7. La historia de Akkarin


El entrechocar del metal con el metal resonó por el pasadizo, seguido de un grito ahogado de dolor. Cery se detuvo y miró a Gol, alarmado. El hombretón arrugó el ceño.

Cery señaló con la cabeza la entrada que había frente a ellos. Desenfundando un cuchillo largo y de aspecto amenazador que llevaba al cinto, Gol se abalanzó hacia delante. Al llegar a la puerta, echó un vistazo a la habitación. Su expresión ceñuda se desvaneció.

Miró a Cery y sonrió de oreja a oreja. Aliviado, y con más curiosidad que inquietud, este avanzó unos pasos y miró al interior.

Había dos figuras inmóviles, una de ellas acuclillada en una posición incómoda con un cuchillo al cuello. Cery identificó al perdedor como Krinn, el asesino experto en combate a quien solía encargar misiones importantes. Los ojos de Krinn se posaron en Cery. La sorpresa en su semblante cedió el paso a la vergüenza.

—¿Te rindes? —preguntó Savara.

—Sí —respondió Krinn con voz forzada.

Savara retiró el cuchillo y se apartó mediante un solo movimiento fluido. Krinn se enderezó y la miró con recelo. Cery, divertido, se fijó en que le sacaba una cabeza como mínimo.

—¿Otra vez entrenándote con mis hombres, Savara?

Ella sonrió con malicia.

—Me lo ha propuesto él, Ceryni.

La observó, pensativo. ¿Y si…? Sería arriesgado, pero por otro lado el riesgo siempre existía. Echó una mirada a Krinn, quien se dirigía disimuladamente hacia la entrada.

—Adiós, Krinn. Cierra cuando salgas —el asesino se marchó a toda prisa. Una vez cerrada la puerta, Cery se acercó a Savara—. Te invito a ponerme a prueba.

Oyó que Gol reprimía un grito de sorpresa.

La sonrisa de ella se hizo más amplia.

—Acepto.

Cery extrajo un par de dagas del interior de su chaqueta. Llevaban sendas anillas de cuero sujetas a la empuñadura que evitaban que se le resbalaran de las manos y le permitían aferrarlas y tirar de ellas. Savara arqueó las cejas al verlo deslizar las palmas en las anillas.

—Dos rara vez son mejor que una —comentó.

—Lo sé —contestó Cery, aproximándose a ella.

—Pero da la impresión de que sabes lo que haces —reflexionó Savara—. Supongo que eso debe de intimidar a los rufianes de tres al cuarto.

—Así es.

Ella dio unos pasos a la izquierda, acercándosele un poco.

—Yo no soy un rufián de tres al cuarto, Ceryni.

—No, eso ya lo veo. —Sonrió.

Si la joven se había ofrecido a ayudarle para ganarse su confianza hasta que se le presentara una ocasión para matarlo, entonces él le estaba sirviendo la oportunidad en bandeja. Sin embargo, eso le costaría la vida a la sachakana. Gol se ocuparía de ello.

Savara arremetió contra Cery. Él la esquivó y acto seguido dio un paso hacia ella y apuntó a su hombro. La joven se apartó dando media vuelta.

Así continuaron durante unos minutos, probando mutuamente sus reflejos y su alcance. De pronto, ella se colocó más cerca de Cery. Él se detuvo y devolvió varios golpes rápidos. Ninguno de los dos conseguía romper la guardia del otro. Se separaron, resoplando.

—¿Qué habéis hecho con el esclavo? —preguntó Savara.

—Está muerto —le escudriñó el rostro con la mirada. Ella no parecía sorprendida, solo un poco irritada.

—¿Se ha encargado «él»?

—Claro.

—Podrías habérmelo pedido a mí.

Cery frunció el entrecejo. Savara mostraba mucha confianza en sí misma. Demasiada.

Ella se abalanzó hacia delante, con la hoja del cuchillo destellando a la luz de la lámpara. Cery le apartó la mano asestándole un golpe con el antebrazo. Se enzarzaron en un forcejeo rápido y frenético, y él desplegó una sonrisa triunfal cuando consiguió inmovilizarle el brazo derecho y colocarle la punta de la daga contra la axila izquierda.

La joven se quedó paralizada, sonriendo también.

—¿Te rindes? —preguntó.

Cery notó la presión de un objeto puntiagudo en el vientre. Al bajar la mirada, vio un cuchillo diferente en la mano izquierda de Savara. En la derecha empuñaba el cuchillo original. Cery sonrió de nuevo y apretó ligeramente el cuchillo contra la axila de ella.

—Ahí hay una vena que va directa al corazón. Si te la cortase, te desangrarías tan deprisa que no tendrías tiempo ni de decidir qué maldición lanzarme.

Le complació ver que a ella se le ponían los ojos como platos y que la sonrisa se le borraba de la boca.

—¿Lo dejamos en empate?

Estaban muy cerca el uno del otro. La joven despedía un olor maravilloso, una mezcla de sudor reciente y algo especiado. Los ojos le brillaban con picardía, pero tenía los labios apretados, reducidos a una línea muy fina.

—Empate —accedió Cery.

Dio un paso hacia atrás y hacia un lado, de modo que dejó de sentir el arma de ella contra su vientre antes de retirarle la suya de la axila. El corazón le latía a toda velocidad. No era una sensación desagradable.

—¿Sabías que esos esclavos son magos? —preguntó Cery.

—Sí.

—¿Cómo piensas matarlos?

—Tengo mis métodos —dijo Savara.

Cery sonrió con tristeza.

—Si digo a mi cliente que no lo necesito para liquidar a los asesinos, me hará más preguntas incómodas, como por ejemplo quién se ocupa de ello.

—Si él no se enterase de que has encontrado un esclavo, no tendría por qué saber quién lo mató.

—Pero sabe cuándo andan por aquí. La Guardia le informa de las víctimas. Si dejan de encontrar víctimas sin que él haya matado al asesino, se preguntará por qué.

Savara se encogió de hombros.

—Eso dará igual. Ya no envían a los esclavos de uno en uno. Puedo matar a algunos sin que él se dé cuenta.

Aquello era una novedad. Y no auguraba nada bueno.

—¿Quiénes los envían?

La joven enarcó las cejas.

—¿Él no te lo ha dicho?

Cery sonrió, maldiciéndose para sus adentros por revelar su ignorancia.

—Tal vez sí, tal vez no —respondió—. Quiero oír tu versión del asunto.

La expresión de Savara se ensombreció.

—Los envían los ichanis. Desterrados. El rey de Sachaka manda a los páramos a aquellos que pierden su favor.

—¿Por qué envían aquí a sus esclavos?

—Pretenden recuperar el poder y la posición social derrotando al viejo enemigo de Sachaka, el Gremio.

Eso también era una novedad para Cery. Sacó las manos de las anillas de sus dagas. «Seguramente no hay motivo para preocuparse —pensó—. Estamos eliminando a esos “esclavos” con bastante facilidad.»

—¿Me dejarás despachar a algunos de los esclavos? —preguntó ella.

—¿Por qué me pides permiso? Si puedes localizarlos y matarlos, no necesitas colaborar conmigo.

—Ah, pero si no lo hiciera, tal vez me tomarías por uno de ellos.

Cery rió entre dientes.

—Eso sería una lás…

Unos golpes en la puerta lo interrumpieron. Dirigió a Gol una mirada de expectación. Un hombre aún más corpulento entró, alternando la vista nerviosamente entre Gol, Cery y Savara.

—Morren —Cery se puso muy serio. El hombre le había enviado el mensaje habitual de una sola palabra para confirmar que se había deshecho del cadáver del asesino. Tenía instrucciones de no visitar a Cery en persona a menos que tuviese algo importante que comunicarle.

—Ceryni —contestó Morren. Miró de nuevo a Savara, con desconfianza.

Cery se volvió hacia la sachakana.

—Gracias por el entrenamiento —dijo.

Ella asintió con la cabeza.

—Gracias a ti, Ceryni. Ya te avisaré cuando localice al siguiente. No tardaré mucho.

Cery la observó marcharse de la habitación. Cuando la puerta se cerró tras ella, devolvió su atención a Morren.

—¿Qué pasa?

El hombretón hizo una mueca.

—Tal vez no sea nada, pero he pensado que quizá querrías saberlo. No ha matado al asesino. Lo ha atado y luego se ha ido. Cuando ha vuelto, alguien lo acompañaba.

—¿Quién?

—La chica de las barriadas que ahora está en el Gremio.

Cery miró fijamente al hombre.

—¿Sonea?

—Esa.

Un sentimiento de culpa inesperado se apoderó de Cery. Pensó en el modo en que Savara le había acelerado el pulso. ¿Cómo podía dejarse impresionar por una extraña que seguramente no era de fiar, cuando todavía estaba enamorado de Sonea? Pero Sonea estaba fuera de su alcance. Además, nunca lo había querido, al menos de la misma manera en que él la quería. ¿Por qué no podía fijarse en otra?

Entonces fue consciente de lo que implicaba aquello que Morren le estaba contando, y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación. Habían llevado a Sonea a ver al asesino. Había estado en presencia de un hombre peligroso. Aunque sabía que probablemente se encontraba a salvo con Akkarin, lo invadió una rabia protectora. No quería que la involucrasen en ese asunto.

Pero ¿había estado ella al tanto desde el principio de la batalla secreta que se libraba en las zonas más oscuras de Imardin? ¿La estaban preparando para participar en la lucha?

Cery tenía que saberlo. Giró sobre sus talones y se encaminó con paso decidido hacia la puerta.

—Gol, envía un mensaje al Gran Lord. Tenemos que hablar.

Lorlen entró en el vestíbulo de la universidad y se detuvo al ver a Akkarin pasar entre las enormes puertas.

—Lorlen —dijo el Gran Lord—, ¿estás ocupado?

—Siempre estoy ocupado —respondió Lorlen.

Los labios de Akkarin se curvaron en una sonrisa irónica.

—Solo te pido unos minutos.

—Muy bien.

Akkarin señaló con un gesto el despacho de Lorlen. «De modo que quiere conversar en privado», pensó este. Se alejó del vestíbulo por el pasillo. Se hallaba a solo unos pasos de su despacho cuando oyó una voz.

—Gran Lord.

Más adelante en el pasillo había un alquimista, de pie frente a la puerta de un aula.

Akkarin se detuvo.

—¿Sí, lord Halvin?

El profesor se acercó a toda prisa.

—Sonea no ha venido a clase esta mañana. ¿Es que no se encuentra bien?

Lorlen vio que una expresión de preocupación asomaba al rostro de Akkarin, pero no supo si era por el bienestar de Sonea, o porque su protegida no estaba donde debía.

—Su sirvienta no me ha informado de enfermedad alguna —respondió Akkarin.

—Estoy seguro de que habrá una buena razón. Es solo que me ha extrañado. Sonea suele ser muy puntual —Halvin dirigió la vista hacia el aula de la que acababa de salir—. Más vale que vuelva antes de que se conviertan en bestias salvajes.

—Gracias por avisarme —dijo Akkarin. Halvin asintió de nuevo y se alejó a paso veloz. El Gran Lord miró a Lorlen—. Esta otra cuestión tendrá que esperar. Más vale que averigüe qué se trae mi aprendiz entre manos.

Mientras lo observaba alejarse a grandes zancadas, Lorlen luchó por ahuyentar un mal presentimiento. Si Sonea estuviese enferma, su sirvienta se lo habría comunicado a Akkarin, desde luego. ¿Por qué habría de faltar deliberadamente a clase? Se le cayó el alma a los pies. ¿Habían decidido ella y Rothen actuar contra Akkarin? En ese caso, sin duda se lo habrían dicho antes.

¿O no?

Regresó al vestíbulo y miró hacia la escalera. Si hubiesen planeado algo juntos, los dos estarían ausentes. Solo tenía que echar un vistazo al aula de Rothen.

Se acercó a la escalera y subió rápidamente.

El sol de mediodía penetraba en el bosque y hacía brillar el verde intenso de las hojas nuevas. Su calor todavía emanaba del gran banco de piedra en el que estaba sentada Sonea y se conservaba en la roca contra la que tenía apoyada la espalda.

A lo lejos sonó un gong. Sin duda los aprendices saldrían a toda prisa a disfrutar el tiempo de principios de otoño. Ella tenía que volver y fingir que su ausencia se había debido a una jaqueca repentina o a alguna otra dolencia menor.

Pero no se decidía a moverse.

Había subido hasta el manantial a primera hora de la mañana, con la esperanza de que la caminata le despejase la mente. No había dado resultado. Todos los datos que acababa de descubrir se arremolinaban en su mente sin orden ni concierto. Quizá eso se debía a que no había pegado ojo en toda la noche. Estaba demasiado fatigada para encontrar un sentido a todo aquello, demasiado cansada para regresar a clase y comportarse como si nada hubiese cambiado.

«Pero todo ha cambiado. Debería tomarme un tiempo para pensar en lo que sé ahora —se dijo—. Tengo que aclarar qué significa antes de volver a hablar con Akkarin.»

Cerró los ojos y recurrió a un poco de fuerza sanadora para vencer el agotamiento.

«¿Qué es lo que sé ahora?»

Sobre el Gremio y todo Kyralia pendía la amenaza de una invasión por parte de los magos negros de Sachaka.

¿Por qué Akkarin no se lo había contado a nadie? Si el Gremio supiese que se enfrentaba a una posible invasión, podría prepararse para rechazarla. No sería capaz de defenderse si no era consciente de la amenaza.

Por otra parte, si Akkarin daba la voz de alarma, tendría que reconocer que había aprendido magia negra. ¿Era el motivo de su silencio así de sencillo y egoísta? Tal vez existía alguna otra razón.

Sonea aún no sabía cómo él había aprendido a usar la magia negra. Tavaka había creído que sólo los ichanis poseían ese conocimiento. A él solo se lo habían enseñado para que pudiese matar a Akkarin.

Y Akkarin había sido un esclavo.

Era imposible imaginar al altivo, distante y poderoso Gran Lord viviendo nada menos que como un esclavo.

Y sin embargo, lo había sido, de eso no le cabía la menor duda. De alguna manera había logrado escapar y regresar a Kyralia. Había llegado a ser Gran Lord. Y en ese momento, en secreto y sin ayuda de nadie, mantenía a raya a los ichanis matando a sus espías uno a uno.

No era la persona que ella se había imaginado.

Incluso era posible que fuese una buena persona.

Sonea frunció el entrecejo. «No nos pasemos. Él aprendió magia negra de algún modo, y yo sigo siendo su rehén.»

Por otro lado, ¿cómo derrotaría a todos esos espías sin valerse de la magia negra? Y si había un buen motivo para mantener aquello en secreto, Akkarin no tendría más remedio que asegurarse de que ella, Rothen y Lorlen no se fuesen de la lengua.

—Sonea.

La chica se sobresaltó y se volvió hacia la voz. Akkarin estaba de pie, a la sombra de un árbol de tronco grueso, con los brazos cruzados. Sonea se levantó enseguida y se inclinó ante él.

—Gran Lord.

Él la contempló durante unos instantes, luego descruzó los brazos y echó a andar hacia ella. Subió al banco de piedra, y su mirada se desvió hacia la roca sobre la que ella había estado recostada. A continuación se puso en cuclillas y examinó la superficie con atención. Sonea oyó el roce de piedra contra piedra y parpadeó sorprendida cuando una parte se deslizó hacia fuera, dejando al descubierto un agujero de forma irregular.

—Ah, sigue aquí —dijo Akkarin en voz baja.

Tras dejar en el suelo la losa de piedra que había retirado, introdujo la mano en el agujero y sacó una pequeña y deteriorada caja de madera. A la tapa de celosía le habían practicado varios agujeritos. Esta se abrió como activada por un resorte. Akkarin ladeó la caja para que Sonea pudiese ver con claridad qué contenía.

Dentro había unas piezas de juego, cada una con una clavija pequeña que encajaba en los agujeritos de la tapa.

—Lorlen y yo veníamos cuando nos saltábamos las clases de lord Margen —sacó una de las piezas y la estudió.

Sonea pestañeó, extrañada.

—¿Lord Margen? ¿El mentor de Rothen?

—Sí. Era un profesor estricto. Lo llamábamos «el monstruo». Rothen se hizo cargo de su asignatura el año siguiente a mi graduación.

Imaginar a Akkarin como a un joven aprendiz resultaba tan difícil como imaginarlo como a un esclavo. Sonea sabía que él solo llevaba unos pocos años a Dannyl, pero este le parecía mucho más joven. No era que Akkarin aparentase más edad, pensó ella, sino simplemente que su porte y su responsabilidad daban una impresión de mayor madurez.

Akkarin guardó las piezas, cerró la caja y la devolvió a su escondrijo. Se sentó, apoyando la espalda en la roca. Sonea sintió una extraña desazón. El Gran Lord circunspecto y amenazador que había arrebatado su tutela a Rothen para asegurarse de que sus delitos no salieran a la luz brillaba por su ausencia. Ella no sabía muy bien cómo reaccionar ante esa actitud desenfadada. Se sentó a unos pasos de distancia y lo observó mientras él paseaba la vista por el manantial; parecía comprobar que todo estaba tal y como lo recordaba.

—No era mucho mayor que tú cuando me marché del Gremio —dijo—. Tenía veinte años, y había elegido la disciplina de habilidades de guerrero por mi afán de superar desafíos y mi sed de emociones. Pero en el Gremio no podía correr aventuras. Tenía que escapar de aquí durante un tiempo, así que decidí escribir un libro sobre magia ancestral como excusa para viajar y ver mundo.

Ella fijó en él la vista, sorprendida. Akkarin tenía la mirada distante, como si estuviese contemplando un viejo recuerdo y no los árboles que rodeaban el manantial. Al parecer se disponía a relatar su historia a Sonea.

—En el transcurso de mi investigación encontré unas alusiones extrañas a una magia ancestral que me intrigaron. Esas referencias me llevaron a Sachaka —sacudió la cabeza—. Si no me hubiese desviado del camino principal, tal vez habría estado a salvo. De cuando en cuando algún mercader kyraliano viaja a Sachaka en busca de artículos exóticos. Cada ciertos años, el rey manda diplomáticos allí, en compañía de magos. Pero Sachaka es un país grande, y la gente guarda celosamente sus secretos. El Gremio sabe que hay magos allí, pero conoce muy pocos detalles sobre ellos.

»Sin embargo, yo entré desde Elyne. Directamente a los páramos. Pasé allí un mes antes de toparme con uno de los ichanis. Al ver tiendas de campaña y animales, decidí presentarme ante aquel importante y rico viajero. Me recibió con cordialidad y dijo llamarse Dakova. Intuí que era un mago, lo que despertó mi curiosidad. Señaló mi túnica y me preguntó si pertenecía al Gremio. Le respondí que sí —Akkarin hizo una pausa—. Pensé que, siendo uno de los magos más poderosos del Gremio, podría defenderme de lo que hiciera falta. Los sachakanos con que me había cruzado eran campesinos pobres que se asustaban al ver a un extranjero. Debería haberlo tomado como una advertencia. Cuando Dakova me atacó, me pilló por sorpresa. Le pregunté si lo había ofendido, pero no me respondió. Sus acometidas eran muy enérgicas, y cuando comprendí que perdería, ya estaba al límite de mis fuerzas. Le dije que magos más poderosos irían a buscarme si no regresaba al Gremio. Eso debió de preocuparlo, porque se detuvo. Yo estaba tan extenuado que apenas me tenía en pie. Creí que por eso él conseguía leerme la mente de un modo tan eficaz. Durante unos días, pensé que había traicionado al Gremio. Pero más tarde, al hablar con los esclavos de Dakova, me enteré de que los ichanis eran capaces de atravesar las barreras mentales en cualquier circunstancia.

Hizo una pausa, y Sonea contuvo el aliento. ¿Iba a relatarle Akkarin su vida como esclavo? Sintió una mezcla de miedo y expectación.

Akkarin posó la vista en la charca que había más abajo.

—Dakova averiguó al leerme el pensamiento que el Gremio había prohibido la magia negra y era mucho más débil de lo que creían los sachakanos. Le divirtió tanto lo que veía en mi mente que decidió que otros ichanis tenían que verlo también. Yo estaba agotado y no pude resistirme. Unos esclavos se llevaron mi túnica y me obligaron a vestirme con harapos. Al principio no comprendí que aquellas personas eran esclavos ni que yo había pasado a ser uno de ellos. Luego, cuando caí en la cuenta, me negué a aceptarlo. Escapé, incluso, pero Dakova me encontró enseguida. Parecía disfrutar con la caza, y con el castigo que me propinaba después.

Akkarin entornó los ojos. Volvió la cara ligeramente hacia Sonea, pero ella bajó la vista, temerosa de que sus miradas se cruzasen.

—Mi situación me horrorizaba —prosiguió en voz baja—. Dakova me llamaba su «mago mascota del Gremio». Yo era un trofeo con el que entretenía a sus invitados. Pero retenerme allí era un riesgo. A diferencia de sus otros esclavos, yo era un mago entrenado. Así que todas las noches me leía la mente, y para evitar que me volviese peligroso, me despojaba de las fuerzas que había recuperado durante el día.

Akkarin se enrolló una manga. Cientos de líneas muy finas y brillantes le surcaban el brazo. Cicatrices. Sonea sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Ella había tenido delante aquella prueba del pasado de Akkarin muchas veces, oculta tras una simple capa de tela.

—Sus otros esclavos eran ichanis a quienes se había enfrentado y derrotado, o bien hombres y mujeres jóvenes con un potencial mágico latente que él había encontrado entre los campesinos y mineros sachakanos de la región. A diario absorbía fuerza mágica de ellos. Era un hombre poderoso, pero curiosamente aislado. Al final comprendí que tanto Dakova como los otros ichanis que vivían en los páramos eran desterrados. Por alguna razón (su participación en conjuras fallidas, su incapacidad para pagar sobornos o impuestos o para cometer delitos), habían perdido el favor del rey de Sachaka. Este los había confinado en los páramos y había prohibido toda clase de contacto con ellos.

»Sería lógico suponer que esa situación los impulsaría a unirse, pero su rencor y ambición eran demasiado grandes. Constantemente urdían intrigas unos contra otros, con la intención de acrecentar su fortuna y su poder, de vengarse por afrentas pasadas o simplemente de robar reservas de víveres. Un ichani desterrado solo podía alimentar a un número limitado de esclavos. En los páramos se cultivan muy pocos alimentos, y aterrorizar y matar campesinos no es que ayude a aumentar la productividad.

Se interrumpió para inspirar profundamente.

—La mujer que me lo explicó todo al principio era una maga muy poderosa en potencia. Habría podido llegar a ser una magnífica sanadora si hubiera nacido kyraliana. En cambio, Dakova la utilizaba como esclava sexual —Akkarin hizo una mueca—. Un día Dakova atacó a otro ichani y al cabo de un rato se dio cuenta de que estaba perdiendo el combate. Desesperado, absorbió las fuerzas de casi todos sus esclavos, y estos murieron. Dejó a los más fuertes de entre nosotros para el final y logró vencer a su adversario antes de matar a los que quedaban. Solo Takan y yo sobrevivimos.

Sonea se quedó perpleja. ¿Takan? ¿El sirviente de Akkarin?

—Dakova permaneció varias semanas en estado vulnerable mientras recobraba las energías perdidas —continuó el Gran Lord—. Sin embargo, que alguien se aprovechase de la situación le preocupaba menos de lo que cabría esperar. Todos los ichanis sabían que él tenía un hermano, Kariko. Ambos habían dejado muy claro que si uno de los dos era asesinado, el otro vengaría su muerte. Ninguno de los ichanis de los páramos podía derrotar a uno de los hermanos y reponerse a tiempo para sobrevivir a un ataque del otro. Poco después de la pelea que Dakova estuvo a punto de perder, Kariko llegó y le proporcionó varios esclavos para ayudarle a recuperar las fuerzas.

»La mayoría de los esclavos con los que hablé soñaban con que Dakova o uno de sus enemigos liberasen sus poderes y les enseñasen a usar la magia negra para que pudiesen conquistar su libertad. Me miraban con envidia; me bastaría con aprender magia negra para escapar. No sabían que el Gremio prohibía esa práctica.

»Pero cuando fui testigo de lo que Dakova era capaz de hacer, dejé de preocuparme tanto por lo que el Gremio permitía o no. Él no necesitaba magia negra para hacer el mal. Lo vi cometer atrocidades que nunca olvidaré, con las manos desnudas.

Akkarin tenía una expresión atormentada. Cerró los ojos, y cuando los abrió de nuevo, su mirada volvía a ser dura y fría.

—Pasé cinco años prisionero en Sachaka. Un día, no mucho después de recibir el obsequio de esclavos nuevos de su hermano, Dakova se enteró de que un ichani al que despreciaba estaba escondido en una mina, casi desfallecido tras un combate. Decidió encontrar a ese hombre para matarlo.

»Cuando llegó a la mina, esta parecía desierta. Dakova, junto conmigo y con otros esclavos, entró en las galerías en busca de su enemigo. Unos cientos de pasos más adelante, el suelo se desmoronó bajo mis pies. Noté que una fuerza mágica me atrapaba en el aire y me depositaba en una superficie dura —Akkarin sonrió con tristeza—. Me había salvado otro ichani. Creí que me mataría o me convertiría en su esclavo. En cambio, me llevó por las galerías hasta una cámara pequeña y recóndita. Allí me hizo una proposición. Me enseñaría magia negra si yo regresaba junto a Dakova y lo mataba.

»Para mí era evidente que si aceptaba el trato seguramente acabaría muerto. O moriría en el intento, o conseguiría mi objetivo y Kariko me daría caza. Pero en ese entonces mi vida y la prohibición del Gremio sobre la magia negra me importaban poco, así que accedí.

»Dakova llevaba muchas semanas recobrando las energías. Aunque yo conociera el secreto de la magia negra, no tenía tiempo para fortalecerme. El hombre, consciente de ello, me dijo lo que debía hacer.

»Hice lo que el ichani me indicó. Cuando volví con Dakova, le conté que había perdido el conocimiento a causa de la caída, pero que cuando salía de allí había encontrado un almacén repleto de alimentos y tesoros. Aunque a Dakova le disgustó que su enemigo hubiese escapado, mi hallazgo lo complació. Me ordenó que, junto con otros esclavos, transportase el botín desde las minas hasta su tienda. Respiré aliviado. Si Dakova percibía el menor pensamiento superficial sobre traición, me leería la mente y descubriría la trama. Le envié a un esclavo con una caja de vino de Elyne. La capa de polvo que recubría las botellas convenció a Dakova de que nadie las había manipulado, así que se puso a beber. El vino llevaba myk, una droga que nubla la mente y altera los sentidos. Cuando salí de la mina, me lo encontré tumbado, y parecía estar soñando despierto.

Akkarin se quedó callado. Dirigió la vista hacia algún punto lejano situado entre los árboles. Como el silencio se prolongaba, Sonea empezó a temer que él no siguiese adelante con el relato. «Cuéntamelo —pensó—. ¡No me dejes en ascuas!»

Akkarin inspiró hondo y suspiró. Bajó la mirada al suelo rocoso, con expresión sombría.

—Entonces hice algo terrible. Maté a todos los esclavos nuevos de Dakova. Necesitaba su fuerza. No fui capaz de acabar con Takan. No porque fuésemos amigos, sino porque él estaba allí desde el principio y nos habíamos acostumbrado a ayudarnos mutuamente.

»Dakova estaba demasiado aturdido por la droga y el vino para darse cuenta de lo que ocurría. Despertó cuando le hice el corte, pero una vez que alguien empieza a absorberte la energía, resulta casi imposible utilizar tus poderes —Akkarin hablaba en un tono bajo y sosegado—. Aunque me había vuelto más fuerte de lo que había imaginado jamás, sabía que Kariko no andaba lejos. Pronto intentaría contactar con Dakova, y al no obtener respuesta, vendría en busca de una explicación. Yo estaba tan obsesionado con huir de Sachaka que ni siquiera se me ocurrió llevarme comida. No tenía esperanzas de sobrevivir. Al cabo de un día, me percaté de que Takan me seguía. Había llenado un saco con víveres. Le advertí que si no se alejaba de mí, Kariko lo mataría también, pero él insistió en seguir a mi lado, y en tratarme como a un amo ichani. Caminamos durante semanas, aunque en las montañas a veces daba la sensación de que habíamos pasado más tiempo escalando que caminando. Al fin llegamos a la falda de las montañas del Cinturón de Acero, y comprendí que había conseguido burlar a Kariko y llegar a mi país.

Por primera vez, Akkarin alzó la vista para mirarla a los ojos.

—No pensaba en otra cosa que en volver a la seguridad del Gremio. Quería olvidarme de todo, y juré que nunca volvería a emplear la magia negra. Takan se negaba a dejarme, pero al convertirlo en mi sirviente sentí que había hecho lo más parecido posible a liberarlo —dirigió la mirada hacia los edificios del Gremio ocultos tras los árboles—. Me dispensaron una calurosa bienvenida. Cuando me preguntaron dónde había estado durante todo ese tiempo, les relaté mis experiencias en los países aliados y luego me inventé la historia de que me había retirado a las montañas a estudiar en soledad.

»Poco después de mi regreso, el Gran Lord murió. La costumbre dictaba que el mago más poderoso lo sucediese en el puesto. Yo nunca me planteé que pudiera ser un candidato. Después de todo, solo tenía veinticinco años. Pero sin querer había dejado que lord Balkan percibiese mi fuerza. Me sorprendí cuando propuso que me incluyesen entre los aspirantes, y me asombró la aceptación que tuvo la idea. Es interesante lo que la gente pasa por alto cuando está desesperada por evitar elegir a un hombre que le repugna.

Intrigada, Sonea abrió la boca para preguntarle a quién se refería, pero Akkarin continuó.

—Balkan alegó que mis viajes me habían hecho madurar y que tenía experiencia en el trato con otras culturas —Akkarin soltó un resoplido—. Si hubiera sabido la verdad, no habría insistido tanto. Aunque la idea parecía absurda, empecé a verle posibilidades. Necesitaba distraerme de los recuerdos de los últimos cinco años. Además, había empezado a preocuparme por los ichanis. Dakova y su hermano hablaban a menudo de lo sencillo que resultaría invadir Kyralia. Aunque Kariko se había quedado solo y probablemente no conseguiría que los otros ichani se uniesen a él, no era imposible que se produjese una invasión. ¿Y si Kariko recuperaba el favor del rey y lo convencía de que ordenase un ataque contra Kyralia? Llegué a la conclusión de que debía mantener vigilados a los sachakanos, lo que me sería más fácil si contaba con los recursos de un Gran Lord. No me costó persuadir al Gremio para que me eligiese, después de dejar que pusieran a prueba mi poder.

»Unos años después, oí que en la ciudad se habían cometido unos asesinatos que me olieron a magia negra. Investigué un poco y descubrí al primer espía. Por él me enteré de que Kariko había estado soliviantando a los otros ichanis con ideas de saquear Imardin, vengar la derrota sufrida en la guerra Sachakana y obligar al rey de Sachaka a aceptarlos de nuevo. Primero tuvo que convencerlos de que el Gremio no utiliza la magia negra. Desde entonces, yo he estado convenciéndolos de lo contrario —sonrió y se volvió hacia ella—. Se te da bien escuchar, Sonea. No me has interrumpido ni una vez. Supongo que tendrás preguntas que hacerme.

Ella asintió despacio. ¿Por dónde empezar? Repasó las dudas que se agolpaban en su mente.

—¿Por qué no hablasteis al Gremio sobre los ichanis?

Akkarin arqueó las cejas.

—¿Piensas que me habrían creído?

—Tal vez Lorlen sí.

Él apartó la mirada.

—No estoy tan seguro de eso.

Sonea pensó en lo mucho que se había indignado Lorlen al leer su recuerdo de Akkarin practicando magia negra. Cuando Akkarin le había leído a su vez la mente, debía de haber visto esa indignación. La joven sintió una punzada de compasión. Al Gran Lord debió de dolerle que su amistad se fuera al traste por un secreto que no se atrevía a desvelar.

—Supongo que Lorlen os creería —dijo ella—. Y si no, podríais someteros a una lectura de la verdad —se arrepintió casi de inmediato de haber pronunciado esas palabras. Después de que Dakova le leyese la mente tantas veces, seguramente Akkarin no quería que nadie volviese a hurgar en sus recuerdos.

Él negó con la cabeza.

—No puedo correr ese riesgo. Cualquiera que me leyese la mente descubriría con facilidad el secreto de la magia negra. Por eso te interrumpí cuando estabas leyendo la mente a Tavaka anoche.

—Entonces… el Gremio podría enviar a varios magos a Sachaka para que corroborasen vuestro testimonio.

—Si llegaran allí en multitud y se pusiesen a hacer preguntas peligrosas, los considerarían una amenaza. Eso podría desatar el conflicto que tememos. Y no olvides que yo sabía que no existía un riesgo inminente de invasión por parte de Sachaka cuando llegué aquí. Me sentía muy aliviado de estar en casa, y decidí no revelar que había quebrantado el voto de los magos si no era imprescindible.

—Pero ahora sí que existe ese riesgo.

Akkarin parpadeó.

—No hasta que Kariko convenza a los otros ichanis de que lo apoyen.

—Pero cuanto antes lo sepa el Gremio, más preparado estará.

La expresión de Akkarin se endureció.

—Soy el único que puede hacer frente a esos espías. ¿Crees que el Gremio me dejaría seguir siendo Gran Lord si todos supieran que aprendí magia negra? Si lo revelase ahora, perderían la confianza que tienen en mí. El miedo les impediría distinguir la amenaza auténtica. Mientras no encuentre una manera en que ellos puedan combatir a los ichanis sin recurrir a la magia negra, más vale que no sepan nada.

Sonea movió la cabeza afirmativamente, aunque le costaba creer que el Gremio pudiera castigar a Akkarin después de escuchar todo lo que él acababa de contarle.

—¿De verdad existe otra manera?

—Aún no he descubierto ninguna.

—Entonces ¿qué vais a hacer?

—Continuaré cazando espías. Los aliados que tengo entre los ladrones están demostrando ser más eficientes que las personas que había contratado para que los localizaran.

—Los ladrones —Sonea sonrió—. Lo sospechaba. ¿Cuánto hace que colaboráis con ellos?

—Unos dos años.

—¿Cuánto saben?

—Solo que rastrean a magos descarriados que tienen la fea costumbre de matar gente y que, casualmente, vienen todos de Sachaka. Los localizan, me avisan y se deshacen de los cadáveres.

A Sonea le pasó por la mente un recuerdo fugaz de Tavaka implorando por su vida, prometiendo que se portaría bien, aunque tenía la intención de matar al mayor número posible de kyralianos para poder regresar a Sachaka y unirse a los ichanis. De no ser por Akkarin, eso sería justo lo que Tavaka estaría haciendo en ese momento.

Arrugó el entrecejo. Muchas cosas dependían de Akkarin. ¿Qué ocurriría si él moría? ¿Quién pararía los pies a los espías? Aparte de él, solo Takan y ella sabían la verdad sobre lo que sucedía, pero ninguno de los dos conocía los secretos de la magia negra. No podían hacer nada para detener a los ichanis.

Se quedó helada cuando comprendió qué significaba eso.

—¿Por qué me habéis contado todo esto?

El Gran Lord esbozó una sonrisa triste.

—Alguien más tiene que saberlo.

—Pero ¿por qué yo?

—Porque ya sabías demasiado.

Ella tardó unos instantes en reaccionar.

—Entonces… ¿podemos contárselo a Rothen? Sé que guardará el secreto si comprende la magnitud de la amenaza.

—No —repuso el Gran Lord con el ceño fruncido—. No, a menos que tengamos que revelar todo al Gremio.

—Pero Rothen todavía cree que yo… ¿Y si intenta hacer algo respecto a mí?

—Oh, vigilo a Rothen muy de cerca.

A lo lejos se oyó el tañido de un gong. Akkarin se puso en pie ayudándose con los brazos. El dobladillo de su túnica negra le rozó la mano. Sonea alzó la vista hacia él y la invadió una extraña mezcla de miedo y respeto. Akkarin había matado a mucha gente. Había aprendido y utilizado la magia más oscura. Pero lo había hecho para librarse de la esclavitud, y para proteger al Gremio. Además, solo ella y Takan lo sabían.

Akkarin cruzó los brazos y sonrió.

—Y ahora, vuelve al aula, Sonea. Mi predilecta no falta a clase.

Sonea bajó la mirada y asintió con la cabeza.

—Sí, Gran Lord.