24
Un salto atrás en el tiempo
—Si haces el menor movimiento, ensartaré tan hondo este acero en tu espalda que la punta te saldrá por el estómago —advirtió Kishpa, con un timbre tan afilado como la hoja de la daga.
Tanis ni siquiera pestañeó. Brandella, sin embargo, corrió hacia el mago.
—No lo entiendes —dijo suplicante, alargando las manos hacia su amante. Kishpa la rechazó de un empujón.
—Ya lo creo que lo entiendo. El semielfo te ha llenado la cabeza con sus arteras mentiras y tú has sido lo bastante ingenua que le has prestado oídos.
—No son mentiras —intervino Tanis, aunque se guardó de hacer movimiento alguno—. Estás obstruyendo tu último deseo.
—Lo dudo —espetó el mago—. Sospecho que no existe tal «magia». Por contra, mi extraño amigo, eres tú quien se encuentra próximo a exhalar su último aliento.
—¡No, Kishpa! —Brandella le sujetó el brazo armado.
De inmediato, Tanis se apartó de un salto del mago; la daga hendió el aire donde un momento antes estaba su espalda. Pero Kishpa también era ágil y arremetió de nuevo contra Tanis mientras éste aún giraba sobre sus talones. El semielfo vio precipitarse sobre él la afilada hoja.
Tanis levantó con presteza la mano derecha y la cerró como un cepo en torno a la muñeca del mago. Los dos hombres se enzarzaron en una momentánea pugna de fuerza.
Fue breve, sin embargo. Tanis era, con mucho, el más fuerte de los dos y no sólo logró rechazar el arma, sino que apartó de un empellón a su oponente, que cayó despatarrado en el suelo.
Kishpa se incorporó de un salto, furioso.
—Te podría matar con mi magia, pero prefiero hacerlo con mis propias manos. Eres un taimado ladrón. Has traicionado la confianza que deposité en ti y me has robado la mujer que me pertenece.
Cuando Kishpa se abalanzó hacia Tanis con la daga enarbolada, Brandella se interpuso entre ellos.
—¡Basta! —gritó.
Kishpa no se detuvo y Tanis apartó a la joven de un empujón, de modo que quedó indefenso al ataque del mago.
Sin embargo, antes de que el arma alcanzara su meta, una pequeña figura salió de la oscuridad y se estrelló contra el hombro de Kishpa; el impacto desestabilizó al mago, que cayó de nuevo al suelo.
Era Scowarr.
Kishpa estaba más sorprendido que aturdido. Pronto se recobró y se puso de pie con rapidez. Por contra, Alfeñique no salió tan bien parado del golpe. Cayó al suelo de cabeza y quedó tendido; la sangre manaba por su nariz.
Encolerizado, Kishpa se abalanzó sobre Scowarr con el aparente propósito de rajarlo como si fuera un melón.
Tanis empuñó su espada; la hoja emitía el rojizo resplandor.
—¡Déjalo en paz! —ordenó el semielfo—. No es tu enemigo. Su único crimen es ser mi amigo.
—¡Motivo más que suficiente! —declaró Kishpa.
—En tal caso, mátame también —intervino Brandella con un deje desafiante—. Soy su amiga. Como tú deberías serlo.
La tejedora adelantó un paso y se interpuso entre el mago y el fiel hombrecillo que yacía aturdido en la hierba.
—Esto es una locura —gritó Kishpa. Dio la espalda a Scowarr y se enfrentó a Tanis, que blandía la espada con gesto amenazador—. ¿Quién te envía? ¿Qué maligna hechicería se esconde tras esta confabulación?
—Repito que no hay nada perverso en todo este asunto —insistió Tanis, sin bajar la guardia—. ¡Fuiste tú quien me envió!
—¡Bah! ¡No te creo!
Sin más preámbulos, Kishpa arremetió con la daga en un arco dirigido al cuello del semielfo. Este, en un gesto mecánico, intentó alzar la espada para frenar la daga. Fue inútil. El resplandor rojizo se había desvanecido y el arma se había vuelto tan pesada que resultaba imposible levantarla. En el último instante, Tanis se apartó de un salto; la hoja de la daga rasgó la túnica de cuero. El mago soltó una risa áspera.
—Tu espada no atacará a quien la encantó. Vas a morir.
El semielfo arrojó al suelo el arma, pero se mantuvo firme. No huiría.
—Está indefenso —gritó Brandella, en tanto se interponía una vez más en el camino de Kishpa—. No puedes matar a un hombre desarmado. No es tu estilo. ¿Es éste el Kishpa a quien amé? ¿A quien todavía amo?
La joven le tendió los brazos, pero, una vez más, él la rechazó con brusquedad.
—¿Es ésta la Brandella que me abandona? ¿La misma que me ha traicionado? —replicó desabrido el mago.
Con la agilidad de un felino, la tejedora avanzó con pasos decididos hasta situarse junto a Tanis. Sostenía la ardiente antorcha en una mano, en tanto que con la otra se enlazó al brazo del semielfo. Después, alzó la mirada al cielo estrellado.
—¡Kishpa! —gritó—. Hechicero sabio y amante, a ti te llamo. Abre tu mente a mi voz. No te culpes por el comportamiento celoso de tu inmadura juventud. Te conozco como el hombre noble y generoso que siempre fuiste. Y así será como siempre te recordaré. Libérame para que pueda rememorarte al igual que tú me guardaste viva en tu memoria.
Nadie se movió. Ni siquiera Kishpa. Esperaban que se produjera un trueno, un relámpago, un estallido de humo… cualquier manifestación extraordinaria.
Mas nada aconteció.
El mago adelantó un paso.
—Aléjate de él —dijo en un susurro.
La mano que la joven cerraba en torno al brazo del semielfo se aflojó poco a poco; pero Tanis no dejó que se soltara. En el aire ya no flotaba el aroma del bosque; de hecho, no se percibía ningún olor. El viento no acariciaba su rostro; había cesado de soplar. Las estrellas no alumbraban en el cielo; se habían desvanecido en un vórtice de negrura. Algo ocurría…
Tanis abrió la boca para advertirles, pero no tuvo ocasión de hacerlo. El mundo desapareció. No había luz, ni oscuridad, ni tonos grises. No se percibía calor, ni frío, ni ninguna otra sensación. No existía nada, salvo el vacío… y el lento e irregular latido de un corazón. Y Brandella.
La joven flotaba en la nada junto a él, sujeta de su brazo, aunque al parecer se hallaba a kilómetros de distancia. Parecía que intentaba decir algo, pero Tanis no la entendía en medio de aquella tiniebla opresiva. A despecho de su visión élfica, apenas la distinguía. Cuando intentó acercarla hacia sí, descubrió que tenía los miembros paralizados; al tratar de llamarla, el sonido de su voz se ahogó en el sordo palpitar del invisible corazón.
Entonces, sin previo aviso, los latidos se aceleraron y se hicieron más firmes. La tiniebla se alejó poco a poco y dio paso a los colores, los sonidos; retornó la visión de las cosas familiares. Mas no la figura de un Kishpa dominado por la cólera y los celos. La memoria del anciano mago había cambiado, tal vez de manera intencionada, sospechó Tanis. El semielfo se encontró caminando con el rostro vuelto hacia Brandella. La joven iba a decir algo cuando, de improviso, Tanis se tropezó y estuvo a punto de perder el equilibrio.
—¿Te encuentras bien?
—Eh… creo que sí —dijo, en tanto bajaba la antorcha para alumbrar el objeto que se había interpuesto en su camino. Era la raíz de un árbol.
—No me refería a eso. ¿Qué ocurrió cuando sobrevino esa tiniebla…, cuando Kishpa…? —Las palabras se le atragantaron—. ¿Cuando estuvo a punto de… morir?
—¿Tienes miedo? —Tanis la tomo de la otra mano.
—No por mí misma, sino por Kishpa. Noté su presencia. Lo sentí muy cerca, como jamás la había sentido antes. Hablé con él. Supo que era yo y advertí su gozo. ¿Oíste con qué fuerza empezó a latir su corazón? ¡Con qué ansia se aferra a la vida!
—Y con qué intensidad desea que vivas tú. ¡Mira! —El semielfo señaló el tronco hueco del árbol—. ¿No te das cuenta? Nos hizo regresar en el tiempo, al momento en que tropecé con esta raíz. No quiere que el Kishpa del pasado nos atrape. Nos ofrece otra oportunidad y hemos de sacarle el mejor partido. —Su mente era un torbellino de ideas—. Dame tres tiras largas de tela —pidió.
—¿Para qué?
—No hay tiempo para explicaciones. Dame lo que te pido.
La joven desgarró el bajo de su larga camisola y le tendió las tiras de tela verde a Tanis.
—¿Y ahora, qué? —inquirió con gesto serio.
—Entra en el tronco y lleva la antorcha contigo —instruyó el semielfo, en tanto anudaba los trozos de tejido.
Ella vaciló.
—¿Qué harás tú?
—¡Entra de una vez y no te preocupes!