21. Un camino peligroso

Día noveno del quinto mes.

Esta mañana, un desprendimiento de tierras que se había producido sobre el camino nos obligó a detenernos. Los sirvientes se han pasado el día cavando, pero me temo que no podremos reanudar la marcha hasta mañana. He subido a la cima de un promontorio. Las montañas forman ahora una línea oscura sobre el horizonte. Al dirigir la mirada al frente, veo una sucesión de colinas polvorientas que se extiende hacia el norte. El páramo parece no tener fin. Ahora entiendo por qué los mercaderes de Kyralia no hacen muchos negocios con Sachaka. Es un viaje largo y penoso, y, según Riko, es más fácil para los sachakanos comerciar con las tierras situadas al nordeste. Además, no se fían del Gremio, por supuesto…

Unos golpes en la puerta interrumpieron a Rothen. Suspiró, bajó el libro y proyectó su voluntad para abrir. Dannyl entró; una arruga de preocupación destacaba en su frente.

—Dannyl —dijo Rothen—, ¿te apetece un poco de sumi?

El embajador cerró la puerta, se acercó al sillón de Rothen y lo miró fijamente.

—¿Te ofreciste voluntario para ir a Sachaka?

—Ah —Rothen cerró el libro y lo depositó sobre la mesa—. Así que te lo han contado.

—Sí —Dannyl parecía no encontrar las palabras que buscaba—. Iba a preguntarte por qué, pero no hace falta. Vas a ir en busca de Sonea, ¿verdad?

Rothen se encogió de hombros.

—En cierto modo —señaló un sillón—. Siéntate. Hasta yo me siento incómodo al verte desde tan abajo.

Dannyl tomó asiento y fijó la mirada en Rothen, por encima de la mesa.

—Me sorprende que los magos superiores te dieran su aprobación. Deben de haber comprendido que encontrar a Sonea podía llegar a ser más importante para ti que averiguar si los ichanis existen.

Rothen sonrió.

—Sí, es algo que han tenido en cuenta. Les he dicho que si tuviese que elegir entre salvar a Sonea y cumplir con la misión, optaría por salvar a Sonea. Han aceptado esa condición porque tengo más posibilidades de convencerla de volver… y porque no soy el único espía.

—¿Por qué no me habías hablado de esto?

—No me he ofrecido voluntario hasta esta mañana.

—Pero seguro que la idea ya te rondaba antes por la cabeza.

—Solo desde anoche. Al ver cómo lidiabas con Garrel, llegué a la conclusión de que en realidad no necesitas mi ayuda —afloró a sus labios otra sonrisa—. Tal vez mi apoyo, pero no mi ayuda. Sonea, sin embargo, sí que necesita mi ayuda. Hacía mucho tiempo que no podía hacer nada por ella, y por fin tengo esa oportunidad.

Dannyl asintió, pero no parecía muy contento.

—¿Y si la historia de Akkarin resultara cierta? ¿Y si fueras a parar a una tierra dominada por magos negros? Dijo que en Sachaka matarían a todo mago del Gremio que se atreviese a entrar.

Rothen se puso muy serio. Sería una misión peligrosa. La posibilidad de topar con los magos que Akkarin había descrito lo asustaba bastante.

Por otro lado, si los ichanis no existían, Akkarin debía de tener una buena razón para inventárselos. Tal vez lo había hecho simplemente para que el Gremio le perdonara la vida. Quizá formaba parte de un engaño más elaborado. En ese caso, estaría ansioso por ocultar la verdad. Tal vez él era el mago negro que estaba dispuesto a matar al primer mago del Gremio que pusiera un pie en Sachaka.

Pero sin duda confiaba en que el Gremio investigaría la veracidad de sus declaraciones. Al contarles esa historia se estaba asegurando de que enviarían espías a Sachaka. Rothen frunció el ceño. ¿Y si Akkarin había urdido ese cuento para poder dar caza a los magos que viajasen a Sachaka y matarlos de uno en uno con el fin de arrebatarles su fuerza?

—¿Rothen?

Alzando la vista, Rothen esbozó una sonrisa irónica.

—Sé que será peligroso, Dannyl. No vamos a entrar en Sachaka como unos incautos, vestidos con túnicas y exhibiendo nuestros poderes mágicos. Haremos lo posible por pasar inadvertidos —señaló el libro—. Se han realizado copias de todas las crónicas de viajes a Sachaka para que las estudiemos. Interrogaremos a los mercaderes y a sus sirvientes. Nos entrenará un espía profesional, enviado por el rey, que nos enseñará a hablar y a comportarnos como aldeanos.

A Dannyl se le escapó una sonrisa.

—A Sonea esto le parecería divertido.

Rothen sintió una punzada de dolor.

—Sí. Se lo habría parecido, en otra época —suspiró—. Bien, háblame de tu reunión con los magos superiores. ¿Te han hecho alguna pregunta incómoda?

Dannyl no esperaba ese cambio de tema.

—Unas cuantas. Creo que no ven a Tayend con buenos ojos, aunque eso no es ninguna sorpresa.

—No —convino Rothen. Escrutó el rostro de Dannyl—. Pero tú sí lo ves con buenos ojos.

—Es un buen amigo —Dannyl miró a Rothen fijamente, con una expresión de desafío apenas perceptible—. ¿Se supone que debo evitarlo a partir de ahora?

Rothen se encogió de hombros.

—Ya sabes qué murmuraría la gente si no lo hicieras. Pero no puedes dejar que los chismorreos te amarguen la vida, y Elyne es Elyne. Todo el mundo sabe que las normas sociales son diferentes allí.

Dannyl enarcó ligeramente las cejas.

—Sí. Lo que se considera prudente aquí puede considerarse una descortesía allí.

—¿Al final querías una taza de sumi o no?

Dannyl sonrió y asintió.

—Sí, gracias.

Rothen se puso de pie, dio un paso hacia el pequeño armario en el que guardaba las tazas y las hojas de sumi, y se paró en seco.

A todos los magos. ¡Préstenme atención!

Rothen se quedó perplejo al oír la voz mental de Lorlen.

Toda comunicación mental debe cesar a partir de ahora, salvo en caso de emergencia. Si no pueden evitar conversar por este sistema, tengan cuidado con la información que revelan. Si escuchan a otro mago comunicarse mentalmente, por favor, pónganle al corriente de esta restricción.

—Bueno —dijo Dannyl al cabo de un momento—. Detesto decirlo, teniendo en cuenta la misión que estás a punto de emprender, pero hay algo que cada día me preocupa más.

—¿Qué te preocupa?

—Que lo que dijo Akkarin sea cierto.

Mientras Cery volvía a llenar la copa a Savara, ella se puso rígida y adoptó una expresión distante.

—¿Qué ocurre? —preguntó él.

Savara parpadeó.

—Tu Gremio ha tomado su primera buena decisión.

—¿Ah, sí?

Ella sonrió.

—Una orden de que dejen de conversar de mente a mente.

Cery se sirvió vino hasta el borde de la copa.

—¿Les ayudará en algo esa medida?

—Les habría ayudado si la hubieran tomado hace una semana —hizo un gesto de indiferencia y cogió su copa—. Pero es estupendo que los ichanis ya no puedan enterarse de los planes del Gremio.

—Tú tampoco podrás.

Savara se encogió de hombros.

—No. Pero eso ya no importa.

Cery la observó con detenimiento. Ella había encontrado en algún sitio un vestido confeccionado con una tela fina y suave teñida de morado intenso que le sentaba a las mil maravillas. El color contrastaba con su piel. Cuando miraba a Cery, sus ojos despedían un brillo cálido y dorado.

Pero en ese momento esos ojos miraban al suelo, y sus expresivos labios formaban una línea muy delgada.

—Savara.

—No me pidas que me quede —alzó la vista y lo miró directamente a la cara—. Tengo que irme. Me debo a mi pueblo.

—Yo solo…

—No puedo quedarme —se puso de pie y comenzó a pasearse por la habitación—. Ojalá pudiera. ¿Estarías dispuesto a venir conmigo a mi país, sabiendo lo que espera al tuyo? No. Tienes que proteger a tu gente, y yo tengo…

—¡Yep! ¡Déjame hablar, mujer!

Savara se interrumpió y le sonrió avergonzada.

—Perdona. Anda, continúa.

—Solo quería decirte que entiendo tus razones. Preferiría que te quedaras, pero no impediré que te vayas —le dedicó una sonrisa traviesa—. Apuesto a que no tendría la menor posibilidad de impedírtelo de todos modos.

La joven arqueó las cejas e hizo un ademán en dirección a la mesa.

—Pero me has invitado a cenar para intentar convencerme de que me quede.

Cery sacudió la cabeza.

—Solo quería darte las gracias por tu ayuda. Además, tenía que compensarte por no haberte dado la oportunidad de cargarte a uno de esos esclavos.

Savara hizo un mohín.

—Para eso haría falta algo más que una cena.

Cery soltó una risita.

—¿En serio? Hummm… ¿Sabes?, a los ladrones no nos gusta romper tratos. ¿Me perdonarías si te compensara de alguna otra manera?

Los ojos de Savara relampaguearon y su sonrisa adquirió un matiz de picardía.

—Oh, ya pensaré algo —se le acercó, se inclinó hacia él y lo besó—. Hummm, esto me inspira alguna que otra idea.

Cery sonrió, le rodeó la cintura y la atrajo hacia sí hasta sentársela en las rodillas.

—¿Seguro que no puedo convencerte de que te quedes? —preguntó en voz baja.

Savara ladeó la cabeza, pensativa.

—Tal vez una noche más.

El camino que se adentraba en Sachaka estaba oscuro y silencioso. Akkarin solo había dirigido la palabra a Sonea una vez, para advertirle que no creara una luz y que se limitase a hablar en susurros. Desde entonces, no se oía otro sonido más que el de sus pasos y el ulular lejano del viento muy por encima de ellos.

Ella bajó la vista hasta sus botas, lo único que le quedaba de su uniforme de aprendiz. ¿Los reconocerían los ichanis? Pensó en preguntar a Akkarin si convenía que se deshiciera de ellas, pero la perspectiva de caminar descalza en aquel terreno frío y rocoso no la seducía mucho.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Sonea empezó a ver con mayor claridad el trecho de camino que tenían delante. Dos paredes verticales de roca se alzaban a ambos lados, con curvas y pliegues como los de unas cortinas gruesas. Al levantar la mirada, vio que se alzaban varios cientos de pasos hacia el cielo, aunque cada vez eran más bajas.

Tras varios recodos, la pared de la izquierda finalizaba abruptamente, y un vasto paisaje se abría ante ellos. Se detuvieron a contemplar la tierra que se extendía allí abajo.

Desde la falda de las montañas hasta el resplandor del horizonte no se apreciaba más que una densa oscuridad. Ante los ojos de Sonea, el resplandor se hizo más intenso. Apareció una fina franja blanca que empezó a ensancharse hacia arriba. La luz inundó el paisaje mientras la luna —ya no del todo llena— escapaba lentamente del horizonte. Las montañas comenzaron a brillar como trozos de plata de contornos irregulares. Las crestas se hundían en la llanura como las gruesas raíces de un árbol. Las rocas dejaban paso a un terreno yermo y desolado. En algunas zonas, el agua de las montañas había erosionado el suelo, formando grietas retorcidas y con ramificaciones que llegaban hasta donde alcanzaba la vista. A lo lejos se divisaban unas colinas extrañas en forma de media luna, como ondas de un estanque congeladas en el tiempo.

Era el páramo de Sachaka.

Sonea sintió que una mano la agarraba del brazo. Sorprendida, dejó que Akkarin la arrastrase hasta la sombra de la pared.

—Podrían vernos —murmuró—. Tenemos que abandonar el camino.

Dirigió la mirada al frente y pensó que aquello era imposible. El camino torcía a la derecha, excavado en la ladera. Unas paredes de piedra empinadas, casi verticales, se alzaban a ambos lados.

La mano de Akkarin seguía sujetándole el brazo. Sonea se percató de que el corazón le latía a toda prisa, y no solo a causa del miedo. Sin embargo, en ese momento él mantenía la vista fija en el barranco que se erguía sobre ellos.

—Esperemos que no haya vigías allí arriba —comentó Akkarin.

La soltó y retrocedió por el camino dando grandes zancadas. Sonea lo siguió. Cuando llegaron a un punto en el que la pared de la izquierda ocultaba casi por completo la de la derecha, giró sobre sus talones y la aferró por los hombros.

Al adivinar lo que él iba a hacer, Sonea tensó las piernas. En efecto, empezaron a elevarse, de pie sobre un disco de magia. De pronto fue muy consciente de lo cerca que estaba de Akkarin y se obligó a apartar la mirada.

Él detuvo su ascenso cerca de la cima para echar un vistazo sobre el borde de la pared. Tras comprobar que no había nadie en los alrededores, levitó por encima de la cresta y se posó junto con Sonea sobre la superficie de roca.

Ella miró en torno a sí, temerosa. La pendiente no era tan pronunciada como la pared de piedra de abajo, pero no dejaba de ser aterradoramente escarpada. Las fisuras y formaciones rocosas deformaban el terreno, mientras que en otras partes el suelo era tan liso que Sonea dudaba que pudieran cruzarlo sin resbalar ladera abajo. ¿Cómo iban a abrirse camino sin más luz que la de la luna?

Akkarin empezó a avanzar con cuidado a través de la pendiente. Sonea respiró hondo y echó a andar tras él. A partir de ese momento, se concentró exclusivamente en escalar o rodear peñascos, saltar sobre grietas y mantener el equilibrio sobre la peligrosa pendiente. Perdió toda noción del tiempo. Lo más fácil era seguir a Akkarin sin pensar más que en superar el siguiente obstáculo.

La luna se encontraba mucho más alta en el cielo, y la joven se había sanado varias veces los músculos de sus cansadas piernas, cuando Akkarin por fin se detuvo en lo alto de una cresta. En un principio Sonea supuso que había avistado al otro lado una grieta especialmente ancha o alguna otra dificultad, pero al fijarse en él, advirtió que estaba mirando algo situado detrás de ella.

De repente, la asió de los brazos y la obligó a agazaparse. A Sonea el corazón le dio un vuelco.

—Mantente agachada —indicó en tono apremiante. Se volvió hacia atrás—. Podríamos resultar visibles contra el cielo.

Ella se puso en cuclillas a su lado, con el pulso acelerado. Akkarin escrutó el terreno a sus espaldas y señaló la accidentada pendiente que habían atravesado. Sonea buscó con la mirada algo que no hubiera estado allí antes. Al no ver nada especial, sacudió la cabeza.

—¿Dónde?

—Detrás de esa roca en forma de muluk —musitó Akkarin—. Espera un momento… Allí está.

Sonea percibió un movimiento a unos quinientos o seiscientos pasos de donde se encontraban; una sombra escurridiza. Saltaba y corría por la ladera con una agilidad fruto de la práctica.

—¿Quién es?

—Uno de los aliados de Kariko, sin duda —farfulló Akkarin.

«Un ichani —pensó Sonea—. Tan pronto. No podemos enfrentarnos a uno todavía. Akkarin no ha recuperado aún la suficiente fuerza.» El corazón le latía demasiado rápido, y sentía náuseas a causa del miedo.

—Tenemos que caminar deprisa —dijo Akkarin—. Le llevamos una hora de ventaja. Hay que incrementarla.

Avanzó agachado por la cresta hasta donde una placa de piedra se solapaba con otra, dejando un espacio estrecho entre ambas. Se coló por el hueco, se enderezó y se dirigió casi corriendo a la otra ladera. Sonea lo siguió a toda prisa, arreglándoselas para no perder el equilibrio pese a que las piedras oscilaban y rodaban bajo sus botas.

Tuvo que aguzar todos sus sentidos para no quedarse rezagada. Akkarin rodeaba rocas con agilidad, cruzaba a paso ligero pendientes recubiertas de piedras resbaladizas y saltaba sobre las simas con que se encontraba sin apenas reducir la marcha. Cada paso ponía a prueba los reflejos y el sentido del equilibrio de Sonea.

Cuando Akkarin se detuvo de nuevo, a la sombra de una roca enorme y redonda, la joven estuvo a punto de darse de bruces contra él. Al ver que volvía a mirar hacia atrás, Sonea se giró para localizar a su perseguidor. Lo avistó al cabo de un instante. Para su disgusto, advirtió que el hombre no estaba más lejos que antes.

«Cuando menos no está más cerca tampoco», se dijo para consolarse.

—Ha llegado el momento de darle esquinazo —murmuró Akkarin.

Caminó alrededor de la roca, y Sonea aguantó la respiración al ver la profunda grieta que se abría a sus pies. Había unos veinte pasos desde donde estaban hasta el otro lado, pero la garganta se ensanchaba hasta formar un precipicio abrupto cuyo fondo se perdía en la oscuridad.

—Me dirigiré hacia la izquierda durante una media hora y luego hacia el borde. Él supondrá que hemos bajado por el barranco. Tú levita hasta el otro lado y luego avanza en paralelo a las montañas. Ve por la sombra siempre que puedas, aunque eso te haga avanzar más despacio.

Sonea asintió. Dio media vuelta y se adentró en la noche. Por un momento la asaltó un miedo terrible a quedarse sola, pero respiró hondo y lo desterró de su mente.

Se puso de pie, creó un disco de magia y se elevó en el aire. Mientras flotaba sobre la sima, bajó la vista. Era muy profunda. Fijó la mirada en el otro lado de la grieta hasta que llegó allí. Cuando sus pies volvieron a posarse sobre tierra firme, suspiró aliviada. Nunca la habían asustado las alturas, pero al lado de aquel precipicio, los edificios más altos de la ciudad habrían parecido los escalones de la escalinata de la entrada a la universidad.

A partir de entonces, se centró en avanzar por la escarpada ladera. Ir por la sombra le resultó increíblemente fácil. Aunque tenía la luna justo sobre su cabeza, la erosión había formado en la pendiente peldaños gigantescos. Bajar por el más cercano parecía la opción más lógica, por lo que descendió por el que había más abajo.

Por otro lado, al mantenerse en las sombras no tenía una buena visibilidad. Más de una vez estuvo a punto de caer en un agujero o en una grieta. Tras saltar y trotar durante un rato que le pareció interminable, alzó la mirada y vio que la luna estaba rozando las cumbres que se elevaban sobre ella.

Sintió de nuevo una punzada de miedo al darse cuenta del tiempo que había transcurrido desde que Akkarin la había dejado. Repasó mentalmente lo que él le había dicho que haría. Si había avanzado un cuarto de hora por la orilla izquierda del barranco y otro cuarto de hora de vuelta hacia la roca, debía de llevar media hora de retraso respecto a ella. ¿Y si Akkarin se había equivocado en sus cálculos? ¿Y si solo llevaban media hora de ventaja al perseguidor, y no una hora? Akkarin podría haberse encontrado con el ichani junto a la grieta.

Se percató de que había bajado el ritmo, y se esforzó por ir más deprisa. Akkarin no estaba muerto. Si lo hubiesen capturado, la habría llamado mentalmente y le habría advertido que continuara corriendo. Pero ¿y si la había engañado para que se separase de él? «No seas tonta —se dijo—. No te abandonaría a merced de los ichanis.»

A menos que… A menos que hubiese hecho de señuelo para apartar al perseguidor de ella, para salvarla, aun sabiendo que el ichani lo atraparía y lo mataría.

Se detuvo y miró hacia atrás. El terreno se curvaba en torno a la montaña, por lo que la chica solo alcanzaba a ver lo que había a unos pocos pasos por detrás de ella. Suspirando, se obligó a seguir adelante. «No hagas cábalas —se ordenó—. Concéntrate.»

Repitió esas palabras en su mente hasta que se convirtieron en una salmodia. Al cabo de un rato, se sorprendió a sí misma articulándolas con los labios. El ritmo la impulsaba hacia delante, paso a paso. De pronto, al rodear una peña a gran velocidad, se encontró frente a un abismo.

Sonea echó los brazos hacia los lados y consiguió aferrarse a la peña, balancearse hacia ella y evitar la caída.

El corazón le palpitaba a toda prisa mientras se apartaba del borde. Un enorme precipicio se interponía en su camino. Jadeando de miedo y cansancio, contempló la pared del otro lado e intentó decidir qué hacer a continuación. Podía levitar hasta allí, pero entonces se expondría a que la descubrieran.

El sonido de unos pasos que se acercaban rápidamente por detrás fue la única advertencia. Se disponía a volverse cuando algo chocó contra su espalda y una mano le tapó la boca para ahogar su grito. Sonea cayó hacia delante, por encima del borde del precipicio.

Entonces la magia la envolvió, y ella notó que su descenso se ralentizaba. Al mismo tiempo, reconoció un aroma que le resultaba familiar.

Akkarin.

Sus brazos la sujetaron con fuerza. Giraron en el aire y empezaron a elevarse. Pasaron volando a toda velocidad junto a la pared rugosa y agrietada del barranco, y apareció una abertura grande y negra. Se internaron en ella.

Sus pies pisaron un suelo irregular, y cuando Akkarin la soltó, Sonea se tambaleó, agitando los brazos. Logró apoyar una mano en una pared y recobrar el equilibrio. Se sentía mareada y aturdida, y tuvo que reprimir el extraño impulso de reír.

—Dame tu energía —dijo Akkarin, una sombra en la oscuridad, con voz apremiante e imperiosa.

Sonea se esforzó por recuperar el control sobre su respiración.

—Yo…

—¡Vamos! —insistió él—. Los ichanis pueden percibirla. Deprisa.

Ella le tendió las manos. Los dedos de Akkarin rozaron los suyos y se cerraron en torno a sus muñecas. Tras cerrar los ojos, Sonea le envió un flujo constante de energía. Cuando empezó a comprender la importancia de lo que Akkarin le había dicho, aumentó el flujo hasta que un torrente de energía manó de ella.

—Basta, Sonea.

Abrió los ojos, y la extenuación se apoderó de ella.

—Me has dado demasiada —observó él—. Te has agotado.

—A mí no me sirve de nada —repuso Sonea, bostezando.

—¿Ah, no? ¿Y cómo piensas seguir adelante? —Akkarin exhaló un suspiro—. Supongo que podría sanarte, pero… quizá deberíamos quedarnos aquí. Si él hubiese visto por dónde nos íbamos, ya nos habría dado alcance. Y hace días que no dormimos.

Sonea se estremeció y alzó la vista.

—¿Tan cerca ha llegado a estar de mí?

—Sí. Yo he seguido un camino distinto del vuestro, para poder vigilarlo. Me he dado cuenta de que él no te perdía el rastro ni por un momento, pero que a mí no me detectaba a pesar de que he cruzado tu trayectoria varias veces. Luego me he acercado lo bastante para observarlo y, al fijarme en su forma de actuar, he comprendido que percibía tu presencia. Entonces me he esforzado y he descubierto que yo también la percibía. Como no estás acostumbrada a acumular más energía de la cuenta, estabas dejando una estela que escapaba a tu control.

—Ah.

—Por fortuna, he conseguido alcanzarte justo cuando has llegado a este barranco. Si hubiera tardado un instante más, te habría encontrado él.

—Ah.

—Tú dormirás aquí, mientras yo monto guardia.

Sonea suspiró, aliviada. Ya estaba rendida antes de ceder toda su fuerza a Akkarin. Apareció un globo de luz diminuto, que les reveló que la grieta se extendía hacia el interior de la pared de roca. La base estaba cubierta de todo tipo de piedras. Sonea, que ansiaba tumbarse a dormir, contempló el suelo, frustrada.

Cuando encontró una zona relativamente plana, apartó algunas de las rocas, rellenó algunos huecos con piedras más pequeñas y se acostó. No resultaba muy cómodo. Sonrió con ironía al recordar que, hacía ya mucho tiempo, había dormido en el suelo de la habitación libre de Rothen, porque no estaba acostumbrada a las camas blandas.

Akkarin se sentó cerca de la entrada. Cuando su globo de luz parpadeó y se apagó, Sonea se preguntó cómo iba a dormir sabiendo que allá arriba había un ichani buscándola.

Pero la fatiga suavizó los bordes afilados de la roca y atenuó su miedo, hasta que todas las preocupaciones que la acuciaban se disiparon.