33
Bienvenidos a Yagorn
—Me pregunto quién vivirá ahí. —Tanis no salía de su asombro y miraba de hito en hito la pequeña aldea ubicada al pie de la negra y elevada montaña de Fistandantilus.
Un rayo de sol bañaba la agrupación de casas.
—Esperemos que sea gente amistosa —aventuró la tejedora.
Espoleados por el hambre y la sed, los dos compañeros reanudaron la marcha por el camino que llevaba a las afueras de la bulliciosa y pintoresca aldea. Tanis vio humanos, enanos, elfos y gnomos; todos ellos salían y entraban de los edificios de aspecto acogedor, alineados a ambos lados de la calle principal que atravesaba el pueblo. De repente, el semielfo sonrió y estalló en carcajadas.
Brandella lo miró interrogante. Un pegote de barro seco se desprendió de la barbilla de la joven y cayó sobre la blusa manchada que en tiempos era verde.
—Teniendo en cuenta dónde nos encontramos, demuestras un sorprendente buen humor —le dijo.
Tanis admitió que, en efecto, así era.
—Siempre pensé en la muerte como una especie de sueño eterno. Sin embargo, aquí el sol siempre está en su cenit, jamás se pone. No hay oscuridad…, salvo en los aledaños de las desoladas montañas del Mal. Nunca llueve. El viento no sopla. Es como un perfecto día de verano que no termina.
—Un poco monótono, ¿no te parece? —objetó Brandella, con un gesto desabrido.
—Espero no permanecer el tiempo suficiente para que se nos haga tedioso.
—¡Alto! —ordenó una voz procedente de detrás de una cerca.
Se detuvieron y contemplaron asombrados al propietario de la voz quien, tembloroso de miedo, se adelantó hasta situarse frente a ellos.
—¡Alto! —repitió.
—Ya nos hemos parado —dijo Tanis con paciencia.
El personaje, que apenas llegaba a la cintura del semielfo, dio un respingo y se encogió sobre sí mismo.
—¡No hacerme daño! —imploró atemorizado.
—¡Un enano gully! —exclamó Brandella—. ¿Qué querrá de nosotros?
Por toda respuesta, la pequeña y regordeta criatura descargó una bolsa de cuero que llevaba al hombro y metió la mano en ella. Al momento sacaba un bollo pastoso y apelmazado.
—¡Magia! ¡Alto! —chilló, con voz estridente.
Tanis suspiró. Brandella se arrodilló y tendió la mano, con la palma hacia arriba.
—¿Cómo te llamas? ¿Puedo ver lo que tienes ahí? —le preguntó con amabilidad. Luego se volvió hacia el semielfo—. Mira. ¡Ha encontrado algo de comida!
Tanis carraspeó antes de responder.
—Brandella, creo que…
El enano gully se tiró al suelo polvoriento de la calle y se hizo un ovillo del que sólo sobresalía un brazo tembloroso que agitaba el aplastado bollo en un semicírculo. Uno de sus ojos atisbaba tras una manga mugrienta. Brandella interpretó su gesto como una invitación.
—Mira. Nos ofrece…
De repente, el enano brincó en el aire y chilló con toda la fuerza de sus pulmones:
—¡MAGIA!
Después arrojó el bollo al suelo y se zambulló de cabeza al resguardo de una escalera cercana. El dulce reseco se estrelló en el suelo con un crujido y se rompió en pedazos. La masa se había convertido en polvo. Brandella empujó los restos con el dedo y torció el gesto. Tanis asumió una actitud compasiva.
—Imagino que el enano gully lo llevaba en su bolsa cuando murió —dijo el semielfo.
La criatura había reaparecido y regresaba con actitud recelosa al centro de la calle.
—¡Vosotros, gran magia! —proclamó, con los ojos desorbitados por la sorpresa—. ¡Vosotros seguir aquí!
—¿Magia? —se extrañó Brandella—. En cualquier caso, ¿quién es?
Su pregunta no la respondió el semielfo, sino otro personaje de la misma estatura que el enano gully. Su apariencia era la de una chiquilla humana de constitución robusta, si se exceptuaban sus orejas puntiagudas, sus ojos rasgados color verde oliva, y su cabello de color panocha que llevaba anudado en lo alto de la cabeza en una cola de caballo.
—Es el guardián de la ciudad. ¿No os parece interesante? ¿De dónde salís vosotros dos? Estáis vivos, ¿verdad? También yo lo estuve, pero ahora estoy muerta. Una situación muy interesante, por cierto, aunque no tanto como la de estar viva —parloteó la criatura.
—Una kender —dijo Tanis con un gemido—. Estoy atrapado en el más allá con una kender y un enano gully.
Brandella seguía de rodillas, observando a la recién llegada. Los kenders tienen fama de ser curiosos, lo que implica en la mayoría de los casos «encontrar» infinidad de objetos brillantes y a menudo costosos que «por casualidad» se caen de las bolsas, saquillos y petates de otras personas. Todo cuanto le quedaba a Brandella que pudiera ser objeto de un hurto fácil eran sus zapatos embarrados; mas los zapatos tenían unas hebillas relucientes a las que la kender no había dejado de lanzar miradas apreciativas.
—¿Dónde estamos? —preguntó la tejedora.
—En Yagorn. Está abarrotado de gente muerta —dijo la kender, en tanto alargaba la mano y arrastraba hacia sí al mugriento gully. La kender parecía estar acostumbrada al hedor del enano, pero Brandella encogió la nariz.
—Apesta. Huele como una rata muerta —protestó.
—Gracias por el cumplido —dijo la kender.
El enano gully sonrió de oreja a oreja, recogió los fragmentos del bollo y se los ofreció a Brandella.
—Magia poderosa. Tú coger —dijo.
La joven alargó la mano con desgana.
—Gracias.
Tanis se removía impaciente junto al trío.
—Un pueblo extraño, que tiene como guardián principal a un enano gully. Por cierto, ¿contra qué lo guarda? —inquirió el semielfo.
La kender, que miraba con interés la funda de la espada de Tanis, desvió los ojos relucientes y los posó en el semielfo.
—Nadie que sea más desaliñado que Clym entra al pueblo. Claro que, hasta ahora, jamás se ha presentado alguien; más sucio y desarrapado que él. Pero el consejo de la ciudad opina que debemos mantener una buena imagen ya que habitamos a la sombra de la montaña de Fistandantilus y todo lo demás.
—¿Viene mucha gente para escalarla? —se interesó la tejedora.
La kender asumió una expresión sorprendida e interesada, algo habitual en un miembro de su raza.
—¿Para qué querría nadie escalarla? No es que me parezca una mala idea, desde luego. De hecho, me gustaría intentarlo. ¿Qué creéis que habrá allá arriba?
La kender hizo una pausa para examinar una hebilla de plata que de repente se había materializado en su mano.
Brandella lanzó una exclamación, se la quitó de un tirón y se la ató de nuevo al zapato. Tanis se cubrió la boca con la mano para ocultar una sonrisa.
—¡Vaya! ¿Es tuya esa hebilla? —preguntó la kender con expresión inocente—. Tienes suerte de que la encontrara, ¿verdad? ¿Habéis venido para escalar la montaña?
—Buscamos el portal de regreso a la Vida que está al otro lado —explicó Tanis.
La kender se echó a reír, coreada por el enano gully.
—Al parecer, eres más gracioso de lo que imaginas —comentó Brandella con expresión sombría.
—¿Un portal? —repitió el enano gully.
La kender le dio unas palmaditas en el hombro y después se volvió hacia Tanis y Brandella.
—¿Quién os habló acerca de un portal?
—Huma de la Dragonlance —contestó el semielfo.
El enano gully prorrumpió de nuevo en carcajadas.
—¿El hombre que cuida un jardín? —preguntó la kender.
—El mismo.
—Le cuenta a todo el mundo que es Huma. Algo difícil de creer, porque…
—¿Quieres decir que no lo es? —demandó Tanis.
Por primera vez, la kender guardó silencio. El enano gully dedicó al semielfo una mirada condescendiente que parecía decir: «¿Tan tontos sois?», un juicio, cuando menos, preocupante, proviniendo de un gully, pensó Tanis.
El semielfo captó el mensaje.
—¿Significa eso que no existe un portal? —preguntó en voz baja.
—Si lo hay, nadie lo ha encontrado. Aunque a mí me gustaría ir a buscarlo; supongo que nadie querría acompañarme. —El rostro de la kender se iluminó—. ¿Lo haríais vosotros? —Interpretando de manera correcta la mirada furibunda de Tanis, la kender se apresuró a sacudir la cabeza, lo que hizo que la cola de caballo color panocha se agitara en el aire—. No, supongo que no.
El semielfo hizo un aparte con Brandella.
—Si queremos descubrir algo coherente acerca de la montaña de Fistandantilus, más vale que busquemos a alguien con quien hablar que no sea un enano gully o un kender —sugirió en voz baja. Luego dio unos tirones a su túnica de piel, la cual había pasado de estar algo pegajosa, a ponerse acartonada al secarse el lodo.
—¿Hay algún sitio cerca donde podamos quitarnos este barro y bañarnos? —preguntó.
—Oh, sí. ¡Un sitio maravilloso! —respondió con entusiasmo la kender.
—¿Dónde?
—Los Baños de Behobiphi. Es aquel edificio blanco a la izquierda. El que tiene esos arbustos jabonosos en la parte trasera. Allí es donde Behobiphi tira el agua después de usarla. A veces lo ayudo en el guardarropa mientras la gente se baña.
—¿Contrata a una kender para que guarde ropas y objetos de valor? —inquirió Brandella, con actitud dubitativa.
La kender miró a otro lado.
—Bueno, no es que me contrate, exactamente. Lo hago por propia iniciativa. Por hacer un favor, ¿comprendes? De hecho, hay ocasiones en las que Behobiphi ni siquiera sabe que estoy allí.
—Apostaría que la mayoría de las veces lo ignora —rezongó Tanis.
Brandella contuvo con esfuerzo una sonrisa antes de dirigirse a la kender.
—¿Quieres llevarnos allí? —preguntó con dulzura, a la vez que recobraba con agilidad la otra hebilla de su zapato un momento antes de que desapareciera en uno de los saquillos de la kender. Los rasgados ojos oliváceos de la criatura se abrieron de par en par.
—¡Guau! ¿Habías perdido también la otra? Menos mal que estoy cerca para evitar que las extraviaras de forma definitiva. Quiero decir que se habrían…
Con la cháchara incansable de la kender precediéndoles y el hedor del enano gully pisándoles los talones, Brandella y Tanis recorrieron la calle mayor de Yagorn; su paso apenas atrajo la atención de los otros transeúntes hasta que, de repente, el enano gully empezó a vocear mientras los señalaba.
—¡Vivos! ¡Vivos! ¡Magia poderosa!
Muy pronto, una muchedumbre de curiosos se arremolinaba a su alrededor; la kender tuvo su día de suerte al «encontrar» infinidad de objetos «perdidos» mientras humanos, gnomos y otras gentes se arracimaban para observar a los forasteros con curiosidad. Por fortuna, habían llegado a los baños. El enano gully llamó a la puerta de casi tres metros de alto y un instante después, con el rostro contraído en una expresión de terror, echó a correr calle adelante y se perdió como alma que lleva el diablo por un callejón adyacente.
La puerta se abrió y un minotauro de dos metros y medio de altura les dio la bienvenida. El ser, medio hombre, medio toro, que se cubría con una sábana enrollada al cuerpo, miró a la muchedumbre que había seguido a Tanis y a Brandella; se agitaron sus ollares y asumió una actitud vacilante.
—¿Venís todos a bañaros? —preguntó.
—Sólo nosotros dos —respondió Tanis. Brandella, muda de asombro, contemplaba en silencio a la bestia—. Los…, eh…, vivos —agregó el semielfo.
Los ojos claros del minotauro contemplaron con amabilidad a la pareja.
—¿Vivos? Hace más de tres mil años que no había visto a un vivo por aquí y ahora, de pronto, ¡aparecen dos a la vez! —comentó.
Acto seguido tomó a Tanis y a Brandella de las manos y los condujo al interior del edificio. La kender los despidió con un gesto de la mano.
—Es para mí un honor que hayáis decidido utilizar mis baños —dijo Behobiphi con tono reverente—. ¡Por los dioses! En verdad lo necesitáis. Disculpad mi atrevimiento, pero estáis muy sucios. ¿Acaso los seres vivos están siempre tan desaliñados? ¿Por ventura es ahora Krynn un lugar donde abunda el barro y el polvo?
Tanis sonrió mientras sacudía la cabeza.
—No. Nuestro aspecto se debe a un accidente reciente. Nos gustaría librarnos de esta suciedad antes de buscar el modo de regresar a la Vida. Nos han dicho que existe un portal al otro lado de la montaña de Fistandantilus que nos conducirá allí.
—Esa es la historia que cuenta «Huma», ¿no?
El comportamiento del minotauro era amable y simpático, lo que no dejaba de ser chocante en una raza famosa en Krynn por su naturaleza violenta, siempre sedienta de sangre. Tanis y Brandella intercambiaron una mirada de desaliento ante el comentario de la criatura.
—Pocos creen en ella —prosiguió el minotauro, en tanto les mostraba dos bañeras rebosantes de agua jabonosa y caliente. El timbre de su voz era tan grave que resultaba difícil descifrar sus palabras. Sacudió la astada cabeza—. Después de todo, la misma idea en sí está algo anticuada, ¿no os parece? Ignoró de qué modo se iniciaron estos rumores.
Behobiphi colgó una sábana sobre una cuerda a fin de separar las dos bañeras y señaló un montón de toallas apiladas.
—Cuando hayáis terminado, coged una de ésas y salid por la puerta trasera. Fuegomanso os ayudará a secaros.
El minotauro iba a marcharse cuando Tanis lo llamó.
—Si no existe un portal, ¿hay algún otro modo de abandonar la Muerte, sea cual sea?
Behobiphi hizo una pausa y se rascó una pierna con una de sus afiladas pezuñas.
—Hay cientos de teorías. Quizá miles. Por ejemplo, los gnomos de Yagorn trabajan desde hace un par de milenios en una máquina que se supone nos llevará a todos de regreso a la Vida. Puede que funcione. ¿Habéis advertido que el sol nunca se pone aquí?
Tanis asintió con la cabeza, vacilante.
—Bueno, el caso es que los gnomos han desarrollado la idea de que si alguna vez se hace de noche en la Muerte, más pronto o más tarde alboreará un nuevo día de Vida para todos cuantos habitamos en este lugar. —El minotauro se ajustó más la sábana enrollada a su cuello—. Por tanto, se afanan en construir una máquina que haga descender el sol por el horizonte. Piensan que habrán resuelto el problema dentro de unos tres o cuatro mil años más. Tendréis que admitir que esta idea es tan posible como la del portal de Huma, ¿verdad? —concluyó, mirando con franqueza a Tanis.
Bien que a su pesar, el semielfo reconoció que tenía razón. Empezó a desnudarse. Al otro lado de la sábana colgada oyó que Brandella hacía otro tanto. Un zapato cayó al suelo y de inmediato se escuchó una exclamación contenida.
—¡Mis hebillas! —se lamentó la tejedora.