AGRADECIMIENTOS, EN TANTOS SITIOS…

En Cantabria:

A Miguel González (Miguelín o Miguelón, depende de los momentos de su vida), que un día me descubrió la existencia de Leles. Después, me dio «un certificado de garantía» para llamar a los hogares de los montañeses.

A Ismael Gómez San Honorio, a quien Leles me devolvió desde Buenos Aires cuando él ya estaba comprometido en otro proyecto. Pese a su proverbial timidez, me dejó un resquicio para hurgar en su vida.

A Pili Toral, que tantas veces hizo de corresponsal, cuando los vecinos desconfiaban de esa cotilla que venía de fuera. Junto con Ernestina, me enseñaron lo que era el boquerón, la socarrena, la borona, los boronos y la torta perrilla, cuyo olor y sabor aún mece la memoria de Ernestina.

A Magali, la niña-mujer hija de Ismael y nieta de Leles y Paco Bedoya, por su valentía y ayuda.

A Carlos Tortosa, el forense, por su generoso asesoramiento.

A Alfonso el maestro, que echó una ojeada a los archivos locales por mí.

A Josefina, la hija de Luisa y Popeye, que sin conocerme, confió en mí durante una conversación telefónica, con «tal de que lo que pasaron mi madre, mi abuela y las demás se sepa». A Nieves y a Miguel, que me enseñaron el camino a Las Carrás.

A Lourdes Toscano y a Amparo, responsables de los Archivos y de la Biblioteca de Instituciones Penitenciarias, que junto a Fernando Peláez, subdirector de Archivos de la Prisión Provincial, me ayudaron a encontrar la documentación necesaria y navegar por el proceloso mundo de los archivos de las instituciones públicas.

A mi lado:

A mis amigas, Rosa Sánchez, Luz Pozo y María José Gil, que durante dos largos años han soportado mis neuras, miedos y dudas. A Ana Lidia, que sobrevivió al primer guión.

A mis compañeros de soitu.es (Pilar, Sindo, Borja y M.ª José), que con el niño «soitu» recién nacido consintieron mis ausencias.