Permitidme que me presente. Me llamo… Bueno, podéis llamar me Argus. ¿Cómo describirme a mí mismo? «Hombre blanco, soltero, treinta y ocho años, constitución musculosa, observador, busca…». No, dejémoslo en «busca». Si fuera un alimento, sería unos huevos fritos, unos guisantes, un pastelito de limón o un trozo de sushi. Si fuera un juego, sería unas canicas. ¿Lo acertáis? Está bien, os lo diré: soy un voyeur.
Algunos estaréis pensando que soy un pervertido (¡Sí, vosotros también, lectores!), pero, por favor, no me juzguéis sin escuchar antes lo que tengo que decir. Las mujeres a las que observo se encuentran totalmente a salvo. Las miro, pero nada más. En mi caso, es una cuestión de principios y de orgullo. Además, nunca permitiría que le pasara nada a una de mis elegidas. Si, por ejemplo, viera a alguien entrar furtivamente en el apartamento de una de «mis mujeres» para violarla, o para robarle la televisión, acudiría rápidamente en su ayuda. Le rompería el cuello al muy cabrón con mis propias manos antes de que pudiera decir ni una sola palabra. Y no estoy fanfarroneando. Soy un experto en artes marciales, maestro de Zen do kai y de otras variedades más rústicas, pero no menos letales. Me gusta leer. Mi escritor favorito es Georges Bataille.
Y el mío, pensó Philippa.
No soy lo que se dice una persona muy sociable. No voy a fiestas ni a cafés ni a discotecas ni a pubs ni tampoco salgo nunca a cenar. De hecho, no tengo amigos. Aunque, claro, está Ahmed. Todos los días compro leche, cereales, un filete y alcachofas en la tienda de la esquina.
Ahmed, el dueño, siempre me pregunta cómo estoy. Yo siempre le contesto: «Bien, Ahmed. ¿Y usted?». Él, por su parte, siempre dice: «No va demasiado mal, para ser martes» (o miércoles o jueves, o el día que sea). Yo siempre me río como si estuviera oyendo un chiste por primera vez. Después le pago y me voy. ¿Podría considerarse a Ahmed como un amigo?
También tengo una amiga con la que quedo una vez a la semana. Tenemos un pequeño arreglo. Pero ésa es otra historia. O, mejor dicho, es la primera historia.
Puede que os preguntéis a qué me dedico. Trabajo de guardia de seguridad en… ¿Importa realmente que sea en una galería de arte, en una casa de citas, en el Banco Central, en la playa de Bondi, en un ministerio o en una discoteca? Además, si sois observadores lo más probable es que ya lo sepáis. Y, si no, da igual. Basta con decir que vigilo las cosas. Me agrada hacerlo. Cuando no me pagan por vigilar, me asigno a mí mismo otros cometidos, que me tomo tan en serio como los remunerados. El último trabajo que me he asignado es el de vigilar a Philippa. Podéis considerarme su ángel guardián.
Sé cómo se llama Philippa porque un día la vi salir de su edificio de apartamentos con una caja llena de papeles para reciclar. La dejó junto al contenedor y cogió un autobús. Yo salí a toda prisa y, con la excusa de estar interesado en el Good Weekend del sábado pasado, escarbé entre los papeles más personales. Encontré varios sobres, todos ellos dirigidos a Philippa Berry. También hallé algunos extractos inconexos, aunque sugerentes, de lo que parecía ser literatura erótica: «Empezó a dibujarse pequeños círculos en el clítoris», «la sensación de ese inmenso ariete deslizándose dentro», «desliza la cabeza de un gran consolador en el sexo abierto»; ese tipo de cosas. También había tres botellas pequeñas de cerveza, un trozo de terciopelo rojo, una caja vacía de Panadol y un boletín informativo de Greenpeace. Me guardé el trozo de terciopelo. Además, el terciopelo no se recicla, ¿no?
He averiguado muchas cosas sobre Philippa.
No me sorprende, se rió Philippa.
Nuestros edificios prácticamente se tocan, aunque mi apartamento está en un plano ligeramente más alto que el suyo. Hablo desde un punto de vista físico; no me atrevería a decir lo mismo desde un punto de vista moral o metafísico. Desde la ventana de mi cuarto de baño puedo espiar su cocina y desde mi dormitorio tengo una espléndida vista del estudio que ocupa un trozo de su salón. Si conocierais a Philippa como la conozco yo, sabríais que ambos lugares son centros neurálgicos de actividad. Desde luego, es una pena que no pueda ver su dormitorio, aunque tampoco me importa recurrir a la imaginación. Si me perdonáis la crudeza del símil, no siempre es necesario ver la mancha en la sábana.
Además, las cosas que realiza Philippa en la cocina y en el estudio tampoco están nada mal. A veces se acaricia los pezones mientras está cocinando o se toca mientras está escribiendo. Yo ya suponía que escribía literatura erótica por los gestos que pone a veces mientras teclea en el ordenador. Me encanta la manera lenta y resignada que tiene de desabrocharse el cinturón y los pantalones antes de meterse la mano. Se agarra a la parte de detrás de su asiento ergonómico con la otra mano, cierra los ojos, se inclina hacia atrás y empieza a acariciarse. Es una visión increíblemente excitante. Yo intento correrme al mismo tiempo que ella. ¡Los orgasmos simultáneos son algo tan hermoso!
Ese asiento es el mueble más excitante que he visto en mi vida. No parece gran cosa; tan sólo un cojín rojo inclinado hacia abajo para el culo, un cojín rojo inclinado, hacia arriba para las pantorrillas y un armazón de barras negras. Ese asiento se pasa prácticamente todo el día recibiendo las caricias de las nalgas y las extremidades de Philippa. A veces, Philippa mueve el trasero de un lado a otro para ponerse más cómoda. Otras veces, para estirarse, levanta el culo y aprieta el coño contra el cojín del asiento; en mi próxima vida quiero ser un asiento ergonómico.
Cuando los dos tenemos las ventanas abiertas y el viento sopla en la dirección apropiada, a veces consigo oír alguna frase suelta de lo que dice por teléfono o de lo que habla con alguna visita. A veces sé que hay alguien más porque prepara más comida de lo normal. Otras veces, alguien la acompaña a la cocina. Hay una chica más joven que ella que viene a verla a menudo. Tiene unos ojos verdes preciosos y el pelo rubio muy corto, aunque la verdad es que no es mi tipo; demasiado delgada. Al parecer, entre ambas existe una relación bastante íntima. Suelen besarse golosamente mientras preparan una ensalada o cualquier otra cosa y siempre parecen estar magreándose de una manera u otra, aunque dejan lo mejor para el dormitorio. Al menos eso es lo que supongo, porque yo sólo veo lo que pasa en la cocina y casi nunca entran en el estudio. Lo que estoy intentando decir es que Philippa es lesbiana, y eso me parece muy interesante. O, al menos, yo creía que era lesbiana. Después de lo que he observado esta tarde, estoy un poco confuso.
Claro que no hay que olvidar lo que sucedió cuando estaba visitando el apartamento antes de alquilarlo, pero entonces yo todavía no conocía realmente a Philippa; ya me entendéis. Además, casi no pude ver a la mujer que había entre todos esos asquerosos… tirabuzones de rastafari del tipo que estaba con ella. Es igual. Con el tiempo, pensé que sería otra persona, tal vez una amiga a la que Philippa le hubiera prestado el apartamento. No creo que mi Philippa se lo hiciera con alguien con esos pelos. No, no es su estilo.
Es curioso cómo, de repente, el verano parece mezclarse con el otoño y el otoño se convierte en invierno. Ahora hace falta llevar jersey hasta de día y anochece muy pronto. A mí me parece perfecto, porque en cuanto anochece, si alguien tiene las luces encendidas y las tuyas están apagadas, puedes espiarlo hasta quedar satisfecho y, creedme, yo necesito mirar mucho tiempo para sentirme satisfecho.
Acababa de llegar a casa. Estaba a punto de encender las luces cuando me di cuenta de que Philippa se encontraba en su estudio con esa chica. O al menos pensé que era esa chica. Estaba sentada en el asiento ergonómico. Era una criatura grande con el pelo rubio muy corto, los labios muy rojos, un jersey negro, una minifalda negra y medias negras. No llevaba zapatos. Sus piernas un poco musculosas, pero qué pies. ¡La perfección hecha realidad! El exquisito arco y las proporciones de sus pies superaban en belleza incluso a los pies de mi querida Philippa.
Permitidme una breve digresión. Como he dicho antes, mantengo relaciones con una mujer en el trabajo. Bueno, la verdad es que no trabajamos juntos. Pero puede decirse que mantenemos un romance en mi lugar de trabajo. Ella es muy guapa y me comprende perfectamente. Sabe que soy un pecador y me castiga por ello, lo cual es bueno, pero siempre me he sentido profundamente decepcionado por sus pies. Me recuerdan a un bacalao, y odio el bacalao. Realmente disfruto muchísimo venerando un buen par de pies.
En cualquier caso, me sentía tan fascinado por los pies de la mujer que tardé un buen rato en darme cuenta de que estaba leyendo lo que había escrito en la pantalla del ordenador. Lo más probable es que fuera algún extracto de la erótica de Philippa. Philippa estuvo andando de un lado para otro, apareciendo y desapareciendo de mi campo de visión, hasta que su invitada requirió su atención con un elegante movimiento de la mano. Entonces Philippa se colocó justo detrás de ella, un poco hacia la derecha, para leer el texto escrito en la pantalla. Desde mi emplazamiento, distinguía perfectamente el asiento y a su ocupante, pero sólo podía ver a Philippa de cintura para abajo. Vi cómo su amiga le acariciaba la rodilla y como subía y bajaba la mano distraídamente por su muslo. Philippa se acercó un poco más a ella. Su amiga tenía la otra mano en el teclado. Entonces, para mi deleite, empezó a subir la mano libre por el interior de los muslos de Philippa. Ah, es verdad, se me había olvidado comentarlo: Philippa llevaba puesta una falda. Una falda corta, negra y plisada, la falda de una colegiala. Y medias. Medias de verdad, de las que se llevan con liguero. Eso no lo supe hasta que la mano de su amiga le levantó la falda. Sus muslos de color vainilla contrastaban felizmente con el regaliz del encaje negro de sus medias. El corazón cada vez me latía con más fuerza. La mano de la amiga se perdió en la entrepierna y, aunque no sé exactamente lo que hizo, debió de ser deleitoso, porque a Philippa le empezaron a temblar las rodillas. La amiga le bajó las medias. Philippa se las quitó y volvió a acercarse para que la mano siguiera proporcionándole placer. No soy un experto en este tipo de cosas, pero, juzgando por el hecho de que la mano cada, vez parecía subir más y más y de que el cuerpo de Philippa parecía estar debatiéndose entre el éxtasis y el dolor, creo que su compañera le estaba metiendo la mano entera dentro de la vagina. Observé cómo el codo subía y bajaba como si fuera un pistón. Desde luego, fue una visión muy interesante.
Tengo que decir que la compañera de Philippa en ningún momento dejó de leer el texto escrito en la pantalla. No apartó los ojos de la pantalla ni una sola vez, ni siquiera cuando sacó la mano de la entrepierna de Philippa y se chupó los dedos, uno a uno. Cuando abrazó a Philippa por la cintura, ella giró sobre sí misma, pasó la pierna derecha por encima del regazo de su amiga y se sentó encima de ella. Sólo la mano que la sujetaba con fuerza de la cintura evitó que resbalara (no olvidéis que el cojín se inclina hacia abajo). Después, Philippa apoyó la cabeza en el hombro de su amiga, se apretó contra ella, cerró los ojos y empezó a frotarse contra sus muslos. Su amiga hizo que Philippa levantara las caderas para que pudiera quitarse las bragas y levantarse la minifalda.
Al hacerlo —y esto es lo más extraño de todo, o al menos a mí me lo parece—, apareció una polla, gruesa y rígida, de más de veinte centímetros. ¿De dónde había salido ese aparato? Philippa le pasó los dedos por el pelo rubio y —ésta fue la segunda sorpresa de la noche— ¡se quedó con él en la mano! Era una peluca. La tiró al suelo. La cabeza completamente rasurada que quedó al descubierto desde luego era la cabeza de un hombre, la cabeza del hombre que en ningún momento había dejado de leer en la pantalla ni de accionar el teclado con la mano.
Entonces, Philippa se subió su propia falda y fue descendiendo lentamente sobre la polla tiesa del tipo, volvió a subir un poco, y volvió a bajar un poco más, y volvió a subir y a bajar, centímetro a centímetro, hasta engullirla por completo. Y, entonces, se lo folló, se lo folló con todas sus fuerzas. Se lo folló en un remolino vertical de pasión. De vez en cuando quebraba el ritmo de sus movimientos, se sentaba encima de esa bomba hinchada de leche que tenía él y, con las caderas, la removía como si quisiera hacer un batido.
Él seguía haciendo como si estuviera leyendo el texto escrito en la pantalla, aunque tengo la sensación de que, a estas alturas, más que nada era una pose. Philippa se dio cuenta de que el tipo apartaba los ojos de la pantalla y, con una voz ahogada y extremadamente sensual, gritó:
«¡Lee! ¡Lee! ¡No pares!». Él intentó concentrarse en el texto, sin dejar de accionar la tecla que permitía que las líneas se fueran desplazando desde abajo hacia lo alto de la pantalla. Ella volvió la cabeza para mirar la pantalla y gimió: «¡Ya casi has llegado! ¡Estás en el clímax! ¡Sigue! ¡No pares! ¡Ya casi no queda nada!». Y, justo en ese momento, él embistió hacia arriba con tanta fuerza que ella casi se cayó y su barco del amor estuvo a punto de salirse de su amarre. Entonces él arqueó la espalda hacia atrás hasta apoyar las manos en el suelo, apretó los dientes y gritó:
«Aaaaaah». Oí cómo Philippa le preguntaba: «¿Perdón?». «No, es que no soy un amante muy verbal», le explicó él.
Estuvieron así, sin moverse, aproximadamente un minuto. Después, él se incorporó lentamente, apretó contra su cuerpo a Philippa, que todavía jadeaba pesadamente, y leyó durante un minuto más. Hasta que, finalmente, exclamó: «¡Fin!».
Y ella alzó los brazos y, riéndose histéricamente, gritó: «¡Fin!».
La verdad es que yo disfruté tanto como ellos.
Fin.
Amén.
—Y una mierda, Argus, Adam, o como quiera que te llames —dijo Philippa cerrando las persianas con un sonido seco—. Te aseguro que esto todavía no se ha acabado. Recuerda, esta historia es exclusivamente mía. No me importa que mires, pero no te metas en la narración. ¿Te enteras? ¡Métete en tus asuntos!
Indignada, Philippa se volvió a sentar en su asiento.
¡Qué cara más dura tienen algunos personajes! Pretende que la novela acabe cuando él quiera. Philippa movió la cabeza de un lado a otro. Les dejas que participen en una historia y se creen que pueden decidir cómo va a acabar la novela. Cretino. Toda esa mierda de que es mi ángel de la guardia. Y todo ese rollo sobre cómo me masturbo en mi asiento ergonómico. Ya le gustaría a él. ¡Y Mengzhong ni siquiera se molestó en ponerse un condón! Hombres. No se puede fiar una de ellos.
Bueno, ¿por dónde iba?
Aunque, de hecho, es cierto. He acabado la novela. A Richard, mi profesor de narrativa, el de los disfraces salvajes y los pies delicados, parece que le ha gustado. Y sí, también es verdad que fue mientras él leía el último capítulo cuando por fin consumamos lo que, después de todo, resultó ser una pasión ardiente y recíproca. Pero nunca pasó nada más que eso. Es igual. Esa noche me dijo que él también había terminado su libro de erótica femenina. Por lo visto, se ha desembarazado de toda su ropa de mujer y ha llenado el armario de botas vaqueras y camisas con flecos. Ha aprendido a tocar el banjo, a bailar taconeando y a hablar con acento norteamericano. Se ha dejado bigote (aunque no le ha resultado fácil después de hacerse la cera durante tanto tiempo) y se ha ido a San Francisco a empaparse en el ambiente country de los círculos homosexuales. Me ha mandado una postal. Se lo está pasando en grande.
La verdad, yo siento que se fuera. Me ayudó mucho con la novela, leyendo cada capítulo en cuanto yo lo acababa y dándome un montón de buenos consejos. Aunque me hubiera gustado que me dejase leer lo que estaba escribiendo él. Después de todo, yo le permitía leer mi novela. Pero supongo que da igual. Él decía que era porque no quería influir en mi manera de escribir.
De manera que he mandado el original a algunas editoriales, pero por ahora nadie está interesado en publicarlo, y ya han transcurrido cuatro meses. Ya sé que eso es lo lógico tratándose de la primera novela, pero, aun así, resulta un poco descorazonador. Es igual. Seguiré intentándolo.
Me imagino que os estaréis preguntando qué ha sido de las demás.
Ante la insistencia de Chantal, ella y Helen fueron a cenar con Sam y con su amigo. Esa noche resultó ser el principio de algo muy hermoso. No para Helen, para Chantal. Al principio pensó que Damien, el amigo de Sam, tenía que ser gay: era atractivo y elegante y poseía un gran sentido del humor. Además, era diseñador de muebles y compartía la pasión de Chantal por la moda. Cuando comentó que la visión de una tostadora bellamente proporcionada podía ponerle la piel de gallina, ella entendió exactamente lo que quería decir. ¡Si hasta era un lector asiduo de Pulse! Más tarde, dejó caer un comentario aparentemente casual, aunque de hecho era intencionado, sobre su ex: «Una mujer preciosa que sigue siendo mi mejor amiga». Así que, después de todo, ¡no era gay! Fue entonces cuando Chantal supo que había conocido a su tipo de hombre ideal: el gay heterosexual.
Dos días después, un viernes, al llegar Chantal a la oficina, su secretaria le dijo que el director quería verla inmediatamente. Ella fue a su despacho temiéndose lo peor. Pero lo que le dijo fue que el editor jefe había presentado su dimisión y que quería que ella ocupara su puesto. Chantal le dio las gracias, regresó a su despacho, cerró la puerta, se quitó los zapatos de tacón, dio un par de saltos encima de la moqueta con los brazos en alto, se volvió a calzar, se sentó en el escritorio, se pintó los labios y llamó a Damien. Lo invitó a celebrar su ascenso con champán.
A la mañana siguiente se bebieron otra botella mientras desayunaban. Desde entonces son inseparables. Chantal admite que si hubiera sabido antes que el sexo podía ser tan maravilloso se habría esforzado más por practicarlo.
Bram tiene muchos seguidores nuevos entre la gente «alternativa» de Newtown y Glebe. Él y Chantal se han hecho amigos. De vez en cuando quedan para tomar café. Él está demasiado avergonzado como para volver a beber delante de ella.
En cuanto a Helen y a Sam, el asunto entre Chantal y Damien los ha acercado considerablemente. Se ven bastante a menudo. A Sam le gusta mucho Helen y, como ya sabéis, él le gusta a Helen desde hace tiempo. Aunque la pequeña aventura con Marc y la experiencia que tuvo con el camionero la han descentrado bastante y piensa que es preciso aclarar sus ideas antes de involucrarse seriamente con nadie. Así que ella y Sam tienen una especie de relación sentimental sin sexo; algo muy de los noventa, por otra parte.
Creo que Julia sigue echando de menos a Jake, pero, desde luego, no es de las que se quedan llorando en casa. Desde Jake y Mengzhong, ya han pasado por su vida un campeón de boxeo tailandés de veintitrés años, un rastafari de Brighton de veintiocho y un rudo joven de Bourke. Ahora está saliendo con un artista guatemalteco de veinticinco años. Julia se comporta como si no le importara lo más mínimo no encontrar una pareja más o menos estable, pero yo creo que, en el fondo, le agradaría implicarse en una relación más seria. Hace un par de noches, tuvimos otra de nuestras reuniones de chicas. Se estaba emitiendo un documental sobre el reino animal en la televisión y cuando el narrador dijo algo así como: «Después de la cópula, los animales centran sus esfuerzos en la preparación del nido», Chantal comentó que lo más probable era que sólo fueran las hembras las que lo hicieran; mientras tanto, los machos estarían buscando otra hembra con la que copular. Julia casi se pone a llorar. Todas la miramos sin entender qué pasaba. Ella se secó las lágrimas y dijo: «Es el síndrome premenstrual. No me hagáis caso». De manera que decidimos que era mejor dejar las cosas como estaban.
En cuanto a mí, bueno, ya sabéis que no tengo una vida sexual en el mundo real. Ya os lo he dicho antes, soy la amante de las palabras que empiezan por «v»: vicio y voyerismo. Ahora estoy muy metida en la palabra que empieza con «f»: fantasía, por supuesto.
Por ahora, parece que ninguna de las cuatro tenemos demasiada prisa por casarnos y tener hijos; por ahora.
En cuanto a los demás, Marc ha empezado a salir con una chica de su edad, pero sigue soñando en secreto con Helen. El camionero se para cada vez que ve a una mujer con el coche estropeado, pero, aunque ha reparado muchos motores, hasta ahora no ha vuelto a recibir ninguna oferta; al menos no tan interesante como la primera. La vida sexual del señor Fu y de su mujer atraviesa por una etapa de renovado vigor. Mengzhong va a menudo a los restaurantes y los bares de Pekín que frecuentan las chicas extranjeras y ha descubierto que Julia no es la única chica occidental dispuesta a que la encante con su serpiente. En cuanto a Jake, bueno, Helen estaba en lo cierto. Yo me hallaba en el concierto que dio en el Sando. Fui a decirle que no quería volver a verlo. Al poco tiempo, conoció a Ava, y llevan algunos meses viviendo juntos. He sabido que sus cuentas en el supermercado son altísimas.
Philippa apretó la tecla de «salvar». Pensó que sería maravilloso que las cosas realmente fueran así de fáciles. Ilusa, se dijo a sí misma estirándose hacia atrás sobre su asiento ergonómico. Tenía que empezar a arreglarse. Había quedado con Jake dentro de una hora.