Aunque era verano y en el exterior la temperatura ascendía lentamente hacia su valor máximo, dentro del edificio de la universidad predominaba un frescor agradable. Rothen, repantigado tranquilamente en uno de los sillones grandes y confortables del despacho del administrador, contempló a quienes lo acompañaban. Lord Solend, el historiador, no parecía el candidato más idóneo para ser espía, pero ¿quién sospecharía que el anciano de aspecto soñoliento recababa información para el Gremio? El otro espía, lord Yikmo, era el profesor de habilidades de guerrero que había adiestrado a Sonea.
Solend era elyneo y Yikmo vindeano, por lo que Rothen era el único mago kyraliano elegido para la misión. Rothen supuso que eso le dificultaría la labor de sonsacar secretos a los sachakanos, si de verdad sentían tanta aversión por los kyralianos como aseguraba Akkarin.
Lorlen tamborileó con los dedos sobre el brazo de su sillón. Estaban esperando a un espía profesional enviado por el rey que los instruiría en el arte del disfraz y la recogida de información antes de que partieran con rumbo a Sachaka al cabo de unos días. Se oyeron unos golpes en la puerta, y todos se volvieron para ver quién entraba. Un mensajero se adentró en el despacho, hizo una reverencia y anunció a Lorlen que Raven de la Casa de Tellen llegaría tarde y pedía disculpas por ello.
El administrador asintió con la cabeza.
—Gracias. Puedes retirarte.
El mensajero hizo otra reverencia. Pareció que algo llamaba su atención, y paseó la vista por el despacho.
—¿Es habitual que entren corrientes de aire en esta estancia, milord?
Lorlen miró al hombre con dureza. Abrió la boca para contestar, pero tras reflexionar unos instantes, sonrió y se reclinó en su asiento.
—Raven.
El hombre se inclinó de nuevo.
—¿De dónde ha sacado ese uniforme?
—Los colecciono.
«O sea, que así son los espías profesionales», pensó Rothen. Se había imaginado a un hombre de aspecto escurridizo y astuto. Raven, sorprendentemente, tenía una apariencia común y corriente.
—Una afición útil, dada su profesión —comentó Lorlen.
—Mucho —el hombre tiritaba—. ¿Quiere que localice el origen de esta corriente de aire?
Lorlen asintió. El espía cruzó la habitación y se puso a examinar las paredes. Se detuvo, sacó un pañuelo, limpió con él el marco de un cuadro y, sonriendo, introdujo la mano por detrás.
Una parte de la pared se deslizó, dejando al descubierto una abertura.
—Aquí tiene el origen de su corriente —proclamó Raven. Se volvió hacia Lorlen, y una expresión de desilusión asomó a su rostro—. Pero veo que ya lo conocía —movió la mano de nuevo, y el panel se deslizó hasta colocarse en su sitio.
—Aquí todo el mundo conoce los pasadizos que atraviesan las paredes de la universidad —dijo Lorlen—. Sin embargo, no todos saben dónde están las entradas. Está prohibido utilizar esos pasadizos, aunque sospecho que el depuesto Gran Lord solía pasar por alto esa norma.
Rothen reprimió una sonrisa. A pesar de la actitud despreocupada de Lorlen, tenía una arruga entre las cejas y no dejaba de lanzar miradas al cuadro. Rothen supuso que el administrador estaba preguntándose si Akkarin lo había espiado alguna vez.
Raven se acercó al escritorio del administrador.
—¿Por qué está prohibido utilizarlos?
—Hay partes de ellos que son poco seguras. Si los aprendices vieran a los magos usarlos, tendrían la tentación de imitarlos, antes de poseer los conocimientos para protegerse de los derrumbes.
Raven sonrió.
—Esa es la razón oficial, por supuesto. En realidad, lo que no se quiere es que los magos o los aprendices se espíen unos a otros.
Lorlen se encogió de hombros.
—Estoy seguro de que mi predecesor tuvo en cuenta esa posibilidad cuando instauró esa norma.
—Quizá le interese derogarla si las predicciones de su depuesto Gran Lord se cumplen —Raven observó a Solend, y después a Yikmo. Como Rothen fue objeto de la misma mirada escrutadora, se preguntó qué opinaba de él el espía. El semblante del hombre no dejaba traslucir ninguno de sus pensamientos—. Podrían resultar ser vías de escape valiosas —añadió Raven, y se volvió hacia Lorlen—. He examinado todos los libros, informes y mapas que me envió usted. Creo que confirmar la existencia de esos ichanis no será complicado, sobre todo si llevan una vida como la que describió el depuesto Gran Lord. No es necesario enviar a tres magos a Sachaka.
—¿A cuántos sugiere que enviemos? —inquirió Lorlen.
—A ninguno —contestó Raven—. Deberían enviar a personas que no sepan de magia. Si los ichanis existen en efecto y capturan a uno de sus magos, averiguarán demasiadas cosas sobre ustedes.
—No más de las que averiguarán si capturan a Akkarin —señaló Lorlen.
—Me da la impresión de que él conoce Sachaka lo bastante bien para cuidar de sí mismo —replicó Raven—, a diferencia de estos magos.
—Por eso le hemos encomendado a usted que los instruya —respondió Lorlen con tranquilidad—. Además, enviar magos tiene una ventaja: pueden transmitir en el acto lo que descubran.
—Pero si lo hacen, delatarán su presencia.
—Se les ha indicado que solo deben establecer comunicación como último recurso.
Raven asintió despacio.
—En ese caso, le recomiendo algo encarecidamente.
—Adelante.
Dirigió una mirada a Rothen.
—Envíe solamente a uno de estos tres, y elija a dos personas que no sean magos. Sus espías no deben saber a quién más ha elegido. De este modo, si capturan a uno de ellos, no podrá revelar la identidad de los demás.
Lorlen asintió despacio.
—¿A quién escogería, entonces?
Raven se volvió hacia Yikmo.
—Usted es un guerrero, milord. Si le capturan y leen su mente averiguarán demasiado sobre las técnicas de combate del Gremio —acto seguido se dirigió a Solend—. Disculpe mi franqueza, pero es usted demasiado viejo. Ningún mercader se llevaría consigo a un hombre de su edad en un arduo viaje a través de los páramos —miró a Rothen y frunció el entrecejo—. Usted es lord Rothen, ¿verdad?
Rothen hizo un gesto afirmativo.
—Si la que fue su aprendiz cae en manos de los ichanis y ellos leen su mente, podrían reconocerle a usted. Por otro lado, ella no sabe que tiene usted la intención de ir a Sachaka, por lo que seguramente no tiene mayor importancia que le conozca siempre y cuando no se tope usted con los ichanis que la hayan apresado —hizo una pausa y asintió—. Su rostro inspira confianza. Yo lo elegiría a usted.
Raven dirigió la vista hacia Lorlen, y Rothen lo imitó. El administrador contempló a los tres magos y al espía durante unos segundos, y luego asintió con la cabeza.
—Seguiré su consejo —miró a Solend y a Yikmo—. Gracias por ofrecerse voluntarios. Hablaré con ustedes más tarde. Por el momento, es conveniente que solo Rothen escuche lo que Raven tiene que decirle.
Los dos magos se pusieron de pie. Rothen escrutó sus semblantes buscando señales de disgusto, pero únicamente encontró desencanto. Los observó caminar hasta la puerta. Una vez que se marcharon, se volvió hacia Raven, quien estudiaba sus gestos con atención.
—Bueno —empezó Raven—, ¿qué prefiere? ¿Disimularse las canas, o llevar el pelo totalmente blanco?
Sonea hizo un alto para recuperar el aliento y echó una ojeada en torno a sí. Unas nubes largas y deshilachadas de color naranja surcaban el cielo, y el aire era cada vez más frío. Supuso que Akkarin no tardaría en decidir que había llegado el momento de descansar.
Desde que habían conseguido dejar atrás a los ichanis, había seguido a Akkarin durante tres noches a lo largo de la cordillera. Emprendían la marcha todos los días al atardecer, caminaban hasta que estaba demasiado oscuro para ver por dónde iban y descansaban hasta que salía la luna. Entonces avanzaban lo más rápidamente posible dentro de los límites de la prudencia, y solo se detenían cuando la luna desaparecía tras las montañas.
La segunda mañana, cuando habían hecho una parada en las horas de mayor oscuridad, Sonea había invitado a Akkarin a absorber la fuerza mágica que ella había recuperado. Él había tardado en aceptar. Más adelante, ella se había ofrecido a montar guardia durante la primera mitad del día. Como Akkarin protestó, Sonea le dijo sin rodeos que no confiaba en que la despertaría cuando le llegara el turno. Los sanadores advertían a menudo a los aprendices sobre los peligros de utilizar la magia para aguantar mucho tiempo despierto, y Akkarin tenía un aspecto cada vez más demacrado y ojeroso.
En un principio, como Sonea había visto que él no se acostaba a dormir, había dado por sentado que era su forma de negarse. Ella había esperado hasta el mediodía antes de sucumbir al agotamiento. A la mañana siguiente, después de que la joven pidiese de nuevo el primer turno, el mago se había quedado dormido recostado contra una roca, pero se había despertado con un sobresalto mucho antes del mediodía y ya no había vuelto a cerrar los ojos.
La tercera mañana, Sonea descubrió cuál era el auténtico motivo por el que Akkarin se resistía a dormir.
Habían apoyado la espalda en una pared de piedra inclinada, al calor del sol. Un poco después, al percatarse de que él por fin se había dormido, ella sintió algo de satisfacción y alivio. Sin embargo, al poco rato, Akkarin había comenzado a mover lentamente la cabeza de un lado a otro, con los ojos oscilando bajo los párpados. Las facciones se le habían crispado en una expresión de dolor y miedo que había provocado escalofríos a Sonea. Akkarin se había despertado de golpe, se había quedado contemplando el paisaje rocoso que se abría ante él y se había estremecido.
Una pesadilla, supuso ella. Habría deseado poder confortarlo de alguna manera, pero su expresión dejaba claro que lo último que deseaba era compasión.
«Además —se dijo Sonea—, ya no huele tan bien.» El olor de su sudor, que en otro tiempo le había resultado agradable, se había convertido en el hedor de un cuerpo sucio. Claro que estaba segura de que ella no olía mucho mejor. De vez en cuando encontraban charcos de los que podían beber, pero nada lo bastante grande para lavarse. Recordó con nostalgia los baños calientes y la ropa limpia, las frutas, las verduras y la raka.
Un graznido la devolvió al presente, y el corazón le dio un vuelco. Akkarin había dejado de caminar y miraba unas aves que los sobrevolaban en círculo. La joven vio que una figura diminuta caía del cielo.
Akkarin atrapó aquel pájaro en el aire con facilidad, y después otro. Para cuando Sonea lo alcanzó, él ya los había desplumado y se había enfrascado en la tarea menos placentera de sacarles las tripas. Lo hacía con rapidez y eficiencia, por lo que saltaba a la vista que tenía práctica en aquellas lides. A Sonea le pareció extraño verlo emplear la magia en una labor tan prosaica, aunque, bien pensado, los magos que conocía no dudaban en usarla para abrir y cerrar puertas o mover objetos que les daba pereza ir a buscar.
Cada vez que él cazaba y asaba un animal, o que ella purificaba agua estancada, Sonea se preguntaba cómo habrían sobrevivido en ese lugar sin magia. Para empezar, no habrían podido desplazarse tan deprisa. Un hombre o mujer normal y corriente tendría que rodear las profundas grietas con que se topaban, así como escalar los escarpados barrancos que se interponían en su camino. Aunque Akkarin evitaba usar su magia en la medida de lo posible, sin levitación no podrían llevar ventaja a la mujer ichani que los perseguía.
Mientras Akkarin se ponía a asar los pájaros con un globo de calor, Sonea oyó un borboteo cercano. Avanzó a lo largo de la pared de roca hacia la fuente del sonido. Al ver una placa de piedra brillante, ahogó un grito de sorpresa. Un hilillo de agua corría por una grieta pequeña en la roca rodeada de pájaros.
Corrió hacia la pared, asustando a las aves, y sumergió las manos ahuecadas en el agua cantarina. Oyó pasos a su espalda, se dio la vuelta y sonrió a Akkarin.
—Es agua limpia.
Él le mostró los dos pájaros que había cazado. Habían quedado reducidos a trozos humeantes de carne marrón.
—Están listos.
Ella asintió.
—Dame un momento.
Sonea buscó en torno a sí hasta que dio con una piedra de tamaño y forma adecuados, y entonces puso manos a la obra. Aplicando lo que había aprendido en clase sobre el modelado de la roca, le dio la forma de un cuenco pequeño y luego la colocó bajo el chorrito para llenarla de agua. Akkarin no hizo ningún comentario sobre su uso de la magia.
Se sentaron a comer. Las pequeñas aves de montaña no tenían mucha carne, pero eran sabrosas. Royó las finas costillas e intentó no hacer caso del hambre que seguía atormentándola. Akkarin se levantó y se alejó unos pasos. El cielo había adquirido rápidamente un tono azul negruzco, y ella apenas distinguía su figura. Oyó sonidos de agua y tragos, y supuso que él estaba bebiendo del cuenco.
—Esta noche intentaré espiar a nuestros perseguidores —dijo Akkarin.
Sonea se volvió hacia su oscura silueta, con el pulso acelerado.
—¿Crees que aún nos siguen?
—No lo sé. Ven aquí.
Ella se puso de pie y se le acercó.
—Mira abajo, un poco a la derecha. ¿Lo ves?
Desde donde estaban, la pendiente de la ladera se acentuaba. Allí donde empezaba a dividirse en crestas y barrancos, Sonea avistó un punto de luz. Algo se movía muy cerca de esa luz; un ser de cuatro patas…
Se percató de que era un yil. Al percibir un segundo movimiento, dirigió la vista hacia otra figura.
—Están mucho más lejos —observó.
—Sí —convino Akkarin—. Creo que nos han perdido el rastro. Estamos a salvo, por el momento.
Sonea se puso rígida cuando otra sombra se movió junto a la luz lejana.
—Ahora son dos.
—Al parecer el que estuvo a punto de alcanzarte se ha encontrado con la mujer.
—¿Por qué han encendido esa luz? —se preguntó en voz alta—. Se les ve desde todas partes. ¿Crees que intentan engañarnos para que nos acerquemos?
El mago reflexionó por un momento.
—Lo dudo. Lo más probable es que no sepan que estamos tan por encima de ellos. Se han resguardado junto a un grupo de rocas. Si estuviéramos a menor altura, no habríamos visto la luz.
—Será muy arriesgado acercarse solo para mostrar la verdad a Lorlen.
—Sí —convino Akkarin—, pero no es la única razón para hacerlo. También podría averiguar cómo planean entrar los ichanis en Kyralia. El Paso del Norte está bloqueado por el Fuerte, pero el del Sur está despejado. Si entran por el Paso del Sur, su llegada pillará al Gremio por sorpresa.
—¿El Paso del Sur? —Sonea arrugó el ceño—. El hijo de Rothen vive cerca de allí —de pronto comprendió que eso exponía a Dorrien a un peligro considerable.
—Vive cerca, pero no en el camino ni en el Paso en sí. Tomarían a los ichanis por un pequeño grupo de viajeros extranjeros. Incluso si no pasaran inadvertidos, los lugareños podrían tardar cerca de un día en comunicarlo a Dorrien.
—A menos que Lorlen le indique que vigile el camino e interrogue a los viajeros.
Akkarin no respondió. Guardó silencio mientras observaba a los ichanis a lo lejos. El cielo se iluminó más allá del horizonte, anunciando la salida de la luna. No habló de nuevo hasta que apareció el primer rayo de luz.
—Tendremos que aproximarnos en contra del viento, o el yil percibirá nuestro olor.
Sonea se volvió para echar una ojeada al cuenco de agua. Estaba lleno hasta el borde, rebosando.
—Entonces, si tenemos tiempo, hay algo que deberíamos hacer antes —dijo.
Akkarin la miró acercarse al cuenco. La joven calentó el agua con un poco de magia y luego alzó la vista hacia él.
—Date la vuelta, y no se te ocurra mirar, ¿eh?
Una sonrisa tenue curvó los labios de Akkarin. Le dio la espalda y cruzó los brazos. Sin quitarle ojo, Sonea se desvistió prenda a prenda, para lavarlas y lavarse, y finalmente secar la ropa por medio de la magia. Tuvo que esperar a que el cuenco se llenara unas cuantas veces para que su ropa quedara bien remojada. Después de hacer la colada, vertió el agua de un último cuenco sobre su cabeza y se frotó el cuero cabelludo, suspirando de alivio.
Tras enderezarse, se retiró el pelo de los ojos con un movimiento de cabeza.
—Te toca.
Akkarin se volvió y se acercó al cuenco. Sonea se apartó y se sentó de espaldas a él. Una curiosidad devoradora se apoderó de ella mientras esperaba. La ahuyentó de su pensamiento y se concentró en secarse el cabello con magia mientras se deshacía los enredos con los dedos.
—Así está mejor —dijo al fin.
Miró hacia atrás y se quedó paralizada al ver que la camisa de Akkarin estaba tirada en el suelo a sus pies. Ante la visión de su torso desnudo, sintió que se ruborizaba. Desvió la mirada enseguida.
«No seas tonta —se dijo—. Has visto un montón de torsos desnudos.» Los mozos de los mercados llevaban poco más que un pantalón corto bajo el calor veraniego. Nunca se había sentido incómoda por eso.
«No —respondió una voz en el fondo de su mente—, pero esos mozos habrían tenido un efecto distinto en ti si te hubieras sentido atraída por alguno de ellos.»
Exhaló un suspiro. Quería sacudirse esa sensación, pues complicaba las cosas más de lo necesario. Inspiró profundamente y soltó el aire despacio. Por una vez deseaba ponerse en marcha, para centrar toda su atención en cruzar el accidentado terreno de las montañas.
Oyó unos pasos tras ella. Al levantar la mirada, vio, para su alivio, que él volvía a estar completamente vestido.
—Bien, vámonos —dijo Akkarin.
La chica se puso de pie y lo siguió ladera abajo. Tal como esperaba, la caminata pareció despejarle la mente. Descendieron deprisa, por la ruta más directa hacia los ichanis y su luz. Poco más de una hora después, Akkarin aminoró el paso y se detuvo. Tenía los ojos fijos en un punto lejano.
—¿Qué ocurre? —preguntó Sonea.
—Lorlen se ha puesto el anillo —dijo él tras una larga pausa.
—¿O sea, que no lo lleva puesto siempre?
—No. Por el momento, es un secreto. Sarrin ha leído los libros, y si viera el anillo sabría qué es. Por lo general, Lorlen solo se lo pone un par de veces por la tarde —reanudó la marcha—. Ojalá tuviera un poco de cristal —murmuró—. Fabricaría un anillo para ti.
Sonea asintió, aunque en el fondo se alegraba de que Akkarin no tuviera vidrio a mano. Un anillo de sangre habría revelado pensamientos demasiado íntimos. Mientras no consiguiera superar esa absurda atracción que sentía hacia él, no quería que Akkarin supiera qué ocurría dentro de su cabeza.
Avanzaron despacio. Unos cientos de pasos más adelante, él se llevó el dedo a los labios. Continuaron caminando, muy lentamente, haciendo altos frecuentes para que Akkarin comprobara la dirección del viento. Sonea vio un resplandor entre dos rocas que tenían delante, y supieron que habían llegado.
Unas voces apagadas se hicieron más audibles a medida que Akkarin y Sonea se acercaban a las rocas. Se detuvieron y se agazaparon detrás de ellas. La primera voz que oyó la joven era masculina y hablaba con un acento marcado.
—… tenía más posibilidades que yo, con un yil.
—Es una chica lista —respondió la mujer—. ¿Por qué no tienes uno, Parika?
—Tuve uno. El año pasado adquirí una esclava. Ya sabes cómo se comportan las nuevas. Intentó huir, y cuando el yil la encontró, ella lo mató. Por suerte el bicho le había destrozado las piernas, así que no llegó muy lejos.
—¿La mataste?
—No —el tono de Parika denotaba resignación—. Aunque ganas no me faltaron. Cuesta mucho encontrar buenos esclavos. Ella ya no puede correr, así que no da tantos problemas.
La mujer emitió un débil gruñido.
—Todos dan problemas, incluso cuando son leales. O eso o son idiotas.
—Pero necesarios.
—Hummm. Detesto viajar sola, sin nadie a mi servicio —comentó la mujer.
—Aunque es más rápido.
—Esos kyralianos habrían sido un lastre para mí. Casi me alegro de no haberlos encontrado. No me agrada la idea de tener magos prisioneros.
—Son débiles, Avala. No te habrían causado el menor dolor de cabeza.
—Menos dolores de cabeza me causarían muertos.
A Sonea un escalofrío le recorrió la espalda, y se le puso la carne de gallina. De pronto deseó irse lo más lejos posible de aquel lugar y lo más deprisa posible. No era una sensación cómoda, teniendo en cuenta que los dos poderosos magos que querían verla muerta se hallaban a solo una docena de pasos largos.
—Él los quiere con vida.
—¿Por qué no les da caza él mismo?
El ichani soltó una risita.
—Seguramente se muere de ganas, pero no se fía de los demás.
—Yo tampoco me fío de él, Parika. Tal vez nos envió en busca de los kyralianos para quitarnos de en medio.
El hombre no contestó. Sonea oyó el débil frufrú de unas ropas al rozarse, seguido por unas pisadas.
—Hice lo posible por encontrarlos —aseguró Avala—. No dejaré que me excluyan. Voy a volver con los demás. Si quiere a esos dos, que los capture él —hizo una pausa—. ¿Y tú qué vas a hacer?
—Regresar al Paso del Sur —respondió Parika—. Volveremos a vernos pronto, de eso estoy seguro.
Avala dejó escapar otro débil gruñido.
—Buena caza, entonces.
—Buena caza.
Sonea oyó pasos que se alejaron poco a poco. Akkarin la miró y movió la cabeza en la dirección de la que habían llegado. Ella lo siguió despacio y en silencio, alejándose de las rocas. Cuando habían recorrido unos cientos de pasos, el mago aceleró la marcha. En vez de caminar ladera arriba, enfiló hacia el sur.
—¿Adónde vamos? —murmuró Sonea.
—Al sur —contestó Akkarin—. Avala estaba ansiosa por reunirse con los demás, como si temiera perderse algo. Si va a regresar a donde está Kariko, mientras Parika se dirige al Paso del Sur, es de suponer que Kariko pretende entrar por el Paso del Norte.
—Pero han dicho que pronto volverían a verse.
—En Kyralia, con toda probabilidad. Hemos tardado cuatro días en llegar hasta aquí, y a Avala le llevará el mismo tiempo regresar. Si nos damos prisa, podemos llegar al Paso del Sur antes que Parika. Esperemos que no esté vigilado por otros ichanis.
—¿De modo que vamos a volver a Kyralia?
—Sí.
—¿Sin la autorización del Gremio?
—Sí. Entraremos en Imardin clandestinamente. Si me piden ayuda, quiero estar lo bastante cerca para actuar con rapidez. Pero nos queda un largo camino. Guarda tus preguntas para otro momento. Debemos sacar ventaja a Parika esta noche.
—Creo que no recibiremos nada más —dijo Lorlen. Soltó las manos de Balkan y de Vinara y se reclinó en su asiento. Mientras las manos de estos dos se separaban a su vez de las de Sarrin, los tres magos clavaron los ojos en Lorlen.
—¿Por qué no nos había hablado de ese anillo? —preguntó Sarrin.
Lorlen se quitó la sortija y la depositó sobre el escritorio, frente a sí. La contempló por unos instantes y suspiró.
—No sabía qué debía hacer con este anillo —dijo—. Es un instrumento de magia negra, pero no representa el menor peligro y es nuestro único medio seguro de comunicarnos con Akkarin.
Sarrin cogió el anillo y lo examinó, procurando no tocar la piedra.
—Una gema de sangre —dijo—. Utiliza una magia extraña. Permite a su creador acceder a la mente del portador. El creador ve y oye lo mismo que el portador, y asimila lo que este piensa.
Balkan arrugó el entrecejo.
—A mí no me parece un objeto mágico tan inofensivo. Él puede enterarse de todo lo que usted sabe.
—No puede penetrar en mi mente —repuso Lorlen—, solo leer mis pensamientos superficiales.
—Eso podría tener consecuencias nefastas si por algún motivo usted pensara en algo que él no debe saber —el guerrero hizo una mueca de disgusto—. Creo que no debería volver a ponerse ese anillo, Lorlen.
Los demás negaron con la cabeza. Lorlen asintió de mala gana.
—Muy bien. Si todos opinan lo mismo…
—Yo sí —respondió Vinara.
—Sí, y yo también —terció Sarrin, dejando el anillo sobre el escritorio—. ¿Qué debemos hacer con él?
—Guardarlo en algún lugar sin que lo sepa nadie más que nosotros cuatro —dijo Balkan.
—¿Dónde?
Lorlen empezó a sentirse alarmado. Si guardaban el anillo bajo llave, más valía que fuera en un sitio al que pudiesen acceder con rapidez si necesitaban contactar con Akkarin.
—¿En la biblioteca?
Balkan asintió despacio.
—Sí. En el armario donde se guardan los libros y los planos viejos. Lo pondré allí de camino hacia mis aposentos. Por lo pronto… —Miró a los demás, uno tras otro, y luego añadió—: Analicemos esta conversación que Akkarin nos ha transmitido. ¿Qué conclusiones podemos extraer de ella?
—Que Sonea está viva —contestó Vinara—, que ella y Akkarin han oído a una mujer llamada Avala y a un hombre llamado Parika mantener un diálogo sobre un tercer hombre.
—¿Kariko? —aventuró Lorlen.
—Es posible —dijo Balkan—. No han llegado a mencionar su nombre.
—Qué poca consideración —masculló Sarrin.
—Esos dos, a quienes no hemos visto en ningún momento, han hablado de esclavos, así que por lo menos ese dato sobre ellos es verdad —observó Vinara.
—También han dicho algo de que iban a la caza de unos kyralianos.
—¿Sonea y Akkarin?
—Seguramente. A menos que se trate de una artimaña urdida por Akkarin —dijo Balkan—. Tal vez ha contratado a esas dos personas para que tengan esa conversación y así poder transmitírnosla.
—Entonces ¿por qué era tan impreciso el mensaje? —preguntó Sarrin—. ¿Por qué no les pidió que mencionaran a Kariko o su intención de invadir Kyralia?
—Estoy seguro de que tiene sus razones —Balkan bostezó y acto seguido se disculpó por ello.
Vinara fijó en él una mirada penetrante.
—¿Ha dormido desde que regresó?
El guerrero se encogió de hombros.
—Un poco —miró a Lorlen de reojo—. La reunión con el rey se prolongó hasta altas horas de la noche.
—¿Sigue planteándose la posibilidad de pedir a alguno de nosotros que aprenda magia negra? —preguntó Sarrin.
Balkan suspiró.
—Sí. Prefiere eso a ordenar a Akkarin que vuelva. El depuesto Gran Lord demostró que no es de fiar al infringir las leyes del Gremio y quebrantar su juramento.
—Pero si uno de nosotros aprendiera magia negra, también estaría incumpliendo la ley y el Juramento de los Magos.
—No si hacemos una excepción.
Sarrin no parecía conforme.
—No deben hacerse excepciones en lo que concierne a la magia negra —opinó.
—Pero tal vez no tengamos alternativa. Podría ser nuestra única forma de defendernos de los ichanis. Si a uno de nosotros le cedieran energía voluntariamente cien magos todos los días, al cabo de solo dos semanas ese mago sería lo bastante poderoso para luchar contra diez ichanis.
Sarrin se estremeció.
—No se le debería permitir a nadie acumular tanto poder.
—El rey conoce su opinión al respecto —dijo Balkan—. Por eso considera que usted sería el mejor candidato.
Sarrin miró al guerrero, horrorizado.
—¿Yo?
—Sí.
—No podría. Tengo… tendré que negarme.
—¿Va a desobedecer a su rey? —preguntó Lorlen—. ¿Y a quedarse cruzado de brazos mientras el Gremio y toda Imardin caen en poder de un puñado de magos bárbaros?
Sarrin contempló el anillo, muy pálido.
—No sería una carga fácil de llevar —dijo Lorlen tranquilamente—, y no conviene asumirla a menos que estemos seguros de que no hay otra salida. Los espías partirán dentro de unos días. Es de esperar que descubran, de una vez por todas, si Akkarin dijo o no la verdad.
Balkan asintió.
—Deberíamos pensar en enviar refuerzos al Fuerte, también. Si la conversación que Akkarin ha escuchado a escondidas es auténtica, parece indicar que esa mujer va a reunirse con un grupo de ichanis en el norte.
—¿Y qué hay del Paso del Sur? —preguntó Vinara—. Parika iba a regresar allí.
Balkan se quedó pensativo.
—Tendré que reflexionar sobre eso. No es tan fácil de defender como el Fuerte, pero de lo que han dicho infiero que hay una concentración más grande en el norte. Deberíamos mantener vigilado el camino al Paso del Sur, por lo menos.
El guerrero bostezó de nuevo. Era evidente que estaba luchando contra el cansancio. Lorlen captó una mirada significativa de Vinara.
—Es tarde —dijo—. ¿Nos reunimos aquí temprano para discutir el asunto? —Los demás asintieron—. Gracias por venir con tanta prontitud. Nos vemos mañana.
Mientras el trío se ponía de pie y le deseaba unas buenas noches, Lorlen no podía librarse de cierta sensación de desencanto. Había esperado que Akkarin les mostrara algo que probase la veracidad de su historia. La conversación entre los sachakanos no había revelado gran cosa, si bien había puesto de manifiesto algunas de las deficiencias del sistema de defensa de Kyralia.
Pero se habían llevado el anillo, y con él su único vínculo con Akkarin.