Rothen se sentó en su sillón favorito, en un lado del Salón de Noche, y contempló a sus colegas magos. Todas las semanas, los miembros del Gremio se reunían allí para charlar e intercambiar chismes y rumores. Unos se juntaban en parejas o en círculos reducidos, unidos por la amistad o la familiaridad con compañeros de disciplina. Otros compartían lazos familiares o pertenecían a la misma Casa; aunque se suponía que los magos debían dejar a un lado ese tipo de lealtades cuando se incorporaban al Gremio, seguía habiendo una fuerte tendencia a confiar o a desconfiar según los dictados de la tradición y la política.
En el otro extremo del salón había sentados tres magos que parecían enfrascados en una conversación en absoluto banal. Lord Balkan, con la túnica roja y el fajín negro que lo señalaba como líder de guerreros, era el más joven. Lady Vinara, la líder de sanadores, con su túnica verde, era una adusta mujer de mediana edad. El canoso lord Sarrin, líder de alquimistas, lucía su túnica morada.
A Rothen le habría gustado escuchar lo que decían. Los tres llevaban una hora hablando animadamente. Cuando surgía algún debate entre los magos superiores, aquellos tres eran los oradores más elocuentes y persuasivos. Entre los razonamientos directos de Balkan, la compasión y la perspicacia de Vinara, y las opiniones conservadoras de Sarrin, por lo general cubrían todos los aspectos de una cuestión.
Pero Rothen sabía que no conseguiría acercarse lo bastante al trío para escucharlos sin que reparasen en su presencia. Por tanto, dirigió su atención a los magos que tenía más cerca. El corazón le dio un vuelco cuando reconoció una voz. El administrador Lorlen… detrás de su sillón. Cerró los ojos y se concentró en la voz.
—Tengo entendido que muchos de los alquimistas están ocupados en proyectos a largo plazo que se resisten a dejar para más tarde —dijo Lorlen—. Todos podrán solicitar que se les exima de participar en la construcción de la nueva atalaya, pero deberán demostrar que su trabajo se vería irreparablemente perjudicado por el retraso.
—Pero…
—¿Sí?
Se oyó un suspiro.
—No entiendo por qué hacemos perder el tiempo a los alquimistas en semejantes… en semejantes tonterías. ¿Observaciones meteorológicas? Por favor. ¿No podía Davin construirse un cobertizo en esa colina? ¿Para qué necesita una torre? —El mago que se oponía al proyecto era lord Peakin, director de estudios alquímicos—. Tampoco veo la necesidad de meter en esto a los guerreros. ¿Se le dará un uso militar o alquímico a esa estructura?
—Ambos —respondió Lorlen—. El Gran Lord llegó a la conclusión de que construir un edificio de esas características sin tener en cuenta su potencial defensivo sería tener muy poca visión de futuro. También comprendió que era improbable que el rey diese el visto bueno al proyecto si solo se destinaba a observaciones meteorológicas.
—Entonces ¿quién va a diseñar la estructura?
—Eso todavía no está decidido.
Rothen sonrió. Lord Davin había tenido fama de excéntrico durante años, pero recientemente su estudio sobre las pautas meteorológicas y la predicción del tiempo le había granjeado cierto respeto y consideración. Sin embargo, a lord Peakin la actitud entusiasta y obsesiva de Davin siempre le había parecido irritante.
La discusión sobre la torre se vio interrumpida por otra voz.
—Buenas noches, administrador, lord Peakin.
—Rector Jerrik —saludó Peakin—. Me han dicho que Sonea ya no asistirá a clase por la tarde. ¿Es eso cierto?
En cuanto oyó el nombre de Sonea, Rothen se puso tenso y alerta. Jerrik, en su calidad de rector de la universidad, supervisaba todos los asuntos relacionados con la instrucción de los aprendices. Si Rothen prestaba atención a la conversación, tal vez se enteraría de los progresos de Sonea.
—Sí, es cierto —contestó Jerrik—. El Gran Lord me lo dijo ayer. Algunos de los profesores de Sonea me habían comentado que la notaban cansada y que se distraía con facilidad. Akkarin, cuyas observaciones coincidían con las de ellos, decidió darle las tardes libres durante el resto del año.
—¿Qué hay de las asignaturas que ella ya estaba cursando?
—Tendrá que repetirlas el año que viene, aunque no la obligarán a hacer de nuevo los trabajos que no sean imprescindibles. Sus profesores tendrán en cuenta los temas que ya ha estudiado.
Las voces se iban atenuando. Rothen resistió el impulso de mirar hacia atrás.
—¿Se especializará en alguna disciplina? —preguntó Peakin—. Esto hace aún más necesario que centre sus esfuerzos en una materia, pues de lo contrario no tendrá suficiente nivel en ninguna cuando llegue el momento de la graduación.
—Akkarin aún no lo ha decidido —intervino Lorlen.
—¿Akkarin aún no lo ha decidido? —repitió Jerrik—. Es Sonea quien debe decidir.
Se impuso un silencio.
—Por supuesto —convino Lorlen—. Lo que quería decir es que Akkarin aún no me ha aclarado qué disciplina preferiría que ella escogiese, por lo que supongo que todavía no ha decidido qué recomendarle.
—Tal vez no quiera influir en su decisión —aventuró Peakin—. Por eso él… una buena base… antes…
Las voces se apagaron a lo lejos. Al darse cuenta de que los magos se estaban alejando, Rothen suspiró y apuró su copa.
De modo que Sonea tenía las tardes para sí. Su estado de ánimo se ensombreció al imaginarla encerrada en su habitación en la residencia del Gran Lord, cerca de Akkarin y de sus malignas costumbres. Entonces recordó que ella siempre pasaba su tiempo libre en la biblioteca de los aprendices. Sin duda acudiría allí todas las tardes, ahora que no tenía que ir a clase.
Un poco más animado, Rothen se puso de pie, entregó su copa vacía a un sirviente y se fue en busca de Yaldin.
Desde que Irand les había asignado un estudio, Dannyl y Tayend habían ido añadiendo muebles hasta convertirlo en una estancia tan confortable como la sala de invitados de cualquier aristócrata. Además de la mesa grande que antes dominaba el espacio, había sillas cómodas y un sofá, un armario bien surtido de vinos y lámparas de aceite para leer. Estas también servían como fuente de calor cuando Dannyl no estaba. Aquel día, sin embargo, él había situado un globo mágico en un hueco de la pared, y el calor que despedía había contrarrestado rápidamente la frialdad de la piedra del edificio.
Tayend estaba ausente cuando Dannyl llegó a la biblioteca. Después de hablar con Irand durante una hora, el embajador se había retirado a su estudio para esperar a su amigo. Estaba enfrascado en la ingrata tarea de examinar los documentos de una finca de la costa con la vaga esperanza de encontrar alguna referencia a la magia antigua cuando Tayend por fin apareció.
El académico se detuvo en medio de la habitación, bamboleándose, visiblemente achispado.
—Por lo que parece, te lo has pasado bien —observó Dannyl.
Tayend suspiró teatralmente.
—Oh, sí. Había buen vino. Había buena música. Incluso había unos acróbatas bastante apuestos con los que alegrarse la vista… Pero he hecho un enorme esfuerzo por marcharme, pues sabía que solo podría librarme durante algunas horas de trabajar como un esclavo en la biblioteca para mi implacable y exigente embajador del Gremio.
Dannyl cruzó los brazos y sonrió.
—Sí, claro. Trabajar como un esclavo. Pero si nunca has tenido una jornada laboral decente en tu vida…
—Aunque sí muchas indecentes —Tayend desplegó una amplia sonrisa—. Además, he trabajado un poquito en esa fiesta. Dem Marane, el hombre que podría ser un rebelde, estaba allí.
—¿De veras? —Dannyl descruzó los brazos—. Vaya coincidencia.
—En realidad no —Tayend se encogió de hombros—. Me lo encuentro de vez en cuando en las fiestas, pero no había charlado mucho con él desde que lo conocí. En fin, el caso es que he decidido darle conversación e insinuarle que estoy interesado en asistir a sus fiestas.
Dannyl sintió una punzada de inquietud.
—¿Qué le has dicho?
Tayend agitó la mano para quitar hierro al asunto.
—Nada concreto. Solo he comentado que había dejado de recibir sus invitaciones cuando empecé a ayudarte, y luego me he mostrado prudente, pero interesado.
—No has debido hacerlo… —Dannyl arrugó el entrecejo—. ¿Cuántas veces te invitó?
El académico soltó una risita.
—Pareces celoso, Dannyl. Solo un par de veces al año. Y no eran invitaciones en sentido estricto. Solo indirectas de que yo sería bien recibido en sus fiestas.
—¿Y esas indirectas cesaron en cuanto pasaste a ser mi ayudante?
—Salta a la vista que se siente terriblemente intimidado por ti.
Dannyl echó a andar de un lado a otro de la habitación.
—Acabas de darle una pista de que hemos adivinado lo que él y sus amigos se traen entre manos. Si están tan implicados como dice Akkarin, se tomarán en serio incluso la menor señal de peligro. Muy en serio.
Tayend abrió los ojos de par en par.
—Solo… he mostrado un poco de interés.
—Probablemente eso basta para provocar un ataque de pánico a Marane. Ahora mismo estará preguntándose qué hacer con nosotros.
—¿Y qué crees que hará?
Dannyl suspiró.
—Dudo que se quede sentado esperando a que el Gremio venga a detenerlo. Debe de estar discurriendo alguna manera de evitar que hablemos. Chantaje. Asesinato.
—¡Asesinato! Pero… seguro que sabe que yo no lo habría abordado si planeara entregarlo, ¿no? Si quisiera entregarlo, sencillamente… lo entregaría.
—Porque solo sospechas que es un rebelde —explicó Dannyl—. Ahora esperará que hagamos justo lo que pensábamos hacer: fingir que queremos unirnos a ellos para confirmar nuestras sospechas. Por eso Akkarin sugirió que le facilitásemos información que le sirviera para chantajearnos.
Tayend se sentó, frotándose la frente.
—¿De verdad crees que intentará matarme? —Masculló una maldición—. Yo solo he visto una oportunidad y…
—No. Si tiene un mínimo de sentido común, no correrá el riesgo de intentar matarte —Dannyl se apoyó en la mesa—. Averiguará lo máximo posible sobre nosotros, para saber qué consideramos valioso, qué puede utilizar para amenazarnos. La familia. La riqueza. El honor.
—¿Lo nuestro?
Dannyl negó con la cabeza.
—Aunque haya oído rumores, no se fiará de ellos. Querrá aferrarse a algo seguro. Si nos hubiésemos encargado de que nuestro secretillo llegase a sus oídos, podríamos confiar en que se agarraría a eso.
—¿Todavía estamos a tiempo?
Dannyl se quedó pensando, con la vista fija en el académico.
—Supongo que si nos damos prisa…
El brillo de emoción en los ojos de Tayend se apagó. Dannyl no sabía si abrazarlo para consolarlo o darle una buena sacudida para espabilarlo. Al intentar aprender magia por su cuenta, los cortesanos elyneos habían infringido una de las leyes más importantes de las Tierras Aliadas. La pena, según las circunstancias, era de cadena perpetua o incluso de ejecución. Los rebeldes no se tomarían a la ligera ninguna posibilidad de que los descubriesen.
Por la expresión de angustia en el rostro de Tayend, Dannyl supo que por fin había tomado plena conciencia del peligro. Tras un suspiro, cruzó la habitación y posó las manos sobre los hombros del académico.
—No te preocupes, Tayend. Has puesto las cosas en marcha un poco antes de lo que convenía, eso es todo. Vayamos a buscar a Irand y digámosle que tenemos que hablar de inmediato.
Tayend asintió, se puso de pie y lo siguió hacia la puerta.
Era tarde cuando Sonea oyó unos golpecitos en la puerta de su dormitorio. Suspiró aliviada. Ya hacía rato que Viola, su sirvienta, tenía que haberle llevado su taza de raka de todas las noches, y Sonea estaba ansiosa por tomársela.
—Adelante.
Sin levantar la vista, proyectó un pensamiento hacia la puerta y la abrió con su voluntad. Como Viola no entró en la habitación, Sonea alzó la mirada y notó que se le helaba la sangre.
Akkarin estaba en el umbral, completamente oculto en las sombras del pasillo salvo por su pálido rostro. Cuando se movió, ella vio que llevaba dos libros voluminosos y pesados. La cubierta de uno de ellos estaba manchada y deteriorada.
Con el corazón desbocado, Sonea se levantó, se acercó a la puerta de mala gana y se detuvo a unos pasos de distancia para hacer una reverencia.
—¿Has terminado de leer el diario? —preguntó Akkarin.
—Sí, Gran Lord —asintió la chica.
—¿Y a qué conclusión has llegado?
¿Qué debía decirle?
—Pues… responde a muchas preguntas —contestó Sonea, evasivamente.
—¿Como por ejemplo?
—Cómo lord Coren descubrió la técnica para manipular la piedra.
—¿Alguna cosa más?
«Que aprendió magia negra.» Sonea no se atrevía a decirlo, pero era evidente que Akkarin quería que ella hiciese alguna mención del hecho. ¿Cómo reaccionaría él si se negaba? Seguramente seguiría presionándola. Estaba demasiado cansada para dar la vuelta a una conversación como aquella.
—Utilizó la magia negra. Se dio cuenta de que eso estaba mal —dijo escuetamente—. Dejó de practicarla.
La comisura de los labios de Akkarin se curvó hasta formar una media sonrisa.
—En efecto. Dudo que al Gremio le gustase enterarse de ello. El Coren real no es un personaje que el Gremio querría que los aprendices idolatrasen, pese a que se enmendó al final —le tendió los libros—. Este es un documento mucho más antiguo. Te he traído el original y una copia. El original está muy deteriorado, así que manipúlalo lo mínimo imprescindible para confirmar que la copia es fiel.
—¿Por qué me enseñáis estos libros?
La pregunta salió de su boca antes de que Sonea pudiera evitarlo. Se estremeció al percatarse del tono de insolencia y suspicacia con que había hablado. Los ojos de Akkarin se clavaron en los suyos, y ella apartó la vista.
—Quieres saber la verdad —dijo él. No era una pregunta.
Era cierto. Sonea quería saber. Aunque otra parte de ella prefería desentenderse de los libros, negarse a leerlos solo porque Akkarin quería que los leyera. Aun así, dio un paso al frente y cogió ambos volúmenes. No lo miró a los ojos, pero sabía que la observaba con atención.
—Al igual que con el diario, nadie debe saber de la existencia de estos documentos —dijo él en voz baja—. Ni siquiera tu sirvienta debe verlos.
Sonea retrocedió y contempló la cubierta del libro más viejo. Crónica del año 235, rezaba el título. ¡El volumen tenía más de quinientos años de antigüedad! Impresionada, levantó la vista hacia Akkarin, quien inclinó la cabeza en un gesto de complicidad y dio media vuelta. Sus pasos resonaron en el pasillo; luego, ella oyó el tenue sonido de la puerta de su habitación al cerrarse.
Los libros pesaban bastante. Sonea empujó la puerta con un leve impulso mental para cerrarla. Hizo a un lado sus apuntes y colocó sobre la mesa los libros, el uno al lado del otro.
Abrió el original y comenzó a pasar las primeras páginas con delicadeza. La caligrafía, muy desvaída, resultaba ilegible en algunas partes. Abrió la copia y sintió un escalofrío al ver los renglones escritos con una letra elegante. La letra de Akkarin.
Tras leer algunas líneas del original, lo cotejó con la copia y confirmó que ambos eran idénticos. Akkarin había añadido notas allí donde el texto era demasiado borroso, con sus hipótesis sobre cuáles eran las palabras que faltaban. Ella pasó más páginas, comparó de nuevo, y luego eligió una del medio del libro y otra próxima al final. Todas coincidían por completo con la copia. Decidió que más tarde compulsaría todas y cada una de las páginas y palabras.
Sonea dejó a un lado el original, pasó a la primera página de la copia y comenzó a leer.
El documento relataba día a día lo que acontecía en un Gremio mucho más joven y reducido que el actual. Después de leer unas cuantas páginas, Sonea había cobrado afecto al cronista, quien claramente admiraba a las personas sobre las que escribía. El Gremio que él conocía era muy distinto de aquel con el que ella estaba familiarizada. Los magos tomaban aprendices a su cargo a cambio de dinero o servicios. Cuando leyó un comentario en que el autor dejaba claro en qué consistían esos servicios, se quedó horrorizada.
Aquellos magos se fortalecían absorbiendo magia de sus aprendices. Utilizaban la magia negra.
Leyó y releyó el pasaje una y otra vez, pero el sentido era inequívoco. La llamaban «magia superior».
Se fijó en el lomo y vio que iba por la cuarta parte del libro. Al continuar, advirtió que la crónica se centraba cada vez más en las actividades de un aprendiz rebelde llamado Tagin. Se descubrió que el joven se había instruido a sí mismo en la magia superior, contra la voluntad de su maestro. Salieron a la luz abusos. Tagin había robado energía a personas corrientes, cosa que no se hacia jamás salvo en caso de extrema necesidad. El cronista expresaba su desaprobación y su rabia, y después adoptaba bruscamente un tono de temor. Tagin había empleado la magia superior para matar a su maestro.
La situación fue progresivamente a peor. Cuando los magos del Gremio intentaron castigarlo, Tagin empezó a matar de forma indiscriminada a fin de conseguir fuerza suficiente para defenderse de ellos. Los magos daban testimonio de la matanza de hombres, mujeres y niños. Aldeas enteras quedaron prácticamente arrasadas, y solo unos pocos supervivientes pudieron atestiguar la naturaleza perversa de su agresor.
Se oyó un golpe en la puerta, y Sonea dio un respingo. Rápidamente cerró los libros, los empujó contra la pared de manera que el lomo no quedase a la vista y apiló varios libros de texto normales encima. Colocó los apuntes ante sí y dispuso las cosas sobre el escritorio de tal modo que pareciera que estaba estudiando.
Abrió la puerta con la voluntad, y Takan entró discretamente con su taza de raka. Sonea le dio las gracias, pero estaba demasiado aturdida para preguntarle por Viola. Cuando el sirviente se marchó, la chica tomó varios tragos. A continuación sacó las crónicas y siguió leyendo:
Cuesta creer que un hombre sea capaz de cometer semejantes actos de violencia gratuita. Al parecer, el intento de ayer de reducirlo lo puso fuera de sí. Según los testimonios más recientes, ha sacrificado a todos los vecinos de las aldeas de Tenker y Forei. Está totalmente descontrolado, y temo por nuestro futuro. Me asombra que aún no se haya vuelto contra nosotros… pero tal vez esta sea su forma de prepararse para ese ataque final.
Sonea se reclinó en su silla y sacudió la cabeza con incredulidad. Pasó a la página anterior y leyó de nuevo la última anotación. Cincuenta y dos magos, tras asimilar la energía de sus aprendices y de los animales de granja donados por campesinos asustados, no habían conseguido vencer a Tagin. Las anotaciones siguientes describían el recorrido aparentemente errático de Tagin a través de Kyralia. Después Sonea leyó las palabras que tanto temía:
Mis miedos más profundos se han hecho realidad. Hoy, Tagin ha matado a lord Gerin, lord Dirron, lord Winnel y lady Ella. ¿Piensa continuar con esta matanza hasta que todos los magos hayan muerto, o no se dará por satisfecho hasta que haya erradicado todo rastro de vida del mundo? Desde mi ventana veo un panorama espantoso. Miles de gorines, enkas y reberes pudriéndose en los campos, tras sacrificar su fuerza por la defensa de Kyralia. Son demasiados para aprovecharlos como alimento…
La situación fue de mal en peor hasta que más de la mitad de los magos del Gremio estuvieron muertos. Otra cuarta parte había reunido sus pertenencias y había huido. Los que quedaban se esforzaban valientemente por salvar libros y medicinas de la destrucción.
«¿Y si esto sucediera en la actualidad?» El Gremio era más grande, pero cada mago poseía solo una pequeña parte de la fuerza de sus predecesores muertos hacía tanto tiempo. Si Akkarin seguía los pasos de Tagin… Sonea se estremeció y siguió leyendo. La siguiente anotación la cogió por sorpresa.
Se acabó. Cuando Alyk me comunicó la noticia, no me atreví a creerla, pero hace una hora he subido los peldaños de la atalaya y lo he visto con mis propios ojos. Es verdad. Tagin ha muerto. Solo él podía causar tal devastación en sus últimos momentos de vida.
Lord Elan nos ha reunido y nos ha leído una carta enviada por Indria, la hermana de Tagin. En ella declaraba su intención de envenenarlo, y no puedo sino suponer que lo ha conseguido.
El cronista refería una lenta vuelta a la normalidad. Los magos que se habían marchado regresaron. Se puso orden en tiendas y bibliotecas. Sonea reflexionó sobre los largos pasajes que detallaban lo que la gente había perdido y recuperado. Daba la impresión de que por aquel entonces al Gremio le preocupaba el bienestar de la gente común.
No cabe duda de que el viejo Gremio pereció con Tagin. He oído a algunos decir que un nuevo Gremio ha nacido hoy. Los primeros cambios se han producido esta mañana, cuando cinco hombres jóvenes se han unido a nosotros. Son nuestros primeros «aprendices», aprendices de todos y no de uno solo. No se les iniciará en las formas de magia superior hasta que hayan demostrado que son dignos de confianza. Si lord Karron consigue su propósito, jamás llegarán a aprenderlas.
El clamor por la prohibición de lo que lord Karron llamaba magia «negra» fue en aumento. Sonea pasó una página y se encontró con una última anotación, seguida por hojas en blanco.
No poseo el don de la adivinación, ni creo conocer la naturaleza de los hombres ni de la magia lo bastante para predecir el porvenir, pero tras tomar esta decisión, me ha asaltado el temor de que los sachakanos se alcen contra nosotros en el futuro y el Gremio no esté preparado. He propuesto la creación de un depósito secreto de conocimientos que solo deberá abrirse en caso de que el Gremio se enfrente a una destrucción segura. Los demás miembros de mi cofradía se han mostrado de acuerdo, pues muchos de ellos compartían mi miedo oculto.
Se decidió que solo el líder de guerreros estaría enterado de la existencia de un arma secreta. No sabría cuál era su naturaleza, pero transmitiría la información sobre su ubicación a su sucesor. Aquí termina mi crónica. Mañana comenzaré una nueva. Espero sinceramente que nadie abra jamás este libro ni lea estas palabras.
Bajo esa entrada había una nota:
Setenta años después, lord Koril, líder de guerreros, murió durante un ejercicio de combate. Es probable que no tuviese la oportunidad de comunicar a otro lo que sabía del arma secreta.
Sonea se quedó mirando la apostilla de Akkarin. Lord Coren había descubierto un arcón repleto de libros. ¿Era ese el depósito secreto de conocimientos?
Suspiró y cerró el libro. Cuantas más cosas averiguaba, más preguntas surgían. Se puso de pie y, al sentirse mareada, cayó en la cuenta de que había leído durante horas. Bostezando, tapó los libros de Akkarin con sus apuntes, se puso el camisón, se metió en la cama y se sumió en un sueño poblado de pesadillas sobre magos que acechaban al ganado y a los aldeanos.