El Salón Gremial guardó un silencio absoluto cuando Lorlen se levantó de su asiento.
—He convocado esta Reunión a petición del rey. Como sin duda ya saben todos ustedes, el Fuerte fue atacado y tomado ayer por ocho magos sachakanos. Solo dos de los veintiún guerreros que se encontraban allí sobrevivieron.
Un murmullo recorrió la sala. La información de que dos de los guerreros habían salido con vida del Fuerte era la única buena noticia que Lorlen había recibido en todo el día.
—Al parecer, algunas de las afirmaciones y predicciones que hizo el depuesto Gran Lord eran acertadas. Nos han invadido unos magos sachakanos que poseen un poder extraordinario y practican la magia negra.
Lorlen guardó silencio unos segundos y paseó la vista por el público.
—No podemos negar la posibilidad de que estemos en inferioridad de número y seamos demasiado débiles para defender las Tierras Aliadas. Dadas las circunstancias excepcionales, el rey ha pedido que dejemos a un lado nuestras leyes y que elijamos a uno de nosotros cuya lealtad consideremos a toda prueba para que aprenda magia negra.
Se levantaron voces en todo el salón. Lorlen percibió reacciones encontradas. Algunos magos protestaban, mientras que otros parecían resignados.
—Les pido que propongan a continuación candidatos para esta misión —dijo en voz muy alta por encima de la algarabía—. Piénsenlo con detenimiento. El mago elegido habrá de ceñirse a unas normas muy estrictas. Deberá permanecer dentro de los confines del Gremio para el resto de su vida. No se le permitirá ejercer cargos de autoridad, ni impartir clases. Estas normas podrán hacerse más restrictivas a medida que estudiemos las posibles consecuencias de conferir este poder a alguien —a Lorlen le complació ver que ningún mago parecía ansioso por ofrecerse voluntario—. ¿Alguna pregunta?
—¿Puede negarse el Gremio a hacer esto? —inquirió alguien.
Lorlen negó con la cabeza.
—Son órdenes del rey.
—¡El Consejo de Ancianos jamás lo aceptará! —objetó un mago lonmariano.
—Según lo acordado al forjar la Alianza, el rey de Kyralia está obligado a tomar todas las medidas necesarias para proteger las Tierras Aliadas en caso de amenaza mágica —replicó Lorlen—. Los magos superiores y yo hemos discutido este asunto con el rey muchas veces. Créanme, él no habría tomado esta decisión si hubiera creído que había una alternativa mejor.
—¿Y qué hay de Akkarin? —preguntó otro mago—. ¿Por qué no se le pide que vuelva?
—El rey considera que se está siguiendo el camino más adecuado —respondió Lorlen escuetamente.
No había más preguntas. Lorlen asintió.
—Tienen media hora para deliberar. Si desean nombrar a un candidato, por favor, hablen con lord Osen.
El administrador observó a los magos abandonar sus asientos y reunirse en grupos pequeños para debatir la orden del rey. Algunos acudieron directamente a lord Osen. Los magos superiores estaban más callados que de costumbre. El tiempo pareció ralentizarse. Cuando la media hora llegó a su fin, Lorlen se puso de pie e hizo sonar el gong situado junto a su asiento.
—Por favor, siéntense.
Mientras los magos regresaban a sus butacas, Osen subió la escalera hacia Lorlen.
—Esto se pone interesante —murmuró el rector Jerrik—. ¿A quién consideran merecedor de tan dudoso honor?
Osen se encogió de hombros.
—No hay sorpresas. Han propuesto a lord Sarrin, a lord Balkan, a lady Vinara y… —miró a Lorlen—. Y al administrador Lorlen.
—¿A mí? —exclamó Lorlen, sin poder contenerse.
—Sí —Osen parecía divertido—. Eres muy popular, ¿sabes? Un mago ha sugerido que un consejero real asuma la carga.
—Interesante idea —Balkan soltó una risita y luego dirigió una mirada bastante significativa a la fila de asientos superior. Lord Mirken se quedó mirándolo, y de pronto su semblante pasó de la expectación a la ansiedad—. Que sea el rey quien se atenga a las posibles consecuencias de esto.
—Tardaría menos de un día en encontrar un nuevo consejero —comentó Vinara. Alzó la vista hacia Lorlen—. Bien, acabemos con esto de una vez.
Lorlen asintió y se dirigió al público de la sala.
—Los candidatos para convertirse en… mago negro son los siguientes: lord Sarrin, lord Balkan, lady Vinara y yo mismo —«Dudo que me elijan a mí. Pero ¿y si lo hacían?», pensó—. Los candidatos deberán abstenerse de votar. Por favor, creen sus luces.
Cientos de globos de luz ascendieron lentamente hacia el techo. Lorlen tenía el corazón desbocado. El comentario de Osen aún le resonaba en los oídos: «Eres muy popular, ¿sabes?». La perspectiva de perder su puesto de administrador y de verse obligado a aprender lo que Akkarin había reconocido que era magia maligna le helaba la sangre.
—Partidarios de lord Sarrin, cambien el color de sus luces a morado —ordenó—. Partidarios de lord Balkan, usen el rojo. Quienes prefieran a lady Vinara, elijan el verde —se detuvo para tragar saliva—. Quienes quieran votar por mí, usen el azul.
Varios de los globos de luces ya habían empezado a teñirse de algún tono incluso antes de que él terminara de hablar, pues los magos adivinaron que Lorlen asociaría a cada candidato el color de su túnica. Poco a poco, los globos de luz blancos que quedaban cambiaron de color.
«Está muy igualado», pensó Lorlen, y comenzó a contar.
—Sarrin —dijo Balkan.
—Sí, yo también obtengo ese resultado —confirmó Vinara—, aunque usted ha quedado en segundo lugar.
Lorlen exhaló un suspiro de alivio al comprobar que tenían razón. Bajó la mirada hacia Sarrin y sintió una punzada de compasión. El viejo mago estaba pálido y parecía no encontrarse bien.
—Lord Sarrin será nuestro defensor —anunció Lorlen. Al escrutar con atención al público, vio en la mayoría de los rostros una conformidad con reservas—. Renunciará a su cargo de líder de alquimistas y empezará a aprender magia negra de inmediato. Declaro clausurada esta Reunión.
—Despierta, Sonea, pequeña.
Sobresaltada, Sonea cobró conciencia de lo que la rodeaba. Para su sorpresa, vio que su caballo se había detenido. Al mirar alrededor, descubrió que Dorrien la observaba con una expresión extraña. Habían hecho un alto junto a un camino que conducía a una casa, y no había el menor rastro de Akkarin.
—Ha ido a conseguir comida —explicó Dorrien.
Ella asintió y, acto seguido, bostezó y se frotó la cara. Cuando se volvió de nuevo hacia Dorrien, este seguía contemplándola con aire reflexivo.
—¿En qué piensas? —preguntó ella.
Él apartó la mirada y esbozó una sonrisa torcida.
—Estaba pensando que debería haberte secuestrado y llevado lejos del Gremio cuando tuve la oportunidad.
La asaltó un sentimiento de culpa que le era muy familiar.
—El Gremio no te lo habría permitido. Yo misma no te lo habría permitido.
Dorrien arqueó una ceja.
—¿No?
—No —Sonea rehuyó su mirada—. Me llevó mucho tiempo decidir que quería quedarme y aprender magia. Me llevaría mucho más cambiar de idea.
El sanador se quedó callado un momento.
—¿Crees… crees que al menos habría podido tentarte?
La joven recordó el día en que habían ido juntos al manantial y él la había besado; se le escapó una sonrisa.
—Un poco. Pero apenas te conocía, Dorrien. Unas cuantas semanas no bastan para estar segura respecto a alguien.
Dorrien dirigió los ojos a un punto situado detrás de ella. Sonea se volvió y vio que Akkarin cabalgaba hacia ellos. Con su barba de pocos días y su ropa discreta, dudaba que nadie lo reconociera. Sin embargo, alguien que se fijara bien se daría cuenta de que era demasiado buen jinete. Ella tomó nota mental de comentárselo más tarde.
—¿Y ahora, estás segura?
Sonea devolvió su atención a Dorrien.
—Sí.
Dorrien espiró largamente y asintió con la cabeza. Ella miró de nuevo a Akkarin. Tenía el semblante adusto.
—Aunque me costó mucho convencerlo —añadió Sonea.
Dorrien casi se atragantó. Ella se dio la vuelta, maldiciéndose a sí misma por haber hecho un comentario tan desconsiderado, pero él rompió a reír.
—¡Pobre Akkarin! —exclamó, sacudiendo la cabeza. La miró de reojo y la sacudió de nuevo—. Algún día serás una mujer extraordinaria.
Sonea lo miró con fijeza y notó que se ruborizaba. Intentó pensar en una respuesta, pero no le salían las palabras. Entonces Akkarin llegó a su lado, y se dio por vencida.
Mientras le alargaba un panecillo, Akkarin la observó con detenimiento. Sonea volvió a sentir ardor en las mejillas. Akkarin elevó las cejas y dirigió a Dorrien una mirada inquisitiva. El sanador sonrió, e hincó los talones en los costados de su caballo, que echó a andar.
Prosiguieron el viaje, comiendo mientras cabalgaban. Una hora después llegaron a una pequeña aldea. Akkarin y Sonea descabalgaron y entregaron las riendas de sus monturas a Dorrien, quien se alejó para cambiarlas por caballos frescos.
—Bueno, ¿de qué hablabas antes con Dorrien? —preguntó Akkarin.
Sonea volvió la mirada hacia él.
—¿Con Dorrien?
—Delante de la aldea, mientras yo estaba comprando la comida.
—Ah, te refieres a eso. De nada.
Él sonrió y asintió.
—La nada. Un tema apasionante donde los haya. Produce reacciones fascinantes en la gente.
La joven lo miró con frialdad.
—Tal vez era una forma cortés de decirte que no es asunto tuyo.
—Si tú lo dices…
Su expresión socarrona causó cierta irritación a Sonea. ¿Tan transparente era? «Claro que, si yo puedo adivinar su estado de ánimo, seguramente él sabe interpretar el mío con la misma facilidad.»
Akkarin bostezó y cerró los ojos. Una vez que volvió a abrirlos, parecía más alerta. «¿Cuándo durmió por última vez? —se preguntó ella—. La mañana después de que atravesáramos el Paso. ¿Y antes? Unas pocas horas cada día. Y durante la primera mitad de nuestro viaje no pegó ojo…»
—No has tenido más pesadillas —dijo de repente.
Akkarin frunció el entrecejo.
—No.
—¿Qué soñabas?
La severidad con que la miró hizo que Sonea se arrepintiese al instante de haber abierto la boca.
—Lo siento —dijo—. No debería habértelo preguntado.
Akkarin respiró hondo.
—No, debería contártelo. Sueño con cosas que ocurrieron cuando era esclavo, sobre todo con episodios relacionados con una persona —al cabo de unos instantes, agregó—: Una esclava joven de Dakova.
—¿La que te ayudó al principio?
—Sí —respondió él en voz baja. Hizo una pausa y apartó la vista—. La amaba.
Sonea lo miró atónita. ¿Akkarin y la esclava…? ¿Él la había querido? ¿Había querido a otra? Sintió una incertidumbre creciente, seguida de rabia y luego de culpabilidad. ¿Estaba celosa de una chica que había muerto hacía años? Eso era absurdo.
—Dakova lo sabía —continuó Akkarin—. No nos atrevíamos a tocarnos, pues él nos habría matado. Ya de por sí le divertía torturarnos de todas las maneras posibles. Ella era su… esclava del placer.
Sonea se estremeció cuando empezó a entender lo que debía de ser aquello; verse a menudo, pero sin poder tocarse; contemplar los tormentos del otro. No quería ni imaginarse lo que habría sentido Akkarin al saber lo que tenía que soportar la joven.
Akkarin suspiró.
—Antes soñaba con ella todas las noches. En mis sueños, yo le decía que distraería a Dakova para que ella pudiera escapar. Le prometía no dejar que él la encontrara. Pero ella nunca me hacía caso. Siempre volvía con él.
Sonea alargó el brazo y le acarició el dorso de la mano. Los dedos de Akkarin se curvaron en torno a los de ella.
—Me explicaba que los esclavos consideraban un honor estar al servicio de un mago. Decía que el sentido del honor de los esclavos les hacía la vida más llevadera. Yo entendía que optaran por pensar así cuando no les quedaba otro remedio, pero no cuando tenían una escapatoria, o cuando sabían que su amo tenía la intención de matarlos.
Sonea se acordó de que Takan llamaba «amo» a Akkarin, y de la forma extraña en que le había entregado la daga de la ichani, colocándose el filo contra la muñeca, como si estuviera ofreciéndole algo más que el arma. Tal vez así era.
—Takan nunca ha dejado de pensar de ese modo, ¿verdad? —preguntó Sonea en voz baja.
Akkarin la miró.
—No —dijo—. No podía abandonar los hábitos de toda una vida —se rió brevemente—. Sospecho que en los últimos años mantenía vivo el ritual solo para hacerme enfadar. Sé que no volvería a su vida anterior por voluntad propia.
—Y sin embargo permaneció a tu lado y no dejó que le enseñaras magia.
—No, pero eso era por razones prácticas. Takan no podía ingresar en el Gremio. Habría tenido que responder a demasiadas preguntas. Aunque le inventáramos un pasado, le habría resultado difícil evitar las clases en las que se lee la mente. Por otro lado, enseñarle magia en secreto habría entrañado demasiados riesgos. Si hubiera regresado a Sachaka, no habría sobrevivido a menos que estuviera entrenado en magia negra. Creo que temía lo que él mismo era capaz de hacer con esos conocimientos, en ese lugar. En Sachaka solo hay amos y esclavos. Para sobrevivir como amo, habría necesitado tener esclavos.
Sonea sintió un escalofrío.
—Parece un lugar terrible.
Akkarin se encogió de hombros.
—No todos los amos son crueles. Los ichanis son marginados, magos desterrados de la ciudad por el rey, y no únicamente a causa de su ambición excesiva.
—¿Cómo consiguió el rey obligarlos a marcharse?
—Él mismo posee unos poderes considerables y cuenta con partidarios.
—¡El rey de Sachaka es un mago!
—Así es —Akkarin sonrió—. Solo en las Tierras Aliadas hay leyes que prohíben a los magos gobernar o influir demasiado en política.
—¿Lo sabe nuestro rey?
—Sí, aunque no tiene idea de lo poderosos que son los magos sachakanos. Bueno, ahora sí que la tiene.
—¿Qué le parece al rey de Sachaka que los ichanis hayan invadido Kyralia?
Akkarin frunció el entrecejo.
—No lo sé. Si conocía el plan de Kariko, seguramente no le gustaba, pero creía que estaba condenado al fracaso. Los ichanis siempre se hallaban demasiado ocupados luchando entre sí para establecer una alianza. Sería interesante ver qué hará el rey sachakano cuando los ichanis dominen un territorio vecino.
—¿Nos ayudará?
—Oh, no —Akkarin rió con tristeza—. Te olvidas de lo mucho que los sachakanos detestan al Gremio.
—¿Por la guerra? Pero eso sucedió hace mucho tiempo.
—Desde el punto de vista del Gremio, sí. Pero los sachakanos no olvidan, pues la mitad de su territorio se convirtió en un páramo —Akkarin sacudió la cabeza—. El Gremio cometió un grave error al desentenderse de Sachaka después de ganar la guerra.
—¿Qué debería haber hecho?
Akkarin se volvió para contemplar las montañas. Sonea siguió la dirección de su mirada. Hacía solo unos días, se encontraban al otro lado de aquellas siluetas irregulares.
—Fue una guerra entre magos —murmuró Akkarin—. Es inútil enviar a un ejército de no-magos a luchar contra magos, sobre todo si estos utilizan la magia negra. Sachaka fue conquistada por magos kyralianos, que regresaron enseguida a sus suntuosos hogares. Sabían que el Imperio sachakano acabaría por recuperarse y por volver a representar un peligro; por eso crearon el páramo, para que el país siguiera siendo pobre. Si algunos de los magos del Gremio se hubieran establecido en Sachaka, liberado a los esclavos y demostrado que los magos pueden emplear sus poderes para ayudar a la gente, habrían propiciado que los sachakanos se convirtieran en una sociedad más pacífica y libre, y hoy no nos encontraríamos en esta situación.
—Entiendo —dijo Sonea despacio—, pero también entiendo que no haya ocurrido así. ¿Por qué iba el Gremio a ayudar a los sachakanos si ni siquiera ayuda a los kyralianos de a pie?
Akkarin la miró pensativo.
—Algunos de sus miembros sí. Dorrien, por ejemplo.
Sonea le sostuvo la mirada.
—Dorrien es una excepción. El Gremio podría hacer mucho más.
—No podemos hacer nada si nadie se ofrece voluntario para hacerlo.
—Desde luego que podéis.
—¿Obligarías a los magos a trabajar contra su voluntad?
—Sí.
Akkarin arqueó las cejas.
—Dudo que se prestaran a colaborar.
—Se les podrían reducir sus ingresos si se negaran.
Él sonrió.
—Tendrían la sensación de que los tratan como a sirvientes. Nadie querría que sus hijos se uniesen al Gremio para que los hicieran trabajar como gente común y corriente.
—Nadie de las Casas —lo corrigió Sonea.
Akkarin parpadeó y luego soltó una risita.
—Supe que serías un elemento agitador desde el momento en que el Gremio propuso que se te diera instrucción. Deberían agradecerme que los haya librado de ti.
Sonea abrió la boca para protestar, pero se interrumpió al ver que Dorrien se acercaba. Iba montado sobre un caballo nuevo y conducía tras sí a otros dos.
—No son muy buenos —dijo, y les entregó las riendas—, pero no he encontrado nada mejor. Como los magos de todo el país están acudiendo a Imardin a toda prisa, cada vez hay menos caballos frescos disponibles en las posadas.
Akkarin asintió, muy serio.
—Entonces debemos apresurarnos o se acabarán.
Se acercó al costado de uno de los caballos y subió a la silla de un salto. Sonea se encaramó a la otra montura. Mientras colocaba la otra bota en el estribo, observó a Akkarin atentamente. Él la había llamado «elemento agitador», pero eso no significaba necesariamente algo malo. Tal vez incluso estaba de acuerdo con ella.
¿Qué importancia tenía? Dentro de pocos días ya no existiría el Gremio, y los pobres de su ciudad descubrirían que había cosas peores que las Purgas.
Sonea se estremeció y ahuyentó ese pensamiento de su mente.
En el pasillo del alojamiento de los magos reinaba casi tanto bullicio como en la universidad durante el descanso de enmedio, observó Dannyl. Se abría paso junto con Yaldin a través de una muchedumbre de magos, esposas e hijos de magos. Todos estaban comentando la Reunión.
Cuando Yaldin llegó ante la puerta de sus aposentos, el viejo mago alzó la vista hacia él y suspiró.
—¿Te apetece entrar a tomar una taza de sumi? —preguntó.
Dannyl asintió.
—Si a Ezrille no le importa…
Yaldin rió por lo bajo.
—Le gusta decir a la gente que mando yo, pero tú y yo… y Rothen… sabemos la verdad.
Abrió la puerta e hizo pasar a Dannyl a su sala de invitados. Ezrille estaba sentada en uno de los sillones, con un vestido de tela azul brillante.
—Qué Reunión tan corta —dijo, ceñuda.
—Sí —respondió Dannyl—. Hoy estás preciosa, Ezrille.
Ella sonrió, y se le formaron unas arrugas en las comisuras de los ojos.
—Deberías visitarnos más a menudo, Dannyl —meneó la cabeza—. Me asombra que un hombre tan educado como tú aún no haya encontrado esposa. ¿Un poco de sumi?
—Sí, por favor.
Ezrille se levantó y se puso a trajinar con las tazas y el agua. Dannyl y Yaldin se sentaron. El viejo mago tenía la frente arrugada.
—No puedo creer que hayan decidido legalizar la magia negra.
Dannyl asintió.
—Lorlen dice que algunas de las afirmaciones de Akkarin han resultado ser ciertas.
—Las peores.
—Sí, pero me pregunto si eso significa que otras de sus afirmaciones han resultado ser falsas.
—¿Cuáles?
—Obviamente, la de que los magos negros sachakanos invadirían Kyralia no —dijo Ezrille, depositando una bandeja en la mesa, delante de los sillones—. ¿Qué va a hacer Rothen? Ya no es necesario que vaya a Sachaka.
—Seguramente regresará —Dannyl cogió la taza que ella le ofrecía y tomó un sorbo de la bebida humeante.
—A menos que decida seguir adelante, con la esperanza de encontrar a Sonea.
Dannyl adoptó una expresión grave. «Rothen podría hacer precisamente eso…»
Levantaron la mirada al oír unos golpes en la puerta. Yaldin agitó la mano y la puerta se abrió. Un mensajero hizo una reverencia, paseó la vista por la habitación y entró al ver a Dannyl.
—Embajador, un hombre ha venido a verle. Todas las salas para recibir visitas están ocupadas, así que lo he llevado a sus aposentos. Su sirviente, que estaba allí, lo ha dejado entrar.
¿Una visita? Dannyl dejó su taza y se puso de pie.
—Gracias —dijo al mensajero. El hombre se inclinó ante él y se retiró de la habitación. Dannyl dedicó una sonrisa de disculpa a Yaldin y a Ezrille—. Gracias por el sumi. Más vale que averigüe quién es mi visita.
—Por supuesto —respondió Ezrille—. No dejes de venir después a contárnoslo.
El pasillo estaba un poco más tranquilo, pues la mayoría de los magos había vuelto a sus habitaciones u ocupaciones después de la Reunión. Dannyl caminó rápidamente hasta su puerta y la abrió. Un joven rubio se levantó de uno de los sillones de su sala de invitados e hizo una reverencia. Dannyl tardó unos instantes en reconocerlo, pues llevaba la ropa austera que se estilaba en Kyralia.
Entonces entró a toda prisa y dejó que la puerta se cerrara.
—¿Qué tal, embajador Dannyl? —dijo Tayend con una amplia sonrisa—. ¿Me has echado de menos?