6. El espía


Como de costumbre, la puerta de la residencia del Gran Lord se abrió con solo rozarla. Cuando entró, Sonea sintió alivio y sorpresa al ver que solo Takan la esperaba. El criado la saludó con una reverencia.

—El Gran Lord desea hablar con usted, milady.

El alivio dio paso a la ansiedad. ¿Iba a darle a leer otro libro? ¿Sería ese el libro que ella tanto temía, el que contenía información sobre la magia negra?

Sonea respiró hondo.

—Entonces será mejor que me lleves ante él.

—Por aquí —dijo Takan. Dio media vuelta y echó a andar hacia la escalera de la derecha.

Sonea notó que el corazón le daba un vuelco. Esa escalera bajaba hasta la sala subterránea donde Akkarin practicaba la magia secreta y prohibida. Al igual que la escalera de la izquierda, también conducía a la planta superior, donde se encontraban la biblioteca y el Salón de Banquetes.

Ella siguió a Takan hasta la puerta. El hueco de la escalera estaba oscuro, y Sonea no alcanzó a ver si el sirviente subía o bajaba hasta que creó un globo de luz.

Takan descendía hacia la sala subterránea.

Ella se paró en seco, con el corazón acelerado, y lo observó bajar. Cuando llegó ante la puerta de la cámara, Takan se detuvo y alzó la mirada hacia ella.

—No le hará daño, milady —le aseguró. Tras abrir la puerta, le indicó con una seña que entrara.

Sonea se quedó mirándolo. De todos los lugares que había en el Gremio —en toda la ciudad—, aquel era el que le daba más miedo. Volvió la vista hacia la sala de invitados. «Podría arrancar a correr. No estoy lejos de la puerta de esa sala.»

—Ven aquí, Sonea.

Era la voz de Akkarin. El tono denotaba autoridad y cierta alarma. La chica pensó en Rothen, en sus tíos Jonna y Ranel y en sus primos; su seguridad dependía de que ella cooperase. Se armó de valor y bajó.

Takan se hizo a un lado cuando Sonea llegó frente a la puerta. La sala subterránea estaba prácticamente igual que la última vez que ella la había visto por dentro. Había dos mesas viejas y pesadas colocadas contra la pared de la izquierda. Un farol y un fardo de ropa oscura descansaban sobre la mesa más cercana. Estanterías y armarios pequeños cubrían las otras paredes. Algunas mostraban señales de haber sido restauradas, lo que recordó a Sonea los daños que el «asesino» había ocasionado. En un rincón había un arcón maltratado por el tiempo. ¿Se trataba del baúl que contenía los libros sobre magia negra?

—Buenas noches, Sonea.

Akkarin estaba apoyado en una mesa, con los brazos cruzados. Ella le dedicó una reverencia.

—Gran L… —La chica pestañeó, sorprendida, al ver que él llevaba ropa sencilla, de un tejido basto. Sus pantalones y su chaqueta estaban gastados, incluso raídos en algunas partes.

—Tengo algo que enseñarte —anunció Akkarin—. En la ciudad.

Al instante, ella retrocedió un paso, recelosa.

—¿Qué?

—Si te lo dijera, no me creerías. La única manera de que conozcas la verdad es viéndola por ti misma.

Sonea leyó un desafío en sus ojos. Al fijarse en su atuendo, le vino a la mente una imagen de él vestido con ropa parecida, pero ensangrentada.

—No estoy segura de querer ver vuestra verdad.

Akkarin torció el gesto en una media sonrisa.

—Desde que descubriste lo que hago, no dejas de preguntarte por qué lo hago. Aunque no te enseñaré cómo, te enseñaré por qué. Alguien debe saberlo, aparte de Takan y de mí.

—¿Por qué yo?

—Ya lo sabrás a su debido tiempo —extendió el brazo hacia atrás y cogió el fardo de ropa oscura que estaba sobre la mesa—. Ponte esto.

«Debería negarme a ir —pensó Sonea—. Pero ¿me lo permitirá? —Se quedó mirando lo que él le ofrecía—. Además, si lo acompaño, tal vez aprenda algo que pueda utilizar contra él más adelante.

»¿Y si me enseña algo prohibido, algo que pueda ser motivo de que me expulsen del Gremio?

»Si la situación llega a ese extremo, les contaré la verdad: que corrí el riesgo con la esperanza de salvarme y salvar al Gremio.»

Se obligó a sí misma a acercarse y coger el atado. Cuando él lo soltó, este se desenrolló y Sonea descubrió que sostenía en sus manos una capa larga y negra. Se colocó la prenda sobre los hombros y cerró el broche.

—Mantén bien ajustada tu túnica —indicó Akkarin.

Cogió el farol y se dirigió a grandes zancadas a una pared. Parte de ella se deslizó hacia un lado, y el aire helado de los túneles invadió la habitación.

«Claro», pensó Sonea. Se acordó de las noches que se había pasado explorando los pasadizos bajo el Gremio, hasta que Akkarin la había encontrado y le había ordenado que los abandonara. Uno de esos túneles la había llevado hasta aquella cámara. Al percatarse de que estaba en el umbral de la guarida secreta de Akkarin, se había asustado tanto que había huido a toda prisa, y nunca había regresado para seguir explorando el pasadizo.

«Debe de conducir a la ciudad, si Akkarin dice la verdad.»

El Gran Lord salió al pasadizo, se volvió hacia ella y le hizo señas. Sonea inspiró profundamente y soltó el aire muy despacio. Se acercó a la abertura y lo siguió hacia las tinieblas.

La mecha del farol chisporroteó y apareció una llama. Ella se preguntó por unos instantes por qué Akkarin se tomaba la molestia de usar una fuente de luz normal, pero entonces comprendió que, si él no llevaba la túnica, era porque tenía la intención de ocultar su condición de mago. Nadie que no fuese un mago caminaría detrás de un globo de luz.

«Si es importante para Akkarin que nadie lo reconozca, ya tengo algo que puedo utilizar contra él esta noche, en caso necesario.»

Como Sonea esperaba, el Gran Lord se encaminó en la dirección opuesta a donde se encontraba la universidad. Avanzó unos doscientos pasos y aminoró la marcha hasta detenerse. Ella percibió la vibración de una barrera que bloqueaba el camino. Unas tenues ondas de luz brillaron a través del túnel cuando la barrera desapareció. Akkarin siguió adelante sin decir palabra.

Se detuvo tres veces más para desactivar barreras. Después de franquear la cuarta, él se dio la vuelta y la restableció detrás de ellos. Sonea volvió la mirada. Si se hubiese atrevido a ir más allá de la cámara secreta de Akkarin durante sus exploraciones previas, se habría topado con aquellas barreras.

El pasaje torcía ligeramente hacia la derecha. Aparecieron pasadizos laterales, y Akkarin enfiló uno de ellos sin vacilar. El camino serpenteaba de una cámara ruinosa a otra. Cuando el Gran Lord se detuvo de nuevo, se hallaron frente a un montón de rocas y tierra bajo un punto en que el techo se había derrumbado. Sonea le dirigió una mirada inquisitiva.

Los ojos de Akkarin centellearon a la luz del farol. Clavó la vista en aquel nuevo obstáculo. Un rumor seco retumbó en el túnel cuando las rocas se apilaron para formar una escalera rudimentaria. Un agujero apareció en lo alto. Akkarin apoyó el pie en el primer peldaño y comenzó a subir.

Sonea lo siguió. En la parte de arriba había otro pasadizo. La luz del farol reveló unas paredes toscas construidas con una mezcla abigarrada de ladrillos de mala calidad. Un olor a humedad que le resultaba familiar flotaba en el aire. Aquel sitio le recordaba mucho el… el…

El Camino de los Ladrones.

Habían entrado en los túneles que los criminales utilizaban para moverse por debajo de la ciudad. Akkarin se volvió y bajó la vista hacia la escalera. Los escalones se deslizaron hacia delante hasta tapar el hueco. Una vez que todo quedó en su sitio, echó a andar pasadizo abajo.

Un montón de preguntas se agolparon en la mente de Sonea. ¿Estaban enterados los ladrones de que el Gran Lord del Gremio de los Magos usaba sus pasadizos, y de que había túneles bajo el Gremio que comunicaban con los de ellos? La chica sabía cuán celosamente custodiaban sus dominios, por lo que dudaba que Akkarin hubiese pasado inadvertido. ¿Había conseguido autorización para circular por los túneles de los ladrones, entonces? Sonea pensó en las sencillas prendas que llevaba. Tal vez el Gran Lord había negociado esa autorización bajo una identidad falsa.

Varios cientos de pasos más adelante, un hombre delgado de mirada turbia salió de un hueco en la pared e hizo un gesto con la cabeza a Akkarin. Se quedó de una pieza al ver a Sonea, claramente sorprendido por su presencia allí, pero no dijo nada. Les dio la espalda y enfiló el túnel que tenían delante.

El guía silencioso estableció un ritmo rápido y los condujo en una larga caminata por un intrincado y complejo laberinto de pasadizos. Poco a poco, Sonea cobró conciencia de un olor que conocía pero que no acertaba a identificar. Cambiaba, al igual que las paredes, y sin embargo algo en el modo en que cambiaba también le resultaba familiar. No fue sino hasta que Akkarin se detuvo y golpeó una puerta con los nudillos cuando Sonea cayó en la cuenta de qué estaba oliendo.

Las barriadas. El olor era una mezcla de residuos humanos y animales, sudor, basura, humo y bol. Sonea se mareó ante la oleada de recuerdos que le vino a la mente: de cuando trabajaba con sus tíos, de cuando se había escabullido para unirse a Cery y a la banda de chicos vagabundos con los que se juntaba.

Entonces la puerta se abrió y la devolvió al presente.

Un hombre corpulento ocupaba todo el vano, con una tosca camisa ajustada sobre su amplio pecho. Inclinó respetuosamente la cabeza ante Akkarin, y cuando la miró a ella, frunció el entrecejo como si su cara le sonase pero no supiese muy bien de qué. Al cabo de unos instantes se encogió de hombros y se hizo a un lado.

—Pasen.

Sonea siguió a Akkarin al interior de un recinto muy reducido, en el que además había un armario estrecho y apenas si cabían los tres. Al fondo había un portón. Sonea detectó una vibración en torno a él y comprendió que estaba reforzado con una fuerte barrera mágica. Se le puso la carne de gallina. ¿Qué podía haber en las barriadas que exigiese una protección tan potente?

El hombre se volvió para contemplar a Akkarin. Por su actitud vacilante e inquieta, Sonea supuso que él sabía quién era su visitante, o al menos que se trataba de alguien importante y poderoso.

—Está despierto —murmuró, dirigiendo una mirada atemorizada hacia la puerta.

—Gracias por vigilarlo, Morren —dijo Akkarin con afabilidad.

—No hay rascada.

—¿Llevaba encima una piedra preciosa roja?

—No. Lo he registrado bien. No he encontrado nada.

Akkarin arrugó el ceño.

—Muy bien. Quédate aquí. Ella es Sonea. Le pediré que salga dentro de un rato.

Los ojos de Morren se clavaron en los de ella.

—¿Ella es… Sonea?

—Sí, la leyenda viviente, en carne y hueso —respondió Akkarin con sequedad.

Morren sonrió a Sonea.

—Es un honor conocerla, milady.

—El honor es mío, Morren —contestó ella, y su ansiedad dejó paso al desconcierto. ¿Leyenda viviente, en carne y hueso?

Morren se sacó una llave del bolsillo, la introdujo en la cerradura de la puerta y le dio vuelta. Retrocedió para que Akkarin pudiese acercarse. Sonea se quedó pestañeando, perpleja, mientras notaba que la magia la envolvía. Akkarin había creado un escudo alrededor de los dos. Ella echó un vistazo por encima del hombro de él, tensa de curiosidad. La puerta se abrió despacio hacia fuera.

La habitación que vio al otro lado era pequeña. El único mueble era un banco de piedra, en el que había tendido un hombre esposado y con grilletes.

Cuando este vio a Akkarin, los ojos se le llenaron de espanto. Empezó a forcejear débilmente con sus ataduras. Era joven, a todas luces no mucho mayor que ella. Tenía el rostro ancho y la piel de un color marrón enfermizo. Sus escuálidos brazos estaban cubiertos de cicatrices, y un corte reciente bordeado de sangre seca le surcaba el antebrazo. No parecía capaz de hacer mucho daño a nadie.

Akkarin se acercó a él y le posó una mano en la frente. Los ojos del prisionero se desorbitaron. Sonea se estremeció al advertir que Akkarin estaba leyendo la mente a aquel hombre.

La mano se movió bruscamente para sujetar la mandíbula al prisionero. Este apretó los dientes de inmediato y comenzó a retorcerse. Akkarin le abrió la boca haciendo fuerza. Sonea vislumbró un destello dorado, y acto seguido Akkarin tiró algo al suelo.

Un diente de oro. Sonea reculó, horrorizada, y dio un salto cuando el hombre rompió a reír.

—Élloz ya han vizto a eza mujer —dijo con un acento muy marcado y ceceando a causa del diente que le faltaba—. Kariko dice que zerá zuya cuando te mate.

Akkarin sonrió y la miró.

—Qué lástima que ni tú ni yo estaremos vivos para ver cómo lo intenta.

Levantó un pie y aplastó el diente de un pisotón. Para sorpresa de Sonea, la pieza crujió bajo la bota de Akkarin. Cuando él retiró el pie, ella vio, asombrada, que el diente se había partido y que unos trocitos de algo rojo se habían esparcido por el suelo.

Sonea miró con el entrecejo fruncido aquella pieza amorfa que había sido un diente, intentando encontrar un sentido al diálogo. ¿A qué se refería el hombre con «ellos ya han visto a esa mujer»? ¿Quiénes eran «ellos»? ¿Cómo podían haberla visto? Sin duda tenía algo que ver con el diente. ¿Por qué engastar una gema en un diente? Por otro lado, era obvio que no se trataba de una gema. Más bien parecía hecha de vidrio. Al contemplar los pedazos, recordó que Akkarin había preguntado a Morren si había encontrado una piedra preciosa roja. El famoso asesino llevaba un anillo con una gema roja. Y Lorlen también.

Miró al prisionero. Se había quedado totalmente inmóvil. Contemplaba a Akkarin aterrorizado.

—Sonea.

Ella alzó la vista hacia Akkarin, quien tenía la mirada fría y fija.

—Te he traído aquí para responder a algunas de tus preguntas —dijo él—. Sé que no me creerás hasta que veas la verdad por ti misma, así que he decidido enseñarte algo que no pensaba enseñar a nadie. Es una habilidad de la que se puede abusar con demasiada facilidad, pero si tú…

—¡No! —Enderezó la espalda—. Me niego a aprender…

—No estoy hablando de la magia negra —los ojos de Akkarin relampaguearon—. No te iniciaría en ella aunque estuvieras dispuesta a aprenderla. Quiero enseñarte a leer la mente.

—Pero… —se le cortó la respiración al comprender a qué se refería el Gran Lord. Él era el único de los magos del Gremio capaz de leer la mente a otra persona incluso contra su voluntad. La misma Sonea había experimentado los efectos de ese poder, cuando él había descubierto que tanto ella como Lorlen y Rothen sabían que practicaba la magia negra.

Y ahora él quería enseñarle a hacerlo.

—¿Por qué? —balbució ella.

—Como te he dicho, quiero que conozcas la verdad por ti misma. No me creerías si te la dijera —entornó los ojos—. No te confiaría este secreto si no supiera que tienes un gran sentido del honor y la moral. Aun así, debes prometer que nunca utilizarás este método para leer la mente de alguien contra su voluntad a menos que Kyralia corra un grave peligro y no puedan adoptarse otras medidas.

Sonea tragó saliva y mantuvo firme la mirada.

—¿Esperáis que me limite a aplicar ese método en casos extremos, cuando vos mismo no lo habéis hecho?

Los ojos de Akkarin se ensombrecieron, pero sus labios dibujaron una sonrisa forzada.

—Sí. ¿Lo prometes, o regresamos al Gremio ahora mismo?

La chica miró al prisionero. Era obvio que Akkarin pretendía que le leyese la mente a él. No la animaría a hacerlo si existiese alguna posibilidad de que Sonea viera algo que lo pusiese en peligro. Pero ¿vería algo que la pusiera en peligro a ella?

La mente no podía mentir. Podía ocultar la verdad, aunque resultaba difícil, y contra el método de Akkarin, era imposible. Sin embargo, si él se había encargado previamente de que el hombre se creyese alguna mentira, Sonea caería también en el engaño.

No obstante, si ella tenía aquello bien presente y asimilaba con cuidado todo lo que aprendiese…

Saber leer la mente podía ser una habilidad útil. Aunque ella hiciese la promesa que él le pedía, eso no le impediría aprovechar esa facultad en la lucha contra él. Kyralia ya corría un grave peligro solo por el hecho de que hubiese un practicante de magia negra en el seno del Gremio de los Magos.

El prisionero devolvió la mirada a Sonea.

—Me exigís que prometa que nunca leeré una mente a menos que un peligro se cierna sobre Kyralia —dijo ella—, y por otro lado queréis que lea la suya. No me parece que él sea un peligro para Kyralia.

Akkarin sonrió, aparentemente complacido por la cuestión.

—Ya no lo es. Pero lo fue. Y su afirmación de que su amo te esclavizará después de matarme demuestra que hay una posible amenaza futura. ¿Cómo sabrás si su amo es o no capaz de ello si no le lees la mente?

—Con ese razonamiento se podría justificar la lectura de la mente de cualquiera que lanzase una amenaza.

La sonrisa de Akkarin se hizo aún más amplia.

—Por eso necesito que hagas esa promesa. No debes poner en práctica esta habilidad a menos que no tengas alternativa —su expresión se tornó seria—. Es la única manera en que puedo mostrarte la verdad sin poner en riesgo tu vida. ¿Harás esa promesa?

Tras reflexionar unos instantes, Sonea asintió. El Gran Lord cruzó los brazos y esperó. Ella inspiró hondo.

—Prometo no leer nunca la mente a una persona contra su voluntad a menos que Kyralia corra un grave peligro y no exista otro medio de conjurarlo.

Akkarin mostró su aprobación con un gesto.

—Bien. Si alguna vez descubro que has incumplido esa promesa, me aseguraré de que te arrepientas —se volvió hacia el prisionero, que había estado observándolos con atención.

—¿Dejaraz que me vaya? —preguntó el hombre con voz suplicante—. Zabez que tuve que hacerlo. Me obligaron. Ahora que no llevo la piedra, no podrán encontrarme, y yo no…

—Silencio.

El hombre se encogió al oír la orden y comenzó a gimotear cuando Akkarin se agachó a su lado.

—Ponle la mano en la frente.

Sonea venció su reticencia y se puso en cuclillas junto al prisionero. Le posó la palma en la frente. El corazón le dio un vuelco cuando Akkarin le apretó la mano con la suya. De entrada estaba fría al tacto, pero se calentó enseguida.

Te enseñaré a leerlo, pero una vez que adquieras soltura, te dejaré explorarlo a tu aire.

Ella sintió la presencia del Gran Lord al borde de sus pensamientos. Cerró los ojos y visualizó su mente como una habitación, tal como Rothen le había enseñado. Dio un paso hacia las puertas con la intención de abrirlas para recibirlo, y de pronto dio un salto hacia atrás, sorprendida, cuando Akkarin apareció dentro de la habitación. El Gran Lord señaló las paredes con un gesto del brazo.

—Olvídate de esto. Olvida todo lo que te han enseñado. La visualización ralentiza y limita tu mente. Si recurres a ella, solo entenderás lo que puedas traducir a imágenes.

La habitación se desintegró en torno a ella, al igual que la imagen de él. Sin embargo, la sensación de su presencia permaneció. En las ocasiones anteriores en que él le había leído la mente, ella apenas había intuido su presencia. Ahora detectaba indicios de personalidad y el mayor poder con que se había encontrado jamás.

Sígueme

La presencia de Akkarin se alejó. Al perseguirla, ella sintió que se acercaba a una tercera mente. Esta irradiaba miedo, y Sonea topó con cierta resistencia.

Sólo puede cerrarte el paso si te percibe. Para evitar que te perciba, debes dejar de lado toda voluntad e intención salvo el propósito de colarte en su mente sin perturbarla. Así.

Para gran sorpresa de Sonea, la presencia de Akkarin cambió. En vez de esforzar su voluntad sobre la mente del hombre, dio la impresión de rendirse. Solo quedó un rastro muy tenue de su presencia, un deseo débil de vagar hacia los pensamientos de otro. Entonces su presencia volvió a hacerse más fuerte.

Te toca.

Sonea se quedó con la sensación de que entendía lo que él había hecho. Le había parecido fácil, pero cada vez que intentaba imitarlo chocaba con la mente del prisionero. En ese momento notó que la mente de Akkarin penetraba en la suya. Antes de que ella pudiese alarmarse, él proyectó algo —un concepto— hacia su mente. En lugar de intentar separar y desechar todas las intenciones menos una, debía concentrarse solo en la que necesitaba.

De pronto supo exactamente cómo sortear la resistencia del prisionero. En un abrir y cerrar de ojos, se había introducido en su mente.

Bien. Mantén ese toque sutil. Estudia sus pensamientos. Cuando veas un recuerdo que te interese explorar, proyecta tu voluntad sobre su mente. Esto es más complicado. Fíjate en cómo lo hago.

El hombre estaba pensando en el diente, preguntándose si su amo lo estaba observando cuando la joven había aparecido.

¿Quién eres?, preguntó Akkarin.

Tavaka.

De repente, Sonea descubrió que había sido un esclavo hasta hacía poco tiempo.

¿Quién es tu amo?

Harikava. Un poderoso ichani. La imagen fugaz de un rostro inconfundiblemente sachakano le pasó por la mente. Era un rostro cruel, severo y astuto.

¿Qué son los ichanis?

Magos poderosos.

¿Por qué tienen esclavos?

Por la magia.

Un recuerdo de varios niveles asaltó la mente de Sonea. La impactaron innumerables impresiones de un mismo incidente; el dolor leve de un corte superficial, la absorción de energía…

Súbitamente comprendió que los ichanis se servían de la magia negra para absorber energía de sus esclavos y de este modo fortalecerse de forma constante.

¡Eso se acabó! Ya no soy un esclavo. Harikava me liberó.

Muéstramelo.

El recuerdo atravesó la mente de Tavaka. Harikava estaba sentado en el interior de una tienda. Decía que dejaría libre a Tavaka si cumplía con una misión peligrosa. Sonea sintió que Akkarin tomaba el control del recuerdo. La misión consistía en entrar en Kyralia y averiguar si las palabras de Kariko eran ciertas. ¿Era débil el Gremio? ¿Rechazaba el uso de la magia superior? Muchos esclavos habían fracasado. Si él triunfaba, los ichanis lo aceptarían como uno de ellos. Si no, le darían caza.

Harikava abrió una caja de madera adornada con oro y piedras preciosas. Sacó una astilla de un material transparente y duro y la lanzó hacia arriba. La astilla se quedó flotando en el aire, fundiéndose despacio ante la mirada atenta de Tavaka. Harikava se llevó las manos al cinturón y extrajo una daga curva y muy elaborada con la empuñadura enjoyada. Sonea reconoció la forma; era similar a la que ella había visto usar a Akkarin con Takan hacía ya algún tiempo.

Tras hacerse un corte en la mano, Harikava vertió unas gotas de sangre sobre el glóbulo fundido, que enrojeció y se solidificó. A continuación, se quitó uno de los muchos anillos de oro que llevaba en los dedos y lo moldeó en torno a la gema de modo que solo un destello rojo minúsculo resultase visible. Sonea entendió la utilidad de aquella piedra preciosa. Permitiría que todo lo que el hombre viera, oyera y pensara llegase a conocimiento de su amo.

Harikava alzó la mirada hasta clavarla en los ojos de Tavaka. Sonea experimentó un atisbo del miedo y la esperanza que embargaban al esclavo. El amo le hizo una seña y llevó su mano sangrante de nuevo hacia la daga.

El recuerdo se interrumpió bruscamente.

Ahora inténtalo tú, Sonea.

Pensó por un momento qué imagen debía evocar para incitar al hombre. Dejándose llevar por un impulso, proyectó un recuerdo de Akkarin con la túnica negra.

No estaba preparada para el odio ni el miedo que dominaban la mente de Tavaka. Siguieron visiones breves de un combate mágico reciente. Akkarin lo había encontrado antes de que pudiera fortalecerse lo suficiente. Eso decepcionaría y contrariaría a Harikava, y también a Kariko. Apareció la imagen de varios hombres y mujeres sentados en círculo en torno a una hoguera: un recuerdo que Tavaka no quería que ella viese. Lo apartó de su pensamiento con la destreza de un experto en ocultar recuerdos para evitar que las mentes indagadoras los leyeran. Sonea se dio cuenta de que había olvidado hacerse con el control del recuerdo.

Inténtalo de nuevo. Debes atrapar el recuerdo y protegerlo.

Sonea proyectó hacia Tavaka una imagen del círculo de desconocidos tal como lo recordaba. Las caras no cuadraban, pensó él. El rostro de Harikava apareció en su mente. Esforzando su voluntad, ella «atrapó» el recuerdo y anuló los esfuerzos de él por impedírselo.

Eso es. Ahora explora cuanto quieras.

Sonea examinó las caras con atención.

¿Quiénes son los ichanis?

Siguió un desfile de nombres y rostros, entre los que destacaba uno.

Kariko. El hombre que quiere matar a Akkarin.

¿Por qué?

Akkarin mató a su hermano. Todo esclavo que se rebele contra su amo debe ser perseguido y castigado.

Ante esas palabras, Sonea estuvo a punto de perder el control sobre el recuerdo. ¡Akkarin había sido un esclavo! Tavaka debió de percibir su sorpresa, pues ella notó que se regodeaba a gusto.

Gracias a Akkarin, gracias a que el hermano de Kariko capturó a Akkarin y le leyó la mente, sabemos de la debilidad del Gremio. Según Kariko, el Gremio no utiliza la magia superior. Dice que invadiremos Kyralia y derrotaremos al Gremio con facilidad. Será una buena venganza por lo que el Gremio nos hizo después de la guerra.

A Sonea se le heló la sangre. ¡Aquel grupo de magos negros inmensamente poderosos tenía la intención de invadir Kyralia!

¿Cuándo comenzará esa invasión?, preguntó Akkarin de improviso.

Las dudas asaltaron al hombre.

No lo sé. Otros tienen miedo del Gremio. Los esclavos nunca vuelven. Yo tampoco volveré… ¡No quiero morir!

De pronto apareció una casa pequeña y blanca; la acompañaba un terrible sentimiento de culpa. Una mujer regordeta, la madre de Tavaka. Un hombre delgado y nervudo, de piel curtida. Una chica bonita de ojos grandes, su hermana. El cuerpo de su hermano después de que Harikava se le acercara y…

Sonea tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no huir de la mente del hombre. Había visto y oído los efectos de agresiones crueles por parte de matones cuando vivía en las barriadas. La familia de Tavaka había muerto a causa de él. Sus padres habrían podido engendrar a más hijos con un don especial. Era posible que su hermana hubiese desarrollado poderes también. El amo ichani no quería tener que llevar consigo el grupo entero a todas partes como precaución, ni le interesaba dejar tras sí fuentes potenciales de poder que sus enemigos pudiesen encontrar y utilizar.

Sonea se debatía entre la compasión y el miedo. Tavaka había tenido una vida espantosa. Sin embargo, ella percibía su ambición. Si se le presentaba la oportunidad, regresaría a su país para convertirse en uno de aquellos monstruosos ichanis.

¿Qué has hecho desde que llegaste a Imardin?, preguntó Akkarin.

Emergieron recuerdos de una alcoba destartalada en una casa de bol, y luego del atestado interior del establecimiento. Tavaka estaba sentado en un sitio donde podía rozar a otros en busca de potencial mágico. Era inútil perder el tiempo acechando a una víctima a menos que esta poseyera una magia latente muy intensa. Si tenía cuidado, lograría volverse lo bastante fuerte para vencer a Akkarin. Entonces regresaría a Sachaka y ayudaría a Kariko a reunir a los ichanis para invadir Kyralia.

Eligió a un hombre y lo siguió. Desenvainó un cuchillo, obsequio de Harikava, y…

Es hora de irnos, Sonea.

Notó que la mano de Akkarin le apretaba la suya con fuerza. Cuando la apartó de la frente de Tavaka, la mente del hombre se escurrió inmediatamente de la de Sonea. Ella miró a Akkarin con el entrecejo fruncido y una sospecha creciente.

—¿Por qué lo he hecho? —El Gran Lord esbozó una sonrisa sombría—. Estabas a punto de averiguar lo que no quieres averiguar —se puso de pie y bajó la vista hacia Tavaka, que respiraba agitadamente.

—Déjanos solos, Sonea.

Ella clavó la vista en Akkarin. No costaba imaginar lo que se proponía. Sintió el impulso de protestar, pero sabía que no se lo impediría aunque pudiera. Liberar a Tavaka sería dejar suelto a un asesino. Él seguiría atacando a kyralianos. Con magia negra.

Se obligó a sí misma a dar media vuelta, abrir la puerta y salir de la habitación. La puerta se cerró tras ella. Morren alzó la mirada, y su expresión se suavizó. Le tendió una jarra.

La chica reconoció el olor dulzón a bol, aceptó la jarra y tomó varios tragos. Una sensación de calidez la recorrió por dentro. Cuando hubo apurado la bebida, devolvió la jarra a Morren.

—¿Se siente mejor?

Ella asintió.

Se oyó un chasquido y la puerta se abrió a su espalda. Se volvió y se encontró frente a frente con Akkarin. Se contemplaron el uno al otro en silencio. Ella meditó sobre lo que él le había revelado. Los ichanis. Sus planes para invadir Kyralia. Que él había sido un esclavo… Todo parecía demasiado complicado para ser mentira. No podía tratarse de un montaje urdido por Akkarin.

—Tienes mucho en que pensar —dijo el Gran Lord en un tono tranquilizador—. Vamos, hay que regresar al Gremio. —Pasó junto a ella—. Gracias, Morren. Encárgate de él como de costumbre.

—Sí, milord. ¿Habéis averiguado algo útil?

—Tal vez —Akkarin volvió la vista hacia Sonea—. Ya veremos.

—Vienen más a menudo que antes, ¿verdad? —preguntó Morren.

Sonea captó una levísima vacilación en la respuesta de Akkarin.

—Sí, pero tu jefe también los encuentra más deprisa. Dale las gracias de mi parte, ¿de acuerdo?

El hombre asintió y entregó a Akkarin su farol.

—Así lo haré.

Akkarin abrió la puerta y la cruzó. Echó a andar por el pasadizo y Sonea lo siguió, todavía aturdida por todo lo que había descubierto.