28
La ayuda de un amigo
Tanis estaba harto de huir del mago. Más aún, estaba harto de oír el nombre de Kishpa en labios de Brandella. ¿Qué había sacrificado el mago por la mujer? ¿Qué había hecho para demostrarle su amor? En opinión de Tanis, Kishpa ocupaba un pobre segundo lugar detrás de él en la devoción hacia Brandella. A pesar de ello, la tejedora amaba al mago por encima de todo y de todos, y esto lo sacaba de quicio.
No le intimidó la mano posada sobre su hombro. Era la otra mano la que lo preocupaba. Kishpa le había puesto una daga en la espalda con anterioridad y podía hacerlo de nuevo. Con el estado de ánimo actual de Tanis, nada le apetecía más que rompérsela en mil pedazos. El semielfo agarró la mano posada en su hombro y tiró hacia adelante con el impulso de todo su cuerpo y el mago salió volando sobre su cabeza. Y también sobre la del sorprendido Flint.
Kishpa cayó de espaldas encima de una de las mesas, que se hizo añicos con el peso de su cuerpo.
—Y pensar que sugerí que tú sacaras a Flint de líos —protestó «¡Eh, tú!», mientras calculaba a gran velocidad el costo de la mesa rota para incluirlo en la cuenta del semielfo.
—Es muy bueno —opinó el enano con actitud aprobatoria, en tanto que Tanis se incorporaba y se dirigía hacia el mago. Flint sostuvo en sus manos la jarra de cerveza con un gesto protector.
—Sí, mas ¿podrá pagar los desperfectos? —inquirió el tabernero. La habitual expresión tristona de sus ojos se tornó aún más lastimosa. Era obvio que estaba acostumbrado a incluir en la cuenta del enano los destrozos causados en una reyerta.
—Pagaré lo que rompa —ofreció Flint—. No había visto una pelea tan buena desde…
—Desde esta mañana —dijo «¡Eh, tú!».
—Me ayuda a hacer la digestión —explicó el enano—. ¿Has visto ese golpe en el estómago? Este chico sabe cómo atizar un puñetazo.
—No subestimes al otro —le advirtió el tabernero—. Parece capaz de aguantar sin problemas cualquier vapuleo.
Tanis luchaba con una cólera fría; sus puños se descargaban sobre Kishpa con precisión, en el estómago y en la cara. El mago se tambaleaba a cada golpe pero no caía ni sangraba y, cosa curiosa, tampoco contestaba a los golpes de su oponente.
Respirando de manera entrecortada, Tanis levantó al mago, lo alzó sobre su cabeza y lo arrojó contra la pared. El mago chocó contra el muro con un golpe seco y después cayó al suelo hecho un ovillo.
—Por lo menos no ha roto nada —dijo el tabernero.
—Tanta actividad me ha dado sed —protestó Flint, que no había perdido detalle de la paliza propinada por Tanis al mago. Se echó un buen trago de cerveza.
El semielfo se acercó a la pared para levantar a Kishpa.
Antes de que llegara junto hechicero, éste se incorporó por sí mismo con una actitud serena. Tanis, cauteloso, hizo un alto.
—Sabia decisión —rezongó el mago—. La magia me protege de tus ataques. Pero ¿qué te protegerá a ti de los míos?
—¿Magia? —protestó en voz alta Flint, en tanto se levantaba de un salto y tiraba la mesa patas arriba—. ¡No es justo! Nadie dijo una palabra sobre magia.
Tanis avanzó hacia la izquierda y se acercó a una silla caída, mientras Kishpa daba una zancada en su dirección. Cuando el mago estuvo justo frente a él, Tanis cogió la silla volcada por una de las patas y la estrelló sobre la cabeza del hechicero. El mueble se rompió en pedazos, pero Kishpa siguió en pie y esbozó una malévola sonrisa.
El tabernero garabateó algo más en la cuenta y sumó algo a la cifra total. Flint le entregó la jarra medio llena, que el hombre cogió sin pronunciar una palabra. El enano observó cómo Kishpa y Tanis se encaraban una vez más.
—¿Dónde está Brandella? —demandó el hechicero.
—No lo sé. Se te ha escapado. —Tanis sentía una curiosa satisfacción.
No vio al mago mover las manos. Ninguno de los presentes lo advirtió. Aun así, Tanis recibió un puñetazo en el ojo que lo hizo tambalearse. A continuación un puño invisible lo golpeó en el pómulo; el impacto casi lo dejó inconsciente y le dobló la cabeza hacia un lado con tanta brusquedad que dio media vuelta sobre sus talones. Un golpe en el estómago le hizo hincarse de rodillas. A todo esto, Kishpa no realizó el menor movimiento; tampoco siguió con el vapuleo cuando el semielfo cayó. Se limitó a respirar hondo, como si hubiese hecho un gran esfuerzo, y después se quedó de pie junto al caído semielfo, en silencio.
—¡Por las barbas de Reorx! —bramó Flint y cargó contra Kishpa de modo que embistió con la cabeza en la espalda del mago. Cogido por sorpresa, Kishpa se fue de bruces y cayó sobre Tanis.
—¡Ojalá tuviese mi hacha de guerra! —rugió el enano.
No obstante, el hecho de no disponer de su arma preferida no significaba que careciese de recursos; mientras Tanis se sentaba en el suelo, Flint hincó una rodilla en los riñones de Kishpa, quien exhaló un gemido.
—¡Así aprenderás a no atacar a la gente con tu magia! —declaró el enano.
Acto seguido, lanzó un puñetazo dirigido a la sien del hechicero, pero falló y, en lugar de acertar a Kishpa, alcanzó a Tanis en el pecho.
—Oh, lo siento —se disculpó, en tanto que el semielfo se desplomaba de espaldas.
Mientras, Kishpa articuló algunas palabras en voz baja; palabras que ni Tanis ni Flint habían escuchado antes. Sin previo aviso, el enano, que estaba encaramado sobre la espalda del mago, se elevó en el aire como si fuera una marioneta colgada de los hilos y se quedó flotando cerca del techo.
—¡Eh, tú, bájame de aquí! —instó Flint.
El tabernero se encogió de hombros.
—No sé cómo.
—¡Le decía a él! —bramó, exasperado, el enano, en medio de un remolino de piernas y brazos. Luego señaló al mago—. ¡Bájame y juega limpio!
—¿Acaso consideras «juego limpio» dos contra uno? —preguntó con voz reposada Kishpa, cuyos ojos azules tenían un brillo indulgente.
—El muchacho había caído ya. Era uno contra uno cuando te golpeé —replicó Flint, a la vez que lanzaba sin éxito una patada a la cabeza del hechicero.
Tanis hizo un nuevo intento de ponerse de pie. El mago le aferró por la pechera de la túnica con una mano, al parecer con el propósito de sujetarlo para propinarle un puñetazo con la otra.
—¡Kishpa! —gritó una voz desde la puerta—. ¡No!
El mago se giró para mirar. Sus ojos centellearon de alegría y una amplia sonrisa iluminó su rostro.
Soltó a Tanis y corrió hacia Brandella. Al hacerlo, Tanis se mantuvo de pie, pero Flint se desplomó como un fardo y aterrizó con estruendo sobre las planchas de madera del suelo.
—Gracias —rezongó el enano, mientras se sacaba astillas enredadas en la barba.
—Te he buscado por todas partes —dijo Kishpa, en tanto abrazaba a la tejedora.
Scowarr asomó por detrás de la mujer y se adentró a hurtadillas en la posada, manteniéndose fuera del alcance de la vista del mago.
Brandella, entretanto, forcejeó para soltarse de Kishpa. Al instante, la expresión del mago se tornó sombría.
—¿Qué me ocurre? —preguntó, siguiéndola al interior del establecimiento.
Ella lo apartó a un lado y corrió hacia Tanis; examinó el magullado rostro del semielfo.
—¿Por qué lo has hecho? —demandó al hechicero.
—Porque se lo merecía —respondió, desafiante, Kishpa—. Pude matarlo, pero no lo hice. Después de todo, le aguarda un viaje. Y a ti también —añadió, con un deje de infinita tristeza.
Brandella apartó la mano del rostro de Tanis; el rizoso cabello enmarcaba una faz rebosante de alegría.
—Kishpa… ¿No estás aquí para impedírnoslo?
Él negó con un gesto de la cabeza. La tejedora se echó en sus brazos y le besó el cuello, la mejilla y, por último, los labios. Tanis, que se sostenía a duras penas sobre las piernas temblorosas, giró sobre sus talones y se dejó caer en una silla.
—Es lo que intentaba decirte cuando tenía puesta la mordaza —explicó Kishpa—. Pero ninguno de vosotros quiso quitármela y escucharme. Tu razonamiento… tenía sentido. Te creí. He intentado alcanzaros para decírtelo.
—Entonces ¿por qué luchaste conmigo? —demandó Tanis.
—Empezaste tú —rezongó el mago.
—¡Hombres! —resopló Brandella. Luego besó de nuevo a Kishpa y le arregló la túnica mientras agregaba con actitud pensativa—: Tanto jaleo para nada. No habrá despedida, pues no podemos marcharnos. Al parecer…
—Te equivocas —la corrigió el mago con dulzura—. Podéis marcharos. Al menos, si mi magia es lo bastante poderosa para ayudaros.
Al oír las palabras del mago, Tanis pestañeó repetidas veces mientras procuraba recordar las palabras de Clotnik. El enano había dicho que Kishpa los ayudaría a regresar al presente, pero no había dicho cual Kishpa. Tanis soltó una risa destemplada. ¡Todo el tiempo había intentado llegar hasta el anciano Kishpa para que los devolviera al presente mientras huía del Kishpa en cuyas manos estaba el hacerlos regresar!
—Siento lo ocurrido con Mertwig —dijo Brandella con ternura, acariciando la mejilla de su amado.
El mago agachó la cabeza.
—Esa es otra de las razones por las que vine a ayudaros. Me equivoqué con Mertwig y ha muerto. No puedo correr el riesgo de cometer la misma equivocación contigo.
Brandella lo abrazó.
—Me gustaría saber qué demonios pasa aquí —intervino Flint.
—Cuando se regenta una posada, este tipo de cosas ocurre tan a menudo que te acostumbras y llega un momento en que no le das importancia —confesó «¡Eh, tú!» al enano, mientras le tendía otra jarra de cerveza.
Con la ayuda de Scowarr, Tanis se acercó a donde Kishpa y Brandella seguían fundidos en un abrazo. Carraspeó para llamar su atención.
—Mejor será que no perdamos tiempo. Si puedes sacarnos de la memoria del anciano Kishpa, más vale que lo hagas cuanto antes.
De mala gana, el mago se apartó de Brandella y asintió con la cabeza.
—No estoy seguro de que funcione mi magia. He repasado todos los conjuros que sé a fin de desarrollar una combinación nueva que surta el efecto deseado. Ignoro si seré capaz de lograrlo.
—Pero lo puedes intentar —replicó Tanis.
—Y lo haré. Pero antes me gustaría estar un momento a solas con Brandella.
Tanis se alejó renqueante hacia el mostrador, donde se encontraban Flint y el tabernero. En los ojos del enano había una mirada de aprobación.
—Lo hiciste muy bien —dijo, cuando llegó a su lado el semielfo. Luego se acercó con actitud cómplice y añadió con un susurro—: Pero déjame que te dé un consejo: jamás te enfrentes a un hechicero.
El aliento le apestaba a mala cerveza y Tanis torció el gesto. Después miró cara a cara al enano, cuyos ojos estaban inyectados en sangre.
—Entonces ¿por qué saliste en mi defensa?
Flint se encogió de hombros.
—Creí que te vendría bien una ayudita. De todos modos, ¿quién demonios eres?
—Se llama Tanis. Pero carece de sentido del humor —informó Scowarr, que se había sumado al trío.
—¿Y quién eres tú? —preguntó el enano.
—Scowarr Alfeñique, un cómico excelente —se presentó el hombrecillo.
—Entonces, cuéntame algo divertido.
Scowarr se sentó junto a Flint y empezó a relatarle una historia en voz baja…
Entretanto, el semielfo se acercó a Kishpa y Brandella. El mago lo vio venir y, con gran pesadumbre, condujo a la mujer hacia la puerta de la posada de El Último Hogar. Tanis llegó a su lado y la tomó de la mano.
Kishpa la besó una vez más y luego sorprendió a Tanis con sus palabras.
—Semielfo, no se la confiaría a ningún otro salvo a ti. Te doy las gracias por venir en su busca. Sé que no sólo has arriesgado tu vida, sino tu propio mundo por hacerme este favor. No creas que no me he dado cuenta.
Tanis posó la mano en el brazo del mago.
—Disfruta de una buena vida entre ahora y entonces.
Kishpa puso su mano sobre la de Tanis, pero guardó silencio.
Después, retrocedió un paso, dirigió una última mirada rebosante de amor a Brandella y cerró los ojos. Sus labios empezaron a moverse. Al principio, Tanis no escuchó lo que decía; mas, poco después, percibió unas palabras extrañas entonadas con un ritmo peculiar. La salmodia creció de intensidad de manera paulatina.
El semielfo sintió el tirón de la magia. Muy pronto, su mente giró en un torbellino de imágenes. Vio el campo abrasado junto al estanque. Vio cenizas flotando sobre la superficie del agua. Escuchó la respiración trabajosa del anciano Kishpa. Pero todo era borroso, insustancial, irreal, y, sin embargo, de algún modo, tangible. Brandella y él flotaban suspendidos entre uno y otro mundo, mirando desde lo alto como si contemplaran un cuadro plasmado en una nube que cambiara de manera constante con el viento.
Se estaban acercando. Ahora percibía el olor dejado por el incendio. Incluso sentía el calor del sol. Muy pronto, el suelo, allá abajo, adquirió una consistencia lo bastante real como para caminar sobre él.
De repente, advirtió un cambio. Algo que había sentido durante todo el tiempo se había disipado. Entonces cayó en la cuenta. La trabajosa respiración había cesado. El suelo bajo sus pies se desvaneció. El calvero desapareció. Las imágenes, los olores, todo, se borraron. Todo, salvo una tiniebla impenetrable y el sonido familiar del latido de un corazón. Mas, en esta ocasión, el pálpito era muy lento, muy irregular. Tanis agarraba aún la mano de Brandella, pero no la veía en aquella oscuridad.
Kishpa, muy anciano y quebrantado por el fuego, perdía su última batalla.
Aunque no se escuchaban el uno al otro, tanto Tanis como Brandella llamaron al mago, animándolo, suplicándole que combatiera la muerte un poco más, que viviera, que los trajera de vuelta.
Sus gritos llegaron a unos oídos que ya no podían escucharlos.
Kishpa había muerto.
El palpitante corazón se detuvo.
Tanis comprendió que podrían quedar atrapados para siempre en esta nada, flotando en un océano de negrura en una mente que ya no pensaba ni sentía.
La oscuridad se manifestaba vacía, desolada y, al parecer, interminable… hasta que, de pronto, divisaron un punto de luz lejano. Era minúsculo, pero muy brillante. Y se iba acercando. ¿Era un sol? ¿Una luna? ¿Un fuego que los consumiría? Tanis sólo sabía que se dirigían directamente hacia él.