En cuanto Lorlen anunció otra pausa para deliberar, Dannyl se acercó a toda prisa a Rothen. Había visto a su amigo reaccionar a la confesión de Sonea como si literalmente hubiera recibido un golpe. Ahora Rothen estaba cabizbajo.
Cuando Dannyl llegó a su lado, le apoyó una mano en el hombro.
—Vosotros dos no dejáis de sorprenderme —dijo Dannyl apaciblemente—. ¿Por qué no me contaste la verdadera razón por la que perdiste la tutela de Sonea?
Rothen meneó la cabeza.
—No podía. Él habría… Bueno, supongo que ya lo ha hecho —miró a Sonea y suspiró—. Es culpa mía. Fui yo quien la convenció en un principio de que ingresara en el Gremio.
—No, no es culpa tuya. Tú no podías prever todo esto.
—No, pero la animé a dudar de sus creencias cuando llegó aquí. Le enseñé a ver más allá para aceptar su lugar entre nosotros. Seguramente ella hizo lo mismo por… por…
—¿Y si todo lo que hemos oído hoy fuera cierto? Entonces ella habría tenido una buena razón para hacer lo que hizo.
Rothen alzó la mirada, visiblemente abatido.
—¿Qué más da? Ella misma acaba de condenarse a muerte.
Dannyl escrutó la sala y se fijó en la expresión de los magos superiores y después en la del rey. Parecían recelosos e inquietos. Luego miró a Sonea y a Akkarin. Ella tenía la espalda erguida y una actitud de determinación, aunque no había manera de saber si era fingida o no. El Gran Lord parecía… contenido. Al observarlo con mayor detenimiento, Dannyl percibió cierta ira en el modo en que apretaba la mandíbula.
«No entraba en sus planes que Sonea desvelase tanta información», reflexionó Dannyl.
A pesar de ello, Sonea y él se encontraban cerca el uno del otro, a solo unos pasos de distancia. Dannyl asintió para sí.
—No estoy tan seguro de eso, Rothen.
Una vez que los magos superiores regresaron a sus asientos, se pusieron a comentar las impresiones de los miembros de sus respectivas disciplinas. Lorlen escuchó con atención.
—A muchos el testimonio de Akkarin les resulta difícil de creer —dijo Vinara—, pero algunos han señalado que si él hubiese querido justificar sus actos con una historia inventada, seguramente se le habría ocurrido algo más convincente.
—Mis guerreros tampoco las tienen todas consigo —intervino Balkan—. Dicen que no podemos pasar por alto la posibilidad de que esté diciendo la verdad y Sachaka esté planeando atacarnos. Tenemos que seguir investigando hasta esclarecer este asunto.
Sarrin asintió.
—Sí, mi gente opina lo mismo. Muchos han preguntado si los libros contienen información que nos sería útil para defendernos de una eventual agresión. Me temo que no. Si Akkarin dice la verdad, tal vez le necesitemos.
—A mí también me gustaría interrogar a Akkarin más a fondo —dijo Balkan—. En circunstancias normales, yo solicitaría que permaneciera bajo arresto hasta que se demostrara si lo que ha declarado es cierto.
—No hay forma de mantenerlo preso de un modo eficaz —le recordó Vinara.
—No —Balkan frunció los labios y miró a Lorlen—. ¿Cree que él estaría dispuesto a colaborar?
Lorlen no estaba seguro de ello.
—Hasta ahora ha colaborado —respondió al fin.
—Eso no significa que vaya a continuar haciéndolo —observó Vinara—. Hasta donde sabemos, podríamos estar haciendo todo lo que él quiere. Tal vez se volvería más reacio a colaborar si siguiéramos un camino distinto.
Sarrin parecía contrariado.
—Si pretendiera someternos por la fuerza, ya lo habría intentado —dijo.
—Es evidente que no es eso lo que quiere —convino Balkan—, aunque toda esta historia sobre magos sachakanos podría ser una argucia para confundirnos y ganar tiempo.
—¿Ganar tiempo para qué? —preguntó Sarrin.
Balkan se encogió de hombros.
—No tengo la menor idea.
—Pero no podemos dejarlo en libertad —dijo Vinara con firmeza—. Akkarin ha reconocido sin reparos haber practicado magia negra. Aunque no haya cometido los asesinatos, no podemos mostrarnos tolerantes con alguien que desde su posición ha infringido una de nuestras leyes más estrictas. Akkarin debe recibir un castigo ejemplar.
—La pena para su delito es la ejecución —recordó Sarrin—. ¿Seguiría usted colaborando si supiera que ese iba a ser su castigo?
—Y sin duda tampoco accederá de buen grado a que intentemos restringir sus poderes… —Vinara suspiró—. ¿Hasta qué punto es poderoso, Balkan?
El guerrero meditó unos instantes.
—Depende. ¿Está diciendo la verdad? Ha declarado que un mago negro con diez esclavos podría llegar a tener la fuerza de cientos de magos del Gremio en cuestión de semanas. Hace ocho años que regresó, aunque asegura que no empezó a utilizar la magia negra sino hasta hace cinco. Cinco años es mucho tiempo para fortalecerse, incluso con la energía de un solo sirviente… y, recientemente, de Sonea.
—Durante ese período ha luchado contra nueve esclavos —añadió Sarrin—. Sin duda eso lo ha debilitado en cierta medida.
Balkan asintió.
—Tal vez no sea tan fuerte como nos tememos. Si miente, sin embargo, la situación podría ser mucho peor. Podría llevar más tiempo fortaleciéndose. Podría haber estado matando gente en la ciudad. Por no hablar de lord Jolen, su familia y su servidumbre —Balkan suspiró—. Aunque yo estuviera seguro de su sinceridad y de su fuerza, hay otro factor que nos hace imposible predecir lo que ocurriría si recurriésemos a la fuerza.
—¿Qué factor? —preguntó Vinara.
Balkan se volvió hacia su izquierda.
—Observen a Sonea con atención. ¿Lo perciben?
Todas las miradas se posaron en la aprendiz.
—Fuerza —dijo Sarrin.
—Sí —dijo Balkan—. Una fuerza enorme. Ella aún no ha aprendido a ocultarla como él. —Se detuvo un instante—. Ha dicho que Akkarin le estaba enseñando magia hace dos noches. No sé cuánto tiempo requiere este tipo de entrenamiento, pero, según él, aprendió lo esencial en una sola lección. Sonea no irradiaba esa fuerza hace una semana, cuando realizó unas prácticas en la Arena. Estoy seguro de que, de lo contrario, yo la habría percibido. Creo que esa mujer a quien ella admite haber matado fue la causa de su súbito incremento de fuerza. Sonea no se habría vuelto tan poderosa en una noche matando a una mujer común y corriente.
Contemplaron de nuevo a la aprendiz, pensativos y en silencio.
—¿Por qué ha intentado Akkarin encubrir la implicación de Sonea? —se preguntó Sarrin en voz alta.
—¿Y por qué ha decidido ella revelarla? —agregó Vinara.
—Tal vez Akkarin quería asegurarse de que alguien con capacidad de plantar cara a los sachakanos permaneciera con vida —apuntó Sarrin. Frunció el ceño—. Eso parece indicar que la información contenida en los libros no es suficiente.
—Quizá solo pretendía protegerla —aventuró Vinara.
—Lord Balkan —dijo una voz nueva.
El guerrero alzó la vista, sorprendido.
—¿Sí, majestad?
Todos los rostros se volvieron hacia el rey, que estaba inclinado sobre el respaldo del sillón vacío del Gran Lord, con una mirada penetrante en sus ojos verdes y brillantes.
—¿Cree que el Gremio está en condiciones de expulsar a Akkarin de las Tierras Aliadas?
Balkan reflexionó durante unos segundos.
—Sinceramente, no lo sé, majestad. Aun si lo consiguiéramos, agotaría las energías de casi todos nuestros magos. Y si esos magos sachakanos existen, seguramente aprovecharían la ocasión para invadirnos.
El joven rey caviló sobre aquello.
—Administrador Lorlen, ¿cree que obedecerá si se le conmina a abandonar las Tierras Aliadas?
Lorlen lo miró fijamente, desconcertado.
—¿Os referís… a desterrarlo?
—Sí.
Los magos superiores intercambiaron miradas reflexivas.
—El territorio más cercano que no forma parte de las Tierras Aliadas es Sachaka —señaló Balkan—. Si su testimonio es veraz…
Lorlen arrugó el entrecejo y se llevó las manos a los bolsillos. Sus dedos tocaron el anillo.
¿Akkarin?
¿Sí?
¿Estás dispuesto a aceptar el exilio?
¿Y no tener que luchar para escapar? Lorlen captó un deje de ironía. Esperaba algo mejor.
Siguió un silencio.
Akkarin, ya sabes adónde os enviarían.
Sí.
¿Debo intentar convencerlos de que os lleven a otro sitio?
No. Tendrían que mandarme lejos de Kyralia. Los magos que me escoltarían hasta allí hacen más falta aquí, para defender Kyralia en caso de que los ichanis inicien una invasión.
Guardó silencio de nuevo. Lorlen echó un vistazo a los otros magos, que lo miraban, expectantes.
Akkarin, el rey espera una respuesta.
De acuerdo. Intenta persuadirlos de que mantengan a Sonea aquí.
Veré qué puedo hacer.
—Supongo que no nos queda otra posibilidad que intentar convencer a Akkarin de que se marche pacíficamente —dijo Lorlen—. La alternativa, si desean evitar un enfrentamiento, es permitir que se quede aquí como prisionero.
El rey se mostró conforme.
—Mantener cautivo a un hombre a quien no podemos controlar sería una temeridad, pero, como ha dicho lady Vinara, hay que aplicarle un castigo ejemplar. Por otro lado, es necesario investigar y confirmar esa supuesta amenaza por parte de Sachaka. Si se demuestra que Akkarin ha dicho la verdad y es de fiar, podemos ir en su busca y pedirle consejo.
—Me gustaría hacer algunas preguntas más a Akkarin —dijo Balkan con expresión grave.
—Puede hacérselas camino de la frontera —dijo el rey en tono severo, clavando en él los ojos.
Los demás se miraron con preocupación, pero nadie abrió la boca para protestar.
—¿Puedo decir algo, majestad?
Todos se volvieron hacia Rothen, que estaba al pie de la escalera.
—Adelante —respondió el rey.
—Gracias —Rothen inclinó la cabeza brevemente y luego pasó la vista de un mago superior a otro—. Os pido que tengáis en consideración lo joven e impresionable que es Sonea cuando la juzguéis. Llevaba un tiempo siendo su prisionera. No sé cómo logró persuadirla Akkarin de que se uniese a él. Es obstinada y de buen corazón, pero cuando la convencí de que ingresara en el Gremio, la animé a superar su desconfianza hacia los magos. Tal vez eso la ha llevado a dejar de lado sus recelos hacia Akkarin —esbozó una sonrisa—. Creo que cuando caiga en la cuenta de que él la ha engañado, los remordimientos de Sonea serán mucho más implacables que cualquier castigo que podamos imponerle.
Lorlen miró al rey y vio que este asentía con la cabeza.
—Tendré en cuenta sus palabras, lord…
—Rothen.
—Gracias, lord Rothen.
Rothen hincó una rodilla en el suelo, se enderezó y se retiró. El monarca lo observó alejarse, tamborileando con los dedos en el respaldo del sillón de Akkarin.
—¿Cómo creen que reaccionará la aprendiz del Gran Lord cuando su tutor se exilie?
Sonea estaba sumida en un silencio profundo.
Los guerreros que los rodeaban a ella y a Akkarin los habían encerrado en una barrera que impedía que penetraran sonidos procedentes de la sala. Ella había observado a los magos cuando se habían reunido en grupos para debatir. Tras una larga pausa, los magos superiores habían regresado a sus asientos y habían entablado una discusión acalorada.
Akkarin dio un pequeño paso hacia ella, sin mirarla.
—Has elegido un momento inoportuno para desobedecer, Sonea.
La joven se sintió intimidada al percibir la ira en su voz.
—¿De verdad creíais que iba a dejar que os ejecutaran?
Él tardó un buen rato en responder.
—Necesito que te quedes aquí y sigas luchando.
—¿Cómo voy a hacer eso con el Gremio vigilando todos mis movimientos?
—Es mejor tener pocas posibilidades que no tener ninguna. Como mínimo, podrán acudir a ti como último recurso.
—Si contaran conmigo, ni siquiera se plantearían dejaros con vida —replicó Sonea—. No dejaré que me usen como excusa para mataros.
Akkarin empezó a volverse hacia ella, pero se detuvo porque el sonido había regresado de pronto. Lorlen, en pie, había hecho sonar un gong.
—Ha llegado el momento de dictaminar si Akkarin, de la familia Delvon y la Casa de Velan, Gran Lord del Gremio de los Magos, y Sonea, su aprendiz, son culpables de los delitos de los que se les acusa.
Extendió una mano. Un globo de luz apareció encima de Sonea y flotó hacia el techo. Los otros magos superiores lo imitaron, y tras ellos el resto de los magos, hasta que el resplandor de cientos de globos de luz inundaba el Salón Gremial.
—¿Consideran a Akkarin, de la familia Delvon y la Casa de Velan, culpable del asesinato de lord Jolen, su familia y sus sirvientes?
Varios de los globos se tornaron rojos lentamente, pero la mayor parte siguió siendo blanca. Los magos superiores permanecieron largo rato con la mirada levantada, y Sonea se percató de que estaban contando los globos. Cuando bajaron la vista de nuevo hacia Lorlen, cada uno de ellos negó con la cabeza.
—La mayoría ha emitido un voto negativo —declaró Lorlen—. ¿Consideran a Akkarin, de la familia Delvon y la Casa de Velan, culpable de buscar conocimientos de magia negra, así como de aprenderla, practicarla y, además de las acusaciones anteriores, de matar con ella?
De inmediato todos los globos adquirieron un color rojizo. Lorlen no esperó a que los magos superiores los contaran.
—La mayoría ha emitido un voto afirmativo —anunció Lorlen—. ¿Consideran a Sonea, aprendiz del Gran Lord, culpable de buscar conocimientos de magia negra y, además de la acusación anterior, de aprenderla, practicarla y matar con ella?
Los globos rojos no cambiaron de color. Lorlen asintió despacio.
—La mayoría ha emitido un voto afirmativo. La pena que prescribe la ley para este delito es la ejecución. Los magos superiores hemos discutido la idoneidad de este castigo a la luz de las justificaciones alegadas, suponiendo que sean ciertas. Preferiríamos aplazar el fallo hasta que la validez de estas justificaciones quede demostrada, pero, dada la naturaleza del delito, creemos que deben tomarse medidas de inmediato —al cabo de unos instantes, añadió—: Hemos decidido castigar a Akkarin condenándolo al destierro.
Un murmullo recorrió la sala mientras los presentes deliberaban. Sonea oyó algunas protestas débiles, pero ningún mago alzó la voz para discutir.
—Akkarin, de la familia Delvon y la Casa de Velan, ya no eres persona grata en las Tierras Aliadas. Serás escoltado al país no aliado más cercano. ¿Aceptas esta sentencia?
Akkarin alzó la vista hacia el rey e hincó una rodilla en el suelo.
—Sí, si es la voluntad del rey.
El soberano arqueó las cejas.
—Lo es —dijo.
—Entonces me marcharé.
La sala enmudeció mientras Akkarin se ponía en pie de nuevo. Lorlen exhaló un suspiro audible. Se dirigió a la aprendiz.
—Sonea. Los magos superiores hemos decidido ofrecerte una segunda oportunidad. Permanecerás aquí entre nosotros con las siguientes condiciones: debes jurar que jamás volverás a utilizar la magia negra; a partir de este momento no estás autorizada a abandonar los terrenos del Gremio, y jamás se te permitirá adiestrar a otros. ¿Aceptas esta sentencia?
Sonea fijó la vista en Lorlen con incredulidad. El Gremio había desterrado a Akkarin y en cambio a ella la había perdonado, pese a que los dos habían cometido el mismo delito.
Claro que, bien mirado, no era lo mismo. Akkarin era el líder, y su crimen cobraba tintes más graves porque se esperaba de él que representara los valores del Gremio. Ella no era más que una joven impresionable; una chica de las barriadas, fácil de corromper. Creían que Akkarin la había llevado por el mal camino, mientras que él había abrazado la magia negra por su propia voluntad. En realidad, ella había decidido aprenderla libremente, y él, por el contrario, se había visto obligado.
Así pues, dejarían que ella continuara gozando de las comodidades y la seguridad temporal del Gremio, y en cambio expulsarían a Akkarin de las Tierras Aliadas al país no aliado más próximo, que era… Se quedó sin aliento.
Sachaka.
De pronto, sintió que se ahogaba. Iban a ponerlo en manos de sus enemigos. Sin duda sabían que si su testimonio era verdadero, eso supondría su muerte.
«Pero, de ese modo, no tendrán que arriesgarse a librar una batalla que podrían perder.»
—Sonea —repitió Lorlen—. ¿Aceptas esta sentencia?
—No.
La sorprendió la rabia en su propia voz. Lorlen la observó consternado y luego miró a Akkarin.
—Quédate —dijo este a Sonea—. No tiene sentido que los dos nos marchemos.
«Si vamos a Sachaka, no —pensó ella—. Pero tal vez juntos tendríamos una posibilidad de sobrevivir.» Podría ayudarlo a fortalecerse. Si se marchaba solo se debilitaría cada vez más. Aferrándose a esa tenue esperanza, se volvió hacia él.
—Prometí a Takan que cuidaría de vos. Tengo la intención de mantener esa promesa.
Akkarin entornó los ojos.
—Sonea…
—No me digáis que os estorbaré —masculló ella, consciente de los numerosos testigos presentes—. Eso no me ha detenido antes ni me detendrá ahora. Sé adónde van a enviaros. Iré con vos, lo deseéis o no. —Se dirigió a los demás, en voz muy alta para que la oyeran—. Si van a desterrar al Gran Lord Akkarin, tendrán que desterrarme a mí también. Luego, cuando entren ustedes en razón, quizá él siga con vida y pueda echarles una mano.
El salón quedó en silencio. Lorlen fijó la vista en ella y luego en los magos superiores. Sonea podía leer la frustración y la sensación de derrota en sus rostros.
—¡No, Sonea! ¡Quédate aquí!
Ella sintió que se le encogía el pecho al oír aquella voz. Se obligó a posar los ojos en Rothen, al fondo de la sala.
—Lo siento, Rothen —dijo—, pero no voy a quedarme.
Lorlen respiró hondo.
—Sonea, solo puedo darte una oportunidad más. ¿Aceptas esta sentencia?
—No.
—Entonces debe saberse a lo largo y ancho de las Tierras Aliadas que Akkarin, de la familia Delvon y la Casa de Velan, hasta este momento Gran Lord del Gremio de los Magos, y Sonea, hasta este momento aprendiz del Gran Lord, serán desterrados por los delitos de aprender magia negra, practicarla y matar con ella.
Lorlen se volvió hacia lord Balkan y dijo algo en una voz inaudible para los demás. A continuación, bajó de su asiento, se dirigió a grandes zancadas al círculo de guerreros y se detuvo a un paso de Akkarin. Extendió los brazos y aferró la túnica negra con ambas manos. Sonea oyó que la tela se rasgaba.
—Quedas expulsado, Akkarin. Jamás vuelvas a entrar en mis tierras.
Akkarin sostuvo la mirada a Lorlen, pero no dijo una palabra. El administrador dio media vuelta y se acercó a Sonea. La miró a los ojos por un momento, luego bajó la vista, le agarró la manga y se la desgarró de un tirón.
—Quedas expulsada, Sonea. Jamás vuelvas a entrar en mis tierras.
Lorlen giró sobre sus talones y se alejó con paso decidido. Sonea contempló el desgarrón en su manga. No era muy grande; apenas tan largo como un dedo. Había sido un gesto pequeño, pero terminante.
Los magos superiores se pusieron en pie y procedieron a descender de las gradas de asientos. A Sonea se le cayó el alma a los pies cuando lord Balkan entró en el círculo y se acercó a Akkarin. Mientras le rasgaba la túnica negra y pronunciaba las palabras rituales, el resto de los magos superiores formó una línea tras él, y ella comprendió que aguardaban su turno.
Balkan se aproximó, y ella hizo un esfuerzo por no desviar la vista mientras el guerrero le rompía la túnica al tiempo que decía la frase ritual. Tuvo que armarse de determinación para mirar a los ojos a Balkan y a cada uno de los magos que lo siguieron.
Cuando los magos superiores terminaron el ritual, Sonea suspiró aliviada. El resto del Gremio se levantó de sus asientos. En vez de salir por las puertas del Salón Gremial, se acercaron a Akkarin de uno en uno.
Por lo visto, tendría que soportar aquella ceremonia de rechazo muchas, muchas veces más.
Constatar esto causó inquietud a Sonea. Tuvo que apelar a toda su fuerza de voluntad para dar la cara. Permaneció inmóvil mientras los magos que habían sido sus profesores se acercaban a desgarrarle la túnica con expresión de desaprobación o decepción. Lady Tya pronunció las palabras rituales en voz apenas audible y se alejó a toda prisa. Lord Yikmo dirigió a Sonea una mirada escrutadora y sacudió la cabeza con tristeza. Al final quedaban solo unos pocos magos. La joven alzó la vista cuando penetraron en el círculo, y sintió un vacío en el estómago.
Eran Rothen y Dannyl.
Su antiguo tutor se acercó lentamente a Akkarin. Lo miró fijamente, con los ojos encendidos de ira, hasta que los labios de Akkarin se movieron. Sonea no alcanzó a oír lo que decía, pero el fuego en la mirada de Rothen se apagó. Rothen murmuró una respuesta, y Akkarin asintió con la cabeza. Con el ceño fruncido, Rothen alargó la mano para rasgarle la túnica. Pronunció las palabras rituales y mantuvo la vista baja mientras recorría la corta distancia que lo separaba de ella.
A Sonea se le hizo un nudo en la garganta. Rothen tenía la cara demacrada y surcada por profundas arrugas. Alzó hacia ella sus ojos azules, brillantes y llorosos.
—¿Por qué, Sonea? —preguntó con voz ronca.
Ella notó que las lágrimas le asomaban a los ojos. Los cerró con fuerza y tragó saliva.
—Pretenden enviarlo a una muerte segura.
—¿Y tú?
—Dos pueden sobrevivir donde uno solo no puede. El Gremio tiene que descubrir la verdad por sí mismo. Cuando eso ocurra, volveremos.
Rothen inspiró profundamente y dio un paso hacia ella para abrazarla.
—Cuídate, Sonea.
—Lo haré, Rothen —apenas si logró pronunciar su nombre.
Rothen se apartó de ella. Mientras se alejaba, Sonea cayó en la cuenta de que él no le había desgarrado la túnica. Notó que un hilillo de humedad le resbalaba por la mejilla y se apresuró a secárselo mientras Dannyl se situaba ante ella.
—Sonea.
Se obligó a levantar la vista hacia él. Dannyl le sostuvo la mirada.
—Conque sachakanos, ¿no?
Ella movió la cabeza afirmativamente, sin atreverse a hablar.
Dannyl frunció los labios.
—Tendremos que estudiar el asunto —le dio unas palmaditas en el hombro y dio media vuelta. La chica lo vio dirigirse hacia donde estaba Rothen.
En ese momento otra cosa atrajo su atención: los guerreros que los rodeaban a ella y a Akkarin estrecharon el círculo para llevar a cabo el ritual. Cuando terminaron, Sonea miró en torno a sí y descubrió que los magos se habían colocado en dos filas frente a las puertas del Salón Gremial. Detrás de ellos estaban los aprendices. Fue un alivio para ella que no participasen en el ritual. Encontrarse frente a frente con Regin en esa situación habría resultado… interesante.
Los magos superiores formaron una segunda rueda alrededor de la Guardia de Guerreros, con Lorlen a la cabeza. El administrador echó a andar hacia las puertas de la sala, seguido por esa doble escolta, pasó junto a las dos filas de magos y salió del Salón Gremial en dirección a los portones de la universidad.
Frente al edificio había un círculo de caballos sujetos por mozos de cuadra. Dos monturas aguardaban en el centro. Akkarin se aproximó a ellos, con Sonea a la zaga. Mientras él montaba de un salto sobre la silla de uno de los caballos, ella se quedó mirando al otro con aire vacilante.
—¿Te han entrado dudas sobre tu decisión?
Al volverse, Sonea vio a lord Osen de pie detrás de ella, con las riendas de su cabalgadura en la mano.
Sonea sacudió la cabeza.
—No, lo que pasa es que… nunca he montado a caballo.
Lord Osen miró al torrente de magos que salía de los portones situados a su espalda, y movió el caballo de Sonea de manera que ellos no pudieran verlos.
—Pon una mano en la parte delantera de la silla, y la punta de tu bota izquierda aquí —dijo.
Cogió el estribo y lo sujetó con firmeza. Sonea siguió sus indicaciones y, de algún modo, consiguió subir a la silla.
—No te preocupes mucho por guiarlo —añadió Osen—. Seguirá a los demás.
—Gracias, lord Osen.
Él la miró y asintió con la cabeza antes de apartarse y montar sobre su caballo.
Desde su nueva atalaya, Sonea contempló la multitud de magos aglomerados delante del Gremio. Los magos superiores se habían colocado en una hilera a lo largo del escalón más bajo de la entrada a la universidad, excepto lord Balkan, que se había unido a la Guardia de Guerreros a caballo. Sonea buscó al rey con la vista, pero este brillaba por su ausencia.
Lorlen avanzó despacio hacia Akkarin, quien alzó la mirada y sacudió la cabeza.
—Esto es una especie de segunda oportunidad para ti, Akkarin. Aprovéchala bien.
Akkarin se quedó mirándolo durante unos instantes.
—Tú también, amigo mío, aunque me temo que tendrás que enfrentarte a problemas peores que yo. Ya hablaremos de nuevo.
Lorlen le dedicó una sonrisa desvaída.
—Estoy seguro de ello.
Se alejó para regresar a su sitio entre los magos superiores, e hizo una seña con la cabeza a Balkan. El guerrero espoleó a su caballo y el resto de la escolta lo siguió.
Cuando la montura de Sonea empezó a moverse, ella se aferró al arzón de la silla. Posó los ojos en Akkarin y vio que mantenía la mirada fija en las Puertas del Gremio. Después de atravesarlas, Sonea se volvió con sigilo para echar un último vistazo a la universidad, que se alzaba imponente y majestuosa entre los otros edificios del Gremio.
Una punzada de tristeza y remordimiento la pilló por sorpresa.
«No era consciente de hasta qué punto este sitio se había convertido en mi hogar. ¿Viviré para volver a verlo algún día?»
«¿O tal vez —añadió una voz más pesimista en su mente— cuando vuelva no encontraré más que un montón de escombros?»