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¡Derrumbe!

—¡Rezuma agua de las paredes! ¡Oigo claramente cómo gotea! —gritó Brandella, asustada.

Desde el interior del túnel no sabían en qué dirección estaban cavando; era obvio que se habían dirigido hacia el arroyo.

Un charco de barro se formó con rapidez en el suelo del túnel y, a no tardar, el hilillo de agua se tornaba en un chorro fino pero constante. Poco después, todo el suelo del túnel, excavado con una suave inclinación, se convirtió en un barrizal que incrementaba la dificultad para trabajar; mientras excavaban, resbalaban una y otra vez.

Tanis estaba delante, tendido, con los brazos extendidos hacia el punto por donde se filtraba el agua. Brandella se encontraba detrás de él, arrastrando la tierra que el semielfo amontonaba; la tarea de la tejedora era apartar los montones a la parte posterior del cada vez más largo túnel.

Hacía rato que había perdido los zapatos y lo que ocurrió en ese momento la cogió por sorpresa; algo le rozó el tobillo y el pie. Lanzó un grito, a la vez que sacudía la pierna. Tanis miró hacia atrás con sobresalto.

—¿Qué ocurre?

La joven apenas distinguía su rostro, embarrado en medio de la penumbra.

—No…, no lo sé —respondió, temerosa de que el niño rubio hubiese descendido al pozo. En la posición en que se encontraban, sin apenas poderse mover, incluso a un niño le resultaría fácil sorprenderlos por detrás.

El cosquilleo continuaba a pesar de sus violentas patadas. Después cesó. Volvió a empezar. Cesó otra vez.

Tanis, deseoso de ayudarla, se giró sobre el costado en un desesperado intento de retroceder a rastras y llegar junto a la joven.

Mas la sensación de cosquilleo se debía a la tierra que se desprendía del techo y caía en sus piernas. La tejedora supo lo que era cuando la totalidad del túnel empezó a desplomarse sobre sus pies.

—¡Derrumbe! —chilló.

Tanis no había avanzado mucho cuando la oyó gritar. Tendió las manos y, mientras la agarraba por los hombros, la arrastró fuera de peligro; al menos, de momento.

Cuando por fin el desprendimiento cesó y el polvo que casi los asfixiaba empezó a posarse, Brandella apoyó la cabeza en el pecho de Tanis.

—Estamos atrapados —dijo con desaliento—. No podemos salir, ni podemos regresar al pozo. Cuando el nivel del agua suba, nos ahogaremos.

Tanis pensaba lo mismo; no cavaría más en esta vida. Su único consuelo era que aquellos dos demonios que aguardaban en lo alto del pozo no los atraparían vivos.

En silencio, el semielfo acarició el cabello apelmazado de Brandella. Echó la cabeza hacia atrás y se recostó en el muro por donde el agua se filtraba y pensó, no en la muerte inminente, sino en los vivos. En Kitiara. Y en Laurana, la princesa elfa junto a la que había crecido, que le había abrumado con sus ilusiones infantiles durante años y le había regalado el anillo de oro de hojas de hiedra entrelazadas que aún hoy llevaba puesto. En sus compañeros…

—Siento que no hayas conocido a Flint —dijo por último, mientras cerraba los ojos. Prosiguió acariciando el cabello de la mujer. Ella se movió para poder mirarlo.

—¿Quién es Flint?

—El enano de la posada. Era mi mejor amigo.

—Lo echarás de menos. Y él a ti. Lamento ser la causa de tus desdichas.

El semielfo siguió el perfil de su mejilla con las yemas de los dedos.

—No. No digas eso. Hice lo que me pidió Kishpa por mi propia voluntad. Nadie me obligó. No te culpes.

—Aun así… —insistió ella.

La mano del semielfo se movió y llegó al cuello de la tejedora. Había pertenecido a Kishpa mientras éste estuvo vivo. Tal vez en el poco tiempo que les restaba, podría ser suya.

—Dime una cosa, Tanis —preguntó ella con voz aletargada en la que se advertía un timbre de resignación—. ¿Acabaron las guerras en tu tiempo?

Él soltó una risa amarga.

—¿Y qué harían entonces todos los generales? ¿Cómo se ganarían la vida?

Brandella se apoyó en los codos y se empujó hacia adelante. En medio de la oscuridad, sus dedos encontraron el rostro del semielfo y rozaron la barbilla, la mejilla, la puntiaguda oreja.

—No tienes en mucha estima a la gente, ¿verdad Tanis? —preguntó con voz queda.

—En general, no. Pero a ciertas personas les profeso un profundo afecto —respondió él con un deje significativo.

Le habría gustado ver su expresión.

—También yo —musitó la joven.

Ahora más que nunca Tanis deseó que hubiese un poco de luz para ver su rostro. Incluso su visión élfica no le servía de mucho en este pozo de tinieblas. ¿Qué significado guardaban sus palabras? ¿Qué trataba de decirle? O, más bien, ¿qué esperaba oír él?

Se preguntó por qué actuaba con tanta timidez y no era más directo con ella. Después de todo, no les quedaba mucho tiempo. El nivel del agua subía con gran rapidez y el líquido fangoso alcanzaba ya la mitad del túnel.

—¿Cuánto nos queda? —preguntó la joven con un susurro.

—No mucho. Otra hora. Quizá menos.

La mente de Tanis se perdió en divagaciones. Evocó un tiempo en que era joven. Laurana y él habían ido a bañarse; el agua estaba fría y se habían acurrucado el uno junto al otro en la orilla, en busca de calor. El recuerdo ahuyentó el frío que lo atenazaba.

—¿Has oído algo? —preguntó Brandella.

Sacado a la fuerza de su ensueño, Tanis sólo fue capaz de captar el ruido del fluir del agua.

—No —contestó, atento a escuchar voces que no oyó.

No obstante, un momento después, supo a qué se refería la joven. Se percibía un golpeteo seco y sordo; el agua parecía hacer más ruido en su fluir hacia la charca cada vez más profunda en la que yacían.

La tierra a espaldas de Tanis, por donde se filtraba el agua en el túnel, empezó a desprenderse de la pared en grandes terrones que se precipitaban al fondo; conforme se desplomaban los pedazos del muro, aumentaba el caudal de agua.

El nivel subió a gran velocidad. La muerte, comprendió Tanis, llegaría mucho antes de lo que había calculado. El agua les llegaba a los hombros y muy pronto alcanzaría sus cabezas. En pocos minutos les cubriría la boca y la nariz.

Se unieron en un estrecho abrazo, saboreando la cálida sensación de su proximidad ante el fin inminente.

De pronto, el sordo rumor dio paso a un estruendo rugiente. La pared que habían excavado se vino abajo y una avalancha de agua gélida irrumpió en tromba en el túnel.