El vestido de sirvienta que Sonea había encontrado y se había puesto en lugar de su camisa y sus pantalones manchados de sangre debía de pertenecer a una mujer más alta. Le cubría la túnica por completo, pero las mangas eran tan largas que había tenido que recogérselas, y no dejaba de pisarse el dobladillo. Estaba recuperando el equilibrio después de un tropiezo cuando un mensajero apareció en el túnel, ante ellos. Al verlos, apretó el paso.
—Traigo… malas noticias —dijo entre jadeos—. Uno de los sachakanos… ha encontrado… los túneles.
—¿Dónde? —preguntó Akkarin.
—No muy lejos.
—Llévanos allí.
El mensajero dudó un instante antes de asentir. Echó a andar de vuelta por el túnel, proyectando con su lámpara sombras deformadas sobre las paredes.
Recurriremos a la misma trampa —dijo Akkarin a Sonea—. Esta vez, sánate cuando el ichani te haga el corte. En cuanto empiece a absorber tu energía, no podrás usar tus poderes.
Oh, no volveré a cometer ese error —repuso ella—. Ahora sé lo que se siente.
El guía siguió recorriendo los túneles, deteniéndose de vez en cuando para hacer preguntas a los voluntarios apostados junto a las salidas. Se cruzaron con personas que huían, y después vieron una figura de piel oscura. Farén.
—Estás aquí —exclamó—. Bien. Ella se acerca.
«De modo que se trata de la mujer —pensó Sonea—. Avala.»
—¿A qué distancia está?
Farén señaló con la cabeza hacia el túnel por donde habían llegado.
—A unos cincuenta pasos, tal vez. Torced a la izquierda en el cruce.
Se hizo a un lado mientras Akkarin echaba a andar por el túnel. Sonea tomó el farol de manos del guía y lo siguió, con el corazón más acelerado a cada paso que daba. Cuando llegaron al cruce se detuvieron, y Akkarin echó un vistazo al túnel de la izquierda. Él se alejó en esa dirección, y Sonea se apresuró a ir tras sus pasos. En la siguiente curva se detuvieron de nuevo.
Ya viene. Espera aquí. Hazle creer que es ella quien te ha encontrado a ti. No estaré lejos.
Sonea asintió. Lo vio alejarse a grandes zancadas hasta el cruce y desaparecer por un túnel lateral. Desde detrás le llegó el leve sonido de unos pasos.
Poco a poco las pisadas sonaron más fuertes. Una luz tenue empezó a reflejarse en la pared de la curva. Se hacía más intensa por momentos, por lo que Sonea retrocedió. Apareció un globo de luz. Ella tapó el resplandor con una mano y soltó un grito ahogado de terror fingido.
La ichani se quedó mirándola y luego sonrió.
—Vaya, eres tú. Kariko se pondrá contento.
Sonea dio media vuelta para huir, pero entonces se pisó el dobladillo del vestido y cayó a cuatro patas. Avala se echó a reír.
«Eso habría sido una interpretación magistral, si lo hubiera hecho a propósito», pensó Sonea con ironía mientras pugnaba por levantarse. Oyó unas pisadas que se acercaban, y acto seguido una mano la agarró del brazo. Tuvo que hacer acopio de autocontrol para no mandar volando a la mujer de una descarga.
La ichani propinó un tirón a Sonea para volverla de cara a ella y le acercó una mano a la cabeza. Sonea la asió por las muñecas e intentó proyectar la mente al interior de su cuerpo, pero topó con una resistencia.
Avala estaba creando un escudo.
La barrera recubría la piel de la mujer. Sonea sintió admiración por la habilidad de Avala, pero esa sensación enseguida se vio remplazada por el pánico.
Sonea no podría emplear sus poderes de sanación contra la mujer.
Lucha contra ella —indicó Akkarin—. Atráela hasta el cruce. Tenemos que acorralarla entre los dos para que no pueda escapar.
Sonea lanzó un azote de fuerza. Avala, con los ojos muy abiertos, se tambaleó hacia atrás. Sonea se recogió la falda, giró sobre sus talones y echó a correr por el túnel.
Una barrera se materializó con un destello ante ella, pero la echó abajo con otro azote de fuerza. Siguió adelante hasta pasar el cruce, y apareció otra barrera. Sonea se detuvo y se volvió hacia la ichani.
La mujer le dirigió una sonrisa triunfal.
Kariko, mira lo que he encontrado.
Sonea vio una imagen de sí misma, delgada y menuda con aquel vestido tan largo.
¡Qué criatura tan lastimosa está hecha!
¡Ah, la aprendiz de Akkarin! —respondió Kariko—. Léele la mente. Si ella está aquí, el otro no andará lejos. Pero no la mates. Tráemela.
Sonea negó con la cabeza.
Yo decidiré dónde nos veremos las caras, Kariko, envió.
Lo estoy deseando —contestó Kariko—, al igual que tu viejo mentor. Se llama Rothen, ¿verdad? Tengo una piedra de sangre suya. Él presenciará tu muerte.
A Sonea se le escapó un grito. ¿Rothen? Pero si Rothen estaba muerto. ¿Por qué iba Kariko a molestarse en fabricar una gema a partir de la sangre de Rothen?
¿Significa eso que Rothen está vivo?
Seguramente, si es verdad que Kariko tiene una gema de sangre —susurró la voz mental de Akkarin a través de su anillo—. Pero tal vez Kariko te esté mintiendo para alterarte y distraerte.
Avala se acercaba cada vez más. Cuando llegó al cruce de túneles, una mezcla de alivio y ansiedad se apoderó de Sonea. Ahora la mujer estaba entre ella y Akkarin. En cuanto Akkarin se mostrase, sin embargo, Avala lo reconocería.
Kariko no sabrá con certeza que estás aquí hasta que otro ichani o él mismo te vean —dijo a Akkarin—. Podríamos engañarlo para que crea que no has venido conmigo. Si me enfrento a Avala sola…
Sí —convino Akkarin—. Si te debilitas, tomaré las riendas. Procura mantenerte fuera de su alcance.
Cuando la ichani la acometió, Sonea creó un escudo fuerte y contraatacó con potentes azotes. Avala luchaba sin plantearse estrategias ni trampas, y, tal como le había ocurrido en su combate con Parika, Sonea se dio cuenta de que lo que había aprendido en su entrenamiento no le servía para sacarle ventaja. Comprendió que aquello era una lucha brutal que perdería quien agotara su energía primero.
El aire del túnel se calentó, y las paredes empezaron a despedir un brillo tenue. La mujer se apartó un paso, y de pronto todo se volvió de un blanco resplandeciente. Sonea parpadeó, pero estaba demasiado deslumbrada para ver qué ocurría.
«¡Me ha cegado!»
A Sonea casi se le escapó una carcajada al percatarse de que Avala había utilizado el mismo truco que ella misma había empleado años antes para escapar de la pandilla de Regin, con la diferencia de que los aprendices todavía no sabían lo suficiente acerca de la sanación para…
Recuperó la visión a un ritmo lento pero constante. Distinguió a dos figuras en el túnel, ante sí. Avala era la más cercana. Detrás de ella se hallaba Akkarin. Estaba atacando a la ichani con una ferocidad implacable. Avala volvió la vista atrás hacia Sonea, con expresión de terror. Su escudo desapareció de golpe, pues había consumido sus fuerzas, y el último azote de Akkarin la lanzó contra el escudo de Sonea. Se oyó un chasquido espeluznante, y la mujer se desplomó en el suelo.
Con el corazón latiéndole aún a toda prisa, Sonea observó a Akkarin acercarse despacio a la ichani. Avala abrió los ojos. Su semblante de dolor y rabia dio paso a una sonrisa de satisfacción, y dirigió la vista hacia algún lugar situado más allá de las paredes antes de exhalar un último y largo suspiro.
—¿Es cosa mía —preguntó Sonea—, o parecía alegrarse de morir?
Akkarin se puso en cuclillas y deslizó un dedo por debajo de la chaqueta de la mujer. Mientras él continuaba examinando su ropa, Sonea notó que las manos de Avala se relajaban lentamente. Cuando abrió las palmas, cayó al suelo una pequeña esfera roja.
—Una gema de sangre —susurró Sonea.
Akkarin suspiró y alzó la vista hacia la joven.
—Sí. No podemos saber de quién es, pero creo que debemos suponer lo peor: Kariko sabe que estoy aquí.
Rothen se sorprendió cuando la imagen de una mujer apareció en su mente. En cuanto la reconoció, el júbilo se adueñó de él. «¡Está viva!»
—¡Sonea! —exclamó Balkan—. ¡Está aquí!
¡Ah, la aprendiz de Akkarin! Léele la mente. Si ella está aquí, el otro no andará lejos. Pero no la mates. Tráemela.
Yo decidiré dónde nos veremos las caras, Kariko.
La respuesta de Sonea había sido desafiante y valerosa. Una oleada de miedo y a la vez de orgullo invadió a Rothen.
Lo estoy deseando —contestó Kariko—, al igual que tu viejo mentor. Se llama Rothen, ¿verdad? Tengo una piedra de sangre suya. Él presenciará tu muerte.
De pronto, Rothen sintió que se ahogaba. La imagen la había enviado la mujer ichani, que debía de estar intentando capturar a Sonea justo en ese momento. Y si lo conseguía…
—¿Rothen?
Se volvió hacia Balkan y Dorrien; ambos lo estaban mirando fijamente.
—¿Fabricaste una piedra de sangre? —preguntó Balkan en voz baja.
—La fabricó Kariko, en Calia… —Rothen se obligó a respirar hondo—. Me leyó la mente, vio a Sonea en ella y después hizo la gema —se estremeció—. Desde entonces, he visto y… experimentado la muerte de todas sus víctimas.
Una leve sorpresa asomó al rostro de Balkan, quien hizo una mueca al imaginarse lo que debía de ser aquello.
—¿Qué es una piedra de sangre? —preguntó Dorrien.
—Permite a su creador leer la mente de otro —explicó Balkan—. Aunque fue Kariko quien la fabricó, está en contacto con Rothen porque el ichani utilizó su sangre.
Dorrien clavó los ojos en Rothen.
—Te capturó. ¿Por qué no lo habías dicho?
—Porque… —Rothen suspiró—. No lo sé.
—Pero lo que te hizo… Si quisieras, ¿podrías dejar de ver esas muertes?
—No, no tengo el menor control sobre ello.
Dorrien estaba pálido.
—Y si capturan a Sonea…
—Sí —Rothen se volvió hacia su hijo—. Así que ese era el secreto que no podías contarnos, ¿verdad? Ella está aquí, y Akkarin también.
Dorrien abrió la boca, pero no salió ni una palabra de ella. Miró a Rothen y a Balkan con aire indeciso.
—No cambiará nada si nos lo cuentas ahora —dijo Balkan—. Ellos saben lo de Sonea. Seguramente, al igual que nosotros, han adivinado que Akkarin está con ella.
Dorrien dejó caer los hombros.
—Sí, están aquí. Hace cinco días, Sonea y Akkarin cruzaron el Paso del Sur. Yo los traje a la ciudad.
A Balkan lo asaltó una duda.
—¿Por qué no los enviaste de vuelta a Sachaka?
—Lo intenté. De hecho, íbamos todos hacia allí cuando un ichani nos atacó. A duras penas logramos sobrevivir. Luego atacaron el Fuerte. Después de eso, supe que todo lo que Akkarin había dicho era cierto.
—Dorrien, ¿por qué no hablaste a nadie de esto? —preguntó Rothen.
—Porque si llegaba a conocimiento del Gremio que Akkarin estaba aquí, los ichanis lo leerían en la mente de sus víctimas. Akkarin sabía que Sonea y él tenían más posibilidades de matarlos si los atacaban de uno en uno, pero si los ichanis se enteraban de que él estaba aquí, permanecerían juntos.
Balkan asintió.
—Sabía que ellos lo derrotarían. De modo que…
Se oyó un estruendo procedente de la ciudad. Rothen se volvió y caminó hacia el vestíbulo, antes de dirigir la vista hacia Balkan.
—Otro. Y este ha sonado más cerca. ¿Qué supones que está pasando?
El guerrero se encogió de hombros.
—No lo sé.
Una nube de humo se elevó desde algún lugar situado en el Círculo Interno.
—Tal vez lo veamos con mayor claridad si subimos a la azotea —sugirió Dorrien.
Balkan miró a Dorrien y echó a andar hacia la escalera.
—Subamos, pues.
El guerrero los guió hasta la segunda planta, y luego, a través de los pasadizos, hasta otra escalera. Tras un breve ascenso, llegaron a la puerta de la azotea. Balkan salió el primero y se dirigió hacia la parte delantera de la universidad. Una estrecha pasarela elevada les permitió asomarse por encima del borde del tejado y divisar las casas del Círculo Interno.
Observaron en silencio. Tras una larga pausa, otro estruendo resonó en el centro de la ciudad, y se levantó una polvareda.
—La fachada entera de esa casa se ha venido abajo —señaló Dorrien.
—Así que ahora están derrumbando casas —dijo Rothen—. ¿Por qué malgastan su energía?
—Para hacer salir a Akkarin —respondió Balkan.
—Y si destruir el Círculo Interno no da resultado, vendrán aquí —añadió Dorrien.
Balkan asintió.
—Entonces más vale que estemos listos para marcharnos en cuanto lleguen.
El recorrido por los túneles parecía interminable. Cuanto más avanzaban, mayor era el asombro de Dannyl. Había caminado por los túneles que había bajo las barriadas, años atrás, cuando negociaba con los ladrones la liberación de Sonea, y había supuesto que no llegaban más allá de la Muralla Exterior. Sin embargo, acababa de descubrir que los ladrones no solo habían excavado galerías bajo las barriadas sino también bajo el Círculo Interno.
Volvió la vista hacia sus compañeros. Tayend parecía más jovial que nunca. Farand, en cambio, tenía una expresión de estupefacción. Un rato antes, cuando Dannyl había regresado a la casa para decirle que los bajos fondos de Imardin iban a organizarse para ayudarles a salir de la ciudad, el joven mago no se lo había creído.
Su guía se detuvo ante unas puertas grandes custodiadas por dos hombres descomunales. A una indicación del guía, uno de los guardias llamó a la puerta, y acto seguido se oyó el chirrido de unos cerrojos enormes al descorrerse. Las puertas se abrieron silenciosamente.
Entraron en un pasillo corto, vigilado por más guardias. Al final había un segundo par de puertas. Descorrieron el cerrojo y las abrieron para descubrir una sala grande y abarrotada.
Dannyl paseó la vista por el lugar y soltó una risita. Había recibido tantas sorpresas durante las últimas horas que lo que vio no le provocó más que un ligero desconcierto.
La sala estaba repleta de magos. Algunos yacían sobre camas improvisadas, mientras los sanadores pululaban entre ellos. Otros magos se servían comida de unas bandejas dispuestas sobre mesas grandes en el centro de la habitación. También los había que descansaban en sillas de aspecto confortable.
«Bueno, ¿quién ha sobrevivido?», se preguntó Dannyl. Miró en torno a sí y se percató de que los únicos magos superiores que estaban presentes eran el rector Jerrik, lord Peakin, lady Vinara y lord Telano. Siguió buscando, pero no veía a Rothen por ninguna parte.
«Tal vez no consiguió regresar a la ciudad», pensó. La breve conversación mental entre el ichani y Sonea había llenado de esperanza a Dannyl. Había dado con Tayend, y aún cabía la posibilidad de encontrar también con vida a su mentor.
A menos que Kariko estuviese mintiendo.
Después, cuando algunos de los magos se apartaron de las mesas con comida, Dannyl vio a un hombre lujosamente vestido sentado al fondo de la sala, y descubrió que todavía era capaz de sorprenderse.
«De modo que es aquí donde ha venido a parar el rey», se dijo. Antes de que pudiera decidir qué protocolo era el adecuado para aquella situación, el monarca lo miró, lo saludó con un leve gesto de cabeza y se volvió de nuevo hacia su acompañante. Su semblante dejaba muy claro que no quería que lo interrumpiesen.
El hombre alto y corpulento con el que hablaba resultó familiar a Dannyl. El embajador sonrió al recordar dónde lo había visto antes. Era Gorín, el ladrón con el que había tratado el tema de la puesta en libertad de Sonea.
«El rey, hablando con un ladrón —Dannyl sonrió—. Ahora sí que lo he visto todo.»
—Bueno —dijo Tayend—. ¿No vas a presentarme?
Dannyl miró al académico.
—Supongo que sí. Debería empezar por los magos superiores.
Se dirigió hacia lord Peakin. El alquimista estaba hablando con Davin y Larkin.
—Embajador —dijo Peakin al ver a Dannyl acercarse—. ¿Trae usted noticias?
—Según mi guía, todos los ichanis menos tres están muertos —respondió Dannyl, y se volvió hacia el académico—. Le presento a Tayend de Tremmelin, que estaba de visita en Imar…
—¿Ha visto a Sonea? ¿Está Akkarin con ella? —preguntó Davin con una emoción apenas disimulada.
—No, no la he visto —comentó Dannyl con cautela—; o sea, que no puedo saber si Akkarin está con ella —dirigió una mirada a Farand, y el muchacho asintió de un modo casi imperceptible. Akkarin les había pedido que mantuvieran en secreto su presencia, y Dannyl no pensaba revelar nada hasta que fuera necesario.
Davin pareció decepcionado.
—Entonces ¿cómo es posible que hayan muerto tantos ichanis?
—Tal vez sea obra de Sonea en solitario —aventuró Larkin.
Los otros magos lo miraron con escepticismo.
—Sé que los ladrones han matado a uno por su cuenta —dijo Tayend—. El que se llama Farén me lo ha contado.
Peakin meneó la cabeza.
—Un ichani, derrotado por ladrones. ¿Eso no nos hace quedar como unos incompetentes?
—¿Alguna noticia más? —preguntó Larkin.
Dannyl recorrió la sala con la vista.
—¿Está aquí lord Osen?
Los alquimistas hicieron un gesto de negación.
—Ah —Dannyl miró a los magos, uno tras otro, y suspiró. Así que no estaban enterados de lo de Lorlen—. Entonces sí debo darles una noticia más, pero no es buena.
Un murmullo de voces inundaba el almacén. Durante la última media hora se había congregado allí una pequeña multitud. Los dos ladrones, Ravi y Sevli, habían llegado después de que se diese la alarma de que la ichani había entrado en los túneles. Al poco, Senfel había referido una breve conversación mental entre la mujer, Kariko y Sonea. Estaban esperando más noticias en un silencio tenso cuando Takan anunció que Akkarin y Sonea habían matado a la mujer.
Todos se habían olvidado de la presencia del sirviente, pero en cuanto les recordó su vínculo con Akkarin, lo sometieron a una batería de preguntas que era evidente que Takan no podía responder.
Gol hizo una seña a Cery. Parecía resentido y molesto. Cery sabía que era porque se había escabullido para visitar el Palacio sin avisarle. Se sintió un poco culpable por ello. Se suponía que Gol era su protector.
Al reconstruir mentalmente su encuentro con el ichani, Cery se preguntó qué habría ocurrido si Gol hubiera estado con él. Podría haber ordenado a su segundo que atrajese la atención del ichani hacia otro lado. ¿Habría sido capaz de hacerlo, sabiendo que eso conduciría a la muerte a Gol? ¿Le habría obedecido él, o incluso lo habría propuesto? Cery no había recibido más que lealtad por parte de Gol, pero ¿era tan leal como para hacer algo así?
«Son preguntas interesantes —pensó Cery—, pero me alegro de no conocer las respuestas.»
Arrugó el entrecejo. «¿Qué pensaría Gol de Savara si supiera lo que ha hecho?» Se habían separado frente a las puertas del Palacio, y Cery no había vuelto a verla desde entonces.
De pronto, se impuso el silencio en la sala. Al levantar la mirada, Cery vio que Sonea y Akkarin cruzaban la habitación hacia ellos. Dio un paso al frente, con una sonrisa.
—Takan acaba de decirnos que os habéis cargado a la mujer.
—Sí —respondió Akkarin—. Llevaba una gema de sangre, así que Kariko seguramente sabe que estamos aquí.
—Y también que existen los túneles bajo la ciudad —añadió Farén—. Ya no estamos a salvo aquí abajo.
—¿Entrarán en los túneles los otros ichanis? —preguntó Ravi.
—Seguramente —contestó Akkarin—. Intentarán encontrarnos y matarnos del modo más rápido posible.
Sevli cruzó los brazos.
—No os encontrarán. No saben moverse por estos caminos, y nadie los ayudará.
—Les bastará con capturar a un guía y leerle la mente para saber orientarse —recordó Akkarin.
Los ladrones intercambiaron miradas.
—Entonces tenemos que indicar a los voluntarios que se vayan —dijo Cery. Miró a Akkarin—. Yo os guiaré a partir de ahora.
Akkarin asintió en señal de gratitud.
—Gracias.
Sonea se volvió hacia Akkarin.
—Si bajan aquí, tal vez se separen para acorralarnos. Podríamos aprovechar esa circunstancia para volver dando un rodeo y atacarlos de uno en uno.
—No —Akkarin sacudió la cabeza—. Kariko no se arriesgará a apartarse de sus aliados —se dirigió a Farén—. ¿Qué están haciendo los ichanis en este momento?
—Hablan —respondió Farén.
—Apuesto a que sí —refunfuñó Senfel.
—Ya no —terció una voz nueva.
Todos se volvieron hacia un mensajero que se acercaba a paso veloz.
—Están derribando edificios de nuevo.
Akkarin frunció el ceño.
—¿Estás seguro?
El hombre asintió.
—¿Crees que pretenden hacernos salir para intentar detenernos? —preguntó Sonea.
—Tal vez —respondió Akkarin.
«Akkarin no sabe qué están haciendo los ichanis —pensó Cery—, y en cambio yo sí.» Reprimió una sonrisa.
—Están absorbiendo la magia de los edificios, la que se usó para reforzarlos.
Akkarin clavó los ojos en Cery, sorprendido.
—Y eso ¿cómo lo sabes?
—He escuchado a escondidas una conversación de Kariko con los otros dos, cuando estaba en el Palacio.
Farén se atragantó.
—¿En el Palacio? ¿Y qué hacías allí?
—Solo había ido a echar un vistazo.
—¡A echar un vistazo! —Farén parecía escandalizado.
Akkarin suspiró.
—Esto no me gusta —murmuró.
—¿Cuánta energía pueden conseguir así? —preguntó Sonea.
—No… no estoy seguro. Unos edificios contienen más magia que otros.
—Podrías absorber esa magia tú también —sugirió Senfel.
A Akkarin no pareció hacerle mucha gracia la idea.
—Estoy seguro de que a los propietarios no les importará que se utilicen sus casas para defender la ciudad —añadió Cery.
—Ellos ya han echado abajo unas cuantas —dijo Ravi—. No todos los edificios del Círculo Interno están fortalecidos con magia. No deben de quedar muchos.
—Pero aún no han ido al Gremio —señaló Senfel.
Akkarin tenía una expresión de dolor en el rostro.
—La universidad. No es la única estructura del Gremio que está reforzada con magia, pero contiene más energía que ninguna otra en la ciudad.
A Sonea se le cortó la respiración.
—No, no es verdad. Seguro que la Arena contiene más.
Senfel y Akkarin se miraron con gravedad. El viejo mago profirió una maldición.
—Exacto —convino Akkarin.
Cery contempló a los tres magos.
—Eso no es bueno, ¿verdad?
—Por el contrario —repuso Sonea—. Una vez al mes, varios magos fortalecen la barrera que rodea la Arena. Tiene que ser lo bastante fuerte para resistir los azotes que se les escapan sin querer a los aprendices durante los entrenamientos de habilidades de guerrero, que pueden ser bastante potentes.
—Tenemos que impedir que los ichanis se hagan con esa energía —dijo Akkarin—. Si la consiguen, la ciudad será suya, hagamos lo que hagamos.
—¿Absorberemos esa energía nosotros mismos? —preguntó Sonea.
—Sí, si es necesario.
Sonea titubeó.
—Y después… ¿nos enfrentaremos a ellos?
Akkarin posó los ojos en los de la joven.
—Sí.
—¿Somos lo bastante fuertes?
—Hemos acumulado la energía de cuatro ichanis, si contamos a Parika. Apenas hemos consumido la nuestra, y también hemos absorbido la de los voluntarios.
—Y podríais volver a hacerlo —recordó Senfel—. Ha pasado casi un día desde que utilizasteis sus reservas. Ya habrán recuperado casi toda su energía.
—Y solo quedan tres ichanis —señaló Farén.
Akkarin recobró la confianza.
—Sí, creo que es hora de plantarles cara.
Sonea palideció un poco, pero hizo un gesto de conformidad.
—Eso parece.
El grupo se quedó callado, hasta que Ravi se aclaró la garganta.
—Muy bien, pues —dijo—. Será mejor que os lleve con nuestros voluntarios lo antes posible.
Akkarin asintió. Cuando el ladrón se volvió hacia la puerta, Cery observó a Sonea con atención. La cogió del brazo.
—Bueno, ha llegado el momento. ¿Estás asustada?
Ella se encogió de hombros.
—Un poco, pero, sobre todo, me siento aliviada.
—¿Aliviada?
—Sí. Por fin los combatiremos como es debido, sin veneno, trampas o incluso magia negra.
—Está bien que quieras pelear limpio, siempre y cuando ellos lo hagan también —dijo Cery—. Pero ten cuidado. No estaré tranquilo hasta que todo esto haya terminado y sepa que estás bien.
Sonea sonrió, apretó la mano a su amigo y dio media vuelta para salir de la sala detrás de Akkarin.