10. Un adversario inesperado


Mientras Rothen aguardaba la llegada de sus últimos alumnos, miró por la ventana. Los días más largos y cálidos estaban convirtiendo los jardines en un laberinto de verdor. Incluso la gris residencia del Gran Lord ofrecía un aspecto acogedor bajo el resplandor de la mañana.

En ese momento, la puerta de la residencia se abrió. Rothen sintió que el corazón le daba un vuelco cuando vio salir a Sonea. Era tarde para ella. Según Tania, seguía levantándose al alba.

Entonces emergió una figura, y Rothen notó que el cuerpo entero se le ponía tenso. Los pliegues de la túnica negra de Akkarin parecían casi grises bajo aquella luz intensa. El Gran Lord se volvió hacia Sonea y le dijo algo. Los labios de ella se curvaron esbozando una sonrisa. Los dos enderezaron la espalda y echaron a andar hacia la universidad, adoptando de nuevo una expresión seria. Rothen los observó hasta que los perdió de vista.

Se apartó de la ventana, estremeciéndose. Una sensación gélida se había apoderado de él y se negaba a abandonarlo.

Ella había sonreído a Akkarin.

No había sido una sonrisa forzada, de cortesía. Tampoco una sonrisa franca y relajada. Había sido un gesto de picardía y complicidad.

«No —se dijo Rothen—. Lo único que pasa es que imagino ver lo que más temo porque es algo que me obsesiona. Seguramente Sonea ha sonreído para engañar o aplacar a Akkarin. O tal vez algún comentario de él le ha hecho gracia, o estaba riéndose a su costa…

»Pero ¿y si no era por eso? ¿Y si había alguna otra razón?»

—¿Lord Rothen?

Al volverse, vio que el resto de la clase ya había llegado y esperaba pacientemente a que empezara. Sonrió, avergonzado, y se acercó a su mesa.

No podía salir corriendo del aula para exigir una explicación a Sonea. No, por el momento debía sacársela de la cabeza y concentrarse en su clase. Más tarde reflexionaría con detenimiento sobre lo que había visto.

Y la vigilaría más de cerca.

Mientras el carruaje se alejaba, Dannyl se dirigió a grandes zancadas a la puerta de la casa de Dem Marane y tiró del cordel de la campana.

Después de bostezar, recurrió a un poco de magia para mitigar el cansancio. Había transcurrido una semana desde que Tayend le había mostrado el libro, y Dannyl había celebrado muchas reuniones secretas con el embajador Errend y con otros magos de Elyne como parte de los preparativos para aquella noche. Por fin sabrían si sus planes iban a dar fruto.

Oyó que unos pasos se acercaban, y la puerta se abrió. El amo de la casa hizo una graciosa reverencia.

—Embajador Dannyl, es un placer volver a verle. Pase, por favor.

—Gracias —Dannyl entró.

—¿Dónde está el joven Tremmelin? —preguntó el Dem.

—Con su padre —respondió Dannyl—. Tenían que tratar un asunto familiar. Le manda saludos, y me ha pedido que le diga que el libro es muy esclarecedor y que terminará de leerlo esta noche. Sé que preferiría mil veces conversar con usted y sus amigos que encargarse de cuestiones familiares.

Royend asintió con una sonrisa, pero su mirada denotaba cierto recelo.

—Echaré de menos su compañía.

—¿Cómo está Farand? ¿Se han producido incidentes involuntarios? —preguntó Dannyl, en un tono de preocupación deliberado.

—No —el Dem titubeó—. Pero ha habido uno intencionado. Como es joven e impaciente, no ha podido resistirse a intentar hacer algo.

Dannyl dejó que la alarma se reflejara en su rostro.

—¿Qué ha pasado?

—Otro pequeño incendio, nada más —Royend le dedicó una media sonrisa—. He tenido que comprar otra cama a su anfitrión.

—¿Son los mismos anfitriones de la última vez?

—No. Me he visto obligado a trasladar a Farand a otro sitio. Me pareció que, por el bien de todos, lo mejor era sacarlo de la ciudad, para evitar que si esos pequeños accidentes se volvían más espectaculares, empezaran a llamar demasiado la atención.

Dannyl hizo un gesto afirmativo.

—Una medida prudente, aunque seguramente innecesaria. Espero que no esté demasiado lejos. Solo puedo quedarme unas horas.

—No, no está lejos —aseguró el Dem.

Habían llegado a la entrada de la habitación siguiente. Kaslie, la esposa de Royend, se puso de pie para recibir a Dannyl.

—Bienvenido, embajador. Me alegro de volver a verle. ¿Cree que mi hermano aprenderá Control pronto?

—Sí —respondió Dannyl con gravedad—. Esta misma noche o, a más tardar, en mi siguiente visita. Ya le falta poco.

Ella asintió, visiblemente aliviada.

—No sé cómo agradecerle su ayuda —se volvió hacia Royend—. Más vale que partáis cuanto antes, esposo mío.

Había un dejo de rencor en su voz. Los labios del Dem formaron una sonrisa torcida.

—Farand pronto estará a salvo, querida.

La arruga entre las cejas de ella se hizo más profunda. Dannyl mantuvo una expresión cortésmente neutra. Tayend había observado que Kaslie rara vez parecía contenta y que en ocasiones se mostraba irritada con su marido. Suponía que ella culpaba a Royend de la situación de su hermano porque había alentado al joven a desarrollar sus poderes.

El Dem guió a Dannyl hasta un carruaje que los esperaba frente a la casa. El coche se puso en marcha cuando aún no se habían acomodado en los asientos. Las ventanas estaban tapadas.

—Es para proteger a los anfitriones de Farand —explicó el Dem—. Aunque yo esté dispuesto a revelarle mi identidad y domicilio, otros miembros del grupo no son tan confiados. Han accedido a acoger a Farand con la condición de que yo tome estas precauciones —hizo una pausa—. ¿Cree que soy un tonto por fiarme de usted?

Dannyl lo miró y parpadeó, sorprendido. Meditó sobre la pregunta y se encogió de hombros.

—Pensaba que daría pasos más pequeños. Que pondría a prueba mi sinceridad un par de veces, quizá. Pero usted no podía; Farand necesitaba ayuda. Asumió un riesgo, aunque estoy seguro de que era un riesgo calculado —sofocó una risa—. Sin duda tenía un plan de huida y sigue teniéndolo, por si acaso.

—Y usted tiene que proteger a Tayend.

—Así es —Dannyl sonrió de buena gana—. Lo que aún me queda por descubrir es si ya no seré bien recibido en su casa una vez que haya enseñado a Farand a controlar sus poderes.

El Dem rió por lo bajo.

—Pues tendrá que esperar para averiguarlo.

—Y supongo que no necesito recordarle todas las cosas maravillosas que podría enseñar a Farand una vez que haya aprendido Control.

La mirada de Royend se iluminó.

—Por favor, recuérdemelas.

Se pasaron la hora siguiente hablando de los diversos usos de la magia. Dannyl tuvo buen cuidado de describir solo lo que era posible, no cómo se hacía, y era evidente que a Dem Marane no le pasaba inadvertida su actitud evasiva. Al fin, el carruaje redujo la velocidad hasta detenerse.

Royend aguardó a que se abriese la portezuela, y luego indicó con un gesto a Dannyl que se apeara. Fuera estaba oscuro, y el embajador creó de inmediato un globo de luz. Este iluminó un túnel cuyas paredes de ladrillo relucían por la humedad.

—Apague eso, por favor —pidió el Dem.

Dannyl extinguió la luz.

—Lo siento —dijo—. Es la costumbre.

Después de aquel resplandor, todo quedó sumido en la oscuridad más absoluta. Una mano le tocó el hombro y le dio un empujoncito hacia delante. Se aguzaron sus sentidos, y Dannyl detectó una abertura en el muro. La atravesaron.

—Cuidado —murmuró Royend—. Hay una escalera.

La punta de la bota de Dannyl topó con la cara vertical de un peldaño. Subió con cuidado por la empinada escalera y siguió a Royend por un pasadizo con muchos recodos, curvas y entradas laterales. Luego sus sentidos amplificados percibieron una habitación espaciosa y una presencia familiar, y la mano se apartó de su hombro.

Una lámpara chisporroteó y se encendió, revelando varios muebles funcionales en una cámara excavada en la roca viva. Un reguero de agua brotaba de una grieta de la pared, corría hasta una pila y desaparecía por un desagüe del suelo. Hacía frío, y Farand llevaba un abrigo grande con cuello de piel.

El joven hizo una reverencia, más decidido en esa ocasión, cuando se acercaba el fin de sus problemas.

—Embajador Dannyl —saludó—. Bienvenido a mi madriguera más reciente.

—Es un poco fría —comentó Dannyl, y lanzó un destello de magia para calentar el aire.

Farand sonrió de oreja a oreja y se quitó el abrigo.

—Antes soñaba con hacer cosas fabulosas y espectaculares con la magia. Ahora creo que me conformaría con saber hacer algo así.

Dannyl dirigió una mirada significativa a Royend. El Dem sonrió y se encogió de hombros.

—No todo el mundo comparte esa opinión, se lo aseguro. Estoy convencido de que Farand no solo quiere aprender lo más básico.

Estaba de pie junto a una cuerda que pendía de un agujero que había en el techo. Dannyl supuso que el otro extremo estaba atado a una campana. Se preguntó quién esperaba junto a ella.

—Bien —dijo—. Será mejor que pongamos manos a la obra, entonces. No tiene sentido mantenerte oculto en escondrijos fríos durante más tiempo del necesario.

Farand se acercó a una silla y se sentó. Respiró hondo, cerró los ojos y comenzó el ejercicio de relajación que le habían enseñado. Cuando el semblante del joven se tornó sereno, Dannyl se aproximó a él.

—Tal vez esta sea tu última clase —le informó en voz baja y tranquilizadora—, o tal vez no. El Control debe convertirse en un hábito muy arraigado para que estés a salvo tanto de día como de noche. Lo mejor es que lo adquieras a tu ritmo, sin prisas —le tocó con suavidad las sienes y cerró los ojos.

Era imposible mentir de forma creíble durante la comunicación mental, pero se podía evitar que la verdad saliera a la luz. Hasta entonces, Dannyl había conseguido mantener ocultos su misión y su plan para traicionar a los rebeldes. Sin embargo, cuantas más veces guiaba mentalmente Dannyl a Farand, más se acostumbraba el joven a ese método de comunicación. Empezaba a percibir más información de Dannyl.

Y ahora que había llegado el momento de detener a los rebeldes, Dannyl no podía disimular la tensión ni la expectación que sentía. Farand lo detectaba, y eso despertaba su curiosidad.

¿Qué espera usted que ocurra esta noche?, preguntó.

Seguramente alcanzarás el Control, respondió Dannyl. Era cierto, y formaba parte de lo que Dannyl sabía que iba a ocurrir. Era un acontecimiento lo bastante importante para que el hombre lo aceptara como causa de la emoción de Dannyl. Pero Farand era consciente de las posibles consecuencias de aprender magia de manera ilegal, de modo que estaba más receloso de lo habitual.

Hay algo más. Me oculta algo.

Por supuesto, repuso Dannyl. Te ocultaré muchas cosas hasta que tenga la certeza de que tu gente no va a poner pies en polvorosa en cuanto hayas alcanzado el Control.

El Dem es hombre de honor. Prometió proteger a Tayend a cambio de su ayuda. No romperá esa promesa.

Por un momento, Dannyl se compadeció de aquel joven ingenuo. Desterró ese sentimiento, recordándose a sí mismo que Farand, aunque joven, no era tonto.

Eso ya lo veremos. Por lo pronto, condúceme al lugar donde guardas tu poder.

A Farand le llevó menos tiempo entender los aspectos más sutiles del Control de lo que Dannyl esperaba. Mientras Farand contemplaba sus progresos, Dannyl se armó de valor para lo que vendría después. Interrumpió los pensamientos exultantes de Farand con una pregunta.

¿Dónde estamos?

Apareció la imagen de un túnel, y luego la habitación en la que estaban. Farand no tenía una idea más precisa de dónde se hallaban que Dannyl.

¿Quién es tu anfitrión?

Farand tampoco sabía eso.

Claro que, con toda seguridad, Royend, al imaginar que Dannyl podría leer esa información en la mente de Farand, se había encargado de que el joven no supiera nada. Con un poco de suerte, le bastaría con encontrar la manera de salir de los pasadizos y ver dónde estaba la entrada del túnel para descubrir su ubicación.

Farand había captado lo suficiente de los pensamientos de Dannyl para alarmarse.

¿Qué está usted…?

Dannyl apartó las manos de las sienes de Farand, rompiendo el contacto. Al mismo tiempo, generó un escudo débil por si Farand intentaba utilizar la magia. El joven lo miraba fijamente.

—Era una trampa —jadeó Farand—. Todo era una trampa —se volvió hacia Royend—. Tiene intención de traicionarnos.

Royend clavó la vista en Dannyl y endureció su expresión. Cuando el Dem alargó el brazo hacia la cuerda de la campana, Dannyl dirigió su voluntad. El hombre retiró rápidamente la mano al notar el aguijón de una barrera.

Dannyl proyectó su mente al exterior de la habitación.

¿Errend?

Farand abrió los ojos desorbitadamente al oír la comunicación.

Dannyl. ¿Tienes al descarriado?

.

Al instante, los extremos de los sentidos de Dannyl vibraban con las comunicaciones de una docena de magos. La mirada de Farand recorría las paredes mientras los escuchaba.

—Están deteniendo a los demás —dijo—. ¡No! ¡Todo es culpa mía!

—No, no lo es —replicó Dannyl—. Es la consecuencia de que tu rey utilice de manera indebida los poderes de un mago en potencia, y de que el marido de tu hermana se aproveche de la situación para alcanzar sus propios fines. Sospecho que tu hermana está al tanto, pero no creo que hubiera traicionado a ninguno de vosotros.

Farand miró a Royend, y por la expresión acusadora de sus ojos, Dannyl supo que tenía razón.

—No intente enfrentarnos entre nosotros, embajador —le advirtió Royend—. No dará resultado.

¿Dónde estás?, preguntó Errend.

No lo sé con exactitud. A una hora en carruaje de la ciudad. Envió una imagen del túnel. ¿Te resulta familiar?

No.

Farand dirigió la vista a Dannyl y luego a Royend.

—Todavía no sabe dónde estamos —dijo, esperanzado.

—Averiguarlo no será muy difícil —aseguró Dannyl—. Y ya deberías saber, Farand, que es de mala educación que un mago escuche las conversaciones de otros.

—No seguimos sus reglas —le espetó Royend.

Dannyl se volvió hacia Royend.

—Ya me he dado cuenta.

El hombre lo miró con ojos vacilantes y echó hacia atrás los hombros.

—Nos ejecutarán por esto. ¿Podrá llevar ese peso sobre su conciencia?

Dannyl le sostuvo la mirada.

—Sabía a lo que se exponía, desde el principio. Si todo lo que ha hecho y planeado estaba motivado por la necesidad de proteger y salvar a Farand, tal vez le indulten. Sin embargo, no creo que sus intenciones fueran tan nobles.

—No —gruñó el Dem—. No era solo por Farand. Era para luchar contra la injusticia de todo esto. ¿Por qué ha de decidir el Gremio quién tiene derecho a practicar y enseñar la magia? Se está desperdiciando el potencial de tanta gente que…

—El Gremio no determina quién debe aprender a utilizar la magia —lo corrigió Dannyl—. En Kyralia son las familias las que deciden si sus hijos recibirán o no esa formación. En Elyne, la decisión sobre quién debe aprender corresponde al rey. Cada país tiene su propio sistema para seleccionar a los aspirantes. Nosotros solo rechazamos a quienes tienen la mente inestable o han cometido delitos.

Un destello de ira brilló en los ojos de Royend.

—Pero ¿qué ocurre si Farand o cualquier otro hombre no quiere que lo adiestre el Gremio? ¿Por qué no pueden formarse en otro sitio?

—¿Dónde? ¿En el Gremio que han creado ustedes?

—Sí.

—¿Y ante quién serían ustedes responsables?

Royend de Marane abrió la boca dispuesto a hablar, pero la cerró sin decir ni media palabra. Miró a Farand y suspiró.

—No soy un monstruo —dijo—. Alenté a Farand, pero de haber sabido lo peligroso que era no lo habría hecho —volvió la vista hacia Dannyl—. ¿Se le ha ocurrido que tal vez el rey preferiría matarlo a dejar que el Gremio se enterase de lo que él sabe, sea lo que sea?

—Entonces tendrá que matarme a mí también —contestó Dannyl—. Y no creo que se atreva a intentarlo. Una breve llamada mental bastaría para que todos los magos conocieran su secretillo. Y ahora que Farand ha alcanzado el Control, es un mago, y el rey rompería el tratado de las Tierras Aliadas si intentara hacerle daño. Farand ha pasado a ser responsabilidad del Gremio. Una vez allí, debería estar a salvo de los asesinos.

—El Gremio —dijo Farand con un hilo de voz—. Voy a ver el Gremio.

Royend hizo caso omiso de él.

—¿Y después qué?

Dannyl sacudió la cabeza.

—No lo sé con seguridad. No quiero darle falsas esperanzas haciendo conjeturas sobre cómo acabará esto.

Royend frunció el ceño.

—No, claro que no.

—Bueno, ¿pondrá usted de su parte, o tendré que llevarles a los dos a rastras hasta dar con la salida?

Un atisbo de rebeldía asomó a los ojos del Dem. Dannyl sonrió al verlo, pues se imaginó qué estaba pensando.

¿Errend?

Dannyl.

¿Habéis detenido a los demás?

A todos. ¿Puedes concretar ya vuestra posición?

No, pero pronto la averiguaré.

Dannyl alzó la vista hacia Royend.

—Por más que intente retrasar lo inevitable, sus amigos no tendrán tiempo para huir. Farand podrá confirmárselo.

El joven apartó la mirada y asintió.

—Tiene razón —posó la vista en la cuerda de la campana.

Dannyl miró al techo, preguntándose quién estaría apostado allí arriba. Sin duda el anfitrión de Farand, con algún sistema previamente acordado para poner sobre aviso a los otros miembros del grupo. ¿Habría posibilidades de detener también a ese rebelde? Seguramente no. Errend había estado de acuerdo en que el objetivo prioritario era capturar a Farand y a Royend de Marane. No debía identificar o detener a nadie más si con ello se arriesgaba a que el descarriado escapara.

Royend siguió la mirada de Dannyl y enderezó los hombros.

—Muy bien. Le guiaré hasta la salida.

Había sido un día luminoso y templado, pero la oscuridad había traído consigo un frío del que Sonea no podía sacudirse, ni siquiera caldeando el aire de su habitación con magia. Había dormido bien últimamente, pero aquella noche no lograba conciliar el sueño, y no entendía por qué.

Tal vez era porque Akkarin había estado ausente durante todo el día. Cuando había regresado de sus clases, Takan la había recibido en la puerta para comunicarle que el Gran Lord había tenido que acudir a una llamada. Ella había cenado sola.

Sonea supuso que Akkarin estaba ocupándose de asuntos oficiales en la corte. Aun así, no podía evitar imaginarlo en zonas más lóbregas de la ciudad, tratando en secreto con los ladrones o enfrentándose a otro espía.

Se detuvo frente a su escritorio y contempló sus libros. «Ya que no puedo dormir —se dijo—, tal vez debería estudiar. Al menos así tendría la mente ocupada en algo.»

De pronto, oyó un ruido fuera de su habitación.

Se acercó sigilosamente a la puerta y la entreabrió. Unas pisadas lentas resonaban en el hueco de la escalera del fondo, cada vez más fuerte. Oyó que se detenían en el pasillo y, al instante, percibió el chasquido de un pestillo.

«Ha vuelto.»

Algo en su interior se relajó, y suspiró aliviada. Luego estuvo a punto de soltar una carcajada. «Lo que faltaba. Que me preocupe por Akkarin.»

Pero ¿qué tenía de raro? Él era lo único que se interponía entre los ichanis y Kyralia. Preocuparse por su seguridad era perfectamente razonable desde esa perspectiva.

Se disponía a cerrar la puerta de su habitación cuando se oyeron unos pasos distintos en el pasillo.

—¿Amo?

La voz de Takan denotaba sorpresa e inquietud. Sonea sintió que se le erizaba el vello.

—Takan —dijo Akkarin con una voz apenas audible—. Quédate para que te dé esto y te deshagas de ello.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el sirviente, claramente horrorizado.

Sin pensárselo dos veces, Sonea abrió la puerta y avanzó por el pasillo sin hacer ruido. Takan estaba de pie ante la entrada de la alcoba de Akkarin. Al notar que se acercaba, se volvió hacia ella con expresión dudosa.

—Sonea —dijo Akkarin en voz baja y serena.

Un globo de luz diminuto y tenue iluminó su habitación. Él estaba sentado en el borde de una cama grande. En la penumbra su túnica se fundía con la oscuridad, de modo que solo resultaban visibles su rostro, sus manos… y un antebrazo.

A Sonea se le cortó la respiración. La manga derecha de la túnica de Akkarin colgaba de un modo extraño, y la chica vio que se la había rasgado para abrírsela. Una marca roja le recorría el brazo desde el codo hasta la muñeca. Su pálida piel estaba cubierta de regueros y manchas de sangre.

—¿Qué ha pasado? —Sonea jadeó y añadió—: Gran Lord.

Akkarin pasó la vista de ella a Takan y dejó escapar un discreto resoplido.

—Veo que vosotros dos no me dejaréis descansar hasta que os lo haya contado todo. Pasad y sentaos.

Takan entró en la habitación. Sonea, aunque indecisa durante unos instantes, finalmente lo siguió. Nunca había visto el interior de su dormitorio. Una semana atrás, la mera idea de entrar en él la habría aterrado. Al echar un vistazo alrededor, sintió cierta desilusión. Los muebles eran parecidos a los de ella. Las mamparas de papel de las ventanas eran de color azul marino, a juego con el borde de una alfombra tan grande que cubría casi todo el suelo. La puerta de su armario estaba abierta. Dentro solo había túnicas, algunas capas y un abrigolargo.

Cuando se volvió de nuevo hacia Akkarin, vio que la observaba con una ligera sonrisa en los labios. Le señaló una silla.

Takan había cogido una jarra de agua de un armario pequeño situado junto a la cama. Se sacó un trozo de tela del uniforme, lo humedeció y se acercó al brazo de Akkarin. El Gran Lord le arrebató el paño.

—Hay una espía nueva en la ciudad —anunció, limpiándose la sangre del brazo—. Pero creo que no es una espía normal y corriente.

—¿Una mujer? —lo interrumpió Sonea.

—Sí, una mujer —Akkarin devolvió el trozo de tela a Takan—. No es lo único que la diferencia de los espías anteriores. No lleva demasiado tiempo aquí, de modo que aún no puede haberse fortalecido mucho matando imardianos. Si hubiese matado a alguien, nos habríamos enterado.

—Tal vez la prepararon —aventuró Takan, estrujando el paño entre las manos—. Tal vez dejaron que absorbiera energía de sus esclavos antes de partir.

—Es posible. Fuera cual fuese el motivo, estaba lista para el combate. Me ha dado a entender que estaba agotada, y cuando me he acercado me ha hecho un tajo. Sin embargo, no ha sido lo bastante rápida para extraer energía de mi herida. Después de eso, ha intentado llamar la atención sobre nuestra pelea.

—Así que la habéis dejado escapar —concluyó Takan.

—Sí. Debe de haber pensado que yo preferiría dejarla marchar a poner otras vidas en peligro.

—O sabe que no os interesa que el Gremio se entere de que se libran batallas mágicas en las barriadas —Takan apretó los labios—. Ella matará para fortalecerse de nuevo.

—No lo dudo —respondió Akkarin con una sonrisa sombría.

—Y ahora vos estáis más débil. Habéis tenido poco tiempo para recuperar las fuerzas después del último combate.

—Eso no supondrá un problema —miró a Sonea—. Cuento con la ayuda de una de las magas más poderosas del Gremio.

Sonea desvió la mirada y notó que se ruborizaba. Takan sacudió la cabeza.

—Esto no me cuadra. Ella es demasiado… distinta. Es una mujer. Ningún ichani dejaría en libertad a una esclava. Y es fuerte, astuta. No es en absoluto una esclava corriente.

Akkarin escrutó el rostro de su sirviente.

—¿Crees que es una ichani?

—Tal vez. Deberíais prepararos, por si acaso. Deberíais… —Echó una mirada a Sonea—. Deberíais haceros con una aliada.

Sonea clavó la vista en Takan, atónita. ¿Estaba insinuando que ella debía acompañar a Akkarin cuando se enfrentase de nuevo a esa mujer?

—Ya lo hemos discutido —repuso Akkarin.

—Y dijisteis que reconsideraríais vuestra posición si atacaban Kyralia —señaló Takan—. Si esa mujer es realmente una ichani, eso significa que ya están aquí. ¿Y si ella es demasiado poderosa para vos? No podéis arriesgaros a perder la vida y dejar indefenso al Gremio.

Sonea sintió que se le aceleraba el pulso.

—Y dos pares de ojos ven mejor que uno —dijo atropelladamente—. Si os hubiera acompañado hoy…

—Tal vez me habrías estorbado.

Aquello le dolió. La rabia se apoderó de ella.

—¿Es lo que creéis? No soy más que una aprendiz blanda, como los demás. No sé moverme por las barriadas ni esconderme de los magos, ¿eh?

Akkarin la miró fijamente, y acto seguido se encorvó y se echó a reír con suavidad.

—¿Qué voy a hacer? —preguntó—. Los dos estáis decididos a vencerme por agotamiento —se frotó el brazo con aire ausente.

Sonea bajó la vista y parpadeó varias veces, sorprendida. Las heridas rojas se habían vuelto rosadas. Akkarin se había estado sanando incluso mientras hablaban.

—Iniciaré a Sonea solo si la mujer resulta ser una ichani. Entonces sabremos que ellos se han convertido en una amenaza real.

—Si ella resulta ser una ichani, podéis acabar muerto —soltó Takan con crudeza—. Tenéis que estar bien preparado, amo.

Akkarin levantó la mirada hacia Sonea. Tenía los ojos ensombrecidos, y una expresión distante y pensativa.

—¿Qué opinas, Sonea? No es una decisión que debas tomar sin reflexionar seriamente.

Ella respiró hondo.

—Ya he reflexionado. Si no hay alternativa, correré el riesgo y aprenderé magia negra. Después de todo, ¿de qué me servirá ser una aprendiz buena y cumplidora de la ley si el Gremio deja de existir? Si vos caéis, lo más probable es que los demás caigamos también.

Akkarin asintió despacio.

—Está bien, pero no me gusta. Si hubiese otra salida, me negaría —suspiró—. Pero no la hay. Empezaremos mañana por la noche.