16. La vista


Lo primero que pensó Sonea cuando abrió los ojos fue que Viola no había ido a despertarla y que llegaría tarde a clase. Pestañeó para disipar las brumas del sueño. Notó arena entre los dedos y vio que la rodeaba la pared de piedra de la Cúpula, tenuemente iluminada.

El hecho de que se hubiera dormido la asombró. Lo último que recordaba de la noche anterior era que yacía en la oscuridad, dando vueltas y vueltas a lo ocurrido durante el día. Había necesitado toda su fuerza de voluntad para no llamar a Akkarin mentalmente con el fin de preguntarle si debía revelar algo al Gremio, o simplemente para saber dónde se encontraba, si lo estaban tratando bien… o si aún vivía.

En sus peores momentos de incertidumbre, no podía desterrar de su mente la idea de que tal vez el Gremio ya lo hubiese juzgado, sin informarla. En el pasado, el Gremio había sido aterradoramente expeditivo en su determinación de erradicar la magia negra de las Tierras Aliadas. Aquellos magos que llevaban muertos tanto tiempo habrían ejecutado a Akkarin sin demora.

«Y a mí…» Se estremeció al pensarlo.

De nuevo deseó poder hablar con Akkarin. El Gran Lord le había dicho que informaría al Gremio sobre los ichanis. ¿Pretendía reconocer asimismo que había aprendido magia negra? ¿Tenía la intención de revelarles que ella también la había aprendido?

¿O iba a negar haber utilizado la magia negra? Quizá confesaría su propia falta, pero aseguraría que Sonea no había hecho nada malo.

Aunque eso no era cierto. Sonea no pudo evitar que una imagen fugaz de la ichani muerta cruzara su mente, acompañada por sensaciones intensas pero contradictorias.

«Eres una asesina», la acusó una voz en su cabeza.

«Tuve que hacerlo —replicó para sus adentros—. No tenía elección. Ella me habría matado.»

«Pero lo habrías hecho de todos modos —contestó su conciencia—, aunque hubieras tenido elección.»

«Sí, para proteger al Gremio. Para proteger Kyralia —arrugó el entrecejo—. A todo esto, ¿desde cuándo tengo tantos remilgos respecto a matar? Habría matado sin vacilar si me hubiesen atacado en las barriadas. De hecho, es posible que lo hiciera entonces… porque no sé si aquel matón que me sacó a rastras de la calle sobrevivió a mi puñalada.»

«Eso es distinto. En esa época no sabías usar la magia», advirtió su conciencia.

Suspiró. No podía evitar pensar que, dadas las ventajas que le daban sus poderes mágicos, tendría que haber salido del apuro sin matar a nadie. Pero la ichani también había utilizado la magia.

«Había que pararle los pies. El azar quiso que yo estuviera en una posición adecuada para detenerla. No me arrepiento de haberla matado, solo de haberme visto obligada a ello.»

Su conciencia se quedó callada.

«Sigue atormentándome —le pidió—. Prefiero eso a matar sin sentirme mal al respecto.»

Nada.

«Fantástico —sacudió la cabeza—. Tal vez esa vieja superstición sobre el Ojo sea cierta. No solo mantengo conversaciones conmigo misma, sino que me niego a hablar conmigo. Deben de ser los primeros síntomas de la locura.»

Un sonido procedente del exterior devolvió su atención al sitio donde se encontraba. Sonea se incorporó y vio que los guardias guerreros se apartaban y que lord Osen se detenía frente a la entrada. Un globo de luz apareció sobre su cabeza, iluminando aquel recinto esférico.

—La Vista está a punto de comenzar, Sonea. Vengo a escoltarte hasta el Salón Gremial.

De pronto Sonea notó que el corazón le latía a toda velocidad. Se levantó, se sacudió la arena de la túnica y se encaminó hacia la puerta. Osen retrocedió para dejarla pasar.

Un tramo corto de escalera conducía a otra puerta abierta. Ella se detuvo al ver al círculo de magos que la esperaban al otro lado. Su escolta estaba integrada por sanadores y alquimistas. Supuso que los guerreros y los magos más poderosos del Gremio estarían custodiando a Akkarin.

Fijaron la mirada en Sonea mientras caminaba hasta el centro del círculo. Al reparar en sus expresiones de sospecha y desaprobación, sintió que se ruborizaba. Cuando se dio la vuelta, vio que sus dos guardias guerreros habían completado el círculo. Osen pasó por un hueco abierto momentáneamente en la barrera que mantenían en torno a ella.

—Sonea —dijo—. Tu tutor está acusado de asesinato y de practicar la magia negra. Como aprendiz suya, se te interrogará para determinar qué sabes respecto a estas cuestiones. ¿Entiendes?

La joven tragó saliva para humedecerse la garganta.

—Sí, milord.

Lord Osen hizo una pausa.

—A raíz del descubrimiento de libros sobre magia negra en tu habitación, también se te acusará de interesarte por esos conocimientos.

De modo que a ella también la juzgarían.

—Entiendo —respondió.

Osen asintió. Se volvió hacia los jardines que se extendían junto a la universidad.

—Pasemos, pues, al Salón Gremial.

La escolta los siguió mientras Osen la guiaba hasta el sendero que recorría la universidad. Los jardines estaban desiertos y en ellos reinaba una calma inquietante. Solo sus pisadas y el gorjeo ocasional de un pájaro rompían el silencio. Sonea pensó en las familias de los magos y en los sirvientes que vivían en la zona. ¿Los habían desalojado, por si Akkarin intentaba apoderarse del Gremio?

Cuando la escolta estaba a punto de llegar a la parte delantera de la universidad, Osen se paró en seco. Los magos que los rodeaban intercambiaron miradas de preocupación. Sonea comprendió que estaban escuchando una comunicación mental, y aguzó sus sentidos.

… dice que no entrará hasta que Sonea esté aquí, envió Lorlen.

¿Qué debemos hacer?, preguntó Osen.

Esperar. Ya lo decidiremos.

Sonea sintió un ligero alivio. Akkarin se negaba a entrar en el Gremio sin ella. Quería que estuviese allí. Sin embargo, Osen y la escolta estaban tensos y ansiosos, pues era evidente que temían la posible reacción de Akkarin si Lorlen rehusaba su petición. No tenían idea de lo poderoso que era el Gran Lord.

De repente Sonea se dio cuenta de algo. «Yo tampoco.»

Mientras esperaban, intentó calcular la fuerza de Akkarin. Había absorbido energía de ella y de Takan dos semanas antes de su pelea con la ichani. Sonea ignoraba por completo cuán fuerte era él antes de eso, pero sin duda el combate había disminuido sus reservas de magia considerablemente. Quizá seguía teniendo una fuerza varias veces mayor a la de cualquier mago del Gremio, pero ella dudaba que fuera lo bastante poderoso para enfrentarse a todos a la vez.

«¿Y a mí?»

Era consciente de que su fuerza había aumentado mucho desde que había arrebatado su energía a la ichani, pero no tenía forma de saber hasta qué punto. Supuso que no era tan poderosa como Akkarin, quien ya estaba venciendo a la ichani antes de que Sonea interviniese, lo que significaba que la mujer debía de ser más débil de entrada. La energía que Sonea le había quitado no podía ser tan grande como la que Akkarin tenía acumulada.

A menos que la ichani hubiese fingido debilidad por algún motivo…

Traedla.

Lorlen no parecía muy contento. Osen emitió un débil gruñido de disgusto y reanudó la marcha. La escolta lo siguió. A medida que se acercaban a la parte delantera de la universidad, el corazón de Sonea empezó a latir de nuevo a toda velocidad, pero esa vez debido a la expectación.

Una multitud de magos pululaba frente a la fachada del edificio. Cuando la escolta de Sonea apareció, se volvieron para mirarla y se hicieron a un lado para dejarles subir la escalinata.

Akkarin estaba de pie en el centro del vestíbulo de entrada. Sonea se estremeció al verlo. El Gran Lord curvó la comisura de los labios en una media sonrisa característica cuando la avistó. Ella estuvo a punto de devolverle la sonrisa, pero se reprimió al advertir la expresión tensa de los magos que lo circundaban.

El vestíbulo estaba atestado de gente. La escolta de Akkarin constaba de más de cincuenta magos, casi todos ellos guerreros. La gran mayoría de los magos superiores estaba presente. Parecían nerviosos y enfadados. Lord Balkan tenía una expresión sombría.

Lorlen avanzó un paso para situarse frente a Akkarin.

—Podéis entrar juntos —dijo, en un tono amenazador—, pero debéis permanecer a distancia el uno del otro.

Akkarin asintió, y acto seguido se volvió e hizo a Sonea señas de que se acercara. Ella se quedó estupefacta cuando su escolta se apartó para dejarla pasar.

Un murmullo recorrió el vestíbulo cuando ella entró en el círculo de magos que rodeaban a Akkarin. Se detuvo junto a él, pero lo bastante lejos para que no pudieran tomarse de la mano. Akkarin miró a Lorlen y sonrió.

—Bien, administrador. Es hora de que intentemos aclarar este malentendido —dio media vuelta y echó a andar por el pasillo en dirección al Salón Gremial.

Rothen nunca se había sentido tan enfermo. El día anterior había sido uno de los más largos de su vida. Temía los resultados de la Vista, y al mismo tiempo estaba impaciente por que empezara. Necesitaba oír las excusas de Akkarin para saber qué había impulsado a Sonea a infringir la ley. Deseaba ver a Akkarin castigado por lo que le había hecho a ella. Por otro lado, no quería ni pensar en el momento en que se anunciaría el castigo de Sonea.

Dos filas de magos atravesaban el Salón Gremial a lo largo. Tras ellos había dos hileras de aprendices preparados para cederles sus fuerzas en caso necesario. Un suave rumor de voces se había levantado en la sala mientras todos esperaban a que diese comienzo la vista.

—Aquí llegan —murmuró Dannyl.

Dos figuras entraron en el vestíbulo. Una de ellas llevaba una túnica negra; la otra la lucía marrón, el color de los aprendices. Akkarin caminaba con su habitual seguridad en sí mismo. Sonea… Rothen sintió una punzada de compasión por ella al ver que no despegaba la vista del suelo y que tenía una expresión temerosa y cohibida.

Los seguían los magos superiores, con semblante receloso y adusto. Cuando Akkarin y Sonea llegaron al fondo de la sala, se detuvieron. A Rothen le agradó ver que Sonea guardaba las distancias con el Gran Lord. Los magos superiores pasaron junto a los dos y formaron una fila frente a los asientos dispuestos de forma escalonada, al frente de la sala. El resto de los magos que escoltaba a los acusados se colocó en círculo en torno a ellos.

Rothen y Dannyl, junto con todos los demás magos y aprendices, se dirigieron a los asientos laterales. Una vez que todos se hubieron sentado, Lorlen hizo sonar un gong pequeño.

—Arrodillaos ante el rey Merin, soberano de Kyralia —ordenó en voz muy alta.

Sonea levantó la vista, sorprendida. Contempló la fila superior de asientos, y el rey apareció junto con dos magos. Una capa de una tela brillante color naranja oscuro con el muluk real bordado en oro le cubría los hombros. Llevaba una enorme media luna dorada en el pecho: el colgante real.

Mientras todos los integrantes del Gremio ponían una rodilla en tierra, Rothen observó a Sonea con atención. Ella miró a Akkarin, y al ver que iba a arrodillarse también, lo imitó. Volvió a alzar la vista hacia el rey.

Él podía adivinar lo que ella estaba pensando. Allí estaba el hombre que ordenaba la Purga un año tras otro, el hombre que, dos años y medio antes, había mandado desalojar a sus parientes y vecinos de sus casas.

El rey paseó la mirada por la sala y luego la fijó en Akkarin con expresión inescrutable. Sus ojos se desviaron hacia Sonea, quien bajó la vista al suelo. Satisfecho, el monarca retrocedió y se sentó.

Tras una pausa, los magos empezaron a enderezarse. Los magos superiores subieron a sus asientos, situados en la fila delantera. Akkarin siguió arrodillado hasta que se impuso de nuevo el silencio. Entonces se irguió.

Lorlen escrutó el salón y asintió.

—Hemos convocado esta Vista hoy para juzgar a Akkarin, de la familia Delvon y la Casa de Velan, Gran Lord del Gremio de los Magos, y a Sonea, su aprendiz. Akkarin está acusado de asesinar a lord Jolen de la Casa de Saril, a su familia y a sus sirvientes, así como de buscar conocimientos sobre magia negra, aprenderla y practicarla. Sonea está acusada de buscar conocimientos sobre magia negra.

»Se trata de delitos de la máxima gravedad. Se someterán a nuestra consideración las pruebas sobre las que se sustenta la acusación. Llamo a declarar al primer orador, lord Balkan, líder de habilidades de guerrero.

Balkan se levantó de su asiento y bajó hasta el suelo. Se colocó de cara al rey e hincó una rodilla en tierra.

—Juro que todo lo que diga durante esta Vista será verdad.

El monarca permaneció impasible y no respondió con el menor gesto a las palabras de Balkan.

El guerrero se enderezó y se volvió hacia los magos reunidos.

—Hace dos noches recibí una llamada débil de lord Jolen. Era evidente que estaba en algún apuro. Como no pude ponerme en contacto con él de nuevo, me acerqué a su residencia familiar.

»Encontré a lord Jolen, y a todos los que vivían en su casa, muertos. Todo hombre, mujer y niño, ya fuera pariente o sirviente, había perecido. Al investigar más a fondo, descubrí pruebas de que el asesino había entrado por la ventana de la habitación de lord Jolen, lo que indicaba, tal vez, que él había sido la primera víctima.

»No examiné los cadáveres para averiguar la causa de la muerte. Dejé que lady Vinara se encargara de ello. Cuando ella llegó, me dirigí al cuartel de la Guardia. Allí me enteré de que el capitán Barran, el guardia que investigaba la reciente oleada de asesinatos cometidos en la ciudad, acababa de interrogar a una testigo del crimen —Balkan hizo una pausa y levantó la mirada hacia Lorlen—. Pero antes de escuchar al capitán Barran, creo que debemos oír las conclusiones de la investigación de lady Vinara.

Lorlen asintió.

—Llamo a declarar a lady Vinara, líder de sanadores.

Lady Vinara se puso de pie y descendió con elegancia. Se dio la vuelta, se arrodilló ante el rey y pronunció el juramento de la verdad. Acto seguido se enderezó y miró al público con gravedad.

—Cuando llegué a la residencia familiar de lord Jolen, examiné los cadáveres de las veintinueve víctimas. Todas presentaban arañazos y contusiones en el cuello, pero ninguna otra herida. No habían sido estrangulados, asfixiados o envenenados. El cadáver de lord Jolen seguía intacto, y este fue el primer indicio que despertó mis sospechas sobre la causa de la muerte. Al examinarlo, descubrí que el cuerpo había sido despojado por completo de energía, lo que me llevó a concluir que o bien lord Jolen había expelido toda su fuerza al morir, o bien se la habían arrebatado. La inspección de los otros cadáveres confirmó la segunda hipótesis. Todos los habitantes de la casa estaban vacíos de energía, y puesto que ninguno de ellos salvo lord Jolen podía agotar sus propias reservas deliberadamente, solo encuentro una explicación para ello —hizo una pausa y adoptó una expresión severa—. Lord Jolen, su familia y sus sirvientes fueron asesinados con magia negra.

La aseveración suscitó un murmullo en la sala. Rothen se estremeció. Era demasiado fácil imaginarse a Akkarin entrando sigilosamente en la casa para acechar a sus víctimas y matarlas. Bajó la vista hacia el Gran Lord, quien observaba a Vinara con serenidad.

—Un examen más detenido del cuerpo de lord Jolen reveló leves marcas de dedos ensangrentados en el cuello —continuó la sanadora, y miró a Akkarin—. También reveló este objeto, que aún aferraba en una mano —se volvió hacia un lado e hizo una seña.

Un mago se acercó, con una caja entre las manos. Vinara la abrió y sostuvo en alto un trozo de tela negra.

El reluciente bordado en oro, aunque incompleto, se reconocía como el incal del Gran Lord. El crujido de la madera y el susurro de las túnicas recorrió la sala cuando los magos se removieron en sus asientos y el rumor de voces se hizo más fuerte.

Vinara plegó el trozo de tela y lo colocó sobre la tapa de la caja antes de devolver ambas cosas a su ayudante, quien se retiró hasta un lado del salón. La sanadora miró a Akkarin, que ahora tenía el entrecejo fruncido, y luego se volvió hacia atrás para dirigir un gesto de asentimiento a Lorlen.

—Llamo a declarar al capitán Barran, investigador de la Guardia —dijo Lorlen.

La sala quedó de nuevo en silencio mientras un hombre con uniforme de la Guardia entró por una puerta lateral, se arrodilló ante el rey y pronunció el juramento. Rothen calculó que el hombre tenía alrededor de veinticinco años. El rango de capitán era elevado para alguien tan joven, pero de vez en cuando se otorgaban cargos de responsabilidad a miembros de poca edad de las Casas si demostraban su talento o laboriosidad.

El capitán se aclaró la garganta.

—Media hora antes de que lord Balkan fuera a verme, una joven entró en el cuartel para declarar que había visto al asesino que había estado asolando esta ciudad durante las últimas semanas.

»Me dijo que regresaba a su hogar después de llevar un pedido de frutas y verduras a una de las casas del Círculo Interno. Todavía llevaba consigo la cesta vacía y un aval de admisión a la zona. Al pasar frente a la casa de la familia de lord Jolen, oyó gritos procedentes del interior. Los gritos cesaron y ella siguió adelante apretando el paso, pero al llegar a la casa de al lado, oyó que una puerta se abría detrás de ella. Se escondió en un portal, desde donde vio salir a un hombre por la puerta del servicio de la residencia familiar de lord Jolen. El hombre vestía una túnica negra de mago con un incal en la manga. Tenía las manos manchadas de sangre y llevaba una daga curva, con piedras preciosas engastadas en la empuñadura.

Los miembros del Gremio prorrumpieron en exclamaciones de espanto. Rothen asintió con la cabeza al recordar la descripción del arma que Sonea había visto usar a Akkarin cuando lo había espiado hacía mucho tiempo. Lorlen levantó una mano y el vocerío se extinguió poco a poco.

—¿Qué hizo usted entonces?

—Anoté el nombre de la testigo y el lugar de trabajo que figuraba en su ficha. Tal y como usted me pidió, la busqué al día siguiente. Su patrón me dijo que ella no se había presentado a trabajar esa mañana y me dio la dirección de su familia. Sus parientes estaban preocupados, ya que tampoco había regresado a su casa la noche anterior.

»Temí que la hubiesen asesinado —prosiguió Barran—. Ese mismo día, unas horas después, encontramos su cuerpo. Al igual que lord Jolen, su familia, sus sirvientes y muchas de las otras víctimas cuya muerte he investigado estas últimas semanas, ella no presentaba heridas, excepto un corte poco profundo —guardó silencio, y sus ojos se desviaron hacia Akkarin, quien permanecía en calma e impávido en apariencia—. Aunque la identifiqué como la testigo, pedimos a la familia que acudiese al cuartel de la Guardia para que lo confirmaran. Nos dijeron que esa mujer no era su hija, pero que la ropa que llevaba era suya. Fue un duro golpe para ellos enterarse de que otra joven muerta que habíamos encontrado, desnuda y aparentemente estrangulada, sí que era su hija. Otro descubrimiento desconcertante fue que la testigo llevaba encima una daga que coincidía con la descripción que ella nos había dado del arma del asesino. Huelga decir que todo esto plantea algunas dudas sobre la integridad de la testigo.

Un murmullo apagado resonó en la sala. El capitán volvió a mirar a Lorlen.

—Eso es todo lo que puedo decirle por ahora.

El administrador se puso de pie.

—Haremos una pausa para examinar las pruebas y deliberar sobre ellas. Lady Vinara, lord Balkan y lord Sarrin me transmitirán sus puntos de vista.

De inmediato la sala se llenó de voces de magos que formaban grupos para discutir y especular. Yaldin se volvió hacia Dannyl y Rothen.

—Tal vez alguien colocó la daga a la testigo después de muerta.

Dannyl sacudió la cabeza.

—Tal vez, pero ¿por qué había de mentir sobre su identidad? ¿Por qué llevaba la ropa de la otra mujer? ¿Había aceptado un soborno a cambio de suplantarla, sin saber que corría el riesgo de que la mataran? Eso significaría que todo estaba preparado de antemano.

—No tiene sentido. ¿Por qué iba Akkarin a urdir un plan para que una testigo lo identificara? —preguntó Yaldin.

Dannyl tomó aire rápidamente.

—Por si había otros testigos. Si la declaración de esta resultaba ser falsa, las de los demás también serían puestas en tela de juicio.

Yaldin rió entre dientes.

—O eso o hay otro mago negro por ahí que quiere que Akkarin cargue con sus culpas. El Gran Lord podría ser inocente.

Rothen negó con la cabeza.

—¿No estás de acuerdo? —preguntó Dannyl.

—Akkarin utiliza la magia negra —dijo Rothen.

—No lo sabes. Han encontrado libros sobre magia negra en sus aposentos —señaló Dannyl—, pero eso no demuestra que la utilice.

Rothen arrugó el ceño. «Sé muy bien que la utiliza —pensó—. Tengo pruebas. Pero… pero no puedo contárselo a nadie. Lorlen me pidió que guardáramos en secreto nuestra implicación en el asunto, y Sonea quiere que ayude a Lorlen.»

De entrada, Rothen había supuesto que el administrador intentaba protegerlos a ambos. Más tarde había comprendido que la posición de Lorlen en el Gremio se vería debilitada si confesaba que estaba enterado del crimen de Akkarin desde hacía años. Si el Gremio llegaba a sospechar que Lorlen había conspirado con Akkarin, perdería la confianza en alguien de quien necesitaba fiarse.

A menos que… ¿Seguía estando Lorlen dispuesto a permitir que declarasen inocente a Akkarin a fin de evitar un enfrentamiento con él? La frente de Rothen se arrugó al tiempo que negaba con la cabeza. Un delito había quedado demostrado más allá de toda duda: tanto Akkarin como Sonea estaban en posesión de libros prohibidos. Eso por sí solo bastaría para que los expulsaran del Gremio. Lorlen no podía evitarlo.

A Rothen se le encogió el estómago. Pensar en la futura expulsión de Sonea resultaba doloroso. Después de todo lo que había tenido que soportar —el temor a que el Gremio quisiera matarla, el estar a punto de perder el control sobre sus poderes, su captura, el chantaje por parte de Fergun, el acoso de los demás aprendices, el convertirse en rehén de Akkarin, la renuncia al afecto de Dorrien—, la joven perdería todo aquello por lo que tanto había luchado.

Inspiró profundamente y se concentró de nuevo en el asunto de las intenciones de Lorlen. Tal vez esperaba que Akkarin aceptara el destierro y se marchase. Por otro lado, si lo condenaban a muerte, parecía obvio que no se mostraría tan dispuesto a colaborar. Y si la amenaza de ejecución empujaba a Akkarin a enfrentarse al Gremio, Sonea seguramente lo ayudaría. Tal vez moriría en el combate. Quizá lo mejor sería que el Gremio los expulsara.

Pero si decidía expulsar a Akkarin, el Gremio estaba obligado a bloquear primero sus poderes. Rothen tampoco creía que el Gran Lord quisiera ceder en eso. ¿Había alguna manera de resolver la situación que no desembocara en un conflicto?

Rothen era vagamente consciente de que Dannyl se había ido a hablar con lord Sarrin. Al parecer, Yaldin se había percatado de que Rothen estaba absorto en sus pensamientos y lo había dejado solo. Al cabo de unos minutos, la voz de Lorlen retumbó en la sala.

—Por favor, vuelvan a sus asientos.

Dannyl reapareció con aire satisfecho.

—¿Te he dicho cuánto me gusta ser embajador?

—Muchas veces —asintió Rothen.

—Ahora la gente me escucha.

Los magos tomaron asiento, y la sala volvió a quedar en silencio. Lorlen bajó la vista hacia el líder de guerreros.

—Emplazo a lord Balkan a continuar.

El guerrero enderezó la espalda.

—Hace dos noches, en vista de la información sobre los asesinatos y las conclusiones de lady Vinara, y tras estudiar las pruebas y la declaración de la testigo, se decidió que era necesario interrogar al Gran Lord. Se me comunicó que en la residencia no había nadie, salvo el sirviente del Gran Lord, así que ordené su registro —miró a Sonea—. El primer descubrimiento inquietante fue el de tres libros de magia negra en la habitación de Sonea. Uno de ellos tenía papelitos entre las hojas, con notas escritas de su puño y letra.

Hizo una pausa, a la que siguió un murmullo de desaprobación. Rothen se obligó a mirar a Sonea; la chica tenía la vista clavada en el suelo y la mandíbula apretada en un gesto de determinación. Rothen pensó en la justificación que ella le había dado: «Para entender al enemigo».

—Proseguimos con el registro, y encontramos que solo había una puerta que no podía abrirse. Estaba protegida con una magia muy fuerte y, al parecer, conducía a una cámara subterránea. El sirviente del Gran Lord aseguró que era una bodega y que no tenía acceso a ella. Lord Garrel le ordenó que accionase el picaporte. Como el hombre se negó, lord Garrel lo agarró de la mano y se la colocó sobre el picaporte.

»La puerta se abrió y entramos en una sala espaciosa. Dentro encontramos un arcón que contenía más libros de magia negra, muchos de ellos bastante antiguos. Algunos los había transcrito el Gran Lord. En uno anotaba los resultados de sus experimentos y del uso de la magia negra. Sobre la mesa… —unos gritos de indignación ahogaron las palabras de Balkan.

Dannyl se volvió hacia Rothen con los ojos desorbitados.

—El uso de la magia negra —repitió—. Ya sabes lo que eso significa.

Rothen asintió. Le costaba respirar. La ley obligaba al Gremio a ejecutar a Akkarin. Lorlen no podría evitar el conflicto.

«Y yo no pierdo nada con intentar evitar que expulsen a Sonea.»

Desde donde se encontraba, Lorlen alcanzaba a ver a los magos; casi todos negaban con la cabeza y agitaban los brazos en ademanes bruscos y vehementes. Solo algunos permanecían quietos y callados, claramente aturdidos por aquella revelación.

Akkarin lo contemplaba todo con tranquilidad.

Lorlen reflexionó sobre el curso que había seguido la Vista hasta ese momento. Tal como esperaba, las noticias del capitán Barran habían llevado a los magos a poner en duda los indicios y la posibilidad de que Akkarin fuese el asesino. Algunos habían preguntado por qué el Gran Lord iba a dejarse ver descaradamente en la calle después de cometer un crimen. Otros habían aventurado que Akkarin había dispuesto que se presentase una testigo que luego quedara desacreditada para que otros posibles testigos perdieran su credibilidad también. Sin embargo, eso no podía demostrarse. Más de un mago había señalado los bordes limpiamente recortados del trozo de tela. Sin duda Akkarin se habría dado cuenta si Jolen le hubiera cortado un pedazo de su túnica. No habría dejado una prueba tan condenatoria en el escenario del crimen.

Lorlen estaba convencido de que no declararían a Akkarin culpable de asesinato si no se hubieran descubierto los libros de magia negra. Pero ahora que el Gremio conocía el secreto de Akkarin, lo consideraría capaz de cualquier cosa. La acusación de asesinato era lo de menos. Si el Gremio se ceñía a sus leyes, votaría a favor de su ejecución.

Lorlen tamborileó con los dedos en el brazo de su asiento. En los cuadernos del Gran Lord aparecían referencias tentadoras a un grupo de magos que practicaban magia negra. A lord Sarrin le preocupaba la posibilidad de que ese grupo existiese todavía. Akkarin había dicho que tenía un buen motivo para hacer lo que había hecho.

Lorlen por fin podría preguntar qué motivo era ese.

Se puso de pie y alzó las manos para pedir silencio. El clamor se apagó con sorprendente rapidez. Lorlen supuso que los magos estaban ansiosos por escuchar el interrogatorio a Akkarin.

—¿Tiene alguien más pruebas que presentar en esta Vista?

Siguió un momento de silencio, interrumpido por una voz procedente de la parte derecha del recinto.

—Yo tengo pruebas, administrador.

La voz de Rothen sonó serena y clara. Todos los rostros de la sala se volvieron hacia el alquimista. Lorlen lo miró, consternado.

—Lord Rothen —dijo de mala gana—. Baje, por favor.

Rothen descendió hasta situarse junto a Balkan. Dirigió la vista hacia Akkarin con una expresión de rabia inequívoca. Al seguir la dirección de su mirada, Lorlen vio que Akkarin tenía los ojos fijos en él. Se llevó la mano al bolsillo y tocó la superficie lisa del anillo.

Le pedí que mantuviera la boca cerrada, dijo Lorlen.

Tal vez no se lo pedisteis con suficiente educación.

Rothen hincó una rodilla en tierra y pronunció el juramento de la verdad. Luego se puso de pie y miró a los magos superiores.

—Sonea me dijo que el Gran Lord practicaba la magia negra hace más de dos años.

Los susurros y murmullos invadieron la sala.

—Presenció cómo absorbía energía de su sirviente. Aunque no entendió lo que había visto, yo sí. Había… —bajó la vista—. Había oído hablar mucho de la fuerza del Gran Lord y tenía miedo de lo que era capaz de hacer si el Gremio lo desafiaba. Por eso no me atrevía a denunciarlo. Antes de que pudiera decidir lo que iba a hacer, el Gran Lord se enteró de que habíamos descubierto su secreto. Reclamó la tutela de Sonea, a quien desde entonces ha tenido como rehén para garantizar que yo no lo delataría.

Mientras los presentes prorrumpían en exclamaciones de rabia e indignación, el administrador suspiró, aliviado. Rothen había ocultado el papel de Lorlen en aquel asunto, y no había corrido riesgo alguno al mencionar el suyo propio. Entonces comprendió por qué Rothen había hablado. Al revelar que Sonea había sido víctima de Akkarin, había abierto la puerta a un posible indulto para ella.

Lorlen recorrió la sala con la vista y adivinó espanto e inquietud en los rostros de los magos. Advirtió que Dannyl contemplaba boquiabierto a Rothen. También se percató de que los aprendices miraban a Sonea con comprensión e incluso con admiración. Durante mucho tiempo habían creído que el Gran Lord la favorecía injustamente, cuando en realidad ella había sido su prisionera.

«¿Sigue siéndolo?», se preguntó Lorlen.

No.

La mirada de Lorlen pasó de Akkarin a Sonea. Se acordó del modo en que ella había seguido al pie de la letra todas las indicaciones de Akkarin cuando los habían detenido en la cámara subterránea. Le vino a la mente la expresión en su rostro cuando se había reencontrado con Akkarin en el vestíbulo. Algo había hecho cambiar su opinión sobre el Gran Lord. Una sensación de impaciencia empezó a adueñarse de él.

Lorlen alzó la mano de nuevo. Los magos se callaron, a su pesar. Miró a Rothen.

—¿Tiene algo más que contarnos, lord Rothen?

—No, administrador.

Lorlen levantó la mirada hacia los asistentes.

—¿Alguien más tiene un testimonio que presentar en esta Vista? —Como no obtuvo respuesta, miró al acusado—. Akkarin de la Casa de Velan, ¿responderás a nuestras preguntas con la verdad?

El Gran Lord torció la comisura de los labios.

—Sí, lo haré.

—Entonces, júralo.

Mirando un punto situado por encima de la cabeza de Lorlen, Akkarin apoyó una rodilla en el suelo.

—Juro que todo lo que diga durante esta Vista será verdad.

Toda la concurrencia enmudeció. Cuando Akkarin se irguió, Lorlen dirigió su atención a la joven.

—Sonea, ¿responderás a nuestras preguntas con la verdad?

—Sí —respondió ella, abriendo mucho los ojos.

Hincó una rodilla en tierra y pronunció el juramento. Una vez que se hubo enderezado, Lorlen pensó en todas las preguntas que quería hacerle. «Empezaré por las acusaciones», decidió.

—Akkarin —se volvió de cara a su antiguo amigo—. ¿Mataste a lord Jolen?

—No.

—¿Has estudiado y practicado magia negra?

—Sí.

En la sala se levantó un rumor que no tardó en apagarse.

—¿Cuánto tiempo llevas estudiando y practicando la magia negra?

Akkarin arrugó el entrecejo por un instante.

—La primera vez… fue hace ocho años, antes de que regresara al Gremio.

Un silencio breve siguió a esa revelación, y el murmullo de las especulaciones inundó la sala.

—¿Aprendiste tú solo, o te lo enseñó alguien?

—Lo aprendí de otro mago.

—¿Quién era ese mago?

—Nunca llegué a saber su nombre. Solo sé que era sachakano.

—De modo que no era del Gremio.

—No.

¿Sachakano? Lorlen tragó saliva mientras un mal presentimiento le provocaba una opresión en la boca del estómago.

—Explícanos qué te llevó a aprender magia negra de un mago sachakano.

Akkarin sonrió.

—Me estaba preguntando cuánto tardarías en demandarme esa información.