que acaba de reconocer es cadáver, el cual presenta heridas de arma de fuego en diversas partes del cuerpo, una de las cuales con entrada por delante del conducto auditivo, extremo derecho, y orificio de salida en región frontal izquierda, con estallido de bóveda, siendo esta la causa de su muerte, la que ha tenido lugar sobre las nueve horas del día de hoy.

Por manifestaciones de la misma Policía que se encuentra presente, se identifica el cadáver como el de Francisco Bedoya Gutiérrez, alias «el Bedoya», muerto por la Guardia Civil al ser perseguido por esta cuando pretendía huir al extranjero, tratando de eludir la acción de la justicia y que lo presentan al juzgado en el mismo lugar en que se encontraba el anterior cadáver, tendido en unas parihuelas hechas por vecinos del pueblo, con ramajes, ya que el cuerpo de este ha sido trasladado desde la peña Cerrado, donde fue descubierto y muerto en lucha por la citadas fuerzas, según manifiestan estas.

Por su señoría se ordena el traslado del mismo, al cementerio, digo, al depósito judicial del cementerio de esta ciudad, lo que se lleva a efecto inmediatamente.

INFORME DE AUTOPSIA: en la ciudad de Castro Urdiales, a 3 de diciembre de 1957.

Ante el señor juez de instrucción de esta ciudad y su partido, asistido de mí, el secretario, compareció el médico forense de este juzgado, don Eduardo Rubio Fernández, quien prestó juramento en legal forma de decir verdad, y proceder bien y fielmente en el desempeño del cargo que se le ha encomendado y manifiesta:

Que ha practicado la autopsia en el cadáver de Francisco Bedoya Gutiérrez e informa:

Hábito externo: cadáver de varón, de treinta a treinta y cinco años, afeitado, con bigote, de gran corpulencia física, que presenta rigidez cadavérica y rigideces propias del tiempo que lleva muerto. Abundante cantidad de pelo en cabeza, región pectoral y región pubiana. Orificio producido por proyectil de arma de fuego, por delante de pabellón auricular derecho, de forma estrellada. No se observa tatuaje de pólvora. Otro orificio en región gemelar de pierna derecha; otro en región anterior de dicha pierna. En región glútea derecha, tres orificios producidos por el mismo mecanismo. Otro en región escapular derecha. Otro en tercio superior de muslo izquierdo, dos en región epigástrica, tres en región lumbar.

Cavidad craneal: herida de entrada de proyectil de arma de fuego a nivel de orificio externo de conducto auditivo, y por delante de él, con rotura de lámina interna del peñasco temporal. Fractura, por estallido, del cráneo, que se irradia a ambos huesos parietales, y por su parte anterior a la inferior del hueso frontal y a las mayores del esfenoides. Orificio de salida en región frontal izquierda, por encima del arco (¿subciliar?) izquierdo, de forma estrellada y con rotura y desprendimiento de esquilas de la lámina externa. Al abrir dicha cavidad, se encuentra completamente llena de sangre; meninges perforadas a nivel de los orificios, desde el punto de entrada del mismo, que corresponde al lóbulo temporal izquierdo, hasta su salida, digo, al lóbulo temporal derecho, hasta su salida a nivel del lóbulo frontal izquierdo, un poco por delante de la circunvolución frontal ascendente. Dicho trayecto atraviesa el ventrículo lateral derecho.

Unidad torácica: no se observa nada anormal.

Unidad abdominal: tres orificios de entrada de proyectil de arma de fuego a nivel de región lumbar izquierda, que penetran en cavidad abdominal. En dicha cavidad se observan perforaciones en asas intestinales y perforación en ciego, existiendo reacción peritoneal. Uno de dichos proyectiles se encuentra completamente deformado, rota la camisa y suelto el núcleo de plomo que fragmentado en pequeños trozos, está incluido en el ¿epiplón? En pared anterior de abdomen, solamente se observan dos orificios de salida en región epigástrica. Por la reacción peritoneal y por el aspecto de los orificios, dichas lesiones fueron ocasionadas con varias horas de antelación a la muerte. En pierna derecha se observa un orificio de entrada, en la región gemelar, que atraviesa los músculos gemelos, y atravesando el espacio interóseo, sale por la parte anterior externa de la pierna, por fuera de la cresta tibia, no produciendo fractura ósea. Dos heridas en sedal en antebrazo izquierdo, con dirección de arriba abajo, y de atrás adelante, y a nivel de codo, atravesando solamente tejido celular subcutáneo. Herida en sedal en región escapular izquierda, que sorprende solamente tejido celular subcutáneo y masas musculares. Fracturas conminuta de cuello de fémur izquierdo, originada por proyectil de arma de fuego, que tiene su orificio de entrada en cara externa del muslo, encontrándose el proyectil, por debajo de la piel, después de haber rebotado sobre el hueso. Fractura de fémur derecho, a nivel de cuello, por debajo de los trocántares, originada por proyectil de arma de fuego, que entra por región glútea.

De todo lo cual se deduce que la muerte ha sido originada por fractura, por estallido de cráneo, con lesión de masa encefálica, originado todo ello por proyectil de arma de fuego, con lo que se dio por terminado este acto. […]

OTRA INTERPRETACIÓN

El forense Carlos Tortosa trabaja en los Juzgados de la Plaza de Castilla de Madrid. Leído el informe de la autopsia, y recordando siempre que las circunstancias en que se trabajaba hace cincuenta años han cambiado bastante, destaca en primer lugar la forma extraña en que se levantó el cadáver de Paco Bedoya. «Hoy sería impensable que lo bajaran en parihuelas. El juez y el forense están obligados a subir hasta el lugar de los hechos. A Bedoya, el juez lo encuentra ya en la carretera y eso es poco o nada habitual. Siempre se traslada una comisión judicial hasta el lugar de los hechos. Esto es imprescindible para iniciar una investigación que ofrezca resultados suficientes para interpretar los hechos y las circunstancias de una muerte violenta. Hay que ver y estudiar el cadáver allá donde se encuentre».

No solo le llama la atención este traslado del cadáver, sino también la manipulación que se hace del mismo quitándole la ropa. En la descripción del cadáver se trasluce que lleva muy poca ropa para pleno mes de diciembre: una camisa de manga corta. Cabe preguntarse: ¿por qué le quitan la ropa? ¿Puede ser que para que no se vea el tatuaje que dejan los tiros a corta distancia o a quemarropa, y al quitarle la ropa eliminan los restos? El estudio de la ropa de un cadáver que ha recibido varios impactos de bala es fundamental para poder establecer, entre otras conclusiones de interés, la distancia a la que se efectuaron los disparos. Así, dependiendo del arma y la munición empleados y de la distancia a la que se efectúa un disparo, podremos encontrar sobre el cadáver o en sus ropas distintos elementos que salen por la boca de fuego del arma, tales como humo, granos de pólvora, quemaduras causadas por la llama, además de las propias lesiones mecánicas producidas por el proyectil. De esa manera se pueden definir y agrupar todos estos tipos de hallazgos y lesiones en cuanto a la distancia que se efectúe el disparo en larga y corta distancia, a quemarropa y bocajarro.

En la autopsia de Bedoya, el forense que la redactó se empeña en resaltar que tiene tatuaje alrededor del orificio que hay en el lado derecho de la cabeza, justo por delante del oído derecho, así que pudo ser realizado a corta distancia.

Puede ser un tiro de gracia. Pero también pudo suicidarse, aunque esta última hipótesis parece menos verosímil, dado que en estos casos el disparo se suele producir a bocajarro (cañón tocando la piel) y los destrozos son mucho mayores que los descritos en el informe de autopsia.

Tortosa asegura que los tiros que el cadáver mostraba en las piernas no le hubieran dejado subir la pendiente del monte Cerrado, y menos si era escarpada, como se deduce de la descripción de los hechos y las dificultades del cabo Iñíguez y de su perro para encontrar a Paco Bedoya. «Solo los tres tiros que le entran por la región lumbar le hubieran permitido, en principio, sobrevivir, y la autopsia destaca que fueron hechos varias horas antes de la muerte. Pero con dos de ellos habiendo atravesado el abdomen y un tercero con un estallido parcial de su recubrimiento y alojado en el vientre, con esas heridas desde la una de la madrugada hasta las nueve del día siguiente, difícilmente alguien sobrevive y mucho menos está en condiciones de mantener un peligroso tiroteo».

El cadáver de Paco tiene los fémures rotos, el derecho con una fractura multifragmentaria (conminuta). Es absolutamente imposible que se pudiera poner de pie. «Científicamente imposible», concluye el forense. En cuanto a la llamada «reacción peritoneal», puede suceder que se haya destacado por parte de quien efectuó la autopsia para transmitir sensación de que podría haber sobrevivido más tiempo gracias a la sangre coagulada y la reacción de los tejidos circundantes a las lesiones que intentan taponar los orificios.

El cadáver de Bedoya tenía catorce orificios por arma de fuego. Muchos en la espalda. En una plausible reconstrucción de los hechos, la explicación de esos disparos por la espalda podría ser que en la mañana del día 2, después de pasar toda la noche desangrándose por los tres tiros del vientre, Bedoya tuviera una fuerza sobrehumana para disparar al cabo Fidel Iñíguez, pero no para un violento tiroteo. Lo más probable es que le encontraran medio muerto, inclinándose para sujetar su vientre, en posición cuasi fetal. Ante la duda de que fuera una treta, le dispararon todos los tiros por la espalda.

En cuanto a la falta de ropa, «puede pensarse que se la quitan para que no se vean los disparos hechos a quemarropa…», aventura Tortosa, siempre recordando que las circunstancias en que trabajaban sus colegas entonces eran muy diferentes de las actuales.

En la descripción de su fuga por la Guardia Civil y en el relato de un periódico que conservó Leles durante décadas y que ahora guarda su hijo Ismael, se decía que Bedoya, cuando iba detrás de San Miguel en la moto, vestía unas gafas y un gorro encasquetado hasta las orejas, un grueso chaquetón de cuero… Y el perro de Iñíguez, para seguir el rastro, encontró un calcetín o dos que Paco se había quitado mientras huía monte arriba…

Demasiadas incógnitas, demasiados puntos negros. Lo único cierto es que hasta el último momento de su muerte, el chico de Serdio generó un pánico entre los guardias y sus jefes que, de haber tenido tiempo y ganas para ello, le habría hecho sonreír.

Y si mantenía el humor de los Gutiérrez y de su prima Zoilina, más que sonrisas habría lanzado carcajadas si hubiese sabido el lío y el trasnoche que ocasionó la moto Derbi que alquiló San Miguel para la fuga. Al parecer, era de la Guardia de Franco, o de unos falangistas, o vaya usted a saber. El caso es que hasta el mismo gobernador tuvo que mediar en la disputa de la dichosa Derbi para decidir de quién era. Pero lo que queda claro en la documentación examinada es que las fuerzas del orden implicadas en la captura se la proporcionaron a San Miguel.

Durante años, el cuerpo de Paco Bedoya permaneció enterrado en las afueras del cementerio de Castro Urdiales. Los rumores de que se había suicidado y el talante del párroco fueron el argumento para dejarle al otro lado del camposanto. Durante años, también Julia fue a poner flores a aquella tumba solitaria, hasta que en 1979 logró todos los permisos para trasladar su cuerpo al cementerio de Santander. Allí, en Ciriego, en un sencillo nicho reposan los restos de Francisco Bedoya Gutiérrez y de José San Miguel Sánchez desde el 4 de octubre de 1979. En 1988 se les unió Raúl, un bebé de tan solo quince días, nieto de San Miguel y sobrino de Paco Bedoya. Julia dejó una placa con foto en la tumba de Castro Urdiales, donde Paco reposó veintidós años.