Philippa le dio el periódico del domingo a Cara y se sentó a su lado en el sofá. Las dos llevaban batas de seda idénticas. Los ojos felinos de Cara se entrecerraron mientras hojeaba el periódico.
Philippa se levantó y se puso a dar vueltas de un lado a otro de la habitación.
—Siéntate —dijo Cara—. Me vas a volver loca.
Philippa se sentó. Cuando Cara encontró lo que buscaba, tiró el resto del periódico al suelo. Leyó en silencio, sin exteriorizar la más leve emoción.
Philippa se hizo un ovillo a su lado y se tapó la cara con las manos.
—¿Y? —preguntó al cabo de un rato.
—¿Quieres que te lo lea?
—Por favor.
—Prepárate.
—Estoy preparada.
—«Una prosa imposible de digerir que parece venir de una apestosa tienda de ultramarinos».
Philippa se hizo todavía más pequeña.
—«Cómeme es una colección rancia de erotismo cocinado en el asqueroso horno de la fétida imaginación de un tal Dick Pulse. Huele peor que un queso de gorgonzola y carece de toda fuerza narrativa. Igual que la vegetariana a la que se menciona en el capítulo segundo, este crítico se siente incapaz de digerir…». —Cara miró a Philippa y se rió—. Es una broma, querida. Ahora, siéntate como Dios manda y escucha lo que dice de verdad.
Philippa levantó los ojos, a los que se empezaban a asomar un par de lágrimas, pequeñas y redondas como perlas.
—¿Me estás diciendo que es buena? —preguntó con voz entrecortada.
—Te estás portando como una niña pequeña. Creo que deberías arrodillarte, aquí delante de mí. Y prepárate para ser castigada por tus pecados.
Philippa se arrodilló.
Cara le enseñó el periódico. El titular de la crítica decía: «Picante y delicioso; un banquete erótico». Philippa sonrió, se sonrojó y bajó la mirada mientras Cara le leía en voz alta el resto de la reseña.
—¿Ves? —dijo Cara doblando el periódico antes de dejarlo encima de la mesa que había junto al sofá—. Ya te dije que no debías tomarte tan a pecho que tus amigas no te hayan dicho nada. Te he repetido mil veces que lo más probable es que no se hayan dado cuenta de que Dick Pulse es tu seudónimo. A lo mejor, ni siquiera han visto el libro. Sólo tienes que decírselo, tonta. —Cara movió la cabeza de un lado a otro, alargó la mano hacia la mesa y cogió una caja de bombones belgas. Estudió su contenido y escogió uno con forma de concha—. Dime, ¿a qué te recuerda esto? —preguntó poniéndose la concha un momento entre las piernas antes de introducírsela en la boca.
Philippa sonrió.
—¿Sabes? —dijo tímidamente—, no me has dicho qué te ha parecido a ti el libro.
—¿De verdad quieres saber lo que pienso?
—Pues claro que sí.
—No está mal —declaró Cara encogiéndose de hombros—. No pongas esa cara de decepción. Ya me conoces. Sabes que no me caracterizo por los halagos. Pues claro que me ha gustado, tonta. De verdad. Si en algunos pasajes hasta me he reído a carcajadas. Como ya te imaginarás, mi capítulo preferido es el quinto. —Cara se sentó muy recta y penetró a Philippa con sus ojos verdes—. Aunque, si de verdad quieres que te sea sincera, también te tengo que decir que en la mayoría de los otros capítulos el sexo me ha parecido un poco soso. ¿Cómo te diría yo? Como un helado de vainilla. Y si no te importa que te lo diga, creo que, además, es demasiado heterosexual. Ya sabes que los cuellos peludos y los penes no me excitan nada.
—¿Qué cuellos peludos?
—No seas tan literal. Sabes perfectamente lo que quiero decir. Me refiero a los hombres.
—Ah.
—Además, no entiendo por qué tenías que acostarte tú con hombres en la novela. Tú no te acuestas con hombres, ¿verdad?
—Claro que no —la tranquilizó Philippa—. Es sólo un recurso narrativo para que la novela tenga más tensión.
Los ojos de Cara parecían puñales clavados en Philippa.
—Pero describes el sexo heterosexual como si lo conocieras muy bien —afirmó con un pequeño suspiro.
—Ése es mi trabajo —protestó Philippa—. Leo mucho y tengo imaginación. —Y, además, pensó para sí misma, he tenido alguna que otra escapada heterosexual. Aunque, claro, Cara no tenía por qué saberlo.
—Hmmm —dijo Cara sin ganas de seguir conversando—. Hoy tengo que irme pronto a casa. Tengo un montón de cosas que leer este fin de semana. De hecho, la mayoría son para la clase de literatura de Ellen. Así que, ¿qué?, ¿nos vamos a pasar todo el día charlando o vas a comerme de una vez, esclava?
—Sí, mi señora.
Philippa se agachó obedientemente y acercó sus labios a las rodillas de Cara.
FIN