Cery sintió una punzada de envidia cuando contempló la multitud. Los dos ladrones en cuyo territorio se encontraba el mercado, Sevli y Limek, eran muy ricos, y aquel día no resultaba difícil comprender por qué. La luz del sol resplandecía en el torrente de monedas que pasaban de manos de los clientes a las de los encargados de los puestos, e incluso una pequeña parte de esos ingresos a cambio de servicios prestados sumaría una fortuna al cabo de poco tiempo.
Un sirviente se acercó y depositó dos tazas sobre la mesa. Savara tomó un sorbo de la suya, cerró los ojos y suspiró.
—Tenéis buena raka —comentó—. Es casi tan buena como la nuestra.
Cery sonrió.
—Entonces tal vez debería intentar importar raka sachakana.
Savara arqueó una ceja en señal de advertencia.
—Eso sería muy caro. No hay muchos mercaderes que se atrevan a atravesar los páramos.
—¿No? ¿Y por qué?
Ella hizo un gesto señalando el entorno.
—No tenemos nada parecido a esto. No hay mercados. Cada ashaki posee muchos cientos de esclavos…
—¿Ashaki?
—Son hombres libres muy poderosos. Los esclavos les proporcionan casi todo lo que necesitan: trabajan sus campos, les confeccionan ropa, cocinan y limpian para ellos, los entretienen; en fin, satisfacen prácticamente todas sus necesidades. Si un esclavo demuestra tener un talento especial, como alfarero, por ejemplo, o el ashaki posee una mina o le sobra una parte de sus cosechas, comercia con otros ashakis.
—Entonces ¿para qué se toman la molestia de viajar hasta allí los mercaderes?
—Cuando consiguen atraer a un comprador, obtienen ganancias considerables. Les venden artículos de lujo, sobre todo.
Cery se fijó en la ropa del puesto contiguo. Había aparecido en los mercados el año anterior, cuando uno de los artesanos había inventado una manera de hacer que la superficie de la tela fuera brillante.
—Por lo que cuentas, parece que los sachakanos no tienen ninguna motivación para idear formas mejores de hacer las cosas.
—No, pero los esclavos sí, si son ambiciosos o buscan una recompensa. Pueden intentar captar la atención creando algo bonito o fuera de lo común.
—O sea, que sólo las cosas bonitas mejoran.
Savara sacudió la cabeza.
—Los sistemas para procesar o fabricar productos corrientes también mejoran, si el cambio que se introduce es sencillo. Un esclavo podría concebir una manera de cosechar plantas de raka más rápidamente si su amo se lo exigiera y lo castigara en caso de no cumplir.
Cery frunció el entrecejo.
—Me gusta más nuestro sistema. ¿Por qué castigar a un hombre, cuando la codicia o la necesidad de alimentar a su familia lo impulsa a trabajar de forma más inteligente y rápida?
Savara soltó una risa suave.
—Es un punto de vista interesante, viniendo de un hombre de tu posición —de pronto se puso seria—. A mí también me gusta más vuestro sistema. ¿No vas a tomarte tu raka?
Cery negó con la cabeza.
—¿Tienes miedo de que alguien te reconozca y eche veneno en tu taza?
El muchacho se encogió de hombros.
—De todos modos, ya está frío —Savara se puso de pie—. Vamos.
Caminaron hasta el final de la hilera de puestos, y la sachakana se detuvo frente a una mesa repleta de frascos y botellas.
—¿Esto qué es?
El recipiente que sostenía contenía dos sevli en conserva que flotaban en un líquido verde.
—La llave de las puertas del deleite —respondió el encargado del puesto—. Con un sorbo, tendrá usted la fuerza de un guerrero —bajó la voz—. Con dos, experimentará un placer que se prolongará un día y una noche. Con tres, sus sueños se…
—Se convertirán en pesadillas que le durarán varios días —lo interrumpió Cery. Quitó el frasco de las manos a Savara y lo colocó de nuevo sobre el mostrador—. Ni aunque me pagaras me… ¿Savara?
Ella tenía la mirada fija en un punto distante y estaba muy pálida.
—Ha empezado —dijo en voz tan baja que él apenas la oyó—. Los ichanis están atacando el Fuerte.
Cery sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda. La tomó del brazo y se la llevó lejos del puesto y de cualquiera que pudiera oírle.
—¿Puedes verlo?
—Sí —respondió ella—. Los magos del Gremio que se encuentran allí están transmitiendo imágenes mentales —se quedó callada, y sus ojos enfocaron algo situado más allá del mercado— acaban de echar abajo la primera puerta. ¿Podemos ir a algún sitio tranquilo para que pueda seguir lo que está pasando sin interrupciones? ¿Algún lugar cercano?
Cery buscó a Gol con la mirada y lo encontró cerca de allí, de pie, comiéndose un pachi. Le hizo gestos rápidamente en el lenguaje de signos de los ladrones. Gol asintió y echó a andar en dirección al Puerto.
—Conozco un sitio perfecto —dijo Cery a Savara—. Creo que te gustará. ¿Alguna vez has estado en un barco?
—¿Tienes un barco? —la sachakana sonrió—. En realidad, no sé de qué me extraño.
Una imagen de un grupo de ocho hombres y mujeres vestidos con ricos ropajes, vistos desde arriba, asaltó la mente de Dannyl. Todos estaban lanzando azotes contra un punto situado debajo de lord Makin, el mago que enviaba la imagen.
A continuación vio a una muchedumbre de hombres y mujeres que se encontraban varios pasos por detrás de los atacantes. Llevaban ropa sencilla y raída, y algunos sujetaban cuerdas atadas a los collares de unos animales pequeños semejantes a limeks.
Dannyl se preguntó si se trataba de los esclavos de los que había hablado Akkarin.
La escena se tornó borrosa, y entonces los atacantes aparecieron de nuevo. Habían dejado de lanzar descargas contra el Fuerte y se acercaban a él con cautela.
El capitán dice que la primera puerta ha sido destruida. Los sachakanos están avanzando hacia el interior del Fuerte. Vamos a salirles al paso.
Durante la pausa que siguió a la llamada de Makin, las imágenes cesaron y Dannyl volvió a ser consciente de lo que lo rodeaba. Echó un vistazo en torno a la habitación. Durante la última hora había estado entretenido presenciando una discusión entre lord Peakin, director de estudios alquímicos, y lord Davin, el mago que había propuesto la reconstrucción de la atalaya. Ahora los dos se miraban, consternados, y no se acordaban siquiera de su disputa.
Estamos en posición —informó Makin—. Están atacando la puerta interior.
La imagen siguiente fue la de un pasillo oscuro que terminaba en un muro de piedra. Todo tembló y sonaron dos impactos. Makin y los guerreros que tenía a su lado sujetaban un escudo; estaban preparados.
De pronto, el muro estalló hacia dentro. Llovieron escombros sobre el escudo, que quedó cubierto por una nube de polvo. Varios azotes atravesaron la polvareda, y una explosión sacudió el pasillo.
Hemos atacado a los sachakanos desde debajo de un suelo falso, explicó Makin.
Se sucedieron unas imágenes confusas. Destellos de luz iluminaban el polvo al otro lado del escudo, sin revelar nada. Entonces apareció una sombra en la nube, y el ataque contra el escudo de los guerreros se reanudó. Dos magos recularon dando traspiés, claramente agotados.
Retiraos hasta la puerta.
Los guerreros atravesaron a toda prisa unas puertas metálicas. Makin las impulsó para cerrarlas y, por medio de la magia, corrió unos cerrojos enormes que salieron de las paredes para reforzarlas.
Informad, ordenó Makin.
Siguió un torbellino de imágenes.
Quedamos muy pocos con vida… Veo cinco… no, seis cuerpos y…
¡Están dentro del Fuerte! A Dannyl le vino a la mente la imagen fugaz de una puerta colgando de una bisagra, y acto seguido vio a un sachakano avanzar rápidamente por un pasillo hacia él.
¡Corred!
¡Volved! ¡Me he quedado atrapado!
Unas manos surgieron del polvo. Una de ellas empuñaba un arma curva. Reinó una sensación de pánico incontrolado… y luego, nada.
Amigos y familiares de los guerreros intentaban llamarlos desde el Gremio, a pesar de la prohibición de comunicarse mentalmente. Se produjo un barullo de voces mentales.
¡Por favor, guarden silencio! —exigió Balkan por encima de la algarabía—. Si no puedo oírlos, me será imposible ayudarlos. ¿Makin?
Una imagen de las puertas metálicas se impuso sobre las comunicaciones de los otros magos. Estaban al rojo vivo, irradiando calor al pasillo. El centro se fundía poco a poco.
Retroceded —indicó Makin—. Resguardaos detrás de la pared. Dejad que agoten su energía.
Los guerreros corrieron hacia un muro que atravesaba parte del corredor y se apiñaron tras él. Una losa de piedra empezó a moverse despacio, deslizándose hasta tapar un hueco en el muro. Se oyó un fuerte chasquido cuando el mecanismo de las paredes laterales encajó en su sitio.
Los magos esperaron.
Si consiguen pasar —envió Makin—, los golpearemos con todas las fuerzas que nos quedan.
Alguna que otra llamada mental de otros magos interrumpía el silencio tenso que reinaba en el pasillo. Dannyl se estremeció cuando, uno tras otro, los tres magos que quedaban en el Fuerte perecían a manos del enemigo.
Sin previo aviso, el muro de piedra saltó en pedazos. Los guerreros habían desactivado el escudo para ahorrar energías. La comunicación de Makin se debilitó cuando algo lo golpeó en la sien, pero en cuanto usó un poco de magia para sanarse, volvió a la normalidad. Se unió a quienes habían levantado un escudo y, tras echar una ojeada alrededor, vio que dos guerreros yacían en el suelo.
El ataque contra su escudo no había perdido fuerza. Los guerreros se tambalearon hacia atrás, exhaustos. Makin, con una incredulidad que le heló la sangre, sintió que sus propias fuerzas empezaban a flaquear. El escudo se hizo añicos, y dos magos más cayeron, alcanzados por los azotes.
Aléjate de allí —dijo Balkan—. Has hecho todo lo que podías.
Unas figuras emergieron de la nube de polvo. Makin se apartó cuando la primera de ellas llegó ante él. El hombre le dirigió una mirada desdeñosa y pasó de largo.
Si la Guardia ha obedecido las órdenes, han asegurado la última puerta mientras el enemigo derribaba la primera, envió Makin.
El jefe de los sachakanos se detuvo frente a la puerta. Seis de sus hombres pasaron a toda prisa junto a Makin para unirse al primero. Bastó una descarga para arrancar las puertas de sus goznes. Los sachakanos salieron a la luz del sol.
—Bienvenidos a Kyralia —dijo el jefe, mirando a sus compañeros. Después, se volvió hacia el pasillo. Sus ojos se clavaron en los de Makin—. Tú. Tú eres el que está enviando esto.
Una fuerza invisible empujó a Makin hacia delante. Dannyl percibió su miedo antes de que la comunicación del mago se cortara bruscamente.
Dannyl parpadeó y se percató de que volvía a ver la realidad que lo rodeaba. Peakin se acercó con paso vacilante a una silla y se desplomó en ella.
—Es verdad —dijo con voz entrecortada—. Akkarin tenía razón.
Se oyó el crujido de un papel. Dannyl miró a Davin. El mago estaba contemplando un plano enrollado. Lo sujetaba por el medio, con tanta fuerza que lo había aplastado. Lo desplegó y lo alisó, antes de soltarlo y dejar que recuperara la forma de un rollo arrugado.
Al ver el brillo de unas lágrimas en los ojos del alquimista, Dannyl apartó la mirada. El hombre había trabajado durante años para que aceptaran sus métodos de predicción del tiempo. ¿Qué sentido tenía ahora construir la atalaya?
Dannyl miró por la ventana. Aprendices y magos estaban en el jardín, solos o en grupo, paralizados como estatuas. Los únicos que se movían de un lado a otro eran algunos sirvientes, visiblemente desconcertados y nerviosos por el extraño comportamiento de los magos.
Entonces una nueva imagen del Fuerte apareció en la mente de quienes estaban dotados con la capacidad de verla.
Cuando la comunicación de Makin finalizó, Lorlen se aferró a la baranda del balcón. El corazón le latía a toda velocidad tras haber presenciado el último momento de terror del guerrero.
—¿Administrador?
Al volverse, Lorlen vio ante sí al rey. El hombre estaba pálido, pero tenía el semblante rígido de rabia y determinación.
—¿Sí, majestad?
—Haga venir a lord Balkan.
—Sí, majestad.
Balkan respondió en el acto a la llamada mental de Lorlen.
El rey quiere que vengas a Palacio.
Lo imaginaba. Ya voy en camino.
—Ya viene hacia aquí —dijo Lorlen.
El rey asintió. Dio media vuelta y echó a andar hacia la torre del Palacio. Lorlen comenzó a seguirlo, pero se quedó inmóvil cuando una nueva imagen del Fuerte le vino a la mente. Sintió la presión de un objeto afilado contra el cuello. Se obligó a fijar su atención de nuevo en su entorno real, y vio que los dos consejeros reales se habían llevado las manos al cuello.
El rey los miraba a los tres.
—¿Qué ha ocurrido?
—Lord Makin sigue vivo —respondió lord Rolden.
El rey tomó la mano del mago y la apretó contra su frente.
—Muéstremelo —ordenó.
La imagen que Makin estaba enviando volvía a ser del Fuerte, pero visto desde fuera. Una aglomeración no muy grande de sachakanos vestidos con ropas sencillas salía a toda prisa del edificio, algunos de ellos iban guiando a unos animales que parecían pequeños limeks.
Una voz habló a Makin al oído.
—Eso es. Diles eso. Voy a…
—¡Kariko! Mira lo que hemos encontrado —gritó una mujer.
Su voz procedía del interior del Fuerte. Un mago del Gremio emergió tambaleándose del pasillo y cayó de rodillas. Lorlen se sobresaltó al reconocer en él a lord Fergun. «Claro —pensó—. Fergun había sido desterrado…»
Makin reaccionó con sorpresa, y luego con rabia. El ataque había sido tan fulminante que no había reparado en la ausencia del guerrero deshonrado.
Una sachakana con un abrigo brillante salió del edificio a paso ligero. Se detuvo al lado de Fergun y volvió la mirada hacia Makin.
—Es guapo, ¿verdad?
—No puedes quedarte con él, Avala —dijo la voz junto al oído de Makin.
—Pero es un debilucho. No entiendo por qué se molestaron en adiestrarlo. Seguramente ni siquiera es capaz de hervir agua.
—No, Avala. Tal vez sea débil, pero puede transmitirles información.
La mujer se agachó y pasó los dedos por el pelo de Fergun, antes de tirarle violentamente de la cabeza hacia atrás.
—Podría romperle las orejas. Entonces ya no nos oiría.
—¿Y le quemarás sus bonitos ojos también?
—No —dijo ella, haciendo una mueca—. Eso lo echaría a perder.
—Mátalo, Avala. Ya encontrarás a otros hombres guapos en Imardin.
Avala puso mala cara y luego se encogió de hombros. Desenvainó un puñal y rajó la garganta a Fergun. Este, con los ojos desorbitados, intentó liberarse, pero estaba demasiado débil. Ella le puso bruscamente la mano en la herida, y Fergun dejó de resistirse. Momentos después, la mujer lo soltó, y el mago cayó al suelo, sin vida.
Ella pasó por encima de su cuerpo para acercarse a Makin, aunque tenía la mirada fija en el sachakano situado detrás de él.
—Bueno, y ahora ¿adónde vamos?
—A Imardin —respondió Kariko, aumentando la presión sobre el cuchillo que sostenía contra el cuello de Makin—. Y ahora escúchame, mago. Di a tu Gremio que pronto nos veremos las caras. Si abren las puertas para permitirme entrar, tal vez los deje con vida. Al menos a algunos. Cuento con una bienvenida por todo lo alto. Regalos, esclavos, oro…
El puñal se movió. Una punzada de dolor…
A Lorlen se le escapó un grito ahogado mientras su conciencia volvía de golpe al lugar donde se encontraba. «¡Hemos perdido a veinte magos en menos de una hora! Veinte de nuestros mejores guerreros…»
—Siéntese, administrador.
Lorlen alzó la vista hacia el rey. Le sorprendió el deje de amabilidad en su voz. Se dejó conducir hasta una silla. El rey y sus consejeros se sentaron junto a él.
El soberano se frotó la frente y suspiró.
—Habría preferido ver confirmadas las afirmaciones de Akkarin de otra manera.
—Sí —convino Lorlen, con el pensamiento turbado por los recuerdos de la batalla.
—Debo tomar una decisión —prosiguió el rey—. O permito que uno o más magos aprendan magia negra, o pido a Akkarin que regrese y nos ayude. ¿Qué haría usted en mi lugar, administrador?
—Pediría a Akkarin que volviese —respondió Lorlen.
—¿Por qué?
—Sabemos que dijo la verdad.
—¿Ah, sí? —preguntó el rey en voz baja—. Tal vez nos haya contado solo la verdad a medias. Quizá estableció una alianza con esos magos.
—Entonces ¿por qué nos envió un mensaje para prevenirnos del ataque?
—Para engañarnos. Dijo que atacarían dentro de unos días, no hoy.
Lorlen asintió.
—Tal vez simplemente se equivocó —se inclinó hacia delante y sostuvo la mirada al monarca—. Creo que Akkarin es un hombre de honor. Supongo que volvería a marcharse después de ayudarnos si se lo pidiéramos. ¿Para qué permitir que aprenda magia negra uno de los nuestros, cuyo destierro sería difícil de justificar después, si podemos hacer venir a alguien que ya la domina?
—Porque no me fío de él.
Lorlen encorvó los hombros. Contra eso no había argumento posible.
—He planteado este dilema a los líderes de las disciplinas —prosiguió el rey—. Están de acuerdo conmigo. Yo elegiría a lord Sarrin, pero la decisión corresponde al Gremio, no a mí. Sométalo a votación —se levantó y caminó hasta la puerta abierta del balcón—. Hay otra razón, de índole práctica, para mi elección —añadió—. Akkarin está en Sachaka. Tal vez no podría llegar aquí a tiempo. Lord Sarrin cree que Sonea aprendió magia negra en una semana, a pesar de que las clases y otras actividades ocupaban parte de su tiempo. Si un mago se aplica a la tarea todo el día, sin duda aprenderá más deprisa. Me… —unos golpes en la puerta lo interrumpieron—. Adelante.
Un muchacho entró rápidamente e hincó una rodilla en el suelo.
—Lord Balkan ha venido a veros, majestad.
El rey asintió y el chico salió a toda prisa. Entonces llegó Balkan y se arrodilló ante el monarca.
—Descanse —le dijo el rey con una sonrisa lúgubre—. Es una visita muy oportuna, lord Balkan.
—He supuesto que querríais hablar conmigo, majestad —respondió Balkan, poniéndose de pie. Miró a Lorlen y lo saludó cortésmente con un movimiento de cabeza—. ¿Os habéis enterado de la toma del Fuerte?
—Sí —contestó el rey—. He decidido permitir que un mago aprenda magia negra. El Gremio nombrará a los candidatos y elegirá a ese mago por votación. Si los sachakanos se acercan a Imardin antes de que el mago escogido por ustedes haya aprendido magia negra, los refuerzos que envió al Fuerte deberán enfrentarse a ellos.
Lorlen miró fijamente al monarca. Eso significaría enviar a esos magos a una muerte segura.
—Los necesitamos aquí, majestad, para que el mago elegido pueda incrementar su fuerza lo más rápidamente posible.
—No les ordene que ataquen a los sachakanos hasta que tengamos claro que necesitamos frenar su avance —el rey se volvió hacia Balkan—. ¿Nos sugiere alguna otra estrategia que sirva para contener o debilitar al enemigo?
El guerrero asintió.
—Podemos aprovechar las fortificaciones de la ciudad. Cada vez que los sachakanos tengan que superar un obstáculo consumirán parte de su energía.
—¿Y qué hay de la Guardia? ¿Conviene recurrir a ella?
Balkan negó con la cabeza.
—Me temo que la volverían contra nosotros muy fácilmente.
El rey frunció el entrecejo.
—¿En qué forma?
—Toda persona que posea un poder mágico latente aunque no sea mago es una fuente de energía en potencia. También recomiendo mantener a todos los no-magos fuera del alcance de los sachakanos.
—Tal vez debería ordenarles que salgan de Imardin.
Balkan reflexionó durante unos instantes y asintió.
—Siempre que sea posible.
El rey soltó una risita.
—En cuanto se corra la voz de que varios magos negros de Sachaka se disponen a atacar Imardin, la ciudad quedará vacía sin necesidad de que yo así lo ordene. Encargaré a la Guardia que mantenga el orden y que se asegure de que todo barco que zarpe del puerto se lleve a un número razonable de evacuados, y después le pediré que se marche. ¿Alguna otra recomendación?
Balkan indicó que no con la cabeza.
—Quédese conmigo. Quiero que discuta el tema de la fortificación con la Guardia. —El rey se dirigió a Lorlen—. Administrador, regrese al Gremio y organice la elección de un mago negro. Cuanto antes empiece su adiestramiento, mejor preparado estará.
—Sí, majestad.
Lorlen se levantó, hizo una reverencia y salió a paso veloz de la sala.
—Y ahora, ¿qué va a hacer?
Rothen se volvió hacia Raven. El espía tenía una expresión taciturna.
—No lo sé —confesó Rothen—. Obviamente, ya no es necesario que vaya a Sachaka.
—Pero averiguar si los ichanis existían no era el único objetivo de su viaje. Todavía podría ir en busca de Sonea.
—Sí —Rothen desvió la vista hacia el nordeste—. Pero el Gremio… Kyralia… necesitará contar con todos sus magos para combatir a los sachakanos. Sonea… Tal vez requiera mi ayuda, pero socorrerla no salvará Kyralia.
Raven contempló a Rothen en silencio y con expectación. Este sintió un dolor en el pecho, como si alguien estuviera tirándole del corazón en direcciones opuestas.
«Los ichanis existen —pensó—. Akkarin no mentía, ni engañó a Sonea.» Experimentó un gran alivio, pues comprendió que las decisiones que ella había tomado obedecían a razones nobles, aunque fueran erróneas.
«Sonea está en Sachaka. Los ichanis están aquí. Tal vez ella esté a salvo por el momento. Si ayudo al Gremio, tal vez ella tendrá un hogar al que regresar.»
—Me quedo —dijo en voz alta—. Volveré a Imardin.
Raven asintió.
—En Calia podemos cambiar la carreta y la mercancía por dos caballos frescos… si los refuerzos no se los han llevado todos.
Los refuerzos. Seguramente lord Yikmo y los demás no habrían llegado todavía al Fuerte. Sin duda regresarían a Imardin para unirse al resto del Gremio.
—Lo mejor será que espere en Calia a los refuerzos y vuelva a Imardin con ellos —dijo Rothen.
El espía hizo un gesto afirmativo.
—Entonces allí nos separaremos. Ha sido un honor colaborar con usted, lord Rothen.
Rothen consiguió esbozar una sonrisa lánguida.
—He disfrutado con su compañía y sus enseñanzas, Raven.
El espía resopló al oír el comentario de Rothen.
—Miente usted bien, lord Rothen —se encogió de hombros—. Claro que yo lo adiestré. Es una pena que no haya podido poner en práctica lo que aprendió, pero ahora su deber es hacer aquello para lo que le entrenaron como mago —fijó la mirada en Rothen y añadió—: Defender Kyralia.
Una casa diminuta apareció entre los árboles, y Sonea supuso que era otra cabaña de campesinos. Sin embargo, tras abandonar el camino, Dorrien señaló la construcción con un gesto orgulloso.
—Mi hogar.
Refrenó su caballo delante de la casa. Los otros jinetes observaron nerviosos a Akkarin y a Sonea mientras descabalgaban. La joven condujo su montura hasta uno de los hombres.
—Gracias por prestármelo —dijo.
Él la miró con desconfianza antes de aceptar las riendas. Sonea volvió al lado de Akkarin al tiempo que Dorrien daba las gracias a los hombres y los despedía.
—Están preocupados —explicó Dorrien cuando regresó junto a ellos—. Primero os estaba escoltando hacia la frontera, y al instante siguiente había un sachakano muerto en el camino y yo había cambiado de idea respecto a vosotros.
—¿Qué les has dicho? —preguntó Akkarin.
—Que nos han atacado y vosotros nos habéis salvado. Que he decidido recompensaros con una noche de descanso y una comida, y que les agradeceré que no hablen de esto a nadie.
—¿Te harán caso?
—No son tontos. Saben que está ocurriendo algo importante, aunque no conocen los detalles. Pero harán lo que les he pedido.
Akkarin asintió.
—Estamos en deuda con ellos. Si no hubiesen alcanzado a los caballos y vuelto a buscarnos, todavía estaríamos caminando. Han demostrado tener valor.
Dorrien movió la cabeza afirmativamente.
—Pasad. La puerta no está cerrada con llave. Si tenéis hambre, encontraréis pan del día y una olla con restos de sopa. Estaré con vosotros en cuanto me haya ocupado de mi caballo.
Sonea siguió a Akkarin al interior de la casita. Entraron en una habitación que abarcaba todo el ancho de la construcción. A lo largo de una pared había un banco y unas baldas. Al ver las cestas con frutas y verduras, y los cazos y los utensilios desperdigados por doquier, Sonea supuso que era allí donde Dorrien preparaba su comida. Varias sillas de madera y una mesa grande y baja ocupaban el resto del espacio. Los estantes recubrían las paredes, y no había un solo hueco sin tarros, botellas y libros.
Dos puertas daban a sendas habitaciones. A través de una de ellas, que estaba abierta, se alcanzaba a ver una cama sin hacer.
Mientras Akkarin se dirigía a la cocina, Sonea se sentó en una de las sillas y paseó la vista alrededor. «Qué desorden —pensó—. No se parece en nada a los aposentos de Rothen.»
La invadió una extraña sensación de paz. Las imágenes que Makin había enviado desde el Fuerte la habían llenado de espanto, pero horas después solo se sentía atontada y con los huesos cansados. Por otro lado, también sentía un alivio curioso.
«Lo saben —pensó—. El Gremio, Rothen… Todos saben que dijimos la verdad.
»Aunque eso ya no sirve de mucho.»
—¿Tienes hambre?
Miró a Akkarin.
—Qué pregunta tan tonta.
Él cogió dos cuencos, sirvió en ellos sopa que había en una olla y arrancó dos trozos de una hogaza que estaba en el banco. Mientras llevaba los cuencos a la mesa, estos comenzaron a humear.
—Comida de verdad —murmuró Sonea al tiempo que Akkarin le depositaba un cuenco en las manos—. No es que no me gustara lo que preparabas —se apresuró a añadir—, pero tenías los ingredientes un poco limitados.
—Sí. Además, no poseo el don de Takan.
—Ni siquiera Takan se las habría sabido arreglar mejor.
—Te sorprendería. ¿Por qué crees que Dakova lo retuvo durante tanto tiempo?
Comieron en silencio, saboreando aquel plato tan sencillo. Dorrien entró en la habitación justo cuando Sonea dejaba en la mesa su cuenco vacío. Al verlo, él sonrió.
—¿Estaba buena?
La joven asintió.
Dorrien se desplomó en una silla.
—Deberías dormir un poco —dijo Akkarin.
—Lo sé —respondió Dorrien—, pero no creo que pueda. Tengo demasiadas preguntas que haceros —sacudió la cabeza—. Ese mago… ¿Cómo conseguisteis atravesar el Paso si él lo estaba vigilando?
—Con un pequeño engaño —contestó Akkarin. Mientras comenzaba a explicárselo, Sonea lo observó con atención. Tenía un aspecto distinto, menos hosco y distante—. Creía que Parika había entrado en Kyralia con la intención de encontrarnos, pero al enterarme del ataque al Fuerte supe que formaba parte de la invasión.
—Era muy poderoso —Dorrien miró a Sonea—. ¿Cómo has conseguido pararle los pies?
Ella notó que se sonrojaba.
—He hecho que su corazón dejara de latir, con magia sanadora.
Dorrien pareció sorprendido.
—¿Y no ha opuesto resistencia?
—Los ichanis no saben usar la magia para sanar, así que no se esperaba que yo le hiciera algo así —se estremeció—. Ni yo misma sabía que era capaz de hacerle algo así a alguien.
—Yo habría hecho lo mismo en tu lugar. Al fin y al cabo, estaba intentando matarte —se volvió hacia Akkarin—. ¿Parika era el único sachakano en el Paso?
—Sí, pero eso no quiere decir que no vayan a venir más.
—Entonces avisaré a la gente del lugar.
Akkarin hizo un gesto afirmativo.
—Los ichanis roban energía a los no-magos, sobre todo a los que tienen un potencial mágico latente —el sanador abrió mucho los ojos, atónito ante las palabas de Akkarin—. Por eso cazarán a campesinos y aldeanos a lo largo de la ruta desde el Fuerte hasta Imardin.
»Si el Gremio reacciona de manera sensata, evacuará todos los pueblos y las granjas que estén en esa ruta. Sin embargo, Kariko no permitirá que los otros ichanis pierdan mucho tiempo durante el viaje. Sin duda le preocupa que el Gremio cambie de idea y nos deje regresar, a Sonea y a mí, con el fin de que me fortalezca a tiempo para enfrentarme a él.
Dorrien contempló a Akkarin en silencio. Parecía estar debatiéndose en la duda. Entonces dirigió la vista a Sonea.
—¿Qué ocurrirá si el Gremio no os pide que volváis? ¿Qué pueden hacer, si no?
Akkarin sacudió la cabeza.
—Nada. Aunque me llamen para que regrese y me permitan usar la magia negra, no dispondré de tiempo suficiente para igualar mis fuerzas a las de ocho ichanis. Y si todavía fuera Gran Lord, ordenaría que el Gremio abandonara Imardin. Enseñaría magia negra a un grupo selecto y regresaría para reconquistar Kyralia.
Dorrien lo miró horrorizado.
—¿Abandonar Kyralia?
—Sí.
—Debe de haber otra salida.
Akkarin hizo un gesto de negación.
—Pero has vuelto. ¿Por qué lo has hecho, si no tienes la intención de luchar?
Akkarin sonrió con tristeza.
—No confío en ganar.
Los ojos de Dorrien se posaron en Sonea. Ella casi podía escuchar sus pensamientos: «¿También estás metida en esto?».
—¿Qué vas a hacer? —preguntó él en voz baja.
Akkarin frunció el ceño.
—Aún no lo he decidido. Mi plan era regresar a Imardin en secreto y esperar a que el Gremio me llamara.
—Eso todavía podemos hacerlo —intervino Sonea.
—No tenemos caballos ni dinero. Sin lo uno ni lo otro no podremos llegar a Imardin antes que los ichanis.
Dorrien sonrió con frialdad.
—Puedo ayudaros con eso.
—¿Estás dispuesto a desobedecer las órdenes del Gremio?
El sanador asintió.
—Sí. ¿Qué harás cuando lleguéis a la ciudad?
—Aguardar a que el Gremio me llame para pedirme que vuelva.
—¿Y si no lo hace?
Akkarin suspiró.
—Entonces no podré hacer nada. Hoy he absorbido energía de Parika, pero no la suficiente para enfrentarme a un ichani.
Sonea no estaba de acuerdo.
—Esta mañana tampoco teníamos fuerza suficiente para enfrentarnos a un ichani, y aun así hemos conseguido matar a uno. ¿Por qué no hacemos lo mismo con los demás? Podemos fingir estar agotados, dejar que nos capturen y matarlos después con nuestros poderes de sanación.
Akkarin arrugó el entrecejo.
—Eso sería muy peligroso. Nunca has absorbido energía de otro. Mientras lo haces, acceder a tu propia magia es imposible. No puedes utilizar el poder de sanación.
—En tal caso tendremos que actuar con rapidez.
La expresión de Akkarin se ensombreció aún más.
—Los otros ichanis verán el resultado de lo que has hecho. Aunque no lo entiendan, serán más cautelosos. Basta con crear una barrera en la piel para impedirte que utilices el poder de sanación contra ellos.
—Pues tendremos que asegurarnos de que no nos vean —Sonea se inclinó hacia delante—. Los atacaremos cuando estén solos.
—Tal vez estén juntos en todo momento.
—Ya buscaremos alguna estratagema para separarlos.
Akkarin se quedó pensativo.
—No están acostumbrados al entorno urbano, y las barriadas son todo un laberinto.
—Podríamos reclutar a los ladrones.
Dorrien la miró y entornó los ojos.
—Rothen dijo que habías cortado todo vínculo con ellos.
Algo se removió en el interior de Sonea cuando oyó el nombre de Rothen.
—¿Cómo está él?
—No he tenido noticias de mi padre desde que Lorlen ordenó el cese de toda comunicación mental —respondió Dorrien. Se dirigió a Akkarin—. Sería un alivio para él saber que Sonea está viva. Si comunico al Gremio que os he visto, puedo decirle que estás dispuesto a colaborar.
—No —Akkarin estaba distante y meditabundo—. Para que Sonea y yo podamos tender una emboscada a los ichanis en la ciudad, ellos no deben saber que estamos allí. De lo contrario, se juntarán todos para darnos caza.
Dorrien se enderezó.
—El Gremio guardaría vuestra presencia en…
—Los ichanis se enterarían al leer la mente del primer mago al que mataran —Akkarin fijó en Dorrien sus ojos oscuros—. ¿Dónde crees que aprendí ese truco?
Dorrien palideció.
—Ah.
—El Gremio no debe saber que estamos en la ciudad —sentenció Akkarin, con un deje de determinación en la voz—, así que no les digas que nos has visto, ni les hables de tu encuentro con Parika. Cuantas menos personas estén al tanto de nuestro regreso, menos peligro habrá de que los ichanis descubran nuestros planes.
—¿O sea, que tenemos un plan? —preguntó Sonea.
Akkarin le sonrió.
—El principio de un plan, quizá. Tu sugerencia podría dar resultado, aunque tal vez no con Kariko. Si bien Dakova aprendió de mí la técnica de la sanación, nunca compartió el secreto con nadie. Creo que ni siquiera lo enseñó a su hermano, pero aun así, Kariko seguramente sabe que la sanación es posible y ha pensado cómo puede utilizarse contra alguien.
—Entonces debemos evitar a Kariko —dijo ella—. Lo que nos deja con siete ichanis que matar. Creo que eso nos mantendrá ocupados durante un tiempo.
Dorrien soltó una risita.
—Por lo visto, sí que tenéis un plan. Tal vez yo pueda dejar caer alguna que otra insinuación cuando el Gremio esté debatiendo la estrategia. ¿Queréis que diga algo en concreto…?
—Me temo que nada de lo que digas los convencerá de que se escondan —repuso Akkarin.
—Pero quizá lo hagan cuando se agoten en combate —señaló Sonea.
Akkarin asintió.
—Proponles que centren toda su energía en un solo ichani. Los sachakanos no están acostumbrados a ayudarse o a apoyarse entre sí. No saben cómo se forma un escudo conjunto.
Dorrien asintió.
—¿Algo más?
—Lo pensaré durante el camino. Cuanto antes nos vayamos, mejor.
El sanador se levantó.
—Ensillaré mi caballo de nuevo y buscaré monturas para vosotros.
—¿Podrías conseguirnos ropa limpia también? —preguntó Sonea.
—Debemos viajar disfrazados —añadió Akkarin—. Lo ideal sería un uniforme de sirviente, pero cualquier atuendo sencillo nos servirá.
Dorrien enarcó las cejas.
—¿Vais a haceros pasar por sirvientes míos?
Sonea agitó un dedo en señal de advertencia.
—Sí, pero no te acostumbres.